Si Jesús, el Jesús histórico, volviera a la tierra como la vez primera, no encontraría lugar en la iglesia. Sería mirado con recelo, con desconfianza, y antes sería expulsado que admitido en la membresía de la comunidad. Demasiado inquieto, demasiado inquieto; innovador peligroso, un provocador que no respeta las normas; radical, no equidistante; herético, proponiendo lecturas transgresoras de los textos sagrados, no conforme a la ortodoxia; iconoclasta de las buenas formas y de la sana doctrina. Un tipo difícil, no amoldable a nada establecido. Amigo de amistades peligrosas y siempre moviéndose en la línea delgada de la ilegalidad. Antisocial hasta el punto de cuestionar la familia y el sistema político-social. «No he venido a traer la paz sino la espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra, y cada uno tendrá como enemigos a los que conviven con él». (Mt 10:34-36).
Jesús no sería reconocido en su iglesia ni por su iglesia. Por más que le dirigiera palabras de amor y preocupación por su bienestar, sería rechazado como un visionario peligroso al que es mejor mantener lejos. No se puede ser tan radical y pretender venir de parte del buen Dios de las maneras educadas y las costumbres ejemplares.
¿Cómo se puede tener tanto atrevimiento para corregir a los doctores e intérpretes del dogma, de la doctrina? «Habéis oído, pero yo os digo». Aparte de alentar a los espíritus perezosos a dejarse llevar por la indolencia. «No os afanéis por el día de mañana… No atesoréis riquezas en la tierra, mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta» (Mt 6:19,26-33). ¡Y esa desconsideración con los ricos! Mejor mantenerle lejos, cerrarle los accesos a la cátedra y cualquier tipo de enseñanza que pudiera extender entre los ignorantes sus principios disolventes.
Le ocurrió la primera vez, le volvería a ocurrir en esta hipotética segunda vez. Quizá nunca haya dejado de ocurrirle. Jesús es demasiado para este pobre mundo, incluso para su propia iglesia.
Para empezar, Jesús nació transgresor. Nada menos que de una «virgen». Como bien puntualiza la teóloga Ivoni Richter Reimer:
Ser virgen/parthenos tiene, además del significado biológico, el sentido de no ser dependiente de un hombre. Se afirma la autonomía con respecto a estructuras patriarcales y de dominación; se afirma que el proceso de decisión y de participación pertenece a la mujer y que es ella la que traza responsablemente su propio camino. Protagonista y transgresora, María vivencia la hierofanía del ángel y del Espíritu, que la cubre y la protege cual una nube para que pueda participar en la historia de la salvación, como otrora fueran abrigados Moisés y el pueblo por esa misma nube del Espíritu para que pudieran cumplir la promesa de Dios[1].
Jesús es el fruto del vientre bendito de María, lo cual va más allá de nuestra imaginería piadosa.
María anduvo a contracorriente de la historia: subió a las montañas de Judá para estar junto a su prima Isabel y ampararla en su gravidez, así como para compartir con ella las novedades de su propia vida; reconoció, en al abrazo de Isabel, lo que acontecía en su cuerpo y, cantando, restauró la esperanza del pueblo/la comunidad lucana mediante el rescate de la tradición profética en su Magnificat, en el cual preanuncia los caminos que trazará su hijo; dio a luz en medio de las tenebrosas manifestaciones de los poderes políticos y de la miseria humana que la rodeaba[2].
Desde un punto de vista teológico podemos retroceder un poco más y decir sin temor a equivocarnos, el nacimiento de Jesús forma parte de un plan transgresor divino que se remonta a la eternidad, el cual, según el apóstol Pablo comprende que «al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su hijo nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos» (Ga 4:4-5). En buena teología creemos que Jesús no fue un hijo «adoptivo» de Dios, sino Hijo propio de la misma esencia de Dios, como la Palabra de la Mente. Dios verdadero y verdadero Hombre. En unidad inseparable y sin confusión. Pero aquí se dan dos extremos paradójicos, contradictorios: lo eterno, inmutable y trascendente de lo divino, y lo mudable, lo caduco y lo histórico de la carne. El Verbo encarnado (Jn 1:1). ¿No es la Encarnación una transgresión de la naturaleza divina? Jesucristo, en cuanto Verbo encarnado, ¿no es una transgresión a lo divino? O al revés, la pretensión divina de Jesús, ¿no es una transgresión humana, una blasfema pretensión de asaltar lo divino?
Esta es la transgresión fundamental que justifica la teología y celebra la comunidad cristiana. Y desde el momento que aplica a Dios a la iniciativa, la teología está proclamando abiertamente su creencia en un Dios transgresor. Así lo entiende el teólogo José María del Campo:
El significado más literal del verbo «transgredir» (del latín transgredior) es cruzar, infringir, quebrantar, vulnerar una orden o una ley de cualquier clase que sea… en ese sentido, el Dios que anuncia el Evangelio aparece como profundamente transgresor, al igual que quien es uno con Él. Jesús, «el hombre que venía de Dios» (J. Moingt) es transgresor precisamente porque, en cuanto Hijo de Dios, ha cruzado la frontera entre el cielo y la tierra, ha infringido la ley de separación entre lo divino y lo humano (Jn 1:14; Flp 2:6-8).
O José Antonio García Rodríguez:
Jesús es transgresor porque no sólo ha descendido del cielo a la tierra (violación del primer umbral), sino de rico a pobre (segundo umbral), y de Señor a siervo crucificado (tercer umbral). Y todo ello movido exclusivamente por amor a la humanidad, por la edificación del Reino de Dios, una tierra y un cielo nuevos regidos por la única ley de la filiación y la fraternidad[3].
Como maestro fue único, maravilloso, con esas narraciones llamadas parábolas tan cercanas a la vida cotidiana de sus oyentes, pero como «ganador de almas», fue pésimo. Como bien dice Beto Vargas, Jesús podía haber sido más cauto, más prudente, podía evitar sembrar división y, sobre todo, no andar confundiendo a los doctores de la ley con las cosas que hacía y que decía. No le costaba nada.
Con la inteligencia que mostraba de seguro habría encontrado otro camino menos áspero para tantos que le veían o le escuchaban y que no sabían qué pensar. Podía haber llevado sus cuestionamientos por las pertinentes vías jerárquicas hasta llegar a las altas instancias de decisión y probar, si es que estaba tan convencido, la autenticidad de sus interpretaciones, un tanto exageradas, un tanto irrespetuosas, de los preceptos que se habían enseñado durante siglos. Pero no.
Podría haberse hecho querer un poquito. No hacerse merecedor del desprecio y la persecución de los teólogos y los predicadores, que le dedicaron sermones y videos, que lo acusaron de modernista, de relativista, de arrodillado al nuevo orden mundial[4].
Toda la vida de Jesús fue un ir de una transgresión a otra, empezando por sus curaciones en el día sagrado del pueblo judío, el Shabbat. ¿No había días en los que Jesús hubiese realizado los milagros que realizó sin hacerlo precisamente en ese día tan señalado y tan significativo para la fe y la experiencia israelita? ¿No podía haber respetado lo más esencial de la religión sin por eso renunciar a su misión y su mensaje? ¿No hubiera sido más prudente, más productivo, más eficaz? El Shabbat era el día señalado para dar culto a Dios cada semana, ¿tanto le molestaba ser respetuoso con las tradiciones, ni siquiera esa? La verdad es que a Jesús no le gustaban las tradiciones, precisamente por considerarlas transgresoras, en un sentido negativo que él no podía tolerar. «Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición» (Mc 7:9). Precisamente el Shabbat fue para él una cuestión diferencial entre su mensaje y el de los fariseos y guardianes de la fe. El Shabbat, como modelo ejemplar de la ley tal cual la entendían sus contemporáneos, fue el campo de batalla de Jesús para mostrar el corazón y la esencia de la ley, o el camino que él quería inculcar en sus oyentes, que no se encuentra en ordenanzas, prohibiciones y amenazas, sino en algo más primordial y anterior a las leyes y mandamientos, la persona humana a cuyo servicio deben subordinarse todas las instituciones humanas y divinas. Esa figura frágil, indefensa, triturada metódicamente por las instituciones del estado, del poder, del comercio. Todo cuando existe ha sido creado para para el hombre, no al revés. La centralidad de la persona humana, su dignidad, su valor, su libertad fue el eje que guió la vida y mensaje de Jesús como el norte del que uno no debe desviarse. Pero, por cuanto las instituciones gobernantes y opresoras, nacionales y extranjeras, se habían dedicado a transgredir sistemáticamente la dignidad de la persona humana, él, que fue un liberador, un renovador, un salvador de la triste condición humana, tuvo que comportarse como un transgresor de las transgresiones cometidas en nombre de la ley y el orden.
Aunque la experiencia de Jesús como transgresor es un tema central de la tradición y tiene grandes consecuencias a la hora de entender la acción de sus seguidores, es un tema totalmente ignorado en nuestros medios, académicos, eclesiales o comunitarios. Xabier Pikaza, que ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo a estudiar la vida de Jesús en clave de transgresión[5], nos recuerda que hay transgresores y transgresores:
Hay transgresores destructivos que rompen sin más unos límites, simplemente por romperlos, que destruyen lo que hay por destruirlo sin más.
Hay transgresores creativos que quieren romper o superan unos límites opresores para trazar caminos nuevos de vida. cambiando un sistema que juzgan imperfecto por otro que les parece más perfecto.
En esa segunda línea, Jesús ha sido un transgresor mesiánico, ha superado y roto unas barreras anteriores no para crear otras, sino para abrir un espacio y camino de vida que puede ser universal[6].
Desde este fondo podemos entender la figura de Jesús, sus milagros y su significado redentor para nosotros y nuestras circunstancias. Al hacerlo así, entenderemos que solo una Jesús provocador nos puede salvar —aunque el espíritu humano es tan romo que ni con esas. El orden existente está pensado para justificar los intereses de unos contra otros, dejando a muchos fuera del sistema, en los márgenes de la existencia, con su enfermedad y dolor, excluidos de la buena sociedad y privilegios. Se ha cercado el barrio residencial de los justos, de los ricos, de los poderosos, dejando al resto a la intemperie, en la jungla de la vida. Por eso Jesús se movió en los márgenes de la sociedad y fue considerado despectivamente como «amigo de publicanos y de pecadores» (Mt 11:19), algo sobre lo que después sus seguidores pasaron de puntillas:
El análisis crítico de los testimonios más antiguos relativos al trato de Jesús con personas de mala reputación revela que, no sólo sus contemporáneos judíos, sino también los cristianos que transmitieron esa información, se sintieron incómodos ante la actitud de su fundador. Dicha incomodidad ha quedado reflejada en el carácter apologético de los contextos evangélicos donde hoy encontramos esos testimonios. Por lo demás, no tenemos noticia alguna de que los líderes de las comunidades cristianas primitivas exhortaran a la imitación de Jesús en este punto[7].
En los exorcismos, o mejor, expulsiones demoniacas, Pikaza ve manifestado el carácter mesiánico de Jesús. Mesianismo transgresor:
Jesús ha planteado su proyecto mesiánico como lucha de presencia liberadora en el lugar donde las transgresiones e impurezas son más fuertes. Se ha creído enviado por Dios como exorcista, para curar a los endemoniados. No sabemos cómo ha madurado en él esa certeza. Pero lo cierto es que ha sido un exorcista especializado y maestro de exorcistas (cf. Mc 1:21-28; 3:15; 6:12). Allí donde otros hombres y mujeres de su tiempo pensaban que muchos humanos estaban condenados a vivir bajo el poder de espíritus, expulsados de la buena sociedad como malditos, Jesús quiso acercarse a ellos con un gesto de sanación[8].
Jesús se hizo cercano a los que estaban lejos religiosa y socialmente. Tocó y sanó a leprosos, considerados legalmente impuros, y por tanto obligados por prescripción legal, a permanecer fuera de los lugares habitados, a la vera de los caminos mendigando un trozo de pan. Terriblemente excluidos de toda relación humana, social y religiosa. Jesús se acercó a ellos transgrediendo las leyes en obediencia a una ley superior, la del amor y la misericordia. Allí donde otros veían un castigo de Dios en la lepra, la ceguera o la enfermedad en general, Jesús vio la ocasión de manifestar la gloria de Dios (Jn 9:3). Al hacerlo, Jesús no se limitó a la palabra, sino que recurrió al tacto, al tocamiento, a la aproximación, indicando así que no quiere mantenerse a una distancia de seguridad para no ser contaminado, contagiado. Tal es «el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. La transgresión de Dios. Es un gran transgresor en este sentido»[9].
Y, por fin, lo más importante desde una perspectiva evangélica, Jesús es el autor de una redención transgresora. De nuevo tenemos que recurrir a Xabier Pikaza, como el maestro bíblico por excelencia que es:
esús no ha venido a pedir cuentas a los pecadores, sino para ofrecerles el jubileo de la libertad, es decir, de la gracia y el amor de Dios. Él querido presentarse como redentor en la línea de la tradición sabática y jubilar de Israel: quiere rescatar lo perdido, ofreciendo dignidad y esperanza a los que estaban expulsados, sometidos al poder de la violencia, en manos de potencias diabólicas. Desde ese fondo se entiende su proclamación jubilar de perdón, libertad y gozo (cf. Lc 4:18-19 y Mt 11:5-6).
No exige a los humanos que paguen la deuda que tienen con Dios, sino que supera el nivel de la deuda, entregando su vida al servicio de los excluidos. El juez en cuanto tal no paga: dicta desde arriba la sentencia y exige que cada uno pague lo que debe. Pero Jesús no es juez sino redentor: paga él mismo lo que deben los humanos y de esa forma se vincula con los transgresores, apareciendo como su amigo y patrono[10].
El seguidor de Jesús no debe temer la transgresión, al revés, debe aprender y estar dispuesto a hacerlo, y pagar el precio por ello, cuando está en juego la libertad y dignidad de los demás, de aquellos a quienes, en cuanto prójimos, está llamado a servir, ayudar y contribuir a realización personal, que creemos que se produce en encuentro honesto y sincero entre Dios y el alma
Estamos llamados a romper cadenas, no a fortalecerlas. Hay quien entiende el cristianismo como una serie de reglas doctrinales y morales, y a partir de ahí se construyen muros y barreras que en lugar de liberar los espíritus los encadenan a sistemas particulares cada cual más restrictivo, olvidando que el principio ético, y teológico, del cristianismo es el amor, resumen de toda ciencia y de toda acción[11]. El amor entendido a la manera cristiana, como preferencia por los excluidos, los marginados, los que carecen de valor (a los ojos humanos), los ignorados, los humillados mediante esa increíble capacidad del ser humano para hacer sentir mal a su prójimo, es un principio que transgrede, traspasa, trasciende semejantes barreras y abre las puertas y ventanas de una nueva manera de ser humanos, conforme al camino iniciado por el Dios que se hizo hombre para los hombres. Un Dios que al ser amor refleja ese carácter tan femenino cifrado en el alumbramiento, el acogimiento, la ternura, la recepción. No tiene nada de sorprendente, pues, que tantas mujeres se reunieran en torno a Jesús como el Maestro.
Por eso, en esta y en todas las horas, hay que atreverse a ser transgresores; hay que vencer esa timidez y moderación que suele una excusa educada para la injusticia. No es posible ser equidistantes cuando de lo que se trata es de transgredir normas y sistemas de dominación y subordinación establecidos por los sistemas de este mundo.
«Séanos dada la alegría de encontrar la fuente, nadando contra la corriente, y de absorber de ella toda la energía que necesitamos para, como Jesús, dar continuidad a las tradiciones transgresoras de la historia de Dios con nosotros»[12].
Amén
______________________________________________
[1] Ivoni Richter Reimer, Jesús y la tradición de las transgresoras, https://revista.ecaminos.org/jesus-y-la-tradicion-de-las-transgresoras
[2] Ivoni Richter Reimer, Jesús y la tradición de las transgresoras.
[3] José Antonio García, “La identidad cristiana en un mundo de identidades múltiples”, Sal Terrae. Revista de pastoral teológica, 102/1192 (2014), 679-694.
[4] Beto Vargas, Jesús, el Transgresor, https://www.religiondigital.org/dios-_en_minuscula/Jesus-Transgresor_7_2332336754.html
[5] X. Pikaza, Este es el Hombre. Manual de Cristología (Secretariado Trinitario, Salamanca 1997); Jesús, educador (Editorial Khaf, Madrid 2017); La novedad de Jesús. Aportación y legado (Ediciones Feadulta, Toledo 2019). Véase también Juan Arias, El gran secreto de Jesús. Aguilar, Madrid 2010.
[6] X. Pikaza, Jesús transgresor. De la exclusión a la acogida. https://mercaba.org/FICHAS/Claretianos/jesus_transgresor.htm
[7] Esther Miquel, Amigos de esclavos, prostitutas y pecadores, p. 14. Verbo Divino, Estella 2007.
[8] Pikaza, Jesús, el transgresor, https://www.religiondigital.org/el_blog_de_x-_pikaza/Jesus-transgresor_7_1355634434.html
[9] Francisco, Aprendamos a ser transgresores como Jesús. https://infovaticana.com/2021/02/15/el-papa-aprendamos-a-ser-transgresores-como-jesus/
[10] X. Pikaza, Jesús transgresor. De la exclusión a la acogida.
[11] Véase A. Ropero, Neocalvinismo, soberanía y kénosis, https://www.lupaprotestante.com/neocalvinismo-soberania-y-kenosis-alfonso-ropero/, y De la Soberanía al Amor. Cambio de paradigma en teología, https://pensamientopentecostal.wordpress.com/2017/10/16/de-la-soberania-al-amor-cambio-de-paradigma-en-teologia-por-alfonso-ropero/
[12] Ivoni Richter Reimer, Jesús y la tradición de las transgresoras.