El reciente fallecimiento del casi centenario teólogo protestante Jürgen Moltmann (1926-2024) ha puesto de manifiesto la simpatía casi universal despertada por su teología en todos los frentes y niveles: católicos, protestantes, ortodoxos, evangélicos, profesores, teólogos y aspirantes a serlo, o simplemente interesados en iniciarse en el pensamiento teológico. Según el Consejo Mundial de Iglesias, Moltmann es el teólogo más leído de los últimos 80 años.
Creador de la «teología de la esperanza» cuenta él mismo que la lectura de El principio esperanza, del filósofo judeo marxista Ernst Bloch (1885-1977)[1] le liberó de una especie de sonambulismo en el que estaba sumido entre un Dios sin futuro y un futuro sin Dios. La esperanza para Moltmann se relaciona con la escatología y esta con Jesucristo como principio hermenéutico:
«La escatología cristiana habla de Jesucristo y del futuro de este. Conoce la realidad de la resurrección de Jesús y predica el futuro del resucitado. Por eso, el fundar en la persona y en la historia de Jesucristo todos sus enunciados acerca del futuro representa la piedra de toque de los espíritus escatológicos y utópicos»[2].
Moltmann llegó a la fe en medio de las trágicas circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, cuando siendo soldado adolescente del Reich alemán fue hecho prisionero por los británicos. El capellán del campo de prisioneros le regaló un libro con textos de los Salmos y de los Evangelios, cuya lectura, en especial de San Marcos, le llevó a la conversión junto al testimonio de otros creyentes en los tres años que permaneció preso. Cada cual escribe desde su experiencia vital, así cuando Moltmann escribe que «mediante la fe encuentra el hombre la senda de la verdadera vida»[3], está hablando por experiencia propia. Coincidiendo con su jubilación de la cátedra de teología de la Universidad de Tubinga, publicó su última gran obra: La venida de Dios. Escatología cristiana (1995), cerrando así el círculo de la teología de la esperanza por él iniciada.
La doctrina del infierno y el juicio final
En esta obra, el teólogo alemán manifiesta una vez más su criterio independiente y original. Es quizá el único entre los teólogos académicos que se toma realmente en serio la idea del milenio. W. Pannenberg, otro de los grandes teólogos protestantes de este último siglo, apenas si se refiere, y sólo brevemente, a este concepto[4]. Moltmann, por contra, dedica un extenso examen del pensamiento milenarista de más de cien páginas (que no tiene nada que ver con el Milenio dispensacionalista); pero no es este tema el que ahora nos preocupa, sino la doctrina del infierno de la que también ofrece un interesante análisis. El estudio es extenso y aquí nos vamos a limitar a los puntos principales.
El Juicio final y el desenlace de la historia
Moltmann estudia el caso desde la perspectiva del «Juicio final» y su trasfondo histórico, por esta razón recuerda, aunque lejanas en el tiempo, pero no en la memoria colectiva del cristianismo, las imágenes del juicio final que fueron comunes en la Edad Media, las cuales estaban pensadas para crear miedo y terror con el fin de que las personas acudieran a los medios de gracia que la Iglesia disponía para apaciguar su angustia[5]. Por su parte, la Reforma protestante también utilizó esas mismas imágenes con idéntica intención de amedrentar a los oyentes con la ira de Dios, solo aplacable con la recepción del evangelio de la justificación por fe sola. Durante la mayor parte de la historia de la Iglesia «la expectación del Juicio ha sido un mensaje amenazador e intimidatorio, no alegre y liberador»[6].
Dicho en términos populares el Juicio final es el gran ajuste de cuentas donde sólo hay dos veredictos: vida eterna y muerte eterna. El problema que esto plantea para el entendimiento del Evangelio, según Moltmann, es que si Jesús es Juez, ¿podrá juzgar entonces según otra justicia que no sea la del amor a los enemigos y de la aceptación de los pobres, de los enfermos y de los pecadores?
«La justicia, a cuyo servicio está el Juicio final, ¿podrá ser una justicia diferente de la justicia divina que justifica y redime: la justicia atestiguada por la ley y las profetas? ¿Y podrá ser una justicia diferente de la justicia justificadora que el apóstol Pablo proclama en su evangelio»[7].
Para dilucidar esta cuestión, Moltmann recurre a la teoría de la «reconciliación universal», la vieja apokatastasis panton de los teólogos alejandrinos, teología que las grandes Iglesias rechazaron y condenaron. Moltmann hace un repaso por la historia del dogma y nos recuerda la figura de algunos teólogos protestantes díscolos que enseñaron la rechazada doctrina de la apokatastasis como el pietista J.A. Bengel (1687-1752) y sus seguidores F.C. Oetinger (1702-1782), J.C. Blumhardt (1805-1880) y Christoph Blumhardt (1842-1919). Para ellos, la reconcialición universal se convirtió en «la confesión de la esperanza»[8]. Karl Barth tomó de los Blumhardt su tendencia ulterior al universalismo de la salvación, que tuvo que disputar con su antiguo adversario Emil Brunner, en cuya controversia mediaron Paul Althaus y Gerhard Ebeling.
El problema de la reconciliación universal es de naturaleza pastoral. ¿Para qué va a creer la gente y llevar vidas de santidad si finalmente todos seremos salvos? Si se proclama el doble resultado del Juicio final, entonces el problema es de orden moral: ¿Para qué creó Dios a los hombres si al final la mayoría se va a condenar y tan solo una minoría va ser redimida? ¿Podrá Dios aborrecer a sus propias criaturas sin aborrecerse a sí mismo? A lo que se añade un problema teológico: Si la salvación o la condenación dependen de la fe, ¿no está Dios haciendo que su juicio dependa de la voluntad de los hombres?[9] Sobre este último punto Moltmann volverá después con más detalle en otro escrito. Si depende de la voluntad humana decidirse contra Dios o a su favor, ¿no equivale a decir que el hombre es el forjador de su propio destino? Sería como poner al hombre en el mismo plano que Dios en este aspecto, e incluso por encima de Dios negándose a recibir la oferta de salvación.
El calvinismo zanja este problema de forma radical. El ser humano se salva o condena por un decreto de eterno de Dios. Dios no oferta la salvación destinada a todas las criaturas, sino que la aplica a las elegidas solamente. Hay vasos de ira y vasos de honra. De todo eso trata la doble predestinación. La razón más profunda de esta estremecedora doctrina de la predestinación, escribe Moltmann, no reside en absoluto en la teología, sino en la estética. En Dios reside únicamente la salvación de sus criaturas.
«Si yo, por la incredulidad, me convierto en el vaso de la ira divina y Dios se glorifica mediante la ira hacia mí, entonces yo también, como réprobo, estoy al servicio de la glorificación de Dios y me hallo de manea negativa en la salvación. ¡Una argumentación, verdaderamente propia de Dostoyevsky, de la resignatio ad infernum![10]
Para salir de esta situación problemática, Moltmann propone lo que defiende a lo largo de su obra: hacer un constante ejercicio de cristología, sumergirse en la profundidad de Cristo y su muerte salvadora. Tan solo allí encontraremos la certeza de la reconciliación sin límites y la verdadera razón para la esperanza en la restauración de todas las cosas, la reconciliación universal y la nueva creación.
«En el Crucificado reconocemos al Juez del Juicio final, un Juez que llegó a ser, él mismo el Ejecutado a favor de los acusados, en representación de ellos y para beneficio de ellos. Por eso, en el juicio final aguardamos que ocupa el tribunal aquel Jesús que fue crucificado por la reconciliación del mundo, y no otro juez. Aquel que en la historia de Cristo ha experimentado la justicia la de Dios, que hace justicia a quienes sufren injusticia y que justifica a los impíos, ese tal sabe muy bien qué justicia ha de restaurar —en el Juicio final— a este mundo arruinado y ha de enderezar de nuevo todas las cosas: no es la justicia retributiva, que retribuye a los malos con el mal y a los buenos con el bien, sino la justicia que hace justo, la justicia enderezadora y justificadora del Dios de Abrahán, del Padre de Jesucristo»[11].
En el Juicio del Cristo crucificado no se aplican los castigos de ningún código de derecho penal, no se imponen penas de muerte eterna. «El Juicio final no es un final, sino el comienzo. Su meta es la restauración de las cosas en orden a la edificación del reino de Dios»[12]. El Juez del juicio final será el mismo que descendió a los infiernos, donde sufrió el verdadero y total infierno del abandono de Dios para la reconciliación del mundo, y experimentó por nosotros la verdadera y total condenación del pecado. Es precisamente aquí donde se encuentra la razón divina de la reconciliación del universo. El descenso de Cristo a los infiernos significa finalmente. El infierno y la muerte han quedado suprimidos en Dios (cf. 1 Co 15:54-57)[13]. Por eso,
«el Juicio final no es un horror, sino que en la verdad de Cristo es lo más maravilloso que puede anunciarse a los hombres. Es una fuente de gozo infinitamente consolador el saber que los asesinos no triunfarán definitivamente sobre sus víctimas, sino que, durante la eternidad, no seguirán siendo ni siquiera los asesinos de sus víctimas. Dios lo endereza todo y suscita nueva vida»[14].
La lógica del infierno
Para Moltmann la presencia de personas en el infierno implicaría que Dios ha fracasado en su misión de salvar a la humanidad o, sádicamente, no quiere salvar a todos. Si solo se salvan los que profesan una fe consciente, entonces, estadísticamente, la cifra de salvos es muy pequeña respecto a los que no se salvan. Algunos teólogos católicos como Hans Urs von Balthasar consideran, esperan, que Dios sabrá cómo salvar a la mayoría en última instancia, excepto aquellos que, incluso en presencia de Dios, elegirán vivir aparte de Él, aunque sea en el infierno, y Dios respetará su decisión nacida de libre voluntad. Dios no forzará, no violentará a sus creaturas a salvarse. En este caso, es el hombre, no Dios, el hacedor del infierno[15].Algo parecido viene a decir Pannenberg cuando escribe:
«La condenación no viene de Cristo. Se encuentra sólo cuando la gente permanece alejada de él y se debe a que permanecen solos. La palabra de Cristo como oferta de salvación dejará entonces claro que los perdidos trazaron ellos mismos la línea y se separaron de la salvación»[16].
Oficialmente, la Iglesia de Inglaterra comulga con esta versión del infierno como resultado de la mala elección humana, según recoge su Comisión para la Doctrina en el documento publicado al respecto: The Mystery of Salvation[17]. La condenación en el infierno eterno no sería otra cosa que la lógica del libre albedrío humano, en la medida en que éste es idéntico a la libertad de elección, según el siguiente argumento teológico: «Dios, cuyo ser es amor, preserva nuestra libertad humana, porque la libertad es la condición del amor. Aunque el amor de Dios va y ha llegado hasta el extremo, sondeando las profundidades del infierno, queda para cada ser humano la posibilidad de un rechazo final de Dios y, por tanto, de la vida eterna»[18]. Moltmann que ya había dejado apuntado algunas notas sobre este asunto, saltó a la palestra teológica para condenar radicalmente esa perspectiva, aparentemente equitativa y racional de la condenación preferida por el pecador frente a la oferta de salvación por parte de Dios, negando que en ninguna instancia la condenación pueda estar en manos de la libre voluntad del ser humano.
La primera conclusión, escribió en una obra editada por Richard Bauckham, fue que esa manera de enfocar el problema es esencialmente inhumano, ya que no se ajusta a la realidad, pues hay muchas personas que puedan disfrutar de tal libre albedrío en lo que respecta a su destino eterno en el cielo o el infierno.
«¿Qué pasa con las personas que nunca tuvieron la opción o el poder de decidir? ¿Los niños que mueren prematuramente, los discapacitados graves, las personas que padecen enfermedades geriátricas? ¿Están en el cielo, en total no existencia, o en algún punto intermedio, en un limbo? ¿Qué sucede con los miles de millones de personas a quienes el evangelio nunca ha llegado y que nunca se enfrentaron a la elección? ¿Qué sucede con el pueblo elegido de Dios, Israel, los judíos, que no pueden creer en Cristo? ¿Están todos los seguidores de otras religiones destinados a la aniquilación? Y no menos importante: ¿cuán firme debe ser nuestra propia decisión de fe para preservarnos del no-ser total? Cualquiera que enfrente a hombres y mujeres a elegir entre el cielo o el infierno, no sólo espera demasiado de ellos. Los deja en un estado de incertidumbre, porque no podemos basar la seguridad de nuestra salvación en el terreno inestable de nuestras propias decisiones. Si pensamos en estas preguntas tenemos que llegar a la conclusión de que al final no muchos van a estar con Dios en el cielo; la mayoría de la gente va a estar en total no-ser. ¿O la presuposición de esta lógica del infierno es quizás una ilusión, la presuposición de que todo depende del libre albedrío del ser humano?»[19]
Siguiendo esta línea de pensamiento Moltmann sostiene que el infierno es ateo porque enseña que todas y cada una de las personas son dueñas de su propio destino y que, por su propia voluntad, eligen el cielo o el infierno. Dios no tiene parte en su decisión. Si en última instancia, después del Juicio final de Dios sobre las decisiones de la voluntad humana, todo lo que queda es el «cielo» y el «infierno», todavía tenemos que preguntarnos: ¿qué va a pasar con la tierra y con todas las criaturas terrestres que él, después de todo, el creador fue «muy bueno»? Si ellos también van a desaparecer en el «no ser total», como afirma la Comisión para la Doctrina, porque ya no son necesarios, ¿cómo puede haber entonces una «nueva tierra»?
«La lógica del infierno me parece no sólo inhumana sino también extremadamente atea: aquí el ser humano, en su libertad de elección, es su propio señor y dios. Su propia voluntad es su cielo… o su infierno. Dios es simplemente el cómplice que pone en práctica esa voluntad. Si me decido por el cielo, Dios debe ponerme ahí; si decido ir al infierno, tiene que dejarme allí. Si Dios tiene que acatar nuestra libre decisión, entonces podemos hacer con Él lo que queramos. ¿Es eso “el amor de Dios”? Los seres humanos libres forjan su propia felicidad y son sus propios verdugos. Aquí no sólo disponen de sus vidas; ellos también deciden sobre sus destinos eternos. Entonces no tienen necesidad de ningún Dios en absoluto. Después de que un Dios quizás nos haya creado libres tal como somos, nos deja a nuestra suerte. Llevada a esta conclusión última, la lógica del infierno es el humanismo secular, como ya lo percibieron Feuerbach, Marx y Nietzsche hace mucho tiempo»[20].
En un escrito posterior Moltmann reafirma su postura, dando por sentado la aniquilación del infierno para la totalidad de la creación. Refiere que leyendo el Salmo 96, donde se proclama que Dios vendrá a juzgar la tierra, y la tierra se regocijará y los campos se alegrarán, cayó en la cuenta que en este caso «juzgar» significa levantar, enderezar, sanar y traer a la vida. ¡Cómo podría ser de otra manera en la anticipación cristiana del Juicio Final de Dios y del reino venidero!
«En este punto me vino otro pensamiento: con el perdón de los pecados y la superación de la muerte, a Dios le preocupa principalmente la expulsión de los poderes impíos del mal, del pecado, de la muerte y del infierno de su amada creación. ¿No es nuestra pregunta de si todos o sólo unos pocos se salvarán una pregunta antropocéntrica y en muchos casos incluso egoísta? Para Dios, se trata de la glorificación de todas sus criaturas. La salvación de la nueva humanidad es sólo una parte de esto. Si miramos a la gloria de Dios, entonces el universalismo y el particularismo de la salvación humana se relativizan. La “aniquilación del Infierno” es una acción del Cristo cósmico, cuyo reino es universal. La salvación universal es sólo la parte humana de la salvación del universo»[21].
En resumen, desde la teología de la cruz, que es teología de la esperanza en Moltmann, podemos entender sin contradicción que Dios se hace «todo en todos» y puesto que Cristo ha descendido al infierno por todos, la negación del infierno y el cumplimiento de la historia son inseparables. Solo la gloria de Dios y el gozo de la salvación serán eternos y universales.
«La gloria de Dios es la fiesta del gozo eterno, y por eso los Evangelios la comparan continuamente con una fiesta de bodas»[22]. «La gloria de Dios está en la redención de todo el cosmos que cantará, bailará y celebrará por la eternidad con y en Dios. Todos nos regocijamos juntos, unos con otros. Dios se deleita y glorifica en la risa de su universo perfeccionado»[23]. Un periodista le preguntó a Moltmann qué pasaría si la iglesia en general siguiera este consejo y proclamara a un Cristo tan victorioso, a lo que el teólogo alemán respondió: «Experimentaríamos el poder y la vida del Espíritu Santo. Especialmente el verdadero poder del perdón. Si lo piensas bien, querer enviar a alguien al infierno tiene que ver con el deseo de venganza. Sólo si uno mira a Cristo se puede superar ese mal deseo. Y aquí estoy hablando por experiencia»[24].
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[1] Bloch, El principio esperanza, 3 vols. Trotta, Madrid 2007.
[2] Moltmann, Teología de la esperanza, p. 22. Sígueme, Salamanca 1989, 5ª ed., org. 1964.
[3] Id., p. 26.
[4] Pannenberg, Teología sistemática, vol. III, p, 569. Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2008.
[5] Véase A. Ropero, La pastoral del miedo, https://www.lupaprotestante.com/la-pastoral-del-miedo-el-infierno-y-karl-barth-alfonso-ropero/
[6] Moltmann, El Dios que viene, p. 305. Sígueme, Salamanca 2004.
[7] Id., p. 306.
[8] Id., pp. 308-309.
[9] Id., pp. 310-311.
[10] Id., p. 319.
[11] Id., p. 322.
[12] Id., p. 323.
[13] Id., p. 325.
[14] Id., p. 328.
[15] Balthasar, Tratado sobre el infierno. EDICEP, Valencia 1999.
[16] Pannenberg, Teología sistemática, vol. III, p, 614.
[17] Véase A. Ropero, El misterio de la salvación, libertad y condenación, https://www.lupaprotestante.com/el-misterio-de-la-salvacion-libertad-y-condenacion-vision-anglicana-del-infierno-alfonso-ropero/
[18] The Mystery of Salvation. The Story of God’s Gift. A Report by the Doctrine Commission of the Church of England, p.198. Church House Publishing, Londres 1995.
[19] Moltmann, «The logic of hell», en Richard Bauckham, ed. God Will Be All in All. The Eschatology of Jürgen Moltmann, pp. 44. T & T Clark, Edimburgo 2006.
[20] Id., p. 45.
[21] Moltmann, «Prólogo”, en Nicholas Ansell, The Annihilation of Hell. Universal Salvation and the Redemption of Time in the Eschatology of Jürgen Moltmann. Paternoster Press, Carlisle 2013.
[22] Moltmann, El Dios que viene, p. 427
[23] Id., p. 430.
[24] https://www.tentmaker.org/biographies/moltmann.htm