Posted On 28/03/2012 By In Biblia, Teología With 5567 Views

Jesús prepara su entrega por la humanidad

…el Hijo del Hombre …vino para… dar su vida en rescate por muchos. Mateo 20.28 

1. Dios se entrega a la humanidad en Jesús de Nazaret

Mediante lo que se podría definir como una “concentración cristológica de la historia de la salvación”, los Evangelios practicaron una forma de interpretación de la vida y obra de Jesús de Nazaret en función de la acción de Dios en el mundo para entregarse a la humanidad en su persona. Posiblemente la idea de una entrega voluntaria daría la impresión de pasividad, pero lo cierto es que el movimiento provocado por Jesús arroja una luz muy intensa sobre el énfasis activo con que él asumió la tarea de representar y asumir la presencia de Dios en medio de la humanidad para obtener los beneficios de una salvación largamente anunciada. La comunidad de Mateo, asentada en Antioquía y conformada sobre todo por conversos del judaísmo, al revisar el trasfondo de los sucesos que conformaron la entrega de Dios en Jesús, advirtieron que ésta se dio en medio de una conflictividad que afectaba a todos los integrantes de la comunidad, y especialmente a algunos de sus líderes, quienes estaban ante la tentación y el peligro de practicar los usos del poder predominantes.

Leopoldo Cervantes-OrtizMateo marca un instante importantísimo en la vida de Jesús, cuando decide “subir a Jerusalén” (20.17), aun a sabiendas de lo que sucederá allí. Toma a sus 12 discípulos, un subrayado sobre la importancia de la comunidad, y hace una afirmación contundente: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará” (vv. 18-19, énfasis agregado). La acción de entregar (paradídomi) de la que habla tiene una connotación pasiva y negativa, pues se refiere a la determinación de los enemigos de Jesús de llevar adelante el rechazo de su obra y asesinarlo. Inmediatamente, la madre de los hijos de Zebedeo, tradicionalmente llamada Salomé, expone el deseo de que ellos puedan ocupar los primeros lugares en el Reino futuro y escatológico de Dios (vv. 20-21).

Semejante petición rompe el momento solemne del anuncio de la obra redentora de Jesús y conduce la afirmación de su entrega hacia un marco relacionado con la capacidad de sacrificio y entrega en contraste con el uso del poder en el mundo: “Este texto sobre el servicio cristiano hay que ponerlo en relación con los vv. 17-19 que anuncian el mayor servicio de Jesús, el de su propia muerte. La madre de los hijos del Zebedeo aspira no sólo a un mejor puesto para sus hijos, sino a lo máximo, al todo del reino. La aspiración a lo más alto es algo grabado en el corazón del hombre. Jesús no anulará esta aspiración sino que le dará un nuevo giro, aunque la ambición esté, por supuesto, descartada del reino”.[1]

Lo descabellado de la petición consiste en asociar la entrega de Jesús meramente a una cuestión de poder. Es como si alguien espera la recompensa aun antes de haber hecho cualquier cosa. La entrega de Dios en Jesús no implica el acceso al poder para nadie, pues la consecución de la obra redentora tiene como condición inevitable la entrega personal, el sacrificio y la humillación:

La segunda parte de la escena se centra sobre el grupo de los demás apóstoles. Jesús no critica directamente los poderes terrenos, sino que enseña a sus amigos que no es un modelo al que se pueda equiparar el Reino. Más aún, el verdadero medio de que disponen los miembros de la comunidad mesiánica para llegar a la “grandeza” del Reino es el servicio. El sentimiento y deseo de superioridad que anida en el corazón de todo hombre tiene un cauce de expresión en la dinámica del reino: el servicio. Todo lo contrario a lo que cabría esperar. Sólo mirando al servicio total de Jesús en su muerte es posible entender estas palabras sin pensar que se trata de no sé qué ironía.[2]

La entrega que Dios viene a hacer de sí mismo en la persona de su Hijo en el mundo, una acción aparentemente pasiva y negativa si se aprecia desde el lado humano y material, presupone una intencionalidad más profunda, pues Jesús siente que ha llegado el momento justo para esa entrega. De ahí que su afirmación activa y positiva, luego de enjuiciar el comportamiento relacionado con el poder terrenal (vv. 25-27), tiene que ver precisamente con la entrega de su parte en una misión de servicio y humildad: “No es la misión de Cristo en la tierra situar a sus amigos en los mejores puestos y conceder honores, sino salvar a los hombres con un amor que no se detiene ante la muerte y muerte de cruz. El que ha resucitado a Jesús de entre los muertos, sabrá resucitar y premiar en su día a los que ahora siguen los pasos de Jesús”.[3]

Jesús se entregará en medio de conflictos, pero éstos no deberán esconder la decisión divina de hacerse presente en el mundo aunque no en la forma de un gobernante poderoso y despótico sino, más bien desde una disposición innegociable de servicio y entrega “para dar su vida (dounai ten psujén) en rescate por muchos” (v. 28), en una actitud de donación permanente y hasta lo último.

La indignación de los otros diez se debe más a la envidia, al oír esta petición, que al hecho de que hayan comprendido “los secretos del Reino”. Las normas que rigen en la comunidad mesiánica rompen con toda la ideología dominante en el mundo que la rodea especialmente con el modo de ejercer el poder en el mundo pagano (“los pueblos” o «las naciones»): su característica dominante es el absolutismo. Los que forman la comunidad mesiánica no deben asemejarse al modelo pagano; el modelo que Jesús propone es el del “servidor” (diakonos) y “esclavo” de los demás. La novedad de este modelo es el servicio a los demás: para los judíos era un honor llamarse servidores de Dios, pero no de los hombres.[4]

Dios se entrega a la humanidad en Jesús de Nazaret acompañando la existencia y agregándole el sentido salvífico que no es tan accesible para la mirada de los demás. Llevará a su Hijo a la cruz, es verdad, pero no como parte de un proceso sádico en el que disfrutará de su sufrimiento histórico, pues Él mismo experimentará, “en carne propia”, el dolor que produce una entrega no fingida, auténtica y liberadora:

Este servicio que Jesús propone tiene un modelo muy claro: Él mismo. Con sus últimas palabras corrige una concepción errónea que podía tenerse sobre su persona y al mismo tiempo se presenta como tipo del Siervo. Eso se hace en primer lugar con una frase negativa: “no ha venido para…”, y luego con otra positiva: «sino para dar su vida…», indicando que él será el verdadero Siervo de Yahvé y que su muerte tendrá el sentido de ser para todos los hombres una liberación (“rescate”) para llevar una nueva vida.[5]

 

2. Jesús de Nazaret: una vida al servicio del Reino de Dios

Si algún mérito ha tenido la relectura de la vida y obra de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, como se decía antes, desde América Latina, es la afirmación de su compromiso irrestricto con la esperanza en la venida y realización del Reino de Dios en el mundo. Esta búsqueda de la fe cristiana latinoamericana ha sido alimentada por un profundo acercamiento a los evangelios y, muy especialmente, al de Marcos, porque su carácter de primer registro cronológicamente hablando de los hechos y sus énfasis particulares contribuyen sólidamente a reconstruir los sucesos en una clave más actual y, al mismo tiempo, a reelaborar la fe individual y comunitaria desde la praxis de Jesús. Las comunidades que produjeron dicho evangelio hicieron algo similar y elaboraron una visión de la acción de Dios en Jesús de Nazaret de tal forma que no sólo proyectaron en él su misión sino que además alcanzaron a producir claves de interpretación de la vida y el mundo a partir de la preocupación esencial del profeta galileo: las manifestaciones visibles e históricas del Reino de Dios. Así lo plantea el jesuita mexicano Carlos Bravo Gallardo, ya fallecido:

…Marcos hace una aportación totalmente original a la búsqueda de sentido del hecho-Jesús:

  • no lo hace mediante confesiones, himnos o títulos, sino mediante la narración de su práctica;
  • se trata de una “narración inversa”;
  • en un mundo en el que la historia es de los vencedores, escribe un relato, desde el reverso de la historia, sobre ese judío vencido;
  • lo dirige a una comunidad de perseguidos no judíos, probablemente romanos, a quienes propone como norma de vida a ese judío;
  • se trata de un relato inconcluso de esa práctica truncada violentamente, que deja sin respuesta inmediata qué pasó con todo ese asunto de Jesús;
  • su autor no es un testigo inmediato de los hechos; incluso es probable que haya tenido que vencer resistencia fuertes a que consignara por escrito la memoria de Jesús;
  • en síntesis: no es la memoria del triunfo de Jesús, sino un relato de una práctica truncada por la violencia y el fracaso y que pretende comprometer al lector con el proseguimiento de esa causa.[6]

Esta “narración inversa”, en otras palabras, es una especie de “visión de los vencidos”, basada sobre todo en el hecho de que el movimiento iniciado por Jesús no buscó el poder material, aunque la esperanza en la venida del Reino, escatológico e histórico, implicase un “asalto al poder”, el cual se consumó, por así decirlo, con su resurrección y ascensión. Jesús no se aprovechó de las esperanzas, frustradas durante tanto tiempo., del pueblo, sino que relanzó esas esperanzas y las hizo realidad con su revaloración del cuerpo y de la salud integral de los seres humanos necesitados que encontró. Sus acciones de sanidad y solidaridad generaron controversias cada vez mayores y su postura ante las tradiciones religiosas lo colocaron en una situación prácticamente clandestina. En su figura se mezclaron el taumaturgo, el exorcista y el luchador social, una combinación inaceptable por el impacto popular que esto conllevaba. El régimen podía alguna de las tres prácticas, con su tratamiento correspondiente, pero no todas.

En primer lugar, hay que hablar de la manera en que la fe y esperanza en la venida del Reino “moldeó”, por así decirlo, su vida, pensamiento y acción. Fue, en palabras de Bravo Gallardo, un “hombre en conflicto” que asumió los riesgos de poner a funcionar los beneficios del Reino de Dios para la vida de la humanidad sufriente, justamente aquella en la que los encumbrados no querían pensar, dado el uso del poder que manejaban. Luego de la decapitación del Bautista, advertencia para el propio Jesús de lo que le sucedería si avanzaba en su proyecto, los anuncios que hizo sobre su camino a la cruz no escondieron, por ende, el grado de oposición que alcanzaría su labor desinteresada de servicio y empoderamiento de las personas, algo inaceptable para las cúpulas políticas y religiosas, pero que estaba en estricta consonancia con la promoción y vivencia de los valores del Reino de Dios. En Mr 8.31 es sumamente explícito al afirmar que sería “desechado” (apodokimásthēnai), o rechazado, como traducen las nuevas versiones, por quienes debían recibirlo como el Mesías: ancianos (presbíteros, el Sanedrín), sacerdotes (líderes religiosos) y escribas, los conocedores de la Ley, de la Palabra. Es decir, los destinatarios y vehículos de la esperanza del Reino de Dios. El v. 32a lo subraya: “Jesús lo dijo claramente”.

Jesús demuestra que la confesión mesiánica (como la de Pedro, v. 29) sobre su persona no es suficiente y que puede producir resultados negativos (vv. 32-33). Entonces delinea igual de claramente las características del seguimiento (v. 34), otro “redescubrimiento” de la cristología latinoamericana: la negación del egoísmo, esto es, de los proyectos personales, “tomar la cruz” y seguirlo en su camino martirial. “Se enfrentan dos modos de pensar sobre la práctica por el Reino: el que la concibe de acuerdo con el esquema humano de un poder que se impone, y el que la concibe desde Dios, como fuerza de vida que se ofrece indefensa a la libertad humana. Por su manera de pensar, Pedro se sitúa en el círculo de los opositores de Jesús, en el círculo de Satanás; esta dura migración de sentido es una advertencia para el seguidor de Jesús”.[7] Mateo matiza un poco semejante aseveración y Lucas la suprime por completo. Para Pedro, la popularidad de Jesús haría imparable su éxito político, pero ése no era su propósito central.

Como consecuencia de su compromiso total con el Reino de Dios, Jesús fue capaz de “sintonizar” y “sincronizar” sus acciones y enseñanzas con la voluntad de Dios. Esto fue lo que le otorgó una capacidad espiritual y ética que impresionó profundamente a sus contemporáneos, aunque no necesariamente los condujo a la conversión, especialmente a quienes estaban literalmente casados con el sistema socio-político y religiosos. Si Jesús vivió en consonancia total con la voluntad de Dios, eso mismo lo llevó a la cruz y él no evadió el conflicto. Su vida entera, dedicada al servicio del Reino en el cual creía tan firmemente, fue una entrega decidida a realizar en el mundo la presencia de esa nueva realidad que superará definitivamente la injusticia e instalará los valores de la vida de Dios en todas las relaciones humanas. El carácter paradójico de esta elección no se oculta sino que se afirma: “Porque si sólo les preocupa salvar la vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mí y por anunciar las buenas noticias, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane todo lo que quiera en el mundo, si al fin de cuentas pierde su vida” (vv. 35-36). Y ésa fue su experiencia radical a la cual nos llama a todos/as.

 

3. El camino de Jesús, modelo de entrega y de servicio

Jesús de Nazaret fue, como bien resume una fórmula, “el-hombre-para-los-demás” (D. Bonhoeffer), precisamente porque concibió y desarrolló su existencia histórica como un acto de entrega y servicio permanente. Este “desprendimiento”, como solemos llamar, en relación con su persona, le granjeó la aceptación de un grupo marginal y minoritario de hombres y mujeres que lo siguieron tratando de entender su mensaje y, al mismo tiempo, el rechazo abierto de los gobernantes, además de la indiferencia de la mayoría de la población. La vocación con que asumió la tarea de promover el Reino de Dios mediante señales y milagros (Jn 11.47-48) le permitió interpretar esta triple situación como parte de un proyecto divino que contemplaba, por un lado, la superación de los criterios éticos legalistas para relacionarse con el prójimo en el marco de un statu quo determinado que se sostenía, como siempre sucede, a costa del sufrimiento de las masas populares para estar al servicio de quienes las controlaban, especialmente en la vertiente religiosa.

El Cuarto Evangelio presenta los entretelones del complot contra Jesús, en el que participaron los dirigentes religiosos (sacerdotes y fariseos, v. 47a) y, más tarde, los militares romanos. El verdadero peligro fue bien percibido: “Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (v. 48): a) dejar de actuar, sin unirse a él ni combatirlo; b) por consiguiente, y ante la necesidad colectiva, la fe en él se extendería irremediablemente; c) el imperio intervendrá para imponer el orden; y d) se acabará la religión institucional y la nación misma, esto es, ellos perderían el control espiritual e ideológico sobre la gente.

La cadena de acciones de servicio que impactaba profundamente al pueblo había impacientado a ambos sectores, por lo que después de uno de los sucesos más espectaculares (la resurrección de Lázaro) deciden actuar: se reúnen para discutir la situación y, con la orientación paradójica de Caifás, una profecía involuntaria pero coherente, en el sentido de que sólo una persona debía morir en lugar de todo el pueblo (vv. 49-50), optan por matarlo (v. 53). El comentario del narrador (vv. 51-52) sitúa la decisión con el doble significado: primero, que Jesús moría por el pueblo y, segundo, que reuniría a los dispersos.

A partir de ahí, suceden dos cosas: Jesús se aparta con sus discípulos cerca del desierto (v. 55) y comienzan las especulaciones sobre si se atrevería a ir a la fiesta a Jerusalén (v. 56), pues ya estaba dada la orden para capturarlo. A continuación, será ungido para el martirio (12.1-8). La disposición para servir y entregar la vida a los demás es respondida con un complot de muerte. La oposición entre la luz y las tinieblas, tan propia de este evangelio, se manifiesta aquí mediante el contraste entre la limpidez de una entrega de vida con la brutal decisión de una condena a muerte de facto, a todas luces fuera de la ley, divina y humana. El modelo vital de Jesús, de apertura total e inclusividad sin límites es respondido por una conspiración para acabar con su vida. El Reino de Dios y las fuerzas del anti-reino se confrontan en un conflicto que acabará con la muerte ignominiosa de Jesús, pero que se proyectará inevitablemente hasta alcanzar la luminosidad de su resurrección.

Jesús trazó su camino a la cruz con acciones de servicio y liberación para el pueblo pobre, necesitado e ignorante. Reavivó sus esperanzas y las colocó en el horizonte del Reino de Dios devolviéndole, literalmente, la vida, como a Lázaro. La ceguera con que los líderes y buena parte del pueblo reaccionaron manifestó su incomprensión de los propósitos divinos. No pudieron entender que alguien se desapegara de esa forma de sí mismo para consagrarse al servicio de la venida del Reino de Dios en vida y obra, pues como resume José Antonio Pagola:

 

Jesús no ofrece dinero, cultura, poder, armas, seguridad_ pero su vida es una Buena Noticia para todo el que busca liberación.

Jesús es un hombre que cura, que sana, que reconstruye a los hombres y los libera del poder inexplicable del mal. Jesús trae salud y vida (Mt 9.35).

Jesús garantiza el perdón a los que se encuentran dominados por el pecado y les ofrece posibilidad de rehabilitación (Mc 2.1-12; Lc 7.36-50; Jn 8.2-10).

Jesús contagia su esperanza a los pobres, los perdidos, los desalentados, los últimos, porque están llamados a disfrutar la fiesta final de Dios (Mt 5.3-11; Lc 14.15-24).

Jesús descubre al pueblo desorientado el rostro humano de Dios (Mt 11.25-27) y ayuda a los hombres a vivir con una fe total en el futuro que está en manos de un Dios que nos ama como Padre (Mt 6.25-34).

Jesús ayuda a los hombres a descubrir su propia verdad (Lc 6, 39-45; Mt 18.2-4), una verdad que los puede ir liberando (Jn 8.31-32).

Jesús invita a los hombres a buscar una justicia mayor que la de los escribas y fariseos, la justicia de Dios que pide la liberación de todo hombre deshumanizado (Mt 6.33; Lc 4.17-22).

Jesús busca incansablemente crear verdadera fraternidad entre los hombres aboliendo todas las barreras raciales, jurídicas y sociales (Mt 5.38-48; Lc 6.27-38).[8]

Todo esto fue y es parte del modelo extraordinario de entrega y servicio que desarrolló Jesús para que, de manera alternativa, el pueblo de su época, igual que hoy, supiera y experimentara la cercanía del Dios del Reino de paz, justicia y armonía que introdujo su Hijo en el mundo.

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[1] “Comentarios al Evangelio (Mt 20.20-28)”, en www.mercaba.org/DIESDOMINI/FIESTAS/SANTIAGO/ev-comentario.htm

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Idem.

[6] Carlos Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. El relato de Marcos en América Latina. México, Centro de Reflexión Teológica, 1986 (Teología actual, 1), pp. 16-17. Otra edición: Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 30).

[7] Ibid., p. 147. Énfasis agregado.

[8] José Antonio Pagola, “Jesucristo. Catequesis cristológicas”, en www.mercaba.org/FICHAS/JESUS/003-02.htm.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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