En los últimos meses hemos observado un marcado “espiral de la violencia” alrededor del mundo. Surgen movimientos de protesta que intentan manifestar públicamente su indignación por la violencia del sistema económico y político. De Atenas a Santiago de Chile, de Puerto Rico, pasando por el Medio Oriente y hasta Guatemala, México y Colombia, grupos sociales han sentido el flagelo de una economía despiadada en un capitalismo salvaje que parece no tener límites ni controles en la era globalizada. Algunos movimientos presos de la desesperanza, el miedo y el pesimismo paralizante, anuncian el fin del mundo sin más. Y se apegan a unos fundamentalismos autoritarios, intransigentes y anti-históricos, promoviendo muchas veces el “terrorismo religioso” con suma violencia.
En tiempos como éstos me gusta pensar que no todo está perdido, y que debemos asirnos de una esperanza que contagie, abrazando un mensaje de paz, sin ceder en los reclamos justos de masas desprotegidas y empobrecidas. Son tiempos de indignación profética y de anuncio de la justicia.
Al intentar una respuesta a estos tiempos sombríos, y fértiles a la vez, he invocado la memoria de un pastor, hermano y amigo que nos dejó un acervo importante de fuerza ética para enfrentar los desafíos actuales. Se trata de Dom Hélder Cámara, arzobispo de Olinda y Recife en el nordeste de Brasil. Por allí estuvimos caminando por las favelas (arrabales) con él. Con los pobres, y en medio de su desesperación, escuchamos palabras de aliento y ánimo que ya superaban las amarguras, y ponían en marcha la lucha por la justicia del Reino. Dom Hélder nos enseñó, además, que el “desierto es fértil”, con esa fuerza creativa del que en medio de los vientos contrarios, la sequedad y la desolación encuentra el Espíritu consolador y animador.
Dom Hélder adquirió este compromiso con los pobres y violentados por la injusticia con mayor intensidad a partir del cruento golpe de estado de 1964 en Brasil. Fueron años duros de persecución, tortura y desaparición forzada. Hasta el día de hoy seguimos impactados por las implicaciones que tuvieron esos años tan violentos y crueles. De allí salió aquella publicación trascendental, Brasil Nunca Máis, publicada en 1985, con el respaldo del Cardinal Paulo Evaristo Arns, recordado y admirado defensor de los derechos humanos desde su diócesis de Sao Paulo. El Consejo Mundial de iglesias y el Consejo Latinoamericano de Iglesias nos unimos a ese esfuerzo tan valiente y profético.
Y allí quedaron unas palabras escritas, luminosas: “En todas partes las injusticias son una violencia y se puede decir, que la injusticia es la primera violencia de todas la violencias, la violencia número uno”. (Hélder Cámara, Espiral de la violencia. Salamanca: Ed. Sígueme, 1970, p. 18).
Dom Hélder, como cariñosamente le llamamos, distinguía por lo menos cuatro dimensiones de ese espiral de la violencia: la violencia estructural que promueve la injusticia socio-económica, la rebelión de los oprimidos empujados por la brutalidad de la injusticia, la represión desde el estado que muchas veces se transforma en “terrorismo de estado”, como escuchamos lamentablemente con tanta frecuencia en estos días, y la violencia descontrolada. El proceso deshumanizador tan extendido en las sociedades modernas es señal también de ese espiral de la violencia tan despiadada y cruel.
Entonces, Dom Hélder, subrayó varias dimensiones hacia la búsqueda de la justicia que le llegan de su raíz franciscana y auténticamente cristiana: la fuerza ética del compromiso como agentes transformadores en la sociedad, la denuncia de la violación de los derechos humanos, y por ende la defensa de la vida y la promoción de los derechos humanos y sociales. ¡Y el cuidado de toda la creación de la que forma parte la humanidad!
Una dimensión que hace más fuerte y convincente el testimonio y la palabra de Dom Helder fue su estilo de vida. Rehusó residir en el palacio arzobispal, viviendo con sencillez y frugalidad. Pidió ser proclamado obispo en Olinda y Recife en la plaza pública “junto al pueblo”, como solía decir. Con su atuendo de fraile franciscano y su sencilla cruz pectoral de madera, allí en medio de su pueblo, entre los y las pobres de su Brasil querido Dom Helder, daba cátedra de pastoral solidaria. Abrazado a la no-violencia eficaz y activa, defendió a personas golpeadas por el sistema judicial corrupto e injusto, promovió la educación de la niñez y animaba a los jóvenes para que asumieran su papel de gestores de un nuevo mundo.
Y ahí están estas palabras convincentes y definitivas:
“No violencia es creer más en la fuerza de la verdad, de la justicia y del amor, que en la fuerza de la mentira, de la injusticia y del odio.” (Hélder Cámara, ¿Quién soy yo? Salamanca: Eds. Sígueme, 1978, p. 77).
Ese legado sigue teniendo vigencia. Deberemos abrazar la fuerza de su indignación, la pasión de su compromiso, la compasión de su entrega servicial y la ternura de su amor. Así intentaremos poner nuestro empeño para ayudar a detener este espiral de violencia que nos asedia, paraliza y desanima. Seremos agentes de paz y comenzaremos en asumirla en nuestra propia vida.
Carmelo Álvarez
Chicago, IL 26 de octubre 2011
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