Posted On 02/04/2015 By In Biblia, Opinión, Teología With 4255 Views

Jesús frente al sufrimiento (I)

Foto: https://www.flickr.com/photos/victor_nunez/3410439289/

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El siguiente texto de Deuteronomio ha sido frecuentemente usado para dar explicación de por qué Dios hace pasar por el sufrimiento a sus hijos. De hecho recoge las razones que se suelen aducir para justificarlo:

Cumplid cuidadosamente todos los estatutos que hoy os prescribo, para que viváis y lleguéis a ser un pueblo numeroso y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor te prometió según juró a vuestros antepasados. Acuérdate del camino que durante cuarenta años el Señor tu Dios te hizo recorrer por el desierto para ponerte a prueba, con el fin de conocer las inclinaciones de tu corazón y ver si cumplirías sus mandamientos. Te afligió y te hizo pasar hambre, y después te alimentó con el maná -comida que ni tu ni tus antepasados conocíais-, con lo que te enseñó que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. Durante esos cuarenta años no se desgastó la ropa que llevabas puesta, ni se te hincharon los pies. Reconoce, entonces, en tu corazón, que el Señor tu Dios te corrige del mismo modo que un padre corrige a su hijo. Cumple los mandamientos del Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y respetándole.” (Deut. 8:1-6).

El hilo argumentativo es bastante sencillo, y así Dios nos afligiría y nos haría pasar por pruebas para poner de manifiesto las intenciones de nuestro corazón, para que aprendiéramos a confiar en su providencia, para enseñarnos y para que conociéramos más íntimamente su carácter paterno.

Por supuesto, se entiende que ya que está escrito en la Biblia este texto debe ser aplicado a todos y en cualquier momento de la historia. En este sentido es universal. Por tanto, si vamos al Nuevo Testamento y en concreto a Jesús, máxima revelación de Dios, éste debería haber mantenido estos mismos argumentos. Aunque hubiera algunas causas de aflicción que se escaparan al conocimiento del ser humano, Jesús no tendría problema en enmarcarlas dentro de la soberanía y designios secretos de Dios para el resto, pues el Nazareno sostendría que su Padre humilla, prueba y hace sufrir a las personas, entre las que están los creyentes, con los anteriores propósitos.

Por ejemplo, vayamos a Lucas 13:1-5:

Por aquél mismo tiempo se presentaron unos a Jesús y le hablaron de aquellos galileos a quienes Pilatos había hecho matar cuando ofrecían el sacrifico, mezclando así su sangre con la de los animales sacrificados. Jesús dijo: -¿Creéis vosotros que esos galileos sufrieron tal suerte porque fueron más pecadores que los demás galileos? Pues yo os digo que no. Y añadiré que, si no os convertís, todos vosotros pereceréis igualmente. ¿O creéis que aquellos dieciocho que murieron al derrumbarse la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Pues yo os digo que no. Y añadiré que, si no os convertís, todos vosotros pereceréis de forma semejante”.

Jesús está corrigiendo aquí la falsa idea de causa y efecto; los pecados no producen como consecuencia desgracias como las anteriores. El Maestro está rompiendo la idea de causalidad entre los desastres y el dolor por hechos como los aquí descritos. Cuando un tsunami se produce y mata a decenas de miles de personas no es porque ese país sea más o menos corrupto que otro, no se debe a que los supervivientes tengan que aprender algo. No hay causas morales sino naturales.

Jesús de esta forma comienza a marcar una línea de entendimiento del sufrimiento distinta a la trazada por el texto del Deuteronomio.

Me gustaría llama la atención al versículo 4 de Lucas en donde Jesús pregunta a sus seguidores si pensaban que aquellos que habían perecido eran más “culpables” que otras personas que no habían sufrido tal calamidad. El vocablo griego traducido aquí por “culpables” también puede verterse por “deudores” y en este contexto ante Dios. No, está diciendo Jesús, estas cosas no pasan porque las personas ofendan o sean moralmente culpables ante Dios, el Todopoderoso no es tan cruel.

Por supuesto que en el Nuevo Testamento se dice que Dios corrige y disciplina a sus hijos pero toda corrección tiene el fin de educar, de hacer que el creyente progrese y esta idea es fundamental tenerla presente en todo momento. Existen trances en la vida que son muy traumáticos y destructivos. ¿Causa Dios traumas, problemas mentales, dolor insoportable? Cualquier padre que fuera responsable de provocar esto en tan sólo uno de sus hijos debería ser denunciado de inmediato. Esto no es un padre, es un monstruo.

En ocasiones he escuchado decir que sí, que Dios actúa de esta forma ya que es Dios, y Él sabe lo que hace. Si esto es así deberíamos dejar de llamarlo Padre, ya que esto evoca y apunta a una serie de características concretas. Si el Todopoderoso no las cumple es mejor tratarlo como a un Monarca distante y no como a un Padre sensible y cercano.

Si seguimos pensado que toda la vida del pueblo de Israel fue una prueba de parte de Dios y que, puesto que ahora la iglesia es su nuevo pueblo nuestra existencia, nuestro caminar por el desierto de la vida, sigue este mismo patrón, debemos tener presente a Jesús quien se opuso frontalmente a esto.

En el libro ¿Podemos culpar a Dios? el autor Gregory Boyd relata un caso real, el de Melania. Después de dar una charla sobre cómo vivir con pasión la vida cristiana se le acercó una creyente de mediana edad. Su angustia era evidentei:

– He perdido mi pasión por Dios y mi gozo en la vida – dijo-. Yo solía ser una cristiana apasionadamente volcada por completo en la fe, pero ahora no siento nada hacia el Señor y siempre estoy deprimida.”

La relación matrimonial también se había visto seriamente afectada. Todo lo concerniente a la vida de iglesia le resultaba soporífero, vacío. Debido a que Boyd había predicado sobre la pasión esta mujer se le había acercado buscando orientación. Deseaba para ella lo que había escuchado, de hecho, quería volver a sentirse viva.

Tras una breve charla, Melania explicó que todo había comenzado hacía unos cuatro años. Fue cuando perdió a su bebé en el parto. Ser madre era uno de sus más profundos deseos.

Se había casado cuando tenía unos treinta y cinco años y de inmediato comenzaron a buscar un bebé. Pero el tiempo pasaba y el embarazo no se producía, así que iniciaron un tratamiento que, después de tres años, tampoco logró resultados. Finalmente descubrieron que todo se debía a una condición médica que hacía improbable que alguna vez tuvieran un hijo. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que se quedó embarazada. La gran desilusión de Melania se evaporó, es más, la pareja pensó que se trataba de un auténtico milagro. Pero esta felicidad se vino abajo en el momento del parto. El cordón umbilical se enredó en el cuello del pequeño y murió asfixiado. De pronto todo se tornó en oscuridad y aparecieron penetrantes preguntas. ¿A qué se debía el que Dios realizara un milagro para después quitarle a su hijo? Además, seguía estando presente la imposibilidad médica para concebir, ¡Jamás serían padres de nuevo!

Los dos años siguientes los pasaron llenos de dudas, en medio de una profunda depresión. Esta situación les hizo buscar ayuda, y así fueron al encuentro de un maestro de las Escrituras al que conocían y respetaban. Las respuestas que recibieron realmente encajaban con lo que ellos siempre habían escuchado:

– Dios tiene una razón para todo – le dijo el maestro con seguridad.

– No hay accidentes en la providencia del Señor- continuó el maestro-. Dios da y Dios quita, y ustedes sencillamente deben confiar en que el Señor conoce las cosas y siempre hace lo mejor. La mano que golpea es también la mano que sana. Ustedes sólo deben confiar en él.”

Pero estas respuestas sólo provocaron más preguntas. Una fue cuando Melania le inquirió sobre las causas por las cuales Dios pudo haberles quitado el bebé, pero la línea argumentativa siguió siendo la misma:

-Quizás ésta fue una lección que tanto tú como tu esposo debían aprender de este acontecimiento- sugirió el maestro.

-Cuando el tiempo sea el correcto, y el tiempo de Dios siempre lo es – continuó el maestro-, y cuando ustedes hayan aprendido lo que él quiere enseñarles, quizás entonces el Señor los bendiga con otro hijo.

El maestro hizo una pausa.

– Tal vez la voluntad de Dios podría ser simplemente que ustedes no tengan hijos- concluyó.”

Con estas ideas Melania volvió a su rutina habitual. De hecho, para ella se trataba de una verdad revelada, pero entonces comenzó a sentirse culpable por no poder confiar en el plan de Dios para su vida. Es más, su relación con Dios se volvía a deteriorar seriamente, y la que mantenía con su esposo seguía un patrón similar. Por ello, esta creyente en su gran angustia, le pedía a Boyd a que la ayudara a comprender qué era aquello que Dios le quería enseñar, ya que si lograba entenderlo, tal vez, podría ser madre y levantarse del estado en el que estaba. Gregory quedó quebrantado cuando acabó de escuchar esta historia:

Agarré la mano de la mujer y miré profundamente dentro de sus ojos.

– Melania, ¿cree usted realmente que Dios mata a bebés para dar una lección a los padres? ¿Y cree de veras que él ahora está negándose a darle más hijos hasta que usted aprenda esta lección… aunque no le dirá de qué lección se trata?

– Además se está acabando el tiempo, ¡así que debo entenderlo rápido!- Interpuso ella con un tono desesperado de voz.

Comencé a llorar cuando Melania dijo esto. Sentí mucho dolor por el estado atormentado en que su teología la había colocado.”

Melania parecía empezar a comprender pero una profunda frustración y furia salió entonces a la superficie:

Entonces, como un géiser en erupción, Melania explotó con ira y frustración. Retiró sus manos de las mías y las levantó en el aire:

– Dios permite que irresponsables jovencitas adolescentes y mujeres engañadas tengan bebés; sin embargo, ¡yo debo aprender una lección! Me explico, ¡debemos en realidad ser personas tan detestables como para que nos descalifiquen de tener hijos cuando el tiempo pasa inexorablemente!”

Boyd le respondió que era lógico que así pensara. Debido a la imagen que de Dios tenía, y que le había sido presentada durante toda su vida de creyente, no podía ser de otra forma. El problema esencial era que el Dios en el que ella creía era falso, Él nunca actuaría así.

-¿Está usted diciendo que Dios no me hizo esto?- preguntó Melania.

– No tengo absolutamente ninguna razón para creer esto- contesté-. Lo único que sé con seguridad es que Dios está totalmente revelado en Jesucristo. Cuando miramos a Jesús vemos al mismísimo corazón de Dios. Y todo lo que sé acerca de Jesús me lleva a creer que a Dios le duele esta situación aún más profundamente que a usted, si usted puede imaginar eso.

Melania era todo oídos mientras yo continuaba.

– Cuando las cosas salgan mal en las vidas de las personas, sea debido a su condición física o espiritual, o a que les sucediera alguna tragedia, no recuerdo de Jesús que alguna vez buscara la mano de Dios en ello. Al contrario, él tenía compasión de los que sufrían, y los trataba como víctimas de guerra. Jesús expresó el corazón de Dios al llevar alivio al sufrimiento de las personas. Melania, sé que el Señor la ama profundamente a usted, a su esposo, y al niño que perdieron. Ahora él quiere sanarlos y restaurarles la vida abundante que les dio cuando murió. Mis palabras tocaron una fibra sensible. El enojo se convirtió en lágrimas, las cuales en pocos instantes se convirtieron en fuerte llanto. Me abrazó por algunos minutos mientras gemía.

-¿No fue Dios quien me hizo esto? ¿No fue él quien me lo hizo?- Repetía entre sollozos.

La imagen de Dios que había atormentado a Melania en los últimos cuatro años, y que le habían absorbido la pasión de su vida, estaba empezando a cambiar.”

¿Cómo podemos decir que el Señor dio y el Señor quitó sin más? ¿Cómo se puede sostener que la mano que aflige es la que sana? ¿Cómo podemos confiar en un Dios del que recibimos una tremenda paliza, sin que sepamos las razones y además se deba esperar que regresemos a este mismo Padre para buscar consuelo de su maltrato? Esto psicológica y moralmente no tiene el menor de los sentidos, y es del todo injustificable.

Las palabras del Deuteronomio son para el pueblo de Israel de aquél momento y no para los cristianos y las personas de todo tiempo y lugar. Pero la opinión, la posición, y lo que Jesús dijo en relación al sufrimiento de las personas sí que es aplicable a todos los seres humanos. Su mensaje era universal y su cosmovisión abarcaba todos los casos y tipos de seres humanos por igual.

Jesús rompió con la teología del momento y con la que tristemente está todavía tan presente dos milenios después. Necesitamos tener una visión distinta; mejor una cosmovisión diferente, y será el propio Galileo quien nos la provea, pero la consideración de la misma tendrá que esperar a una segunda parte de este artículo.

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i Todas las citas de este diálogo están tomadas de Boyd, Gregory. 2005. ¿Podemos culpar a Dios? Editorial Vida, Miami, Florida. Pp. 13-15.

Alfonso Pérez Ranchal

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