Posted On 16/12/2022 By In Opinión, portada With 797 Views

La escalera y el fémur dislocado. La intranquilidad como fecundidad espiritual | Juan Pablo Espinosa Arce

 

Presentación al libro Benoit Mathot y Francisco Correa (Eds). HACIA UNA INTRANQUILIDAD CREADORA: PERSPECTIVAS INTERDISCIPLINARES EN TORNO A UNA TEOLOGÍA DEL ESPÍRITU (Ediciones del Pueblo, Francia-Chile 2022)

https://www.amazon.com/Hacia-una-intranquilidad-creadora-interdisciplinares/dp/B0BMZ9WFNX

 

I.

Quisiera presentar este libro a partir de la perspectiva espiritual. La espiritualidad no se reduce, a mi modesto entender, a una práctica intimista o privativa de la fe, sino que tiene que ver con un cruce de múltiples experiencias humanas, creyentes, culturales, epistemológicas, lingüísticas y corporales. La espiritualidad es más de lo que podemos decir sobre qué sería la espiritualidad. Por ello mi lectura del libro o quizás un añadido a la misma lectura – y muy en sintonía con mi propio capítulo en esta obra – será realizar una relectura poética, espiritual, humana, existencial a cómo la historia de nuestro padre Jacob-Israel inaugura su alianza con Dios a través de la figura de la intranquilidad.

El porqué de volver sobre la experiencia judía (bíblica) tiene que ver con mi propia biografía. La historia de Israel, la historia del pueblo de la Biblia, de su cultura, de sus autores es una cuestión que siempre me ha impactado y fascinado. Por este antecedente biográfico (que es un elemento sobre el cual vuelvo recurrentemente) es que quisiera hablar de nuestro padre Jacob, porque el cristianismo hunde sus raíces en los patriarcas y matriarcas de Israel y en sus tramas existenciales. Como dice el teólogo Michael Schneider,

“la doctrina teológica de nuestros días está necesitada de “teólogos” que, al igual que ellos (aquí habla de los santos), de curso a su reflexión partiendo de la praxis del seguimiento. La fe es hasta tal punto práctica, que no es posible pensar a Dios sin que a la vez se produzca una modificación en la praxis, y a la inversa ¡el seguimiento modifica el pensamiento!”[1].

Estas perspectivas pueden complementarse con lo que el jesuita Claudio Barriga aporta para pensar la metodología de las teologías narrativas. Él indica:

“esta propuesta teológica surge en el contexto de cambios valóricos y culturales más amplios, que dan preferencia a lenguajes simbólicos y afectivos por sobre modos de pensamiento racionalista. Nace como una crítica a los excesos discursivos de la teología, y quiere recuperar una praxis liberadora, revalorizando los conceptos de sufrimiento, memoria, narración y solidaridad”[2].

Con lo anterior estoy tratando de proponer la siguiente perspectiva: la historia de los patriarcas y matriarcas bíblicos, sus narrativas y experiencias humanas y creyentes, deben ser comprendidas desde las perspectivas del lenguaje y del relato de manera de pensar y reconocer cómo esas historias surgen desde la intranquilidad. Si la intranquilidad, tal y como se presenta en las páginas de este libro, tiene que ver con una disrupción, con un quiebre de pensamiento, con un momento de interrupción en la normalidad vital o si en ella, en la intranquilidad, se dan espacios de paradoja y escucha activa y nueva, podríamos aventurar que uno posible criterio de acercamiento, lectura y compañerismo con los patriarcas y matriarcas es la intranquilidad.

Por ello es la vuelta a Jacob y a dos de sus momentos fundacionales, a saber, el sueño en Betel (Gn 28,10-22) y la lucha con Dios camino a Jarán (Gn 32,23-33). El sueño y el combate con Dios son, en sí mismos, momentos de profunda intranquilidad en cuanto la intranquilidad marca un cambio de perspectiva, de rumbo, de pensamiento. El sueño y el fémur dislocado son espacios de la intranquilidad como fecundidad espiritualidad, es decir, cómo desde ellos y nació el pueblo de Israel. Israel y por extensión la Iglesia tienen en sus relatos fundacionales la experiencia del patriarca que, intranquilizado, hace alianza con el Dios que inaugura y moviliza la intranquilidad en los sujetos. Por eso pienso que una de las formas de leer este libro es desde la misma intranquilidad: entrar intranquilos a su lectura para salir, ojalá, más intranquilos.

 

II.

El sueño y los sueños constituyen un espacio en los cual las culturas han reconocido mociones de la trascendencia. Erich Fromm en su obra sobre los cuentos, los sueños y las historias oníricas indica que estos elementos, propios del lenguaje simbólico, constituyen “el único lenguaje universal que haya producido la humanidad”[3]. En otro momento Erich Fromm caracteriza al sueño en las siguientes palabras:

“cuando dormimos, pasamos a otra forma de existencia. Soñamos. Inventamos historias que nunca han ocurrido y que a veces ni siquiera tienen precedentes en la realidad (…) casi todos nuestros sueños tienen una característica común: no siguen las leyes de la lógica que gobierna nuestro pensamiento cuando estamos despiertos. Las categorías de tiempo y espacio son pasadas por alto (…) parece que cuando dormimos abrimos un amplio depósito de experiencias y recuerdos, cuya existencia ignoramos cuando estamos despiertos”[4].

Aquí vemos una cuestión que, como característica de los sueños, parece hacerse materialmente presente en la escritura de este libro. Los autores y autoras hemos tratado de posicionarnos en los entrecruces de lo racional y de lo “irracional”, entendiendo por este entrecomillado una superación de ciertas formas de la razón instrumental para, desde allí, pensar y construir lenguaje. Aunque los textos contenidos en este libro no son (pareciera) espacios de escritura de sueños tenidos en las noches de los autores, de algún modo son ensoñaciones que permiten tratar de hablar de Dios desde otras estructuras lingüísticas y epistémicas. Aquí están hablando soñadores y soñadoras. En libro encontramos categorías interesantes: se habla de lo paradójico, de no poder domar al Espíritu, de lenguajes poéticos y místicos, de preguntas bíblicas, de relatos fundacionales y límites, del cuerpo, del hospital, del ídolo, de los santos y místicos. Estos elementos son constitutivos de los discursos y epistemologías de las ensoñaciones. Quizás en las escrituras de este libro podemos acceder a lo que Fromm, hablando explícitamente de los sueños dormidos, llama las otras formas de existencia. Quizás lo provocativo y altamente riesgoso de este libro es ubicarse en espacios paradójicos del pensamiento. Quizás tiene que ver con lo que Gastón Bachelard denominó “el sueño meditativo”[5] propio del artista. En palabras de Bachelard: “el pintor vive demasiado cerca la revelación del mundo mediante la luz para no participar en cuerpo y alma en el nacimiento sin cesar renovado de un universo”[6].

Volvamos a Jacob. El patriarca Jacob es el hombre que sueña y que sueña que el cielo se ha unido con la tierra y que los mensajeros angélicos suben y bajan por la gran escalera, por ese verdadero vaso comunicante, por ese útero preñado de Dios que se comunica con los seres humanos. Jacob es el clarividente. Es la fundación onírica de la tierra de promesa. Los creyentes en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, que es el Padre de Jesucristo, Hijo del Espíritu que sopla y baila por todos los espacios, hemos nacido de un sueño que intranquiliza porque inaugura, porque pare, porque fecunda, porque crea.

La intranquilidad suena en las palabras del patriarca al despertarse: “¡que temible es este lugar! Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo” (Gn 28,17). La teología y las perspectivas que surgen de este libro tienen que ver con tratar de construir un lenguaje sobre el Dios que vive en Betel, en la casa y puerta. ¿Qué lugar ocuparía la intranquilidad en esa escritura? Pienso que tiene que ver con que los que hemos escrito sabemos y nos debemos recordar siempre que lo inefable del lenguaje teológico es una intranquilidad, porque sabemos que decimos sobre el Misterio pero que nunca lo agotamos. ¡Que temible es este lugar! Esa es la exclamación de la intranquilidad y de cómo ella se hace carne en las escrituras y expresiones teológicas que componen este libro.

 

III.

Una última palabra en esta presentación, o en esta provocación a pensar y continuar pensando la intranquilidad como nota constitutiva de nuestra experiencia creyente. En su itinerario hacia Jarán, el patriarca Jacob, y nuevamente en un marco nocturno, experimenta a YHWH en su camino. Ahora el encuentro se realiza a modo de lucha, de combate. Aquel que lucha contra el patriarca y del cual no conocemos su nombre incluso ante la exigencia de Jacob de decirlo (Cf. Gn 32,30), tiene la particularidad de inaugurar una fecundidad simbólica. A través de la lucha el patriarca ha cambiado su nombre: ahora es Israel, “porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres y le has vencido” (Gn 32,29). La historia de Israel y de la Iglesia miran hacia el combate con Dios. Esta es una cuestión sugerente en la experiencia bíblica: aprender a luchar contra Dios, a mirar con atención a YHWH, a intranquilizarnos, a dejar desplazarnos.

El fémur dislocado vendría a inaugurar aquello que denomino una “dérmico-poética”, una “´dérmico-teológica”, una poética y una teología anclada en el cuerpo. Es poética porque tiene que ver con el lenguaje y con el cambio del nombre, con la inauguración de nuevos conceptos. Por su parte es una dérmico-teológica porque nos ayuda a pensar a Dios desde otros espacios. Esto, siento, se manifiesta en el libro. Aquí se evidencia la escritura desde el cuerpo y con el cuerpo intranquilo de los autores y autoras.

Este libro sobre la intranquilidad y la teología del Espíritu pienso tiene que ver con la lucha de Jacob con Dios. De algún modo la teología y sus elementos teóricos también tienen que ver con un enfrentamiento teológico, en cuanto queremos decir palabras sobre Dios, sobre un Dios que lucha con nosotros hasta rayar el alba. El límite, nuevamente el límite: el no conocer el nombre, el enfrentarse hasta el amanecer, el fémur quebrado, el sueño de la escalera. La intranquilidad puede ser el nombre del límite.

 

IV.

Finalmente volver a la idea de cómo la intranquilidad es una cuestión fundamental en nuestra experiencia creyente. A través de ella miramos de maneras nuevas y más amplias, más lúdicas, más descoincidentes, más en las rupturas y en los tajos a Dios y la forma en la que Él actúa en nuestras historias, así como actuó en la vida del patriarca Jacob.

¡Buena lectura del libro!


[1] Michael Schneider, Teología como biografía: una fundamentación dogmática (Desclée de Brouwer, Bilbao 2000), 16.

[2] Claudio Barriga, Nuestro humilde Dios de cada día: ensayos de teología narrativa (San Pablo, Chile 1998), 14.

[3] Erich Fromm, El lenguaje olvidado: introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas (Hachette, Buenos Aires 1972), 5.

[4] Erich Fromm, El lenguaje olvidado, 12.

[5] Gastón Bachelard, El derecho de soñar (FCE, México 2017), 40.

[6] Gastón Bachelard, El derecho de soñar, 40.

Juan Pablo Espinosa Arce

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