El maestro, literato y político dominicano Juan Bosch, es una figura histórica que nos enorgullece a los caribeños y caribeñas. Este humanista pleno y cabal aportó a la vida de nuestra región su sabiduría y conocimiento para enaltecer los más altos valores morales, espirituales y culturales que nos ayudan hoy a descifrar enigmas y buscar nuevos rumbos. Quiero recordarle en esta fecha que nos da rabia, la del golpe de estado militar que lo traicionó y lo separó de su lugar legítimo como presidente constitucional de la República Dominicana. Eso fue el 25 de septiembre de 1973. El mismo mes, el 11 de septiembre, en que otra asonada golpista truncó el proceso constitucional en Chile, derrocando a nuestro recordado Salvador Allende. En ambos casos se troncharon las esperanzas de dos pueblos que han luchado y luchan por su plena libertad con dignidad
En primer lugar, Juan Bosch (como José Martí, ese otro genio caribeño) fue un literato multifacético. Cultivo como escritor variedad de géneros, incursionando en la cuentística, la ensayística, la poesía, la novela, la historia y los escritos políticos. Fue un escritor prolífico, siempre pensando en el gran público que no poseía entrenamiento académico, pero que en su concepción sabía pensar. Por eso lo consideramos un maestro popular (en dos dimensiones clave: su dedicación a la vida de los pueblos y su interés por difundir conocimiento para el pueblo).
Debo confesar que hay dos libros de Don Juan Bosch que quebraron mi ingenuidad intelectual: Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo y De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial. El primero lo leí cuando, siendo estudiante del Seminario Evangélico de Puerto Rico, me asignaron un cubículo para mis estudios. Allí estaba, entre los libros de Domingo Marrero Navarro, insigne filósofo y teólogo puertorriqueño que nos ha honrado, y es otro maestro ilustre e influyente. Absorbí el libro, y comprendí tantas cosas que seguí devorando literatura caribeña e historia de nuestra región. ¡Y todavía lo sigo haciendo! Con ese libro me situé en el corazón del Caribe. Y comencé a desdibujar escenarios de opresiones desconocidas.
El otro libro lo leí en 1982. Curiosamente, mi amigo y colega Enrique Dussel lo estaba leyendo y me lo recomendó. Nos encontrábamos en Trinidad y Tobago, en la reunión de CEHILA (Comisión para el Estudio de la Historia de la Iglesia en Latinoamérica), de la cual Enrique era presidente y yo coordinador protestante. Adquirí el libro y cuando terminé de leer este clásico de nuestra historia caribeña se me cayeron las escamas de los ojos. Y me miré en el espejo de esa historia colonial. Ya no pude seguir siendo el mismo. Cada vez que releo este libro bendigo la mano y la pluma del escritor que me empujó por ese laberinto necesario, Juan Bosch.
Hoy al recordarlo quiero evocar tres encuentros con Don Juan Bosch. Fueron momentos inolvidables de conversación y diálogo. Le conocí en la Casa de las Américas en La Habana, Cuba. En ese lugar de las letras y la producción literaria que tanta riqueza intelectual ha compartido, se encontraba Don Juan Bosch. El Dr. José Felipe Carneado, encargado de la Oficina de Atención de los Asuntos Religiosos en Cuba, me lo presentó. Le compartí a Don Juan mi gratitud por sus escritos y por lo que me habían enseñado. Con su acostumbrada humildad y sencillez, agradeció mis palabras, y me respondió: “Mire, Rdo. Álvarez, yo también tengo una deuda de gratitud con Uds. los puertorriqueños, y tiene nombre: Eugenio María de Hostos, maestro de todos nosotros.”
El segundo encuentro fue más íntimo y extenso. Fue en su propio apartamento, allí en Santo Domingo. El Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) reunía a su Secretariado y Junta Directiva en dicha ciudad. Como secretario regional del Caribe Hispano me correspondía ser el anfitrión y organizar los eventos. Entonces, programé una serie de visitas a líderes religiosos y políticos para ofrecer una visión a nuestros líderes del CLAI sobre lo que acontecía en el país. Los obispos Federico Pagura y Gabriel Vaccaro, presidente y vicepresidente respectivamente del CLAI, conducían estas visitas.
Visitamos a varias figuras destacadas. Las dos más connotadas fueron el Arzobispo de la Iglesia Católica, Monseñor Nicolás López Rodríguez y Don Juan Bosch, presidente del partido de la Liberación Dominicana y candidato presidencial en los siguientes comicios electorales. Ambas visitas estuvieron marcadas por la cordialidad y un intenso diálogo.
Con Don Juan Bosch compartimos una conversación muy afable y diáfana, llena de anécdotas, comentarios literarios, análisis político y preocupaciones compartidas sobre la vida y política de Latinoamérica y el Caribe. Recuerdo que Don Juan debía someterse en esos días a una seria intervención quirúrgica y pidió que lo recordáramos en nuestras oraciones. El obispo Pagura oró por su salud y su familia. Al final Don Juan hizo un comentario jocoso: “Bien, me tranquiliza que los cirujanos son de mi partido político”.
El tercer encuentro fue en la Universidad de Puerto Rico. Había sido invitado Don Juan Bosch a disertar en la fecha conmemorativa del natalicio de Don Eugenio María de Hostos. Al final de su ponencia, y después de un extenso debate con personalidades políticas e intelectuales, fui a saludarlo. Y con su ya conocida humildad envió saludos a los obispos Pagura y Vaccaro. “Y no deje de visitarme si pasa por Santo Domingo. Ud. sabe que en mi casa hay buen café.”
Al evocar a Don Juan Bosch en este día rodeado de pensamientos y nostalgias tan dispares, nos hace bien exaltar a un hijo del Caribe que nos ennoblece, dominicano de buena estirpe. Un maestro noble, íntegro, digno y por lo tanto…Un sabio. En unos primeros versos que él mismo cita, ya se avizoraba la calidad humana y literaria de Don Juan Bosch:
“Yo quiero ser entre los hombres, hombre, Yo quiero ser entre los bravos, bravo.
Quiero llegar a donde Dios se esconde. Y al mismo Dios arrebatarle el rayo.”
(Juan Bosch, Antología Personal. Río Piedras: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, ix).