Posted On 24/04/2013 By In Opinión With 1577 Views

La eterna juventud

Somos criaturas de la rutina.

Esos hábitos de hacer lo que hacemos, esos ritos personales que se van  enredando  en lo cotidiano y coexisten en las dicotomías que vamos creando cada día (lo secular y lo sagrado,  lo material y lo espiritual, lo  trascendente y lo ridículo, lo funcional y lo estético, lo banal  y lo extraordinario) son intrínsecos a la vida misma. Son el mapa de ruta que nos ayudan  a navegar el día,  en su complejidad y maravilla.

De rutina en rutina vamos sorteando momentos y experiencias; encuentros y despedidas; descubriendo que en el vaivén de la vida, las rutinas son parte de lo que somos.

Rutina somos y que nadie nos compadezca.

Algunas rutinas son “secreto de estado”. Nadie sabe que existen. Son ritos íntimos que solo Dios conoce,  prácticas privadas que viven escondidas en nuestras cuatro paredes. Nunca salen al sol. Nunca hablamos de ellas, por temor al bochorno y al  qué dirán.

Todos tenemos rutinas que preferimos no divulgar.

Yo no soy la excepción. Yo también tengo mi rutina sibilina.

Este es mi ‘tour de force’, mi rutina secreta.

Una o dos veces a la semana miro los canales de televisión religiosa que me llegan atreves del cable y el satélite. Sentado en mi sofá, al final del día, con una copa de Soberano y con el control remoto en la mano, salto  de un canal a otro. Unos segundos bastan para saber si algo me interesa o no. La verdad es, me interesa muy poco lo que dicen, mi curiosidad esta en quien lo dice. No es el mensaje pero los mensajeros lo que me interesa. Esta fauna de mercachifles, vendedores de promesas, oportunistas, falsos profetas, santos, fraudes, egos desequilibrados, que creen su propia mentira o que engañan sin conciencia, es una lista larga de personajes  estrafalarios que me tienen embelesado. Miro, me rio, me enfurezco, a veces lloro, a veces grito, pero sigo mirando y no sé porque.

Esta televisión religiosa (en su mayoría cadenas de Norte América con subsidiarias como Enlace en Latinoamérica) exportan al  mundo programas enlatados por ‘ministerios americanos’ atreves del satélite. Esta es la globalización de la religión como brand-producto en el abarrotado mercado de las creencias. Podemos reírnos de ellos todo lo que queramos, pero no podemos ignorar su importancia e influencia, en la comunidad evangélica. A simple vista, pareciera que todos estos canales tienen en común la prosperidad como promesa; el milagro garantizado si ofrendas generosamente; el milenarismo escatológico; el sionismo rabioso; la teología prescriptiva y  mecánica; el sentimentalismo cruel y la manipulación sutil;  las dobles vidas y los escándalos. O quizá pareciera que lo que tienen en común es el sentido estético; el gusto por la vulgaridad extravagante y ostentosa en su forma de vestir o en el decorado de sus estudios de TV, con imágenes kitsch y ornamentación de pastiche. Más miro y más noto que estos canales religiosos tiene algo en común que es más sutil y pernicioso.

La infatuación por la juventud falsificada. La incapacidad de aceptar la vejez

Esos rostros  postizos que mienten a los años en desesperación  por no envejecer, no son el milagro de un Dios que lo puede todo, pero de algún doctor de la vanidad que hace milagros con la cirugía plástica para todo aquel que pueda pagar sus servicios onerosos. En la democratización de la vanidad, la ciencia de la belleza ha descubierto una alternativa a la cirugía plástica para aquellos rostros que se van deteriorando y ya no pueden esconder más las arrugas de los años. Una inyección de BUTOX te estira el rostro hasta convencerte que la juventud eterna es posible.  Si estos rostros amorfos de tanta intervención artificial son chocantes; esos peluquines, toupees, y pelucas tan falsas y odiosas como las promesas del mismo diablo,  son síntomas de algo más preocupante en el ideario de estos vendedores de salvación.

¿Cómo poder justificar con la biblia en la mano estos desmanes de vanidad?

Pareciera que estos hombres y mujeres de fe no pueden aceptar lo inevitable; el proceso natural y biológico de la vida, que es la vejez. Esta obsesión con la apariencia contradice lo que ellos mismos afirman de un Jesus que  nos ama y acepta tal como somos. Salvación eterna se ha confundido con juventud eterna. Si estas personas fueran actores o actrices de Hollywood quizá lo entendería, el culto a la juventud es rampante y la vejez es un certificado de desempleo. Pero estas personas son ministros del evangelio. Representantes del Dios que nos ama y acepta tal como somos. Este sincretismo de atacar “la corriente del mundo y sus valores’  y al mismo tiempo vivir obsesionados por el culto a la apariencia física es desconcertante.

Esta teología de dualismos  y doble estándares, tan arraigada en la sub-cultura evangélica necesita ser cuestionada.

¿Cuál es la apología a esta cultura de la juventud artificial?

¿Porque la resistencia a aceptar la vejez con humildad y dignidad?

¿La cirugía plástica (no en casos de accidente) o el butox son compatibles con los valores del reino de Dios?

Estas teologías de ‘no somos de este mundo’ irónicamente y paradójicamente viven más obsesionada por las cosas de este mundo; afirman ir contra la corriente pero esos rostros amorfos contradicen su discurso, su debilidad por la apariencia, la vanidad.

Cada quien hace con su rostro lo que quiera. Lo que me preocupa es la pasiva aceptación a-critica de ciertos comportamientos que son aceptados a pesar de estar en conflicto con las enseñanzas de Jesus. Necesitamos hoy más que nunca una teología del cuerpo, una reflexión sobre lo que significa envejecer, perder las facultades, depender de otros… morir. Necesitamos una teología que nos prepare a vivir bien, envejecer con dignidad y morir en paz.

Somos criaturas de la rutina. Con el devenir de la vejez empiezo a descubrir, que algunas de mis rutinas favoritas ya no son posibles; esto me ayuda a entender que mi cuerpo y mi mente algún día dejaran de ser lo que fueron. Aceptar esto, es envejecer con sabiduría y dignidad, como Dios manda.

 

Ernesto Lozada-Uzuriaga
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