Se afirma insistentemente que la juventud actual es la generación mejor preparada de la historia de España. Repetido hasta la saciedad por los medios de comunicación, la opinión en su día de un espontáneo se ha convertido en una especie de axioma que nadie se atreve a contradecir. Llevo impartiendo la docencia en el ámbito universitario desde el año 1977; y aunque lo hago normalmente a grupos minoritarios, una tan dilatada experiencia da lugar a hacer algunas reflexiones al respecto. La primera tiene que ver con el aserto al que estamos haciendo referencia.
Es cierto que la educación, tanto secundaria como universitaria se ha universalizado de tal forma que el número de graduados se ha multiplicado exponencialmente en los últimos cuarenta años. Quienes hace cuatro décadas aspiraban tan solo a completar su Bachillerato hoy tienen la oportunidad de alcanzar una licenciatura (grado), tal vez el doctorado y algún master de especialización. Es cierto, por lo tanto, que ha crecido notablemente el número de personas que han conseguido un título universitario, bien sea por el camino de la formación profesional o bien sea por el de las letras o ciencias a las que en otro tiempo se reservaban en exclusividad dichas titulaciones. Incluso desde la Teología y, más aún, la Teología protestante, puede hoy obtenerse una titulación que es posible convalidar oficialmente. Recordemos, a este respecto, que la Teología fue expulsada de la Universidad pública española en el año 1868 y que por esa época ni las Iglesias protestantes, ni su teología, tenían carta de naturaleza en España.
Efectivamente, hoy tenemos una generación de jóvenes infinitamente más titulada que cualquier otra generación de tiempos anteriores. Y, muchos de ellos, seguramente los más capaces, acumulan no uno sino varios títulos, a veces sobre materias diferentes, hasta tal punto que sus curriculum resultan realmente abrumadores. En algunos casos, los modernos sistemas de convalidación, especialmente de las universidades privadas, hacen que puedan acumulase varios títulos con escaso esfuerzo adicional.
Sin embargo, discrepamos de la aseveración anteriormente expuesta referida a una mejor preparación. La mayor acumulación de títulos no va necesariamente unida a una mayor preparación. Hoy los jóvenes acceden de la Educación Primaria al Bachillerato y del Bachillerato a la Universidad eludiendo muchísimos de los obstáculos con los que se encontraron las generaciones precedentes: reválidas suprimidas, acceso a cursos superiores con asignaturas suspendidas, convalidaciones de materias por méritos extra académicos, etcétera. Y en vista del progresivo fracaso de la enseñanza, todos los gobiernos de la democracia se han empeñado en hacer su propio Plan de Estudios, con lo que han logrado degradar cada vez más los proyectos docentes. La palabra suspenso está proscrita de muchos centros de enseñanza; ahora bien, cuando se produce algún caso que obliga al docente a suspender a un estudiante, el clamor de alumnos, padres y políticos es descomunal, hasta el punto de peligrar en algunos casos la integridad física de los maestros.
En ese proceso ha sido necesario ir ajustando los niveles de exigencia, en la medida en la que los centros de procedencia han aflojado los requerimientos para conceder las acreditaciones necesarias. A título meramente curioso, debo añadir que aún mantengo en la memoria lo referido a un colectivo concreto, como es el de ingenieros de cualquier especialidad, que se veían sometidos en épocas ya remotas a tal exigencia para el ingreso en las respectivas escuelas, que muchos de ellos tenían que invertir tres, cuatro y hasta cinco años para lograr la calificación de acceso requerida, si es que no desistían antes en el empeño. En la actualidad, por el contrario, resulta común la queja de colegas que imparten la enseñanza en diferentes centros de rango universitario en referencia al bajo nivel que aportan los alumnos, obligando a los educadores a adaptar el lenguaje, modular de forma diferente los conceptos, aminorar las exigencias y, en definitiva, adecuar el curriculo de la materia a las menores posibilidades de los alumnos.
En un editorial reciente de La Vanguardia (18 de octubre de 2012) se afirmaba lo siguiente: “España es campeona de Europa: campeona en fracaso escolar. Según los datos recogidos por la Unesco en la edición 2012 del estudio anual Educación para todos, uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15 y 24 años dejó sus estudios antes de acabar la enseñanza secundaria. La media española de fracaso escolar es muy superior a la europea, que registra un abandono bastante menor: uno de cada cinco”. Y en lo que al nivel de educación se refiere, según el Informe de competitividad global 2011-2012 elaborado por el Foro Económico Mundial (WEF)[1], organizadores del famoso encuentro anual en Davos, España se encuentra por debajo de Camerún. En el apartado referido a la calidad de la educación científica y matemática, de un total de 142 estados evaluados, nuestro país ocupa el puesto número 111; nos superan países como Albania, Argelia, Armenia, Azerbajan, Bangladesh, Burkina Faso, Cambodia, Colombia o Portugal entre otros muchos. Los camerunenses ocupan el puesto número 80 frente al 111 de España. Por ahí va la percepción mundial en lo que a la valoración de nuestro nivel educativo se refiere, al margen del valor que demos al informe mencionado.
Algo está fallando. Llama la atención que una generación de jóvenes como la actual, la más titulada de la historia de España pero con un 55 por 100 engrosando las filas del desempleo, se muestre incapaz de abrirse camino en una sociedad en crisis, sea dentro o fuera de nuestras fronteras, mientras abarrota los centros de ocio de todo tipo, con recursos que nadie sabe de dónde salen (o sí); llama la atención la mediocridad que se aprecia en muchos profesionales, cualquiera sea el ramo, estando algunos de esos profesionales cargados de títulos, pero que se muestran incapaces de innovar y, sobre todo, contribuir positivamente a hacer una sociedad mejor, más eficiente, más eficaz, más próspera y, a ser posible, más ética; llama la atención el reducido nivel de creatividad y la falta de proyección internacional.
Resulta de interés el Análisis Sociológico de la juventud española actual llevado a cabo por Mª del Pilar Cisneros Britto[2], en el que concluye que los medios de comunicación han hecho de este grupo de edades un motivo de “espectáculo” para afirmar que “la imagen tópica del joven lo convierte en actor y espectador de su propio protagonismo mediático”, liberándole de esta forma de demostrar su valía. Por el solo hecho de haber nacido, se cree con el derecho de disfrutar de los bienes por los que sus padres tuvieron que luchar con tanto denuedo. Posiblemente ese sea el más voraz enemigo de la juventud: el haber hecho de ella el mayor espectáculo social, el objetivo declarado de todo hombre y mujer contemporáneo, convirtiendo la esbeltez, la belleza, la fuerza física, la apostura, la arrogancia y la galanura en el paradigma por antonomasia. Al igual que en otro tiempo se admiraba y buscaba la experiencia y el consejo del viejo, ahora se enaltece y venera la intrepidez y la capacidad de disfrute, propia de los jóvenes, como bien supremo.
Obviamente, titulación no siempre es equiparable a preparación. Entre otras razones, porque una buena parte de la preparación la aporta la experiencia. Es inconcebible, aunque se haya dado en nuestra historia reciente, que una joven de 31 años pueda ser ministra del Gobierno, nombrada por un presidente que llegó al cargo con 44 años de edad sin haber hecho otra cosa en la vida que obtener el título de licenciado en Derecho, militar en un partido político y ser un oscuro diputado en el Congreso; o que un juez juzgue eficazmente, antes de cumplir los 30 años, por mucho que haya superado con éxito las oposiciones, sin haber tenido tiempo de otra cosa que no haya sido “empollar” textos jurídicos, sin conocer de primera mano lo que es la vida fuera de las aulas y de los libros, sin conocer lo que es el alma humana. Es cierto que existen otras muchas profesiones en las que la juventud, unida a una adecuada preparación, puede ser, y lo es con frecuencia, un valor añadido, pero conviene no sacar las cosas de quicio y no alimentar fantasmas engañosos que obnubilan el entendimiento y la creatividad en la lucha y el esfuerzo de esas generaciones que, además de títulos, necesitan excelencia y esfuerzo. Pongamos las cosas en su sitio y a las personas donde les corresponde.
[1] INCAE, Business School, www.incae.edu › CLACDS › Capacitaciones
[2] www.uclm.es/varios/revistas/…/pdf/numero4/Pilar_Cisneros.doc