El comandante Chávez tenía apetito por la expropiación. Su avidez autocrática por nacionalizar el ‘capitalismo extranjero’ que, según él, usurpaba la riqueza de su pueblo era su forma, poco original, de hacer su socialismo del siglo XXI. Esta cleptomanía política nunca se basó en una detallada planificación o en una inteligente racionalización de los recursos, pero sí en los impulsos improvisados que acompañaban su diarrea verbal de cada domingo en su show ‘Alo Presidente’. En este circo con un solo payaso, el mandamás de la patria manoseaba las leyes a su gusto, obligando públicamente a sus ayayeros y alcahuetes ministeriales a hacer lo que manda el pueblo, es decir lo que manda el comandante. Creer que la economía está mejor servida por un cabildo de burócratas corruptos y no por la imaginación y el espíritu emprendedor del empresario es una cuestión a debatir. Pero el capitalismo de estado es un sector que crece sólo en China y que no se ha estancado en el sector privado. Si el Estado tiene algún rol en la producción de riqueza y creación de trabajo tiene que ver con mantener el equilibrio entre la regulación y la libertad que tienen como meta final el bienestar de todos y no solo la ganancia.
Pero al comandante, que hablaba mucho y leía poco, le gustaban más los ‘sound bites’ que diseñar políticas coherentes; los eslóganes más que las ideas; la infeliz improvisación más que la planificación; la apariencia más que la sustancia; la propaganda más que la realidad; el populismo más que el desarrollo económico; el asistencialismo más que la promoción social; el enriquecer a su parentesco y a los ‘enchufados’ más que al pueblo; el secretismo más que la transparencia; la división y el antagonismo más que la unidad y la reconciliación. El legado del comandante todavía está por verse, y será la economía la que pase juicio a su proyecto/proceso revolucionario del Siglo XXI.
Quizá lo más irónico (y gracioso) de todo esto sea el realismo mágico del ‘chavismo’, el manoseo de Bolívar como icono de la revolución del siglo XXI. El comandante, al que le gustaba demonizar a los burgueses-capitalistas-imperialistas, se olvidó de que el propio Bolívar era un criollo burgués, que se rebeló porque sus intereses económicos y los de su clase estaban mejor servidos sin España que con ella; echo mano de su conexión con la masonería (a la cual él pertenecía) y recibió ayuda del imperialismo-capitalista del Reino Unido y Francia. El comandante hablaba mucho pero leía poco.
El Chavismo (que no es un ideario político pero sí un culto al caudillo) se ha convertido en la memoria manoseada por sus herederos que, fieles al mandamás, siguen el mismo derrotero de su fundador, es decir el sendero de la expropiación. Esta vez la expropiación ha ido más allá de lo imaginado. Audacia que merece nauseas pero también cierta admiración.
El chavismo ha expropiado la religión. Los cielos han sido nacionalizados por ser de ‘burgueses, capitalistas e imperialistas’. Cielos bolivarianos de ahora !pa delante!
En esta nomenclatura seudo–religiosa, el viejo Fidel, patriarca de todas las revoluciones latinoamericanas, se ha convertido en ‘El padre’ de esta trinidad bolivariana. Maduro es ‘el hijo’ y el ‘comandante’ es el ‘espíritu’ que desciende del cielo no como paloma, sino como ‘pajarito’, para confirmar que el ‘hijo’ es el elegido (voten por él).
Maduro siguió el discursó seudo-religioso, durante los diez días de campaña, al pie de la letra del guion escrito por los asesores cubanos que a pesar de no creer en dios, saben muy bien cómo manipular a un pueblo sensible a los símbolos religiosos y a los santos e informales como Maria Lianza, el Guaicaipuro y el Negro Felipe.
Esta religiosidad política del post-chavismo causa alarma y mal sabor de boca, y resulta burda, absurda y manipuladora. En la cosmología de este fundamentalismo político-religioso sólo hay un mesías, un camino, un cielo, una salvación, una verdad (la verdad del partido); en este universo de intolerancia no existe lugar para la diversidad de opinión, solo para el dogma absolutista. Las ideas y la razón son avasalladas por la fuerza y por la prepotencia del aparato de estado y la manipulación de sus instituciones. Este paraíso socialista, sin provisiones básicas como la electricidad, el trabajo y el incremento de la violencia ciudadana es el infierno en la tierra. Y el que lo contradiga que sufra las consecuencias. Las perlas teológicas del chavismo quedarán en la memoria
¿Chávez intercediendo en el cielo por un papa latinoamericano? ¿Chávez el nuevo Cristo de los pobres de Latinoamérica? ¿El santo Hugo Chávez del 23 con culto y capilla publica intercediendo por los más necesitados? ¿Chávez que resucitó, según el ‘hijo’, el día de las elecciones si el pueblo vota por él?
En estas declaraciones no hay ironía, ésta se perdió en el burdo intento de manipular a un pueblo golpeado por la situación económica y adolorido por la pérdida de un mesías falso con un ego tan gigante que llenó todos los espacios públicos y políticos de la vida en Venezuela.
¿Y dónde está la iglesia en todo esto? ¿Dónde está la voz profética y critica? Ese silencio preocupa, pero la complicidad es lo que más asusta.
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