En días cuando se construyen comunidades cristianas alrededor del culto, las reuniones y actividades semanales; resultaría pertinente poder hacer un esfuerzo con el fin de tratar de acercarnos a los deseos manifiestos de Jesús sobre cómo él establecería su iglesia en nuestros tiempos.
Todo un reto que bien valdría la pena asumir, pues las referencias del Maestro de Galilea sobre una posible religión que hubiera querido fundar son escasas, por no decir que nulas. Es entonces cuando el re-pensar el Evangelio es pertinente, pues si la iglesia desea hacer la voluntad de Dios, como mínimo, debería estar familiarizado con ella.
Y es que construir iglesia ha tomado algo más de dos mil años, y aún hoy día se siguen aportando ideas, programas, estrategias, discursos, etc. “Esta es una iglesia diferente”, se escucha en boca de ciertos entusiastas laicos que presentan formas diversas de llevar un cristianismo que sea relevante para el momento histórico que vivimos.
Entonces la tarea nos llevará a entrever en las palabras y acciones de Jesús, sumado a los comportamientos de la iglesia primitiva, conjugado con los discursos y textos de los apóstoles; una luz sobre cómo el ser iglesia dibujará una sonrisa en el rostro de Dios. Para ello, quisiera proponer cuatro escenarios, los cuales pueden brindar un inicio al diálogo.
- La iglesia no debiera reposar sobre un gobierno jerárquico autoritario
La declaración del Maestro de Galilea en Marcos 10:45, debería trazar un camino a seguir por todos aquellos que ejercen un ministerio eclesiástico. “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Si estas palabras germinaran en el corazón de los líderes religiosos, la iglesia no debería verse como una organización con jerarquía y subordinación; pues seguir el ejemplo del Carpintero, llevará al servicio del pueblo, mas no a la opresión del mismo.
Uno de los retos más grandes de esta declaración, es que se le ha asignado una especie de tinte político-demagógico, en donde el servicio se traduce en una metáfora que sólo puede ser entendida y desarrollada desde el poder. Parece que convenientemente a algunos grupos religiosos les resulta necesario leer ciertos textos desde el literalismo, y a otros, dándoles sentido figurado.
Así mismo, en Efesios 1:22-23, el Apóstol reconoce que la cabeza de la iglesia es Cristo. Es interesante poder desenredar un poco esta premisa, pues se ha hecho común que tal declaración se aborde desde el misticismo, en donde Dios habla a través del espíritu a los líderes y les dice sobrenaturalmente lo que estos deben hacer. Sin embargo, una relectura desde la noción presentada en el evangelio de Juan 1:18, nos advertiría que para conocer al Padre y su voluntad, debemos examinar la vida de Jesús, sus obras y reacciones, discursos y actitudes frente a diferentes situaciones.
Es decir, si queremos saber cómo Dios dirigiría su iglesia, debemos remitirnos a la vida que vivió su Hijo en la tierra, entender sus palabras y seguir su ejemplo. Esa vida, la cual es él finalmente, funcionando como la cabeza de la iglesia, es la que da dirección sobre cómo esta debe comportarse en la tierra, contrario a que sean los hombres quienes busquen enseñorearse desde el poder que presupone se ostenta cuando hay personas que les siguen como marco de referencia.
Una de las doctrinas más importantes en medio de la reforma protestante es el sacerdocio universal. Esta se ha construido desde textos como 1 de Pedro 2:9 “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa…”. Como su nombre lo indica, cada creyente es un sacerdote, quien puede administrar su conexión con Dios, sea esta cual sea.
Desde este concepto, no se necesitan intermediarios y mucho menos jefes manda más en medio de la comunidad de Fe. Ahora, esto no desconoce que hay hombres que guían y enseñan a la iglesia como lo reseña Hebreos 13:7, pero que incluso desde sus enseñanzas y hasta su conducta, son objeto de consideración (juicio), lo cual no solo es un derecho, sino un deber del creyente.
Lo ideal sería entonces que dicha comunidad sea entendida como un organismo, más que como organización; lo cual resultaría, honestamente en cierto grado, una utopía. A medida que la comunidad se organiza, tiende a convertirse en organización, y para atenderla, se necesitan servidores que traigan orden a ella. Así ocurrió en la iglesia primitiva registrada en el libro de los Hechos 6:1-7, en donde podemos ver que el gobierno eclesiástico era colegiado.
Este último aspecto lo encontramos en el desarrollo del relato de todo el libro de los Hechos, en donde se hace evidente que los apóstoles sostenían reuniones, diálogos y disertaciones sobre los asuntos que se iban presentando, para así tomar decisiones conjuntas sobre qué se debería hacer.
Y es natural. Para la mayoría de teólogos, biblistas e historiadores de las Escrituras; Jesús no pretendía formar una nueva religión, y sus seguidores tampoco habían sido adiestrados para ello. Fueron conscientes de su nueva tarea, una vez se había marchado el Maestro y la pregunta rondaba sus mentes, ¿Y ahora qué?.
2. Más que individuos, la iglesia es una comunidad
Es entonces esta comunidad la reunión de los santos, la congregación de los hijos de Dios. Esto no debería confundirse con la “reunionedera”, aunque lamentablemente sea así para muchas organizaciones religiosas, en las que el centro de su funcionamiento son las actividades y todo gira alrededor de ellas.
Una comunidad presupone el bien de quienes la componen, más que los intereses de la organización. Este principio se ve cercenado cada vez que es más importante el “buen caminar” de las reuniones, en vez del bienestar de las personas.
Hay muchas metáforas sobre el “cuerpo”, cuando a la iglesia se refiere. Una de estas se encuentra en 1 de Corintios 12:12, en la que Pablo se refiere a un cuerpo conformado por muchos miembros, y además reseña que cuando uno de estos se duele, todo el cuerpo se ve afectado también.
Se hace iglesia cuando en una cafetería, un hermano consuela a otro y/o lo fortalece en medio de una situación que así lo requiera. Hay iglesia cuando se visita a un enfermo, cuando se brinda una taza de chocolate caliente en invierno a quien no la tiene. Iglesia es edificarse mutuamente en la oración, el estudio de las Escrituras en una casa, o un parque. El culto no es el único escenario en el que es posible “congregarse”.
Esta verdad debería ser liberadora, pues en no pocos lugares la ley del “no congregarse como algunos tienen por costumbre” se ha instrumentalizado tanto, que en vez de ser liberadora, ha traído carga en medio de aquellos que necesitan compartir en familia para desarrollar buenas relaciones.
Cuando el lunes hay reunión de líderes, el martes de servicio, el miércoles de Escuela, el jueves célula, el viernes vigilia, el sábado jóvenes y el domingo culto de 7, 9, 11, 1, 3 y 5 p.m.; se ha absorbido tanto la vida de las personas, que muchos hogares terminan separados pagando las consecuencias de una organización que exprime a sus miembros.
A veces uno de los cónyuges, o los hijos hacen reclamos legítimos al ausente en el hogar, pero reciben como respuesta exhortaciones a “no dejarse usar por el diablo”, “no convertirse en Jezabel”, o incluso no ser “endemoniados”, por esperar más de su ser querido en casa, que en la institución religiosa.
Por eso la unidad de la que clama Jesús al Padre en Juan 17:21, requiere del compromiso de todos para sentir el dolor ajeno, apropiarse de él y tomar cartas en el asunto. Hace unos meses escuchaba una conmovedora reflexión del pastor y teólogo colombiano Jeferson Rodriguez, quien recordaba que por ejemplo, los cantos de antaño en la congregación se entonaban en plural; mientras que hoy en día son en singular. Estas palabras me confrontaron en la cruda realidad actual de la iglesia, cuando los gritos del individualismo han acallado los susurros del comunitarismo.
Esto me hace pensar en la oración que pronunció Jesús, aquella con la que nos quiso enseñar a orar, el Padrenuestro. Toda en plural, toda comunitaria. Ejemplo que siguió cabalmente la iglesia primitiva, ampliamente reseñado en el libro de los Hechos, capítulo 2, versículos 1 en adelante.
Continúa…
Por: David A. Gaitan
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