Allá por el año 394 de nuestra era, San Jerónimo escribió una carta al presbítero de Burdeos, un hombre llamado Amandus, con algunos consejos acerca de unos versículos bíblicos. En ella, este doctor de la Iglesia se refiere a la siguiente pregunta que una mujer de la congregación llamada Fabiola le hizo llegar junto con la carta del presbítero: ‘pregúntale si una mujer que ha dejado a su marido a causa de que es un adúltero y un sodomita, y que se ha visto obligada a tomar a otro, puede estar en comunión con la iglesia mientras su primer marido viva sin hacer penitencia por su falta’ (55:3). Ante esta pregunta, Jerónimo hace un ejercicio hermenéutico mezclando textos de Romanos 7:1-3 y 1 Coríntios 7:39 para responder que:
‘El apóstol… ha declarado que si una mujer se casa de nuevo mientras su marido está vivo, es una adúltera… Un marido puede ser un adúltero o un sodomita, puede estar manchado con todo tipo de crímen y puede haber sido abandonado por su mujer por causa de sus pecados; pero aún así es su marido y, mientras viva, ella no puede casarse con otro’ (55:3)
Jerónimo afirma que el apóstol declara esto bajo la autoridad de Cristo, ‘quien habla a través de él’ (55:3), y cita como evidencia el conocido texto de Mateo 5:32 en el que Jesús dice sobre el divorcio: ‘el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio’ (RV60). Al menos esta es la versión del versículo a la que parece tener acceso Jerónimo en el momento de escribir la carta. Digo esto porque hoy conocemos al menos 5 versiones de dicho versículo, contenidas en distintos manuscritos y no todas coinciden (Parker, 80-85). Por ejemplo, el códice Bezae nos aporta esta versión:
‘Quien se divorcia de su mujer, excepto por causa de porneia, hace que ella adultere’
Dejando a un lado lo que la palabra porneia pueda querer decir (algo en lo que los estudiosos no se ponen de acuerdo), no hay ninguna razón que nos haga pensar que esta otra versión no pueda ser más original que la primera (Parker, 82).
La cosa se complica aún más si, para indagar en lo que Jesús pudo querer decir sobre el divorcio, ponemos juntas las versiones de todos los textos sinópticos en los que este evento ocurre (Mateo 5:32; 19:9; Marcos 10:11-12; Lucas 16:18). Los manuscritos bíblicos nos ofrecen una suma total de 23 variantes sobre este mismo asunto. Entre las posibles causas detrás de tanta variedad tenemos posibles errores de copistas, cambios intencionados para intentar armonizar unas versiones con otras o para adaptar los textos a distintos contextos, e incluso cambios ideados para dar autoridad a ciertas creencias externas al texto.
Tanta variación delata las dificultades que tuvieron los editores de la Biblia para asimilar algunos de los textos que llegaron a sus manos. Estas dificultades en algunos casos resultaron en textos que no tienen mucho sentido. Esto ocurre, por ejemplo, con el texto de Mateo que aparece más arriba. Poniéndonos en la piel del que escucha, el texto parece tener la misión de impedir que nos divorciemos de nuestra esposa. Pero de ser así, ¿qué tipo de amenaza es decirnos que si lo hacemos será ella la que cometa adulterio? Si alguien piensa en divorciarse de su esposa, imaginamos que no estará particularmente preocupado por el estado en el que ella pueda quedar después del divorcio. Tampoco está claro el mecanismo que convierte a la esposa en adúltera habiendo sido el marido quien ha causado el divorcio. Y si pensamos en la excepción que aparece en el versículo todo se confunde aún más, porque si es cierto que un divorcio convierte a la mujer en adúltera, ¿en qué sentido una excepción creada para justificar la acción del marido elimina esa conclusión? La versión de la RV60 añade además una frase que no nos ayuda a resolver todos estos problemas. Porque decir que ‘el que se casa con la repudiada, comete adulterio’, presenta problemas similares. Como dice J.C. O’Neill:
‘¿Por qué tendría el primer marido que preocuparse por la posible culpa del segundo? Y de la misma forma, si le dijeran al primer marido que su esposa sería culpable de adulterio al casarse de nuevo, el podría responder sin problemas, “pues que no se case si no quiere ser una adultera, pero ese es su problema, no el mío”’ (O’Neill, 36)
Los textos de la Biblia no sólo delatan los problemas que sus editores tuvieron al compilarla, sino también las muchas libertades que se tomaron en esta tarea. Tomemos, por ejemplo, otra versión acerca del divorcio, esta vez en Marcos 10:11. La Biblia de las Américas dice:
‘Cualquiera que se divorcie de su mujer y se case con otra, comete adulterio contra ella; y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio’
Si comparamos esta versión con las de más arriba, podemos ver que lo que se dice aquí es bien distinto. Este texto no habla de divorcio sino de divorcio unido a nuevo casamiento. Aquí no es ella la que cae en adulterio al ser divorciada, sino que el adúltero es quien causa el divorcio, si es que se casa con otra. Y no tenemos ninguna excepción en este caso, al contrario que en el caso de Mateo. Pero, en mi opinión, no es esto lo más interesante. Lo más curioso está en la segunda parte del texto (‘y si ella se divorcia…’), unas palabras que no pudieron salir de labios de Jesús. Así lo afirma D.C. Parker: ‘La versión de Marcos presupone que una mujer puede divorciarse de su marido. Esto era posible en el mundo pagano pero no en el Judaísmo’ (Parker, 79). Y G. Vermes coincide: ‘Y en cuanto a la referencia de Marcos a una mujer que se divorcia de su marido, esta imagen presupone un contexto legal extraño al mundo de Jesús y sus contemporáneos judíos’ (Vermes, 181). Lo cual implica que alguien, en el largo proceso de transmisión de este texto, no solo decidió aplicar a la mujer aquello que encontró aplicado al hombre, sino que no dudó en ponerlo en boca de Jesús. ¡Y este texto modificado ha acabado en nuestras biblias!
Está claro, pues, que lo que leemos en nuestras biblias no es más que una selección determinada de las variantes a las que tenemos acceso. Nadie tiene certeza de lo que Jesús dijo. Es más, es probable que muchos textos hayan llegado ya muy cambiados a las manos de los editores de los evangelios, lo cual implica que en muchos casos incluso la copia más antigua que tenemos de nuestros evangelios está ya muy separada de lo que Jesús pudo decir realmente. En palabras de Parker, ‘aunque Marcos es el evangelio más antiguo, ya nos presenta una versión del dicho [sobre el divorcio] que ha sido adaptada a nuevas circunstancias’ (Parker, 80).
¿Qué significa esto en nuestra investigación sobre el divorcio? Por un lado, podemos decir que la mayoría de los estudiosos están de acuerdo en que Jesús debió decir algo en algún punto de su ministerio sobre este asunto. La variedad textual, sin embargo, apunta a que sus palabras originales, así como el contexto específico en el que ocurrieron, se han perdido. ¿Quiso Jesús dar una ley universal sobre el divorcio para todos los creyentes? Si esa fue su intención no podemos decir otra cosa que dicho propósito ha fracasado. La ley original se ha perdido. Es cierto, los cristianos somos capaces de inferir del resto de las Escrituras que el divorcio no parece formar parte del plan ideal de Dios. Pero no podemos decir que tengamos acceso a un dicho de Jesús específico y claro que contenga una ley universal y eterna sobre el divorcio.
Yo sospecho que los cristianos primitivos no pensaban en los textos bíblicos de esta forma, como leyes universales escritas en piedra que nos dicen lo que tenemos que hacer en cada caso. Al contrario, la evidencia textual nos muestra una forma de entender los textos mucho más fluida. Es cierto que Jesús debió decir algo determinado sobre el divorcio a sus oyentes en algún punto de su ministerio, pero los que transmitieron estas palabras supieron entender que lo que Jesús pudo decir en un contexto, no era aplicable a otros muchos. Entendieron que a veces es necesario cambiar las palabras de Jesús para adaptarlas a distintas situaciones. Esto es algo con lo que los cristianos de hoy día no se encuentran cómodos. Parte del problema es que muchos siguen mirando a la Biblia como una lista de leyes aplicables de forma universal a todo contexto posible. Haríamos bien en darnos cuenta de que ni Jesús ni los que transmitieron esos textos que al final han acabado en nuestras biblias los miraban de esta forma.
Fijémonos un instante en cómo el apóstol Pablo utiliza lo que él identifica como un mandamiento del Señor:
‘Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer’ (1 Coríntios 7:10-11, RV60.
Murphy-O’Connor explica que existen suficientes evidencias textuales que apuntan a que al escribir (o dictar) esto, ‘Pablo tenía un caso particular en mente’ (Murphy-O’Connor, 602). Esto no es nada extraño. Al fin y al cabo Pablo escribe esta carta a una iglesia con la intención, es de suponer, de tratar ciertos problemas que han llegado a sus oídos. Problemas, dicho sea de paso, que nosotros no conocemos. No sabemos a quién escribe el apóstol los versículos de más arriba, como tampoco sabemos a quién podría decir sólo unos versículos después, ‘si el incrédulo se separa, sepárese’ (7:15, RV60). No sabemos si el apóstol conocía la excepción que aparece en Mateo 5:32 pero decidió eliminarla, o si no la conocía y por tanto estaba usando una versión textual distinta de la que usó el editor de Mateo. Lo que parece evidente es que, para Pablo, ningún texto tiene autoridad final sobre él. Como concluye Murphy-O’Connor en su artículo:
‘La verdad del asunto es que Pablo no es consistente, y es muy importante que reconozcamos este punto para poder entender la actitud de Pablo con respecto a este dicho. Pablo rechaza el divorcio en 7:10-11 porque en este caso consideró que no había razones suficientes para llevarlo a cabo. Por el contrario, en 7:15 permite el divorcio porque encuentra las razones convincentes. El dicho dominical no controla el pensamiento de Pablo en 7:1-11; es una idea que surge más bien por su utilidad pastoral. Ni tampoco el dicho le limita en 7:15; todo lo contrario, hace precisamente lo que el dicho prohíbe hacer’ (Murphy-O’Connor, 606).
Vale la pena releer esta conclusión, dejar que nos hable, que nos haga darnos cuenta de lo que implica. Porque si Pablo fue capaz de usar un dicho (que él cree procede) de Jesús cuando le fue útil, pero dejarlo a un lado cuando no lo fue, ¿no podemos acaso nosotros hacer lo mismo? ¿no tenemos nosotros esa misma libertad en el Espíritu? G.F. Hawthorne hace esta misma pregunta: ‘¿Es posible inferir del hecho de que podamos encontrar ya dos excepciones al ideal del matrimonio entre los límites del canon sagrado… que otras excepciones puedan también encajar con estas?’ (Hawthorne, 599). J.A. Fitzmyer nos da una respuesta:
‘Si Mateo fue movido bajo inspiración a añadir una excepción al dicho de Jesús sobre el divorcio que encontró de forma absoluta en sus fuentes, ya sea en Marcos o en Q, y si igualmente Pablo bajo inspiración pudo introducir en sus escritos una excepción bajo su propia autoridad, entonces ¿por qué no puede la Iglesia institucional de generaciones posteriores, guiada por el Espíritu, añadir excepciones similares?’ (Fitzmyer, citado en Stein, 121).
He de terminar y para ello vuelvo a Jerónimo. Comenzamos hablando de cómo este doctor de la Iglesia había condenado, en su carta 55, a una mujer por haberse casado después de una separación. Al igual que con los textos de los evangelios o el texto de Pablo, hemos de entender aquella carta como un caso puntual, una aplicación concreta a un caso concreto que Jerónimo debía conocer pero que a nosotros nos resulta desconocido. ¿Entendía Jerónimo la Biblia como un libro de leyes universales que debían ser aplicadas siempre, independientemente de su contexto? Si leemos la carta 55, podríamos pensar que sí, que Jerónimo tomaba Mateo 5:32 como una ley aplicable a todo caso, incluido el caso de Fabiola, y que no había vuelta atrás, que nadie tenía la libertad para decidir qué textos tomar o dejar dependiendo de las circunstancias. Y sin embargo, esta no es toda la historia. Escuchemos lo que escribe Jerónimo en su carta 77:
‘El Señor ha dado el mandamiento de que una mujer no debe ser repudiada “excepto por causa de fornicación, y que si lo es, debe permanecer sin casarse”. Ahora, un mandamiento que se da a los hombres es lógicamente aplicable de la misma forma a las mujeres. Porque no puede ser que mientras que una mujer adúltera puede ser repudiada, un marido adúltero tenga que ser retenido… Fabiola ha abandonado – tienen razón – a un marido que era un pecador, culpable de este y aquel crimen, pecados – casi menciono sus nombres – que todo el vecindario conocía pero que su mujer decidió no dar a conocer. Sin embargo, si se acusa a su mujer de que después de repudiar a su marido contrajo matrimonio, he de admitir que esto es una falta, pero al mismo tiempo declaro que es posible que haya sido por causa de necesidad. «Es mejor», dice el apóstol, «casarse que estarse quemando»‘ (77:3)
Esta carta fue escrita una vez que Fabiola había ya fallecido. En ella Jerónimo justifica el divorcio de Fabiola y se muestra mucho más benévolo con su segundo matrimonio, usando en esta ocasión una mezcla de textos bíblicos distinta de la que usó en su carta 55. Es triste que los cristianos tengamos a veces que esperar hasta que sea demasiado tarde para cambiar de idea sobre ciertos asuntos. De poco le sirvieron a Fabiola estas palabras una vez muerta. ¡Y pensar en todo el dolor que le habrían ahorrado de haber llegado un poco antes, o si, aún más, aquella carta 55 nunca hubiese sido escrita! Es difícil leer estas cartas y no percibir el tremendo trauma que este asunto debió causar tanto a Fabiola como a la iglesia en la que se congregaba. Y no es este un caso aislado de los primeros siglos del Cristianismo. Casos como este abundan hoy en nuestras iglesias. Es hora, quizá, de que los cristianos aprendamos a poner la letra por debajo del Espíritu que la inspiró, y dejar que dicho Espíritu siga hablando hoy.
Bibliografía
G.F. Hawthorne. Marriage and divorce, adultery and incest, en Dictionary of Paul and his letters. InterVarsity Press, 1993 (pp. 594-601)
J. Murphy-O’Connor. 1981. The divorced woman in 1 Cor 7:10-11. Journal of Biblical Literature 100(4): 601-606
J.C. O’Neill. Messiah: Six lectures on the ministry of Jesus. Cochrane Press, 1980
D.C. Parker. The living text of the Gospels. Cambridge University Press, 1997
R.H. Stein. Is it lawful for a man to divorce his wife? Journal of the Evangelical Theological Society 22(2): 115-121
G. Vermes. The authentic gospel of Jesus. Penguin Books, 2003.