Posted On 12/01/2024 By In portada, Teología With 1075 Views

La confesión en tiempos de las fake news | Ekkehard Heise

 

“La confesión es algo reconfortante” escribe Martín Lutero en un sermón del 16 de marzo de 1522[1]. Sin embargo la palabra “confesión” todavía tiene una connotación negativa en nuestras iglesias protestantes, como el confesionario católico o la disciplina de la iglesia calvinista. Pero no debemos preocuparnos de formas de confesión obsoletas y obviamente erróneas, sino del asunto mismo: la confesión tiene que ver con soltar la verdad, las verdades humanas y la verdad de Dios.

Hoy en día en tiempos de las noticias falsas (fake news) en el ámbito político, al igual que cuando nos centramos en la percepción de nuestra propia vida personal, qué importante es que uno se apegue a la verdad por encima de las mentiras, las ideologías y los compromisos mediocres, las vanidades engreídas que nos ciegan. Nos aferramos a la verdad diciéndola, viviendo de acuerdo con ella y dejándola expresar lo suyo. Quien la oculta, la verdad, no quiere verla, incluso las mayorías silenciosas proporcionan terreno para la mentira. La verdad debe ser expresada, necesita ser dicha, urge tomar forma en palabras, porque sólo así podrá contrarrestar la mentira, la falsedad y la desesperación en la sociedad al igual que en el alma individual. Sí, también la desesperación. El dolor más grande probablemente sea aquel que aún no ha podido confesarse. Ningún conocimiento horrible puede ser tan atormentador como el horror y la tristeza que no encuentran palabras.

Por eso son importantes todas las fotos y reportajes de las escenas de injusticia y de violencia en el mundo, para que en primer lugar se pueda discutir y expresar lo que está sucediendo. Para que las víctimas no queden sepultadas como daños colaterales bajo las estadísticas ganadoras, debemos soportar las imágenes más horribles de las atrocidades humanas. Donde no se habla del sufrimiento, la culpa y la injusticia, el diablo se regocija y “vence y estrangula” a la gente, como lo expresó Martín Lutero en su sermón sobre el arrepentimiento. Creo que, como comunidad cristiana, estamos especialmente llamados y calificados para percibir y hablar sobre lo que de otro modo se mantendría en silencio. Se nos han dado palabras, frases e informes de un poder especial. Podemos seguir hablando donde de otro modo sólo habría silencio. Con la historia de la Pasión, con los relatos de la crucifixión de Jesús, escuchamos la voz de Dios incluso ante los destinos o las atrocidades más terribles. De nada sirve apartar la mirada, los sufrimientos de Jesús se repiten en todas las escenas violentas y humillantes de los informativos de televisión. Y no necesitamos ni debemos cerrar los ojos, porque Dios tampoco lo hace.

Los sufrimientos humanos son incomparables. No se pueden enfrentar entre sí, incluso si hay diferencias obvias: aquí el padre cuya hija fue secuestrada por terroristas, allí el prisionero condenado en prisión declarado culpable de hechos asquerosos. El sufrimiento también puede ser el resultado de una enfermedad o una discapacidad física, o incluso un obstáculo para el autodesarrollo de una persona debido al acoso en el trabajo o la pobreza material. A la gente se le niega o se la deja sola, desesperada. Es necesario discutir todo esto. La desesperación y la culpa, el sufrimiento y los dolores de conciencia deben expresarse con palabras para que se pueda solicitar y experimentar la curación.

La forma en que todo esto ocurre es a través de la confesión en sus diversas formaciones. No hablamos de una forma específica, sino de la posibilidad curativa de expresarse ante Dios y los hombres, que tienen todos aquellos que están agobiados. Lutero dice:Porque hay muchas cosas dudosas y erróneas en las que el hombre solo no puede navegar bien y que no puede comprender”, y en su sermón sobre la confesión añade desde su propia experiencia:

Nadie sabe lo que puede hacer la confesión secreta que aquellos que a menudo tienen que luchar y luchar con el diablo. Hace tiempo que habría sido vencido y estrangulado por el diablo si esta confesión no me hubiera sostenido”.

Lo especial de la manera en que Lutero entendía la confesión, me parece ser, que la liberó de su confinamiento como un acontecimiento forzado desagradable – el Papa la convirtió en un «caso de coerción“, dice Lutero – y la restableció en todo su significado, como un acontecimiento lingüístico liberador. Para Lutero, la confesión significa que se dice la verdad, y esto en varios y diversos aspectos.

En este breve articulo quisiera destacar un punto entre tantos que se refiere a la cura de almas evangélica. La confesión protestante no requiere a la persona de un cura de almas profesional, sino que puede tener lugar entre hermanos y hermanas. Todos podemos escuchar la confesión de los demás; de hecho, todos podemos confesarnos a solas con Dios y escuchar la absolución. Cualquiera que sea lo suficientemente fuerte, puede escuchar la absolución basándose en su fe. “¿Pero cuántos de ellos tienen una fe y una confianza tan firmes y fuertes en Dios? Aquí cada uno debe cuidarse a sí mismo para no engañarse”, predica Lutero para evitar que la mentira se cuele desde el principio. Y por eso el interlocutor (confesor) es muy importante también en la confesión protestante.

Pero ¿cuál es su tarea? Su tarea más importante, y a menudo única, es la escucha, quizás la tarea más difícil de toda la poiménica cristiana. Prestar este servicio, escuchar empáticamente el relato de otra persona, significa realmente trabajar al favor del prójimo, aceptarlo y respetarlo, crear, ofrecer un espacio para su verdad. En la práctica pastoral de la mayoría de las iglesias protestantes, esta forma de cura de almas desinteresada se ha perdido y ha dado paso a una forma de paternalismo. Aparecen los líderes como “consejeros pastorales“ como “guías espirituales“, personas que valoran sus posiciones de liderazgo y creen que están en posesión de la sabiduría y las verdades que comparten de a pedacitos adecuados con los que buscan ayuda. Queda poco espacio para las historias personales de quienes necesitan contar la verdad, y se hace poco esfuerzo por encontrar en estas historias la clave para liberar la verdad y pedir perdón y absolución en una relación directa con Dios. Tiene un significado profundo cuando, en el antiguo sistema confesional, el confesor simplemente acompaña al confesante y lo lleva a decir su verdad ante los ojos de Dios.

El confesante recibe la absolución de Dios, indirectamente a través de su compañero, si aún es necesaria. Bajo ninguna circunstancia una persona pastoral está en el rol o en la posición de explicar la vida a su contraparte y resolver sus problemas en su nombre. Todo aquello son pasos en segundo o tercer plano, para lo que también se puede recurrir a especialistas. La ayuda pastoral de la cura de almas y de la confesión protestante reside primeramente en la escucha. Quien quiera ayudar así a su prójimo se libera de la necesidad de dominarlo sabiendo todo mejor y, en cualquier caso, de tener que dar muchos consejos.

Fue la poiménica de la teología dialéctica que definió la cura de almas evangélica como “proclamación al individuo“ (Eduardo Thurneysen); una expresión que evoca la imagen de un predicador y de un oyente callado. Y me parece que fue la influencia misionera de la teología del orden eclesiástico calvinista lo que dio origen al impulso de la “consejería” paternalista. Por lo tanto, me parece muy positivo que el último debate poiménico haya redescubierto el aspecto de la narración personal y del escuchar sin dominar, sin paternalismo, sin dirigismo. En un notable ensayo, Peter Zimmerling[2] enfatiza la importancia de la narración biográfica o de historias de vida. La cura de almas evangélica ofrece el espacio para esta forma de “confesión biográfica“. Con esta idea, que no es nueva, el catedrático de la teología práctica de Leipzig va más allá de la perspectiva tradicional de la obligación a justificar la propia narrativa y aboga en un primer plano por un reconocimiento de las historias personales. Destaca la importancia de la necesaria libertad a la hora de contar historias de vida. Crea un espacio para la responsabilidad propia y la aceptación de una posible culpa como base de la aceptación de una biografía individual y única. Cualquiera a quien se le permite contar la historia de su propia vida libremente, sin ser sermoneado ni juzgado por otros, experimenta algo de la aceptación liberadora de su vida por parte de Dios. Una situación como en la clásica confesión, que permite soportar y aguantar rupturas biográficas.

En un mundo en el que las noticias falsas (fake news) son parte del quehacer político cotidiano, tratar honestamente la propia biografía también está en riesgo. Mantener mentiras en la vida así como una apariencia externa que no se corresponde con la realidad, priva al individuo de mucha energía y aumenta el riesgo de agotamiento y angustia del alma. Si nuestras comunidades eclesiales se convirtiesen en lugares en los que encontrásemos la oportunidad de poder mostrarnos abiertamente como somos, encontrando interlocutores que escuchan con empatía al contarles nuestras vidas (sin privarnos del protagonismo en lo nuestro), entonces se ganaría mucho. Se ganaría la recuperación del significado de la confesión como algo reconfortante, como un espacio donde la verdad se impone en primer lugar entre el individuo y su Dios y luego en todo el entorno.

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[1] Fue el octavo sermón de una serie de sermones empezando el domingo “Invocavit“ (WA 10,3).  Por la misma época, Bartolomé de Las Casas escribió su famosa obra “De Unico Vocationis modo omnium Gentium ad Veram Religionem”. Es la primera teología de la misión en la época de la Reforma en el espíritu de la escolástica tardía española.

Sus oponentes en España acusaron a Las Casas de herejía luterana, particularmente porque había hecho de la comprensión bíblica de la confesión el centro de su teología.

[2] Peter Zimmerling, Heilwerden durch biografisches erzählen, en Wege zum Menschen, año 75, pp384-398, V&R, Gotinga 2023.

Ekkehard Heise

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