La Asociación Nacional de Evangélicos (NAE, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos hace unos años realizó una encuesta sobre las principales características de las iglesias en crecimiento. Para ello preguntó a los miembros de su Junta Directiva, que incluye líderes denominacionales, pastores y otros ministerios evangélicos. La respuestas más comunes indicaban la enseñanza bíblica, el enfoque hacia el exterior y una fuerte visión y sentido de misión. Leith Anderson, presidente de la NAE, informó que «algunos dicen que las iglesias deben tener un pastor dinámico o una banda de alabanza atractiva o la mejor tecnología para crecer». Carl Nelson, presidente de Transform Minnesota, observó que la veracidad y la autoridad bíblicas son clave el crecimiento de la iglesia: «Las iglesias que proclaman fielmente y de forma enriquecedora la esperanza del Evangelio y se mantienen fieles a las enseñanzas bíblicas son las que están creciendo». Pero, añadió a modo de aclaración: «Aunque no todas las iglesias que defienden la autoridad bíblica están creciendo, parece que muy pocas —si es que alguna—, iglesias que han abandonado la autoridad bíblica están viendo algún crecimiento de conversión»[1].
La inerrancia bíblica y el iglecrecimiento
En un artículo anterior vimos como los protagonistas del renacer conservador de los bautistas del sur alegaron el argumento pragmatista de que las iglesias que mantienen la creencia en la Biblia como palabra de Dios infalible e inerrante crecen más que las que afirman lo contrario[2]. De ser esto cierto, sería una cuestión muy digna de consideración, pues, aunque una cosa que funciona no garantiza su verdad, es cierto que el pastor, el «clero» más representativo y casi único del universo evangélico, siente una carga pesada debido al crecimiento numérico de su congregación, se alegra cuando esta aumenta y sufre cuando disminuye.
No es mi propósito en el presente artículo entrar en el debate sobre la agonía y el éxito —numérico— de algunas iglesias, abundan los estudios concienzudos en el mercado inglés, sobre todo la comparación de las iglesias liberales, en decadencia, frente a las conservadoras, en avivamiento creciente; con encendidas controversias respecto a la fiabilidad de los datos, perspectiva global del tema y pertinencia de los argumentos aducidos para apoyar una u otra conclusión[3]. Bástenos de momento despejar las dudas sobre la existencia de ese aparente nexo entre inerrancia bíblica y éxito congregacional.
La Iglesia Unida Metodista de la Resurrección en Leawood, Kansas City, es una de las mayores congregaciones estadounidenses, con unos 25.000 miembros, y una gran influencia sobre la vida nacional. Su pastor principal, Adam Hamilton, pronunció el sermón en el servicio de oración inaugural celebrado en la Catedral Nacional de Washington el 22 de enero de 2013 con motivo de la segunda toma de posesión del presidente Barack Obama. Hamilton fundó esa iglesia en 1990 con solo 4 personas. El crecimiento desde entonces ha sido espectacular, a la vista de las cifras.
Hamilton[4], en cuanto pastor y teólogo, va más allá de los manidos debates entre evangélicos conservadores y liberales. Se encuentra cómodo en ese punto central existente entre el liberalismo «minimalista» y el conservadurismo «maximalista». Hamilton confiesa que lee las Escrituras cada mañana como guía autorizada de su vida: «cuando abro sus páginas, oigo a Dios que me habla»[5]. Además de escuchar la palabras de Dios, está atento a las preguntas de sus feligreses con vistas a ofrecer respuestas reales, ya sean las de un niño moribundo al que visita en el hospital o un correo electrónico de un estudiante universitario. Se dice de él que es sincero, sabio y no polémico.
En su primer libro publicado, Dando sentido a la Biblia. Redescubrir el poder de las Escrituras hoy[6], se mete de lleno, aunque con estilo popular, en la problemática del texto bíblico. En su primera parte analiza la naturaleza de la Escrituras, y explica cómo hemos obtenido nuestra Biblia. Analiza la formación del canon del Antiguo y del Nuevo Testamento y discute las diferencias entre los evangelios sinópticos y el Evangelio de Juan y la autoría de las cartas atribuidas a Pablo. También aborda cuestiones más problemáticas como: ¿Es la Biblia inspirada? ¿Cómo habla Dios a través de las Escrituras? y ¿es la Biblia inerrante e infalible? La segunda mitad del libro aborda una docena de temas candentes como la Biblia y la ciencia, la historicidad de Adán y Eva, el diluvio, la violencia de Dios en el Antiguo Testamento, el sufrimiento, la homosexualidad, las mujeres, la fiabilidad histórica de los evangelios y el libro del Apocalipsis. Su acercamiento al tema, como he apuntado, es popular, no académico, dirigido al gran público, de trasfondo metodista. Algunas de sus afirmaciones fueron calificadas de provocadoras, dando lugar a intensos debates. Hamilton se había atrevido a desafiar las interpretaciones tradicionales de la Biblia, comenzado por el tema de la inerrancia.
A la pregunta de Jonathan Merritt, reportero de Religion News Service, sobre qué entiende exactamente cuando dice Biblia está divinamente «inspirada», Hamilton responde:
«Los autores bíblicos eran personas como nosotros. Los cristianos no sostenemos, como los musulmanes, que nuestro libro sagrado fue dictado por Dios. Los autores bíblicos escribieron en una época determinada, para un público concreto, en un contexto determinado. Una parte de la interpretación correcta de las Escrituras consiste en leerlas a la luz de lo que podemos saber sobre su contexto histórico y cultural, los propósitos del autor al escribir y conocer algo sobre las personas a las que se dirigía. En 2 Timoteo 3:16 Pablo escribe: «Toda la Escritura es inspirada por Dios…». Los cristianos a menudo asumen que saben lo que esto significa, pero Pablo parece haber creado la palabra «inspirada» [gr. theopneustos]. No aparece en la lengua griega antes de esto y no se utiliza en ninguna otra parte de la Biblia. Literalmente significa «inspirado por Dios», pero Pablo no explica con precisión lo que quiere decir. Es una metáfora, y las metáforas no son precisas. Si se las lleva demasiado lejos, se rompen. Cuando pienso en inspirado, pienso en influido por Dios. Esto deja abierta una variedad de formas en las que los autores bíblicos fueron influenciados por Dios»[7].
Hamilton es ciertamente honrado cuando explica por qué, en cuanto cristiano, no puede aceptar literalmente gran parte de las historias del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, al explicar la violencia en el Antiguo Testamento, argumenta en base a una teología bíblica que va mucho más allá de la explicación tradicional-conservadora:
«Mi premisa es que la Biblia son las palabras de personas que fueron influenciadas por Dios, pero que también fueron moldeadas por los tiempos en que vivieron. La violencia que se atribuye a Dios en la Biblia es un problema grave que los cristianos deben abordar. Es incoherente con el carácter de Dios descrito en muchos lugares del Antiguo Testamento, y ciertamente incoherente con la Palabra de Dios revelada en Jesucristo, que llama a sus seguidores a amar a sus enemigos. En la Biblia hebrea encontramos a Dios dando muerte a 70.000 israelíes para castigar a David por hacer un censo. Tenemos a Dios ordenando a Josué que mate a todos los hombres, mujeres y niños de 31 reinos enteros en Canaán como una especie de ofrenda a Dios. Esto es lo que hoy llamaríamos un genocidio. Dios ordena a los sacerdotes que quemen vivas a sus hijas si se prostituyen. No puedo imaginarme a Dios llamándome a quemar vivo a uno de mis hijos, independientemente de lo que hayan hecho. Otros pueblos del antiguo Oriente Próximo creían que sus dioses también les llamaban a masacrar ciudades enteras como ofrenda a sus dioses, por lo que parece haber sido un entendimiento cultural común sobre la relación entre la guerra y los dioses»[8].
Para Hamilton la clave de la interpretación bíblica es Jesucristo. No hay hermenéutica cristiana que la que parte, se fundamenta y se centra en Jesucristo. Él es «la única Palabra de Dios que no nos llega a través de las mentes, los oídos y los corazones de autores humanos falibles»[9]. Jesús el criterio del resto de la Escritura para saber si son coherentes o no con la voluntad y el carácter de Dios.
Volviendo al tema de la inspiración, Hamilton enseña que «la inspiración divina de las Escrituras fue Dios trabajando en los corazones de los autores bíblicos de una manera no diferente a como Dios opera en los corazones de los predicadores y profetas y laicos de hoy en día […] a través de un impulso divino sentido en el corazón, enfocado en la mente, y hablado con los labios o la pluma»[10]. En otras palabras, «esa influencia divina sobre los escritores no era cualitativamente diferente de la forma en que Dios inspira o influye por el Espíritu hoy en día»[11]. Los críticos señalan que esto significa que los lectores, no los autores, son los inspirados por Dios, lo cual va en contra del concepto tradicional de la inspiración. Sin embargo, es del todo incorrecto deducir que Hamilton enseña tal cosa. Él solo quiere hacer ver que el texto bíblico inspirado se expresa, se da a conocer, se hace realidad en lectores igualmente inspirados, movidos o influidos por el espíritu divino, de lo contrario, uno puede leer la Biblia como un libro de historia terriblemente aburrido sin sacar ninguna lección o enseñanza espiritual de la misma. La inspiración, pues, debe ser tan real y actual como lo fue en su día, con la diferencia de que la inspiración original es fuente originante de inspiraciones posteriores.
«La dimensión más importante de la inspiración puede ser el modo en que Dios utiliza las palabras de las Escrituras para hablarnos hoy […] Podemos leer un pasaje de la Escritura y no escuchar nada en absoluto. Luego lo volvemos a leer en oración, y oímos algo que no habíamos oído antes. Sentimos que Dios nos habla»[12].
Hamilton admite que su comprensión de la inspiración es en cierto modo similar a la propuesta por Karl Barth[13]. Dicho esto, hay que aclarar, que aunque no faltaron críticas a Making Sense of the Bible, un buen número de reseñas fueron bastante positivas y superaron con mucho las negativas. Los lectores agradecen al autor la valentía de ofrecer respuestas honestas y creíbles más allá de los tópicos, y hasta le confiesan haberles salvado de la caída libre en el agnosticismo. «Adam Hamilton presenta una hermosa perspectiva de por qué la Biblia puede seguir siendo razonable para creer hoy en día, siempre y cuando se deje de lado una perspectiva literalista y en blanco y negro tanto de la historia como de la aplicación de las Escrituras. Me hace querer volver a creer»[14]. En esta línea, Tony Campolo, fundador y presidente de la Asociación Evangélica para la Promoción de la Educación, escribe: «Cuando pienso en la cantidad de personas que se han alejado de la fe cristiana por culpa de la mala lectura y comprensión de la Biblia, sólo puedo decir: ‘¡Gracias Jesús por este libro! Va a ayudar a mucha gente». Mientras que todo un peso pesado en teología como Walter Brueggemann, profesor en el Seminario Teológico de Columbia, escribe: «Maravillosamente accesible, Hamilton combina la buena erudición con un toque ligero y exhibe su sabio y generoso corazón pastoral. Hamilton no deja que olvidemos que da testimonio del evangelio y el resultado es una discusión que permite a los lectores pensar de nuevo y con fidelidad sobre la Biblia».
De modo que, para concluir nuestro argumento, decir que la inerrancia es esencial para para el crecimiento de la iglesia no tiene fundamento real y, sobre todo, parece olvidar, o deja en un segundo plano, que la roca sobre la que la iglesia se funda es Jesucristo, él es la razón de ser de la iglesia, su vida y su futuro. Como escribe en una interesante reflexión Michael Patton (Th.M., Dallas Theological Seminary), President de Credo House Ministries, el artículo por el que la Iglesia cae o permanece no es la inerrancia de la Biblia, sino la fidelidad al evangelio de Jesucristo.
«El cristianismo no se basa en la inerrancia de las Escrituras, sino en el advenimiento histórico de Jesucristo, el Hijo de Dios. Cristo se hizo hombre, vivió una vida perfecta, murió una muerte expiatoria y resucitó al tercer día, no porque las Escrituras digan inerrantemente que estos hechos ocurrieron, sino porque, de hecho, ocurrieron. La verdad está en la objetividad del evento, no en la exactitud del registro del evento. La causa y el efecto deben ser puestos en el lugar apropiado aquí. El evento histórico de la encarnación causó el registro de la Escritura, la Escritura no fue la causa de los eventos. Una vez más, el cristianismo se basa en el advenimiento, no en el registro inerrante del advenimiento»[15].
Hamilton versus Chicago
Frente al Chicago Statement on Biblical Inerrancy, Adam Hamilton se muestra combativo y desafiante. Decir que «la Escritura, al ser total y verbalmente dada por Dios, no tiene errores ni faltas en toda su enseñanza, tanto en lo que afirma sobre los actos de Dios en la creación, sobre los acontecimientos de la historia del mundo y sobre sus propios orígenes literarios bajo Dios, como en su testimonio de la gracia salvadora de Dios en las vidas individuales», suena a verdad. Pues si Dios eligió cada palabra de la Escritura, por supuesto que cada palabra debe ser verdadera, porque Dios no miente ni engaña y Dios es omnisciente. Pero hay dos cosas, objeta Hamilton, que le impiden adoptar este punto de vista.
«La primera es que la Biblia no enseña realmente ese punto de vista […] Los inerrantistas parten de una visión particular de las Escrituras, y luego interpretan una variedad de ellas a la luz de sus presupuestos, lo que les lleva a leer en ellas un significado que puede no haber sido sostenido por los autores originales. En otras palabras, pocas o ninguna de las escrituras citadas, leídas en su contexto, enseñan realmente lo que los inerrantistas proclaman como la “posición bíblica” sobre la Biblia.»
La segunda razón por la que no acepto la doctrina de la inerrancia es que es fácil demostrar que la Biblia, tal como la tenemos, contiene errores e incoherencias. Los redactores de la Declaración de Chicago y la mayoría de los inerrantistas informados son conscientes de que hay muchos lugares en los que el significado llano del texto bíblico es inconsistente con lo que sabemos de la ciencia moderna, la arqueología o la historia. Entienden que hay inconsistencias dentro de los diferentes relatos de la misma historia. Reconocen que hay algunas enseñanzas en las Escrituras que ya no son vinculantes hoy en día, y suelen señalar que estas enseñanzas fueron moldeadas por la cultura o la época en que se escribieron las Escrituras. Los partidarios de la inerrancia se esfuerzan mucho por suavizar estas incoherencias y errores aparentes. En los casos en los que la Biblia es incoherente con la historia, la arqueología o la ciencia, suelen decir una de estas tres cosas: que la ciencia, la arqueología o la historia están equivocadas y que la Biblia tiene razón a pesar de las pruebas; o que hay una explicación perfectamente lógica para las incoherencias, pero que simplemente no tenemos todos los datos en este momento; o que se trata de un error de un copista del manuscrito, y que el error no estaba en el “autógrafo” original»[16].
Puesto que no tenemos los manuscritos originales de ningún texto bíblico no hay manera de probar o refutar esta hipótesis. Pero, ¿no cabría esperar que Dios, de quien se dice que proporcionó la gracia de la infalibilidad en la redacción de los manuscritos originales, se asegurara también de que nos fueran transmitidos infaliblemente?, pregunta Hamilton. De lo contrario, ¿qué sentido tiene la infalibilidad? «Esta idea de los manuscritos originales inerrantes permite al inerrantista especular que cualquier error que no pueda ser armonizado o explicado de otra manera no existía en el manuscrito original del documento»[17].
El artículo 13 de la Declaración de Chicago afirma: «Negamos que sea apropiado evaluar las Escrituras de acuerdo con modelos de verdad y error ajenos a su uso o propósito. Negamos además que la inerrancia sea negada por fenómenos bíblicos como la falta de precisión técnica moderna, las irregularidades gramaticales u ortográficas, las descripciones observacionales de la naturaleza, la denuncia de falsedades, el uso de hipérboles y números redondos, la disposición tópica del material, las selecciones variantes de material en relatos paralelos o el uso de citas libres». Hamilton responde a este modo de argumentar:
«Esta es una laguna lo suficientemente grande como para conducir un camión a través de ella. Pero la siguiente declaración debería cubrir cualquier otro error aparente: “Negamos que los supuestos errores y discrepancias que aún no han sido resueltos vicien las afirmaciones de verdad de la Biblia”. Así que cualquier error aparente que no haya sido resuelto por todas las otras negaciones, ¡todavía no niega el hecho de que la Biblia es inerrante!»[18]
Con buena dosis de ironía, Hamilton dice que tenemos que agradecer a los redactores de Chicago el artículo 19 donde afirman que la negación de la inerrancia sea necesaria para la salvación. «Esta es una declaración realmente importante y muy apreciada por quienes rechazamos la inerrancia. Pero el artículo continúa diciendo: “Sin embargo, negamos además que la inerrancia pueda ser rechazada sin graves consecuencias, tanto para el individuo como para la Iglesia”. Las consecuencias incluyen la persecución sutil, y a veces no tan sutil, de los que niegan la inerrancia. Los eruditos han sido condenados al ostracismo de las sociedades teológicas, los pastores han perdido sus pastorados, los profesores de seminarios y de universidades han perdido sus puestos, y los autores han sido eliminados, todo por no afirmar la inerrancia. Muchos eruditos y pastores evangélicos que tienen serias reservas sobre la doctrina parecen haber profesado la inerrancia con los dedos cruzados a la espalda sólo para mantener sus puestos de trabajo o seguir publicando».
Podríamos seguir con este tema, pero no cabe dentro de un artículo, remito, pues, a la lectura de Making Sense of the Bible, pues tras su aparente sencillez, se encuentra un pensamiento riguroso, muy trabajado, ingenioso, honesto, se esté o no de acuerdo con todas y cada una de sus afirmaciones. Termino con una cita más que expresa claramente la posición del autor, y que, seguramente, muchos pueden firmar, y que a otros debería servir de aviso:
«Una visión exagerada o inexacta de la Escritura no es una visión elevada de la Escritura, es simplemente una visión equivocada de la Escritura. Una visión elevada de la Escritura toma la Biblia en serio, a la vez que toma en serio su contexto histórico y la humanidad de sus autores. Una visión elevada de las Escrituras es la que sostienen quienes realmente leen las Escrituras, buscan entender por qué los autores humanos escribieron lo que hicieron, y cómo transmiten la voluntad eterna de Dios para nosotros hoy. Una visión elevada de la Escritura incluye no sólo leer la Biblia, sino tratar de vivir sus mensajes intemporales, que se disciernen a la luz de Jesucristo, que es la Palabra definitiva de Dios»[19].
[1] What Makes a Church Grow, https://www.nae.org/what-makes-a-church-grow/
[2] Inerrancia, hacia un ejercicio de responsabilidad, https://www.lupaprotestante.com/inerrancia-hacia-un-ejercicio-de-responsabilidad-alfonso-ropero/?fbclid=IwAR2pef-YoJUzxCoQ18-3XoG3KdJTjgbCnECrh49XI6TqvVK2tYrz0AXP1WQ
[3] Cf. Diana Butler Bass, Not Dead Yet. White mainline Protestants now outnumber white evangelicals, https://dianabutlerbass.substack.com/p/not-dead-yet;
Milton J. Coalter, John M. Mulder, Louis Weeks, The Mainstream Protestant «decline»: The Presbyterian Pattern (Westminster John Knox Press, 1990); Bill McKibben, The Unlikely Rebound of Mainline Protestantism, https://www.newyorker.com/news/daily-comment/the-unlikely-rebound-of-mainline-protestantism; Dave Shiflett, Exodus: Why Americans Are Fleeing Liberal Churches for Conservative Christianity (Sentinel HC, 2005).
[4] B.A. en Ministerio Pastoral de Oral Roberts University y Master de Teología de Perkins School of Theology, Southern Methodist University
[5] Hamilton, Making Sense of the Bible, p. 3.
[6] Adam Hamilton, Making Sense of the Bible. Rediscovering the Power of Scripture Today. New York, HarperOne 2014.
[7] Mega-church pastor Adam Hamilton’s scandalous take on Scripture,
https://religionnews.com/2014/05/01/adam-hamilton-offers-scandalous-take-on-scripture/
[8] Id.
[9] Hamilton, Making Sense of the Bible, p. 146.
[10] Id., p. 173.
[11] Id., p. 143.
[12] Id., p. 142.
[13] Id., p. 319 n. 5
[14] Aaron Moberly, Book Review: Adam Hamilton’s Making Sense of the Bible,
https://www.covenantmadison.org/post/book-review-adam-hamilton-making-sense
[15] Michael Patton, «If the Bible is Not Inerrant, then Christianity is False» . . . And Other Stupid Statements, https://credohouse.org/blog/if-the-bible-is-not-inerrant-then-christianity-is-false-and-other-stupid-statements
Mark Noll, en The Scandal of an Evangelical Mind (1995) describe cómo la adhesión del fundamentalismo a la inerrancia «dejó la experiencia de los escritores bíblicos casi sin sentido» (p. 133). Así que la cuestión de la inerrancia que se convierte en el lugar de la interpretación bíblica también es perjudicial para los cristianos que necesitan experimentar las Escrituras por todo lo que valen.
[16] Hamilton, Making Sense of the Bible, cap. 17.
[17] «La inerrancia sólo se aplica a los autógrafos originales, que no tenemos. Uno de los creadores de Chicago Statement on Biblical Inerrancy me enseñó en el seminario que estamos en mejores condiciones si tenemos un texto cercano a un texto perfecto que un texto no cercano. Todavía no tenemos uno, así que Dios no debe haber querido que tengamos uno. Lo que tenemos es lo que tratamos, no los autógrafos originales. La apelación a los autógrafos originales elimina todo desafío a la inerrancia del texto que tenemos al texto que podríamos haber tenido». Scott McKnight, Inerrancy or Inerrancies? https://scotmcknight.substack.com/p/inerrancy-or-inerrancies
[18] Hamilton, Making Sense of the Bible, cap. 17.
[19] Id.