La iglesia es la comunidad de la Palabra de Dios y vive por ella. Una iglesia es sana sólo cuando su interpretación bíblica es sana. Una iglesia que especula con la Palabra de Dios, en vez de escucharla y obedecerla, no puede estar bien. Hoy día en las iglesias protestantes de América Latina se puede encontrar cualquier cosa, desde “apóstoles” y prosperidad hasta guerra espiritual y maldiciones generacionales. Y por supuesto, no puede faltar el diezmo. Aun cuando algunos de esos puntos fueran válidos, ninguno es central al mensaje del evangelio.[1]
- Discípulo directo de Karl Barth
Uno de los encuentros más anhelados e impredecibles de quien escribe estas líneas fue el que tuvo con el doctor Juan Stam, quien llegó a sus 90 años de productiva edad y ahora, el 17 de octubre de 2020 ha entrado a las dimensiones eternas. Después de mucho tiempo de haber leído un par de impresionantes textos suyos, de muy amplio aliento, a los que se aludirá en este artículo puntualmente, conocerlo personalmente fue una de las mayores experiencias vividas en Costa Rica entre 1997 y 1998. Verlo en su imponente altura y escuchar su siempre propositiva y alegre voz compartiendo un poco de sus saberes, producía una gran alegría entre quienes lo escuchaban. Habiendo sido uno de los pocos discípulos latinoamericanos directos de Karl Barth (además de Emilio Castro, Rolando Gutiérrez y Orlando Costas, entre otros),[2] su testimonio de ese aprendizaje es uno de los más gozosos momentos de lectura teológica que se puede envidiar con total justificación, acaso porque aprendió algo del humor del teólogo suizo. Solamente el encuentro con Eberhard Busch (último asistente de Barth) se le podría comparar. Así lo refiere Stam:
Cuando me presenté a Barth en 1961, y le dije que era de Costa Rica, Centroamérica, me dijo: “Ah, revoluciones, ¿verdad?”. Le expliqué que en Costa Rica hemos tenido un gobierno estable, a lo que respondió: “Ah, volcanes y terremotos entonces, ¿verdad?”. Le interesaban todos los países y estaba muy bien informado. Era muy enemigo del régimen de Francisco Franco.
Barth tenía un maravilloso sentido de humor. En un coloquio donde conversábamos sobre la creación, un norteamericano (un profesor, según recuerdo) hizo una pregunta algo larga sobre los dinosaurios. Barth respondió que no tenían nada que ver con el tema bíblico y la teología de la creación. El norteamericano cuestionó la respuesta de Barth, como manera errada de relacionar ciencia y fe, y más adelante en el conversatorio, volvió a insistir en el tema de los dinosaurios. Evidentemente molesto, Barth exclamó: “¿Qué están haciendo todos estos dinosaurios en nuestra aula de teología? Me los sacan ya; llévenlos al zoológico donde deben estar”. […]
Cuando regresé a nuestro Seminario en Costa Rica y me pidieron una charla sobre Barth, resumí mi impresión de su persona con tres palabras latinas: humanitas, humilitas, e hilaritas. Eso fue Karl Barth.
La personalidad de Barth era tan rica y creativa, se ha convertido en leyenda y sujeto de innumerables anécdotas apócrifos. Las historias, incluso éstas, crecen a ir contándose. Pero lo que cuento ahora son recuerdos que creemos que son fieles. Sobre todo, son fieles a la personalidad del maestro.[3]
Misionero de larga trayectoria, le correspondió vivir la profunda y compleja transformación del Seminario Bíblico Latinoamericano (SBL), que después evocaría en trazos tan polémicos como punzantes, en los que combina emotivamente lo que fue esa institución en algunos de los años más heroicos con observaciones duras, pero necesarias en su momento. Se rescata aquí un apunte de esa reconstrucción de una época marcada por un cambio que se veía como algo casi imposible, pues pasar de ser una escuela teológica fundada por misioneros conservadores para convertirse en un centro de formación liberadora (como se decía entonces) y que tanto impacto tendría en el subcontinente, algo apasionante y sumamente exigente. Si algo caracterizó a buena parte de esa pléyade de profesores/as ilustres (Rubén Lores, Irene y Ricardo Foulkes, Gloria y Ross Kinsler, Aníbal Guzmán, Carmelo Álvarez, Janet y Roy May…) fue su latinoamericanismo irrestricto e indiscutible. La huella que dejó en sus discípulos (Victorio Araya, Edesio Sánchez y Elsa Tamez, entre ellos) fue indeleble y aún se percibe en el trabajo que realizan. La ruta ideológica fue firme y se afrontaron varios conflictos. He aquí sus palabras:
El SBL entró en los 70s con grandes expectativas. La institución ya se había “latinoamericanizado” profundamente, con tres rectores brillantes: Bonilla, Lores y Taylor. Habíamos superado el fundamentalismo y el legalismo del pasado para entrar plenamente en un proyecto “evangélico radical”. El método pedagógico de los seminarios, con ponentes y reactores, estaba aportando una nueva dinámica académica y teológica. Los graduandos escribieron algunas tesis brillantes, dignas de ser publicadas (y eso sin computadora y Google). El Seminario se caracterizaba por una apertura crítica hacia la teología radical de ISAL y la recién nacida teología de la liberación, el feminismo, las corrientes carismáticas y la misionología de Evangelismo a Fondo y la FTL.[4]
Para quienes conocieron los últimos años del edificio antiguo del SBL en su transición para convertirse en Universidad, esta evocación produce una nostalgia profunda, pues los pasillos, las aulas y el ambiente de aquel espacio tan entrañable sigue muy viva y presente, especialmente para los que con tanta emoción pisaron sus salones por primera vez. Mucho de esa historia llegó a América Latina como un modelo de contextualización y apertura para la educación teológica y para las iglesias. Las referencias fueron buenas, en general, y quien llegaba al SBL podía beneficiarse enormemente según fuera guiado en su proyecto de estudio. Stam siguió siendo una figura muy familiar, especialmente porque siempre fue solidario (junto a su esposa Doris) con las familias de estudiantes hospedadas en el conjunto de Cedros. Para entonces ya había cumplida otra época como profesor en la Universidad Nacional de Heredia. Él lo recuerda así:
Por unas dos décadas después de mi renuncia me alejé totalmente del SBL, pero con su traslado al nuevo local en Los Cedros comencé de nuevo a relacionarme de diferentes maneras. Porque vivíamos cerca del Seminario (después Universidad), a través de los años muchos/as estudiantes nos han venido a visitar. Además, yo dejaba racimos de bananos con los apartamentos y la UBL, lo que resultaba en conversaciones y amistades con muchos alumnos/as. Más adelante, Arturo Piedra me animó a enseñar algunos cursos nocturnos, además de ofrecer conferencias en otras clases.
El contacto directo con sus obras, luego, con la persona, y otra vez, con las nuevas obras, hizo de su presencia bonachona y amable una forma de acompañamiento que se sabía estaba ahí, al pendiente de lo acontecido en diferentes niveles. En algunas de sus visitas a México fue posible reunirse con él y departir, como viejos amigos, para charlar sobre todo acerca de su indeclinable interés por el Apocalipsis. Con una paciencia admirable se dejaba “aconsejar” sobre algunos enfoques literarios que podrían, quizá, agregarse a su paciente labor de comentarista del último libro de la Biblia, que en cuatro grandiosos tomos (publicados por Kairós, en Argentina, además de Apocalipsis y profecía) ha dejado constancia de su seriedad como exegeta. Cuando Arturo Piedra editó en dos grandes tomos una selección de sus ensayos (Haciendo teología en América Latina. Juan Stam, un teólogo del camino, 2005), el panorama de su obra se iluminó y estuvo más accesible. La aparición de Las buenas nuevas de la creación en la editorial Nueva Creación fue todo un acontecimiento (habría una reedición posterior). Desde que abrió su sitio personal (www.juanstam.com) en enero de 2007 ha sido posible seguir también el ritmo de su vocación como analista teológico y eclesial.
Los dos textos aludidos al principio son los siguientes: “La Biblia, el lector y su contexto histórico: pautas para una hermenéutica evangélica contextual”[5] y “El Apocalipsis y el imperio romano”.[6] El primero, aparecido en un material colectivo de estudio, es un deslumbrante acercamiento a los diversos aspectos de la hermenéutica, escrito con una seriedad impecable y desde una perspectiva que parece conservadora, pero que en realidad despliega un profundo conocimiento del tema, además de la preocupación por aplicar los mejores elementos interpretativos a la vida y misión de la iglesia. Cada aspecto de la interpretación encuentra su lugar en la exposición minuciosa y cabal de Stam. Es un texto fundamental de la hermenéutica evangélica latinoamericana.
El segundo, publicado en un volumen de homenaje al gran historiador Wilton M. Nelson (Lectura teológica del tiempo latinoamericano, 1979), una de las grandes luminarias del SBL, es un penetrante y agudo ensayo histórico-exegético sobre los factores ideológicos, políticos y económicos que subyacen al mayor libro apocalíptico de la Biblia. Su enfoque es altamente crítico, en el mejor sentido, y quien lo lee y aprecia puede decir que a través de él traspone el umbral de la ingenuidad bíblica para hacerse presente en el ámbito de la hermenéutica más amplia y efectiva: crítica y profética, analítica y pastoral. Ese ensayo puede verse como el preámbulo a sus trabajos sobre el Apocalipsis y la escatología. No queda la menor de que Stam fue teólogo latinoamericano por elección propia.
- Interpretación bíblica y Apocalipsis
Nuestra fidelidad en misión comienza con nuestra fidelidad en la interpretación bíblica, la cual requiere una doble contextualización del texto, primero en su situación original antigua (exégesis) y segundo la contextualización en la realidad actual (hermenéutica). Las relecturas contemporáneas deben basarse en la mejor interpretación posible del texto de ayer y de la realidad de hoy. De manera similar, la tarea de la teología, más que la de armar un “sistema” teórico de ideas abstractas, es la de aclarar el significado del evangelio para los siempre nuevos contextos de la historia. En eso consiste también la contextualidad de la misión. Los grandes cristianos han sido los que mejor han entendido su momento histórico: San Agustín ante el colapso del imperio romano, San Anselmo (y Abelardo) a inicios de la Edad Media, Tomás Aquino en el apogeo del mismo, los reformadores en el siglo XVI y Karl Barth a inicios del XX.[7]
Entre los innumerables ensayos teológico-exegéticos del Dr. Juan Stam, figuran en un lugar privilegiado dos de ellos que, en opinión del autor de estas líneas, son de lo más granado de su producción. Se trata de “El Apocalipsis y el Imperio Romano”, publicado por primera vez en 1979 en el libro de homenaje al Dr. Wilton M. Nelson.[8] El otro ensayo es “La Biblia, el lector y su contexto histórico. Pautas para una hermenéutica evangélica contextual”, ponencia presentada en una consulta de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) sobre hermenéutica, en septiembre de 1982, en Tlayacapan, Morelos, México.[9] En ambos textos se despliega, además de una enorme erudición bíblica, histórica y teológica, la gran pasión pastoral que lo caracterizó durante toda su vida. Son documentos que marcan de manera indeleble a quien los lee por primera vez y que, al desmenuzarlos con el paso del tiempo, adquieren una gran significación por su utilidad y pertinencia.
En el primero, sus palabras denotan la búsqueda de un interlocutor nada despreciable, pues se dirige a los integrantes de iglesias latinoamericanas atenazadas por la búsqueda de la fidelidad a la Palabra de Dios y, al mismo tiempo, por las exigencias de un tiempo complejo que requería respuestas sólidas basadas en la fe. Esta combinación de factores lo llevó a articular un discurso en el que se fundieron algunos de los más recientes avances de la investigación bíblica, así como los logros de la lingüística y hermenéutica. Su horizonte de análisis es expuesto de manera transparente:
Por una parte, el exégeta busca entender el mensaje bíblico dentro de la mayor fidelidad al contexto histórico original (esta se suele llamar exégesis gramático-histórica). A la vez, como discípulo del Señor, el exegeta está llamado a obedecer y proclamar el evangelio aquí y ahora. Le incumbe la tarea de entender a fondo nuestro propio contexto en todas sus dimensiones, y de captar la relación dinámica entre el mensaje bíblico y la Palabra de Dios para nuestra situación contemporánea. Sin percibir este mensaje actual, no habrá realmente escuchado la Palabra. (p. 2)
El cuidado que propone al momento de acercarse a los textos bíblicos para lograr la mayor fidelidad a su mensaje lo hace prevenir acerca de los riesgos de interpretaciones superficiales o dominadas por las modas ideológicas de la época. Su panorama estaba dominado, en ese momento, por lo acontecido en Centroamérica, específicamente el triunfo de la Revolución Sandinista. Continuamente, Stam advierte acerca de los peligros de contextualizar el mensaje bíblico a partir del enorme déficit “heredado del fundamentalismo norteamericano” y de la “casi total desorientación en amplios sectores evangélicos en cuanto a los mínimos criterios de sana interpretación de la Palabra de Dios. A partir de la teoría de la lectura neutral, apolítica y ahistórica de la Biblia, se van produciendo cada día más distorsionadas interpretaciones de las Escrituras”.
Su propuesta, entonces, parte de considerar que los lectores son “de carne y hueso”, por lo que la crítica a las lecturas misioneras que plantean cierta “superioridad cultural” quedan fuera del planteamiento de fondo que hace, con la que, además, se adelantó a posturas que más adelante habrían de ocupar el escenario teológico. Para Stam, los lectores evangélicos centroamericanos:
Tienen cuerpo, apetitos e instintos; comen y duermen. Su cuerpo tiene sexo, masculino o femenino, y como tales les llega la Palabra divina: así es de esperarse que las hermanas hablan de leer la Biblia como mujeres que son, los varones como hombres. Ese cuerpo tiene también piel, y esa piel tiene color. En la medida en la que el indígena y el negro han sido enseñados a leer la Biblia como su fuera un “libro blanco”, y a verse a sí mismos sólo en el espejo de los ojos de anglos-europeos blancos, en esa misma medida se ha instrumentalizado la Biblia con forma de racista y por ende pecaminosa (p. 3).
Además de su contexto propio, los lectores centroamericanos deberían conocer la teología de los reformadores, así como el “evangelismo clásico” inglés que, en gran medida, había moldeado su fe sin que ellos se dieran cuenta: “Esta herencia trae grandes valores espirituales, y grandes peligros. El lector evangélico debe darse cuenta de este bagaje teológico y cultural que ha heredado, y en vez de imponerse inconscientemente sobre las Escrituras, debe someterlo al implacable juicio crítico del texto bíblico en cada momento”. A continuación, sirviéndose de una cita de Gerhard von Rad, demuestra la importancia de considerar la intervención de Dios en la historia para dirigirse a su pueblo en medio de ella. La “primacía de lo histórico”, sostiene, es la plataforma desde la cual debe leerse el texto bíblico. Desde allí explica los peligros de una lectura desapegada de la historia y de la alegorización extrema de los textos de la Biblia, la espiritualización, el reduccionismo y la dicotomía, tan presentes en los medios evangélicos de la época.
Sobre el reduccionismo, Stam es tajante: “El reduccionismo individualista que predomina en grandes sectores del protestantismo centroamericano, fielmente reflejado en el comentario que hemos citado, no es ni bíblico ni evangélico. Esencialmente, es herencia cultural occidental del Renacimiento, la Iluminación, al capitalismo burgués, el pietismo, y (por increíble que parezca) del modernismo liberal inspirado en Schleiermacher. Si bien es cierto que el evangelio es un mensaje profundamente personal, lo son en el contexto integral de la comunidad y de la historia, nunca en sustitución evasiva de ellas” (pp. 7-8).
Lo siguiente es la exposición de la “búsqueda de una hermenéutica fielmente histórica”, la cual se caracteriza por seguir la línea escritural de la encarnación para, de ese modo, hacer aterrizar el mensaje bíblico a las realidades humanas concretas. Se trata, según sus palabras, de que el modelo encarnacional permee la interpretación bíblica: “El modelo cristológico de encarnación, cruz y resurrección, como también los modelos hermenéuticos dentro de la biblia misma, nos obligan a una hermenéutica que tome con toda su seriedad la historia bíblica, que tome con toda su seriedad también nuestra propia historia actual como instancia hermenéutica, y que hace de la palabra viva nos interpela en cada momento” (p. 9).
El “discipulado obediente” es otra premisa en esta labor de acercamiento a los textos sagrados, pues así será posible encontrar el punto medio del papel del individuo en el marco de la historia de la salvación, lo que lleva al énfasis misionero propio de toda lectura genuinamente cristiana: “La hermenéutica viene a ser, entonces, el dialogo entre el texto-bíblico y el contexto misio-histórico” (p. 11). La misión, propiamente dicha, rebasa los marcos meramente espirituales y religiosos para impactar “la realidad socioeconómica y geopolítica del proceso histórico”. Es ente punto donde se detiene a exponer el problema del “círculo hermenéutico” desde esta dimensión pastoral y eclesial a partir de elementos tomados del trabajo de Rudolf Bultmann y Juan Luis Segundo que plasma en un cuadro explicativo que va al corazón del asunto, pues va de la nueva vivencia histórica (realidad) hasta la concientización ideológica (relectura), pasando por l concientización teologal (relectura) y la nueva vivencia teologal (hermenéutica) bajo la advertencia de que ninguno de estos elementos en nada contradicen la fidelidad de las Escrituras, “sino que son la mejor manera de serles fieles, viviendo plena y responsablemente nuestra propia realidad histórica (como nos exige la fidelidad bíblica) y cuestionando bíblicamente todas las tradiciones e interpretaciones humanas, sociológicamente condicionadas, a la luz de nuevas vivencias históricas y nuevas lecturas de la Palabra” (p. 16).
Finalmente, se plantea la necesidad de la contextualización y la relectura, aspectos que los medios evangélicos más tradicionales veían con mucha sospecha en aquellos años, debido a que, sobre todo el segundo sonaba como muy “católico” para los oídos de las comunidades. Para referirse a ello, Stam no dudó en echar mano del aprovechamiento de algunos trabajos del filósofo protestante francés Paul Ricoeur (1913-2005), mediado por la lectura divulgativa de la estudiosa argentina Beatriz Melano (1931-2004), así como de algunos ensayos de José Severino Croatto (1930-2004), profesor en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET). Los paradigmas y parámetros surgidos de esta reflexión, sugiere Stam, deben ser aplicados con una fuerte crítica de los mismos a fin de que pueda brotar el mensaje bíblico fresco para iluminar las nuevas situaciones humanas. Para este énfasis se sirve también de algunos ensayos del teólogo metodista argentino José Míguez Bonino (1924-2012) y del exegeta francés Oscar Cullmann (1902-1999).
Como conclusión, observa que el Espíritu Santo es quien dirige la labor interpretativa al interior de la iglesia, para lo cual cita a varios autores y finaliza con estas palabras: “El pueblo evangélico latinoamericano, lleno del Espíritu Santo y también plenamente inmerso en nuestra misión histórica, se encuentra frente al mayor reto hermenéutico de su historia: oír, con nuevos ‘oídos’ abiertos cada día por el Espíritu, la Palabra viva del Señor de la historia, quien nos llama, aquí y ahora, a entender los tiempos, escuchar su Palabra, y hacer su voluntad” (p. 23). Queda claro que su orientación pastoral presidía, sin fisuras, la perspectiva de este pensador evangélico que se ha tomado muy en serio la clarificación de la tarea hermenéutica en el seno de las iglesias. Ése es uno de sus mayores méritos.
- La pasión por el Apocalipsis
Considero que la iglesia está pasando una grave crisis exegética, acercándose a un caos. El problema de la especulación, en lugar de la exégesis cuidadosa del texto, siempre estuvo muy serio en la interpretación del Apocalipsis. A veces el prejuicio ideológico distorsiona la interpretación […] Considero que nuestra tarea más urgente hoy es el rescate de la sana interpretación del texto bíblico, incluso la contextualización fiel y acertada del mismo, para orientar nuestra misión en el mundo de hoy.[10]
Muchos años antes de que comenzara el boom de publicaciones en castellano sobre el último libro de la Biblia, el profesor Juan Stam dio a conocer un amplio ensayo que marcaría toda una época: “El Apocalipsis y el imperialismo romano”, en un libro de homenaje a su colega Wilton M. Nelson. En el ambiente de los seminarios e institutos evangélicos se temía abordar ese libro bíblico y era todo un lugar común recordar que ni siquiera Juan Calvino había querido comentarlo. Se recurría, para estudiarlo, a textos y materiales procedentes de otras latitudes. Uno de ellos, publicado en un volumen colectivo de la editorial Herder (Josef Schreiner, ed., Forma y propósito del Nuevo Testamento. Introducción a su problemática, 1973), de la muy joven entonces Elisabeth Schüssler Fiorenza, quien dedicaría varios tomos al tema, abordaba el libro con una solvencia pasmosa y una enorme pertinencia. Lejos estaba aún la publicación de los comentarios de Ricardo Foulkes (compañero también de Stam), Pablo Richard, Samuel Pagán y Xabier Pikaza, entre otros. Tímidamente circulaban libritos (como los de William Barclay o William Hendriksen) que no alcanzaban a modificar la percepción que se tenía del libro y que seguía causando cierto temor, sobre todo si se recuerda que era el tiempo de mayor impacto del dispensacionalismo y de las lecturas catastrofistas del texto bíblico, como las practicadas por Hal Lindsay en La agonía del gran planeta Tierra.
El propio Stam ha dado testimonio en una entrevista acerca de cómo surgió en él la pasión por el Apocalipsis: “Un curso con George Ladd sobre exégesis del Apocalipsis marcó el resto de mi vida, en cuanto tema y en método de análisis. Unos años después, en nuestro apartamento en Basilea, Suiza, Ladd nos inspiró con un valiosísimo conversatorio sobre los métodos históricos en la teología”.[11] El grado de interés que le surgió por ese documento bíblico determinó mucha de la labor exegética que ha desarrollado, incluso de antes de acometer la titánica labor de comentarlo completo. Así se refiere a esa experiencia:
Yo puedo decir que mi vida ha sido toda una aventura emocionante con el Apocalipsis, especialmente desde mis estudios con mi amado profesor George Eldon Ladd, en el Seminario Fuller. He escrito un comentario exegético de cuatro gruesos tomos sobre ese libro. He estudiado cada versículo en el griego original, consultando a veces hasta cien libros sobre un versículo (comentarios, léxicos, diccionarios bíblicos, textos de teología bíblica y de teología sistemática y libros de historia antigua), luchando por captar el significado del texto. Comencé el comentario cuando estaba relativamente joven y terminé ya viejo. Para concluir mi comentario cito a un copista antiguo que al fin de su largo manuscrito suscribió: “El fin, a Dios las gracias”. (Ídem)
Evidentemente, alguien que se dedica de este modo a la pasión hermenéutica y exegética, tiene que definir con enorme claridad sus propósitos y métodos, algo que Stam ha hecho de manera impecable: su enfoque es definitivamente pastoral y esa perspectiva es la que ha dirigido su trabajo todo el tiempo. Tal como lo ha escrito en diversas ocasiones para clarificar su tarea y promover un análisis serio y edificante.[12] De esta manera lo explica y sus advertencias son dignas de recibir mucha atención:
Creo que el Apocalipsis parece difícil y espantoso solo porque lo leemos mal. La clave para entender bien este libro es leerlo en clave pastoral. Definitivamente, Juan tenía corazón de pastor. Desde un principio se presenta como “Yo Juan” (1;4), así de simple, sin títulos, y como “hermano y compañero de ustedes” (1.9). Enseguida introduce siete cartas pastorales (Ap 2-3), algo sin paralelo en la vasta literatura apocalíptica. En cada capítulo, cada página, habla un pastor para sus ovejas. Leído pastoralmente, es un poderoso mensaje de esperanza, no de miedo.
Como pastor, Juan habla de lo que afecta y preocupa a su congregación, en un lenguaje que ellos y ellas podían entender. Hasta los simbolismos eran ya conocidos, fáciles de descifrar. Sospecho que para ellos el Apocalipsis era uno de los libros más fáciles de entender, a lo mejor el más fácil. Es cierto que hoy encontramos algunos detalles difíciles, mayormente porque no tenemos algunas claves de interpretación, pero me atrevo a decir que no hay ningún pasaje (o párrafo) cuyo significado no sea discernible hoy. Al inicio de mi comentario señalo que el Apocalipsis es para los valientes, pero también para los humildes, que saben decir “No sé” cuando no saben. Si alguien pretende entender todo, mejor no creerle nada porque no sabe que no sabe, y solo inventa respuestas.[13] (Énfasis agregado.)
Este horizonte interpretativo aparece desde el lejano texto mencionado, pues allí fue capaz de articular el énfasis pastoral con la observación minuciosa de los elementos ideológicos que subyacen al libro. Muestra de ello es esta cita: “Esta designación caricaturesca del imperio como una Bestia era un lugar común en la literatura apocalíptica. Pero era muy atrevido, una burla osada del glorioso imperio que había impuesto la Pax romana, deificaba a sus emperadores, y se creía eterno, la divina Roma, urbe et orbe. No, dice Juan: Roma no es diosa, sino una bestia repugnante. El imperialismo, lejos de ser divino, es la bestialización de lo humano, inspirado por Satanás”.[14] La combinación de estrategias interpretativas da como resultado una visión más equilibrada de esta literatura surgida en tiempos tan conflictivos:
Es evidente en el libro que uno de los problemas que más le preocupaba al pastor Juan era el culto al emperador romano. Éfeso, donde residía Juan, tenía en su avenida central un enorme templo al emperador, donde le adoraban, hacían sacrificios, oraban y lo adoraban en todo sentido. Hacían procesiones con una estatua del emperador, y las familias devotas y patrióticas colocaban mini-altares frente a su casa. No participar en todo eso acarreaba grandes sacrificios y peligros. En el caso del Apocalipsis, contextualizar el libro significa buscar los libros de historia romana y captar los argumentos políticos y económicos que están en el Apocalipsis.[15]
El ensayo de 1979 permitió abrir el debate ideológico sobre el contenido del Apocalipsis en un ambiente eclesial sumamente reacio al mismo, a partir, sobre todo a partir de la exposición de lo que denominó “las estructuras políticas del imperio romano”. La lectura sobre-espiritualizante del libro es echada por tierra con aseveraciones sólidamente arraigadas en un acercamiento filológico-histórico al texto, que se mostraría como un documento fundamental para la resistencia espiritual de los cristianos del primer siglo a la furia con que el imperio actuó contra ellos. Este tipo de análisis no dejaba margen a dudas al contrastar el mensaje de Jesucristo sobre el Reino de Dios con las prácticas imperialistas de Roma. La enumeración de los acontecimientos escatológicos (que tanta dificultad ocasionaron a generaciones anteriores de creyentes latinoamericanos) y su interpretación inmediata y ágil ofreció mucha luz a los lectores:
Todo el sistema político del imperio es, para Juan, una triste parodia diabólica del auténtico gobierno de Dios. En el Reino verdadero del Señor, “el que está sentado en el trono” delega autoridad y poder a los 24 ancianos sentados sobre los 24 tronos, y éstos a su vez no cesan, día y noche, de postrarse ante Dios, adorarle y colocar ante sus pies las coronas que Él les ha dado (Ap.4). En forma parecida, el dragón (Satanás, 12.9) le otorga a la bestia “su poder y su trono, y grande autoridad” (13.2), o como lo traduce VPL, “el Monstruo le entregó su propio poder y su trono, con un imperio inmenso” (cf Lc 4.6; Jn 12.31). La primera bestia, a su vez, delega su autoridad a la segunda bestia, que es el falso profeta (16.13), para que todo el mundo adore a la bestia y al dragón (13.4-8,12). De las bocas de esta “trinidad malvada» proceden espíritus inmundos en forma de ranas, que seducen a los reyes de la tierra a fornicar con la ramera y luchar contra el Cordero (16.13s; 17.2,10; 19.19). También los “diez cuernos” que son reyes futuros de las provincias del imperio, recibirán poder (17.12,17) y unánimes entregarán ese “poder y autoridad” a la bestia para pelear contra el Señor (17.12-14). Pero estos diez reyes del imperio, que han fornicado con la ramera, llegarán a aborrecerla, la dejarán desolada y desnuda, devorarán su carne y la quemarán con fuego (17.16), cuando los pueblos de la periferia se vuelvan contra la ciudad capital. (Ídem)
Por primera vez se pasaba de una “escato-ficción” (como se le ha llamado a la lectura dispensacionalista de la literatura apocalíptica) a una consistente interpretación, más cercana y vinculante para las exigencias de la época. Sus conclusiones, como no podía ser de otra manera, apuntan a lo que han desarrollado muchos exegetas posteriores: una sana comprensión del Apocalipsis encaminada hacia el fortalecimiento de una fe cristiana bien situada ante las diversas coyunturas sociopolíticas. Así finaliza ese texto memorable, con referencias históricas muy concretas (impensables para un misionero estadunidense convencional) y cuyo aparato crítico (más de 100 notas) da fe del empeño del autor:
El libro del Apocalipsis nos proclama que Jesucristo tiene que ser el Señor y Libertador de estas relaciones socioculturales, y nos llama a un examen profético de nuestra realidad y nuestros compromisos. El descubrimiento de la colaboración de misioneros (tanto católicos como protestantes) con la CIA, y el subsecuente reconocimiento y defensa por el presidente Gerald Ford de esas acciones, son apenas síntomas de una situación general. ¿Qué pensar cuando se lee en revistas misioneras y en cartas de oración, las alabanzas a Dios por los golpes militares contra gobiernos democráticos y populares, y por la imposición de regímenes opresivos y hasta fascistas? ¿Qué pensar cuando se invita al general Pinochet, denunciado por muchos organismos internacionales por su comprobada tortura de presos políticos, a participar oficialmente en la dedicación solemne de un gigantesco templo protestante en Chile? ¿Qué pensar cuando líderes protestantes elogian desde el púlpito y por radio a dictadores (porque defienden los intereses religiosos), les presentan una Biblia y un homenaje, sin exhortarles en nombre del Señor por las injusticias que cometen a diario?
Como hemos visto, se puede entender el libro de Apocalipsis únicamente en el contexto del Imperio Romano; sus figuras centrales (Bestia, profeta, ramera) se describen en términos de esa realidad histórica. Pero al terminar, debemos insistir que ese imperio antiguo era para Juan sólo la instancia de primera referencia y de aplicación inmediata. Es cierto que, en el Apocalipsis, Babilonia significa Roma, pero hay que agregar: Roma no agota todo cuanto significa Babilonia. Otros sistemas surgirán del abismo, y otras rameras cabalgarán sobre otras Bestias, hasta el fin de la historia. La iglesia está llamada hoy, como siempre, a discernir los espíritus y ser fiel a su Señor.
El fruto final de toda esta pasión han sido los volúmenes imprescindibles con los que Stam se ganó un lugar de privilegio en la creciente literatura bíblica latinoamericana.
- Los peligros de la “escatoficción”
Al Apocalipsis tenemos que vivirlo, tenemos que leerlo con todos los sentidos de percepción: la vista, el oído (y el silencio), el olfato, el toque y el gusto. En este libro, “incienso” no es solo una palabra, es una fragancia que uno comienza a olfatear (8.3). La iglesia de Laodicea daba a Jesús ganas de vomitar (¡qué sabor más horrible!), pero al final Cristo está tocando la puerta (tacto) porque quiere comer con ellos (de nuevo, el gusto, pero bueno). ¡Qué libro más maravilloso y emocionante![16] J.S.
Por la seriedad y la constancia con que el Dr. Juan Stam ha abordado la monumental tarea de estudiar y comentar con detalle el libro de Apocalipsis (cuatro volúmenes) es sumamente atendible su llamado a tratar los temas escatológicos con responsabilidad y sensibilidad pastoral. Un amigo suyo, Álvaro Vega, se ha referido así a la importancia de la pasión escritural de Stam sobre el último libro de la Biblia:
El Apocalipsis de Juan Stam –su relectura– nos ofrece una visión actualizada del revestimiento simbólico de los “poderes fácticos” contemporáneos, que han contribuido a propiciar dolor, miseria y muerte. Este es un aporte fundamental porque nos ayuda a discernir cuáles son y cómo se comportan esos poderes –¡qué curioso, cómo se parecen a los del siglo I!–. Sin embargo, para Juan Stam, el Apocalipsis es sobre todo el libro de la esperanza, y no el de las visiones y profecías catastrofistas.[17]
La preocupación por entender, interpretar y aplicar correctamente el contenido de la Biblia preside todos sus análisis exegéticos. Cuidar de que las iglesias de hoy interactúen de la mejor manera con los textos es algo que lo apasiona enormemente. En diversas ocasiones se ha referido a los riesgos de hacer interpretaciones superficiales, dominadas por las modas ideológicas, para el gusto de quienes esperan planteamientos atrevidos en los que la especulación se separa de las bases históricas y hermenéuticas sólidas para convertirse en auténtica “escatoficción”, como algunos han denominado a esta tendencia. Los años más difíciles en ese sentido fueron los de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando el “dispensacionalismo” se enseñaba por todas partes. Acaso el tema más controvertido siempre fue el del “rapto” o “arrebato” de la iglesia, que se utilizaba como un recurso aterrorizante para buscar que la gente se convirtiese al Evangelio. Su enfoque, ya se ha dicho, es totalmente pastoral:
El maestro bíblico tiene que ser un “Cupido de la Palabra”, muy enamorado de Dios y su Palabra y apasionado por enamorar a otros. Eso es un gran desafío con un libro tan temido como el Apocalipsis, que se acostumbra leer con una fuerte dosis de “espantología bestia-céntrica”. He visto muchísimas veces que cuando este libro se lee como un mensaje pastoral cristocéntrico, la gente pierde ese miedo morboso y comienzan a vivirlo como lucha y esperanza. Y encantados por el libro, siempre, prácticamente sin excepción, terminan enamorados/as del Apocalipsis.
Ante el desafío de superar los prejuicios y tradiciones, he desarrollado mis propios métodos de enseñanza. Comienzo conversando sobre la diferencia entre los desafíos de la buena interpretación y les sugiero tres herramientas básicas para el estudio bíblico: una lupa, para mirar bien lo que está en el texto y lo que no está (ilustrado con muchos ejemplos); un borrador de pizarra, para quitar de nuestra mente lo que no está en el texto (esto los prepara sicológicamente para dejar ideas no-bíblicas por interpretaciones más fieles al texto), y tercero, un par de audífonos (para escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad).[18]
Todas esas advertencias (y muchas más) brotan de uno de sus libros menos conocidos, acaso porque no ha circulado lo suficiente, aunque ha merecido ya una reedición. El título de la obra es Profecía bíblica y misión de la iglesia, editado por el Consejo Latinoamericano de Iglesias en 2001 y 2004 (existe otra publicación por Ediciones Semilla y una más por el Centro Martin Luther King, de Cuba con el subtítulo Hasta el fin del tiempo y hasta los fines de la tierra). Llama poderosamente la atención el hecho de que esta institución haya considerado este libro para su catálogo editorial, pero se entiende que compartía la misma preocupación de Stam: la escatología sigue produciendo una curiosidad que llega hasta los linderos de lo malsano, de lo patológico, puesto que, como capítulo final de la doctrina cristiana, es adonde desemboca toda la esperanza de fe de la iglesia. Así se puede explicar la forma en que Stam acometió la tarea de redactarlo para responder a tanto interés sobre “las últimas cosas” en muchos sectores eclesiásticos. De esta manera explica su objetivo al relacionar la escatología con la misión de la iglesia:
Cuando la escatología (la “profecía”) se separa del resto de la teología, de la historia de la salvación y de la misión de la iglesia, de hecho, pierde su sentido o asume un sentido errado. En vez de ser la culminación consecuente de un largo proceso de fe y misión, los “eventos del futuro” se reducen a espectáculos sensacionales sin el profundo sentido que revisten en la Palabra de Dios. Pero Dios no hace nada sin sentido, y los diferentes aspectos del futuro prometido tienen que entenderse a la luz de su propósito específico, su por qué y su para qué. De otra manera, quedan simplemente como episodios extraños que sólo mitifican el futuro y ofuscan el sentido de la historia y la misión.[19]
Se trata, en síntesis, como sigue diciendo en su prefacio, de dar razón de la esperanza cristiana y de comprender cabalmente la lógica y la ética de la esperanza, además de la lógica misionera de ésta. Y a eso se dedica en los cuatro capítulos del libro que tratan de algunos de los temas que más dificultad ocasionan: la venida de Cristo, la resurrección del cuerpo, el juicio final y la nueva creación. Las conclusiones de cada uno de ellos son dignas de destacarse, luego de un buen análisis tripartito: enseñanza bíblica, significado teológico y significado para la misión. En el primer caso, afirma que la expectativa de la segunda venida de Cristo debe “contagiar esperanza a las personas”: “Los que no conocen a Cristo, que no conocen la resurrección, que no conocen el reino de Dios y la nueva creación, ¿cómo van a esperar hoy? […] Queremos esperar contra la esperanza, porque tenemos los ojos puestos en Alguien que venció a la muerte. Podemos llevar esa esperanza a gente que no tiene cómo esperar porque no tienen a Cristo” (p. 35).
Luego de explicar la idea de una evangelización encarnada, el capítulo sobre la resurrección de la carne termina con la invitación a una “evangelización en pro de la vida”. Para ello, mediante un enfoque que opta por una sana contextualización, incluso geográfica (sus alusiones a Centroamérica son continuas) se sirve de unos versos del poema “No tengo miedo a la muerte”, de la guatemalteca Julia Esquivel (“Vivo cada día para matar la muerte,/ muero cada día para parir la vida; /y en esta muerte de la muerte muero mil veces/ y resucito otras tantas/ desde el amor que alimenta de mi pueblo la esperanza”,[20]) y del himno “Tenemos esperanza”, del teólogo uruguayo Mortimer Arias, y afirma: “La gente que se ha encontrado con nosotros no puede no esperar; el esperar nace naturalmente de la resurrección. La fe en la resurrección será un contagio evangelizador” (p. 57).
Sobre el juicio final, concluye con la necesidad de practicar una fuerte autocrítica al interior de las iglesias en el sentido de que ninguna de ellas escapará al dictamen final del Señor, para lo cual echa mano de algunas paráfrasis o relecturas que puntualizan la severidad con que Jesucristo juzgará a su pueblo. La falsa confianza en escapar o librarse de ese juicio no es buena consejera para ninguna iglesia. Especialmente duro será el juicio, sostiene, para aquellas comunidades que abaratan el Evangelio y falsifican el compromiso con Jesús. Por último, en relación con la nueva creación, Stam discute el tema del fin del mundo y ofrece la visión positiva de la recuperación cósmica y espiritual de la creación entera. Ésta, tal como lo anuncian Isaías, Romanos, II Pedro y el Apocalipsis, será renovada y redimida definitivamente, lo que debe causar gozo y alegría. Uno de sus puntos finales es muy explícito: la enseñanza de la nueva creación nos llama a una misión comprometida y comprometedora. Mucho de ello lo ha expuesto también en Las buenas nuevas de la creación. La misión, por tanto, debe ser siempre esperanzadora y nunca caer en la tentación del mensaje que cause espanto: “¡Cuántas veces la predicación “profética” (como de II Pedro 3) ha sido amenazante, aterradora, para asustar a la gente hasta que se entreguen! Esa clase de ‘espantología evangelística’ es realmente terrorismo escatológico y nada tiene que ver con la gran esperanza a la que Dios nos llama” (pp. 101-102).
Sus conclusiones finales son sumamente aleccionadoras: “Estoy convencido […] de que ni la escatología puede entenderse bien sin su constante dimensión misionológica y evangelizadora, ni la misión puede enfocarse correctamente sin una constante perspectiva escatológica. Pocos elementos pueden iluminar mejor la misión que el de su propio fin y meta, que revelan su verdadera naturaleza” (p. 103). Estamos pues, ante un manual de lectura urgente de cara a los diferentes brotes de escatologismo irresponsable y ajeno a la esperanza proclamada por las propias Escrituras.
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El legado de Juan Stam es amplio y sumamente enriquecedor. Su fidelidad a la reflexión teológica firmemente anclada en la lectura sólida de la Biblia y en una interpretación bien situada en las coordenadas históricas y sociales es un ejemplo digno de imitar en el ámbito latinoamericano, al cual dedicó tantos desvelos y esfuerzos. Los cientos de discípulos/as que hizo en su travesía escritural, docente y pastoral, y en quienes resonarán su enseñanza tienen la oportunidad de seguir su camino a fin de alcanzar una mayor pertinencia en el trabajo y la misión que requieren las comunidades cristianas. Su memoria persistirá siempre como un estímulo continuo para la vida y testimonio del cristianismo en esta parte del mundo.
[1] Jacqueline Alencar, “Juan Stam: Leamos el Apocalipsis en clave pastoral”, en Magacín, supl. de Protestante Digital, 16 de febrero de 2014, http://protestantedigital.com/magacin/14253/Juan_Stam_Leamos_el_Apocalipsis_en_clave_pastoral.
[2] Cf. Alberto F. Roldán, “Juan Stam: el último dicípulo”, en Karl Barth en Latinoamérica. Buenos Aires, Kairós, 2019, pp. 169-178.
[3] J. Stam, “Algunos recuerdos de Karl Barth”, en www.juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/176/Default.aspx.
[4] J. Stam, “Del Seminario Bíblico a Universidad Bíblica (1970-2010)”, en www.juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/391/Default.aspx.
[5] Puede leerse en el sitio: https://es.scribd.com/document/99115408/Juan-Stam-La-Biblia-El-Lector-y-Su-Contexto-Historico.
[6] Una versión revisada de este ensayo se encuentra en: http://juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/246/Default.aspx.
[7] J. Alencar, op. cit.
[8] Cf. Carmelo Álvarez y Pablo Legget, eds., Lectura teológica del tiempo latinoamericano. Ensayos en honor al Dr. Wilton M. Nelson. San José, Seminario Bíblico Latinoamericano, 1979.
[9] Véase en: Boletín Teológico, FTL, núm. 10-11, abril de 1983, pp. 27-72; y en Pastoralia, IV, 8, julio de 1982. Fue recogido finalmente en Arturo Piedra, ed., Haciendo teología en América Latina: Juan Stam, un teólogo del camino. Vol. I. San José, 2004, pp. 49-80.
[10] J. Alencar, op. cit.
[11] Ídem.
[12] Cf. J. Stam, “El género apocalíptico”, en http://juanstam.com/dnn/blogs/tabid/110/entryid/119/default.aspx. En Protestante Digital ha publicado numerosos artículos al respecto.
[13] J. Alencar, op. cit.
[14] J. Stam “Apocalipsis y el imperialismo romano” (revisado en enero de 2010), en www.juanstam.com/dnn/Blogs/tabid/110/EntryID/246/Default.aspx.
[15] J. Alencar, op. cit.
[16] J. Alencar, op. cit.
[17] Á. Vega Sánchez, “El Apocalipsis de Juan Stam”, en Semanario Universidad, San José,UCR, San José, 29 de noviembre de 2015, https://semanariouniversidad.com/opinion/el-apocalipsis-de-juan-stam/.
[18] J. Alencar, op. cit.
[19] J. Stam, Profecía bíblica y misión de la iglesia. 2ª ed. Quito, Consejo Latinoamericano de Iglesias, 2004, pp. 2-3.
[20] J. Esquivel, en http://protestantedigital.com/magacin/11649/No_tengo_miedo_a_la_muerte
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