“SHALL THE FUNDAMENTALISTS WIN?” O “LA AMARGA FRUSTRACIÓN DE LOS DON NADIES”
Corría el año 1922 cuando el pastor bautista norteamericano Harry Emerson Fosdick, ante el avance del fundamentalismo en ciertos sectores de la sociedad estadounidense y la realidad de un mundo cambiante al que no se podía abordar con una religiosidad basada en razonamientos arcaicos[i], publicaba un folleto con el título Shall the Fundamentalists Win?[ii] que tuvo un impacto grande en su momento por reivindicar el estudio serio de la Biblia, con métodos científicos, como algo digno y nada objetable. El fundamentalismo, hasta ese momento, se había distinguido como una reacción de corte básicamente presbiteriano frente al liberalismo teológico alemán del siglo XIX, una toma de posición basada en los postulados cristianos tradicionales que reconocían la divinidad de Cristo, su nacimiento virginal, el valor expiatorio de su muerte en la cruz del Calvario, la realidad de su resurrección y de sus milagros. El problema era que ya en 1922 despuntaban en él otras tendencias que lo llevarían a un completo desprestigio.
Su prístina reivindicación de la inspiración de la Santa Biblia, que en principio puede considerarse como algo propio y distintivo del cristianismo conservador más saludable, pronto derivó a la idea exagerada de la inerrancia total de la Escritura, entendida como un dogma de fe, lo cual tuvo, como consecuencia mediática más conocida el famoso Juicio del mono[iii] en el que un tal Scopes, maestro de escuela del estado de Tennessee, fue acusado en mayo de 1925 de enseñar en clase de ciencias naturales teorías evolucionistas contrarias a los relatos de la Creación del libro del Génesis. Este proceso, bien aireado por la prensa de la época, aunque concluyó de manera que no satisfizo a nadie, contribuyó a presentar a los fundamentalistas como rústicos iletrados, ignorantes y fanáticos, ante la opinión pública estadounidense.
Más tarde, y siempre en suelo cubierto por las barras y las estrellas, el fundamentalismo fue tomando colores a cual más pintorescos, como la cruzada anti alcohol que corrompió la sociedad norteamericana de los años 30 o la lucha contra el comunismo después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), para especializarse luego en otras áreas igual de llamativas. Ello explica ciertos aspectos de los actuales EE.UU, como la persistencia obsesiva del derecho a las armas privadas o a las intervenciones en otros países, la existencia de un curioso Bible belt[iv], la creación del estado de Israel como cumplimiento de ciertas profecías bíblicas o, por no cansar al amable lector, el ascenso a la presidencia del país de ciertos personajes de dudosa capacidad y más dudosa moralidad, pero firmes defensores de estos puntos de vista religiosos y sociales, aun a costa de mejoras en las condiciones de vida de los ciudadanos más depauperados.
Es decir, que lo que en un principio se inició como un manifiesto de defensa de ciertas doctrinas cristianas tradicionales, pronto degeneró en un maremágnum de despropósitos, teñidos de tintes políticos, y con muy poco —por no decir nada— de genuinamente cristiano[v].
Así las cosas, este fenómeno ha alcanzado también a ciertos sectores del protestantismo español actual, aunque preferimos decir “evangelicalismo”[vi], término aún no recogido por la RAE, pero que nos resulta útil para el caso. Y lo cierto es que quienes se autoerigen en sus paladines, lejos de encarnar los ideales de un evangelio genuino conforme a las enseñanzas de Cristo amenazado por filosofías mundanas o ateas, enarbolan banderas imaginarias marcadas todas ellas por un común denominador: el odio.
¿Cuáles son los demonios particulares de este quiste tercermundista en nuestro país? Los más destacados, amén de los clásicos ya reseñados (el evolucionismo paleontológico[vii] o las teorías políticas de corte izquierdista y social[viii]), son los siguientes:
- El así llamado “Liberalismo teológico”.
- El ecumenismo.
- Los LGTB y cuanto se relacione con ellos.
En relación con el primero, estos fundamentalistas de nuevo cuño muestran una crasa ignorancia. Desconocen que el liberalismo teológico decimonónico desapareció para siempre con el deceso de Adolf von Harnack el 10 de junio de 1930, y que los grandes exegetas y teólogos clásicos del siglo XX (entre ellos un Karl Barth o un Rudolf Bultmann, por no mencionar sino a los más conocidos) fueron decididamente antiliberales. La desgracia es que estos fundamentalistas mal informados y peor formados engloban dentro de su concepto de “liberalismo” incluso a estas figuras destacadas antiliberales y en realidad a cualquiera que no comulgue con lo que ellos pretenden. Así, sus publicaciones y sus instituciones, cuando las tienen dignas de estos nombres, presentan una sarta tal de despropósitos y una carencia tan supina de cultura teológica —por no decir “elemental”— que, sin pretenderlo, lanzan oprobio sobre todo el mundo evangélico, el protestantismo y finalmente sobre la misma Biblia. Por principio, no se puede condenar ni estigmatizar aquello que no se conoce o de lo cual no se ha leído ni una línea. Y aplicando la misma regla, no es de recibo condenar abiertamente a autores o personas sobre cuyo pensamiento jamás se ha profundizado, simplemente porque el gurú de turno ha lanzado previamente su anatema y los ha tildado de “liberales”. Penoso.
En relación con el segundo ocurre prácticamente lo mismo. Estos fundamentalistas desconocen por completo qué es el movimiento ecuménico, cuál es su origen y sobre qué se fundamenta. La ignorancia que los caracteriza les hace asimilar erróneamente “ecumenismo” y “catolicismo romano”, sin haberse informado debidamente de que el ecumenismo es, como en ocasiones se ha dicho, la última gran aportación del protestantismo al elenco cristiano. Los orígenes de esta manera de pensar y concebir la realidad eclesiástica tienen su génesis en la Iglesia Episcopal de los EE.UU, aunque más tarde se plasmó en la Conferencia Misionera de Edimburgo (1910). El catolicismo romano se interesó más tarde en el movimiento ecuménico, al igual que las iglesias orientales, y hoy constituye una plataforma de diálogo que busca la reconciliación de todos los discípulos de Cristo, conforme a las palabras de Jesús en Jn. 17:21. El movimiento ecuménico no busca la absorción de las iglesias por una sola, ni tampoco la sumisión de nadie, sino un testimonio cristiano unido ante un mundo que perece por falta del Pan de Vida. Que el fundamentalismo anatematice y demonice de continuo esta iniciativa de unidad de la Iglesia de Cristo dice mucho sobre sus verdadera realidad y la de quienes lo abanderan.
Y en relación con el tercer asunto solo diremos que la fijación enfermiza de los actuales voceros del fundamentalismo ante la realidad de la diversidad de las orientaciones sexuales en los seres humanos no nos presagia nada bueno. Digámoslo claro: a ninguna persona normal le obsesionan estos asuntos; todos tenemos, no cabe duda, una opinión propia ante el tema, pero vivimos ocupados por actividades diversas que requieren cotidianamente nuestra atención. Cuando una cuestión como esta se convierte en un caballo de batalla es que subyacen otros problemas, otras realidades que no se solucionan a base de golpe de Biblia ni mucho menos de anatemas o condenaciones. La homofobia, además de constituir un delito en la legislación actual de nuestro país, como la incitación al odio, refleja sin duda perturbaciones muy profundas de las que nadie es culpable y que quizás requieran tratamiento específico, pero bajo ningún concepto pueden convertirse en bandera religiosa, y menos cristiana.
Concluyendo nuestra reflexión, constatamos en el evangelicalismo español actual una creciente marea fundamentalista, desgraciadamente orquestada por perfectos don nadies[ix] de producción nacional, siempre apoyados o alentados, cuando no pretendidamente “liderados” por algún que otro Míster Nobody o Monsieur Personne de origen foráneo, pero todos ellos cortados por un mismo patrón: gentes frustradas, sin duda fracasadas en diversos ámbitos de sus vidas, sustancialmente ignorantes, corroídas por la envidia hacia otros que han destacado en diferentes ámbitos religiosos por méritos propios (por la Gracia de Dios, para expresarnos de un modo más teológico), y en definitiva llenas de un odio y un resentimiento tan grandes que nos hacen cuestionarnos muy seriamente la sinceridad de su pretendido cristianismo o de su misma conversión. Y si además, existe a su lado alguna que otra publicación panfletaria o periodicucho de larga tirada que sirva para ventear sus iras o incitar al odio, pues aún resulta peor la situación.
Como creyentes cristianos, protestantes, evangélicos o de cualquier otra adscripción, tan solo podemos pedir a Dios que tenga piedad y misericordia de ellos, que los ilumine, que su Espíritu los transforme y les enseñe la realidad del verdadero cristianismo, el enseñado por Jesús, una filosofía de vida inspirada en la mente divina y que incluye, no excluye, y abre sus puertas a todos porque Jesús de Nazaret es el Salvador de todo el género humano.
Y al mismo tiempo, pedimos también a quien corresponda que ejerza la autoridad que le competa para poner freno a cualquier ideología que contribuya a sembrar la discordia y el odio entre los ciudadanos.
Rvdo. Juan María Tellería Larrañaga
Presbítero y Delegado Diocesano para la Formación Teológica
Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE, Comunión Anglicana)
Decano Académico del Centro de Investigaciones Bíblicas (CEIBI)
Decano Académico del Centro de Estudios Anglicanos (CEA)
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[i] Especialmente después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
[ii] ¿Ganarán los fundamentalistas?
[iii] También llamado Juicio de Scopes por el nombre del incausado.
[iv] “Cinturón bíblico”, referencia sarcástica a ciertas zonas de los estados del Sur en los que la predicación revivalista ha sido una característica desde los años 20 del siglo pasado hasta prácticamente nuestros días.
[v] Triste es reconocer que en el fundamentalismo actual la figura o las enseñanzas de Jesús brillan por su ausencia en la mayoría de los casos.
[vi] El verdadero protestantismo histórico, con sus raíces en la Reforma del siglo XVI, tiene muy escasos representantes en la España actual. De hecho, son tan solamente dos las denominaciones que lo encarnan. La mayor parte del espectro acatólico hispano lo ocupan confesiones posteriores y, desgraciadamente, no pocas sectas.
[vii] Al que siguen calificando de “teoría”, ignorando que se trata de un hecho científicamente incontrovertible.
[viii] Se viene detectando desde hace un tiempo un peligroso viraje de esta rama del evangelicalismo hacia las ideologías de extrema derecha.
[ix] Aunque la RAE recomienda escribir “donnadies”, preferimos separar sus componentes.