El siglo XVI europeo fue un siglo convulso. Lo fue, como sería de esperar, más en unos países que en otros. Hacía unos siglos, en algunas regiones de Europa había quedado atrás la Edad Media y, en épocas más cercanas, nuevas perspectivas intelectuales habían ido tomando forma en lo que se conoce como el Renacimiento. Prácticamente ninguna esfera del saber y del quehacer humanos quedó al margen de lo que había estado aconteciendo. La situación política y social daba claras muestras de inquietante inestabilidad.
Y en eso —habían transcurrido apenas tres lustros desde que se había estrenado el siglo mencionado y solo un año desde la publicación del primer Nuevo Testamento impreso en griego—, un monje agustino siente la urgencia de invitar a sus pares de la Universidad de Wittenberg a unas discusiones teológicas. Siguiendo las costumbres de la academia en aquellos tiempos, clava en la puerta de la capilla de dicha Universidad las tesis que proponía para la discusión. Los temas planteados eran de una brutal actualidad: tenían que ver con la venta de indulgencias que se realizaba en aquellos días, y con ciertas cuestiones teológicas que las sustentaban. Por lo demás, no eran tesis “revolucionarias”, como las que vendrían posteriormente.
El movimiento que inicia Martín Lutero, y que posteriormente tomaría como símbolo aquel gesto de clavar las tesis, se extiende rápidamente por los estados alemanes y por otros países de la Europa política de la época. Diversos factores favorecieron esa expansión: el estado corrupto de amplios sectores del clero eclesiástico (y específicamente en Roma), la insatisfacción de los ciudadanos con la situación reinante, la fragmentación política de Alemania, las ansias de muchos de ser liberados de la férula papal, la pobreza rampante de las clases populares, los nuevos vientos que soplaban en el mundo académico y el afán de los estudiosos de acudir a las fuentes cuando se trataba de estudiar el mundo antiguo, incluido el mundo antiguo del cristianismo. No bastaba con atenerse a las fuentes secundarias, como las traducciones antiguas de los textos sagrados, sino que había que acudir a esos mismos textos en sus lenguas originales.
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