La depresión no es un demonio. La depresión es una enfermedad que necesita terapia profesional.
Muchos hemos superado un «cuadro depresivo» acercándonos a la iglesia y viviendo una fe intensa pero la depresión como tal, cuando golpea, cubre todo de gris y negro. Incluso la vida espiritual, por muy intensa y firme que sea, se va desangrando al grado de sentir por dentro un vacío enorme.
Cuando una persona tiene depresión severa, por muy cristiano que sea, no siente a Dios por ninguna parte. Y no es que Dios desaparezca o no quiera hablar a su vida, es que la enfermedad es tan terrible, que el enfermo ya no escucha ninguna voz más que la del dolor, el abatimiento y el tedio infinito. Contradictoriamente, un abordaje espiritualista del asunto, no solo no ayuda al enfermo, sino que puede agravar su condición.
Yo sé que hay muchos cristianos que, con buena intención, leemos los evangelios y en el buen deseo de que el depresivo sane, invocamos el poder del Señor una y otra vez, incluso expulsando el supuesto demonio de «depresión» o de «muerte».
Los hay que se niegan a considerar la depresión una enfermedad y creen que si la niegan, evitan «atar» espiritualmente a la persona pero la ciencia y la verdad terminan imponiéndose, porque la negación no es más que un camino hacia un final terrible.
Hay que entender, cuando uno lee los evangelios, que quienes registraron los encuentros con Jesús, lo hicieron con los recursos culturales que tenían en su poder y que, en muchos sentidos, los evangelios como otros escritos sagrados, en cuanto a conocimientos científicos, no están por encima de la cultura desde donde se escriben.
En Mateo 17:15, un Padre va a Jesús, y le dice que su hijo es «lunático» (la palabra en griego es «seleniazetai», «poseído por la luna») y que esa entidad lo lanza al fuego o al agua con espasmos. Y, claro, el autor que escribió esto, estaba convencido de que el muchacho sufría la posesión de la «luna», o del demonio que ejercía autoridad a través de ella.
El mundo antiguo, tanto judío como no judío, al no tener mayores recursos para identificar correctamente las enfermedades neurológicas o mentales, les daba una explicación demoniaca. Pero el muchacho era epiléptico, no era un endemoniado por la «LUNA».
Veintiún siglos después sabemos que la epilepsia no es algo que se cure con exorcismos, sino con medicación y terapia. Y, definitivamente, no creemos como nuestros ancestros que la Luna sea capaz de provocar enfermedades mentales.
¿Entonces es inválido el texto Bíblico?
Claro que no, porque el propósito del texto no es centrarse en el DIAGNÓSTICO, sino en la acción curativa y bondadosa de Jesús.
No es de extrañar que los evangelios vean demonios en enfermedades físicas, porque no le podemos pedir que tengan un diagnóstico propio de una persona de nuestro siglo.
Lo que si es normativo en esos textos, es la intención de Jesús, de ser un agente de sanidad, ahí donde el dolor golpeaba no solo el cuerpo sino el alma.
Jesús, como Logos del Padre, como encarnación de Dios, asumió con todas sus letras el hacerse un judío del primer siglo, aprendiendo del mundo con los saberes que en aquel tiempo tenían a su disposición los galileos.
Como dice Pablo, el Hijo de Dios se «vació» a sí mismo (Filipenses 2). Por eso sería ridículo pensar en Jesús, abordando las enfermedades mentales de su época con la mente de un occidental Post- Freud.
¿Y la Fe sirve si estoy cruzando una depresión?
La Fe permite vivir la depresión como una experiencia de abandono en las manos de ese Padre bueno, que no busca que seas otra persona, sino tú, así como estás, herido y agotado. Entregarte con fe así como lo hizo su Hijo experimentando la Cruz.
Y en esos días, aun cuando nada te diga que vale la pena seguir, pararse como Pablo y sostener esta interpretación en medio del dolor. «Estamos derribados, pero no destruidos» (2 Corintios 4:9). Pero así como en la “carta Paulina”, se le recomienda a Timoteo beber un poco de vino por causa de su enfermedad estomacal (1ºTimoteo 5:23) que era la prescripción medica de su tiempo para este caso de males, así también, cuando vivimos enfermedades como la depresión, que no se van con rezos y sahumerios, lo que queda es buscar la sanidad de Dios a través de ayuda profesional.
En casos de Depresión, es tomar medicación controlada por un profesional, terapia psicológica, reeducar a la familia del que la sufre y acompañamiento pastoral desde la compasión y no desde la crítica ni sospecha.
Y si usted ve, que sufriendo una depresión, va a la iglesia y sólo encuentra actitudes que cuestionan su espiritualidad, consejos de personas que les recetan invocaciones para luchar contra ese demonio u oraciones para pedir perdón por «abrirle la puerta» a esa atadura, un consejo, váyase de ahí y corra por su vida.
De seguro, Jesús de Nazaret desea sacarlo de esa «tumba en vida», como lo hizo con Lázaro. Pero así también como sucedió en esa historia, los lienzos mortuorios deben ser quitados por otros.
Yo mismo puedo decir, que, cuando tuve depresión, un psiquiatra y un psicólogo, ambos amigos, junto con otra gente linda que caminó conmigo, fueron quienes me ayudaron a sacarme los lienzos de muerte, que por mi propia fuerza, hubiese sido imposible quitármelos de encima.
Y hoy, mirando aquellos días de terapia, medicación y largas conversaciones con quienes me amaron, así herido y magullado, sin duda, puedo confesar, que vi las manos del Nazareno, sanando mi alma.
Ulises Oyarzun
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