Posted On 28/06/2011 By In Biblia With 36200 Views

La Iglesia y la homosexualidad: un nuevo “caso Galileo”

Llevo mucho tiempo pensando en escribir este artículo, pero ha sido el extraordinario testimonio de una madre cristiana evangélica la que me ha terminado de convencer[1]. Su sufrimiento y, sobre todo, su esfuerzo por comprender y aceptar a su hijo, son extraordinarios, y nos muestran de lo que es capaz el amor.

Juan SánchezUna madre de tres hijos, a los que ha educado en la misma fe, en los mismos valores, con el mismo amor, y que descubre asombrada el sufrimiento que durante años ha padecido uno de ellos por reconocerse y aceptarse homosexual. Exclama esa madre angustiada: evidentemente mi hijo no ha elegido ser homosexual, nadie elige el sufrimiento, nadie elige ser rechazado, despreciado, acusado de pecador, denigrado por ser un pervertido; nadie elige esta marginación y esta humillación.

Y tiene razón esta hermana nuestra. Nadie elige vivir siendo constantemente denigrado y despreciado; pero es más, querida hermana, y creo que esto es fundamental: nadie elige su condición sexual, ni el homosexual ni el heterosexual. Y esta afirmación es la que me gustaría desarrollar en este artículo, porque creo es clave para definirse en un sentido o en otro. Creo que el rechazo de esta afirmación es el que está haciendo que muchas iglesias sean miradas por gran parte de nuestra sociedad como atrasadas y sectarias, y consideradas como grupos de personas que ignoran los avances fundamentales de la ciencia.

Sí, y por ello he titulado así mi artículo, porque creo que lo que nos divide tan profundamente a las iglesias evangélicas en España en cuanto a la evaluación de la homosexualidad, no es lo que dice la Biblia, sino lo que dice la ciencia. Y en el fondo, nuestra postura a favor o en contra se define más por nuestro conocimiento científico que por nuestro conocimiento bíblico. De ahí que estemos, como indico en el título, ante un nuevo “caso Galileo”.

Hoy en día nadie piensa que la tierra sea el centro del universo, y que el sol, los planetas y el resto de las estrellas giren a su alrededor. Quien afirma esto, simplemente es considerado un ignorante o un chalado. Y sin embargo, llegar hasta aquí ha costado muchísimo sufrimiento. Galileo fue condenado, no sólo por la inquisición de la iglesia católico-romana, sino también por las iglesias de la reforma, pues nadie estaba dispuesto a aceptar que la Biblia pudiera equivocarse, era la ciencia la que estaba en el error.

Ese conflicto nos ayudó a interpretar mejor la Biblia y a no ver en la ciencia a un enemigo de nuestra fe. Hoy en día nadie duda de que la tierra gira alrededor del sol; y nadie hace una lectura literal de los textos bíblicos que afirman lo contrario; se tiene en cuenta el género literario de los mismos y la naturaleza del lenguaje teológico, y se distingue muy bien el tipo de verdad que nos comunican, que es una verdad de salvación y no una verdad científica: no es cierto que el sol se detuviera[2] para que Israel venciera a sus enemigos (en todo caso se tendría que haber detenido el movimiento de rotación de la tierra sobre su eje, cosa que ignoraba el autor del texto); pero sí es cierto que Dios ha salvado a Israel y ha estado a su lado de manera extraordinaria en todas las circunstancias adversas de su historia.

Los Testigos de Jehová tienen otro “caso Galileo” con las transfusiones de sangre. Algunos hacen una lectura literal de los textos bíblicos referentes a la importancia de la sangre para la vida humana, en clara contradicción con lo que dice la ciencia actual: que la vida humana no está en ningún fluido corporal, sino en todo el cuerpo humano; una vida humana que es más que materia, es también y fundamentalmente espíritu. Y es que cuando se escribieron esos textos bíblicos, no se sabía que la sangre circulaba por el cuerpo, no se supo hasta muchos siglos después, y mucho menos se imaginaban los autores que podrían realizase transfusiones de sangre. Cuando salta a la sociedad una noticia en la que esa creencia ha puesto en riesgo alguna vida humana, genera un rechazo frontal y absoluto, y los testigos de Jehová son vistos como personas retrógradas, ignorantes y sectarias, con una visión de la vida totalmente desfasada y peligrosa.

Creo que con la homosexualidad estamos ante otro “caso Galileo”. Y me explico. Hoy en día la ciencia médica, biológica, psiquiátrica, etc, nos dice que la homosexualidad es una condición sexual y no una opción sexual. Y esta distinción es fundamental. La homosexualidad no es una orientación sexual elegida por una persona, sino recibida por la misma, exactamente igual que la heterosexualidad. Hoy la ciencia nos dice que en la orientación sexual de una persona han intervenido factores genéticos, ambientales, sociales, educativos, etc. y que cuando esta orientación ha madurado, debe ser plenamente aceptada, sin ninguna reserva, para que sea posible un desarrollo equilibrado de la personalidad.

Esta visión de la homosexualidad es la que está detrás de las Leyes que distintos Estados han aprobado reconociendo igualdad de derechos a los homosexuales y permitiéndoles incluso el matrimonio. Leyes que ponen fin a una discriminación y a una persecución y desprecio que los homosexuales han soportado durante siglos. Hoy en día el homosexual es visto en nuestra sociedad como una persona, no como alguien que padece una enfermedad o ha hecho una opción sexual pervertida. Pensar así sólo es posible si ignoramos todo lo que la ciencia actual nos ha ayudado a entender de la homosexualidad.

La homosexualidad empieza a ser estudiada por la ciencia médica a finales del siglo XIX, y claro está, es vista como una patología, como una enfermedad, como una opción del individuo en contra de su naturaleza. (Permitidme abrir un paréntesis. Hoy en día la ciencia nos dice que la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, y que no sólo se da entre humanos, sino entre una gran diversidad de animales: delfines, ciervos, chimpancés, elefantes, aves, insectos, etc.).

Pues bien, la ciencia empezó estudiando la homosexualidad como una enfermedad, y han sido necesarios muchos estudios a favor y en contra, mucho debate científico, con amplia participación de todos los agentes sociales, de las iglesias, de distintas organizaciones de todo tipo, etc. para que cambiara radicalmente el modo de evaluar la homosexualidad. La primera asociación científica que eliminó a la homosexualidad de la lista de enfermedades, fue la prestigiosa Asociación de Psiquiatría Americana (APA), en 1974, y en su seno comenzó una “guerra” el sector minoritario para que volviera a incluirse en la lista de trastornos, patologías o enfermedades. No lo consiguió, al contrario, en 1986 fue ratificada esa decisión aprobada en 1974 por la mayoría de sus miembros.

A partir de los últimos años del siglo XX hemos asistido a declaraciones similares de diversas organizaciones científicas. La Organización Mundial de la Salud eliminó en 1990 a la homosexualidad de su lista de Enfermedades y otros Problemas de Salud; la Asociación Médica Norteamericana, la Asociación de Psicología Norteamericana, etc. han actuado de la misma manera. Pero no sólo los profesionales de la ciencia, sino que las leyes y los gobiernos de los países de nuestro entorno social y cultural, corroboran esta visión de la homosexualidad y adoptan las mismas medidas que la Organización Mundial de la Salud. Así lo hizo el Reino Unido en 1994, o la Sociedad China de Psiquiatría en 2001, etc.

En nuestra sociedad la homosexualidad es vista como una condición sexual, no como una opción sexual; y por lo tanto el homosexual tiene los mismos derechos y deberes que el heterosexual a la hora de vivir su sexualidad de una manera plena y enriquecedora. La condición sexual del homosexual no puede ser objeto de discriminación ni de menosprecio de ningún tipo, pues sería como discriminar o despreciar a alguien por el color de su piel o por su etnia. Creo que nuestra sociedad está horrorizada con la discriminación y la persecución que han sufrido los negros, los judíos, etc. por su condición étnica; al igual que todavía, en muchas sociedades, son menospreciados y marginados los homosexuales por su condición sexual.

Y ahora viene “la gran pregunta” de nuestras iglesias: ¿Y qué dice la Biblia?.

Y la respuesta es clara y rotunda: nada, absolutamente nada; la Biblia no dice nada de la homosexualidad, pues cuando se escribió desconocía que existiera. La Biblia no dice nada de la condición homosexual, como tampoco dice nada de la circulación de la sangre, ni dice que el sol gire alrededor de la tierra, a no ser en un lenguaje coloquial y no científico.

La Biblia no habla de la homosexualidad, la Biblia habla sólo de actos homosexuales, y además actos homosexuales vistos como manifestación y expresión de una actitud profunda del corazón, actos homosexuales que son fruto de la codicia y la lascivia del ser humano, no manifestación del amor y de la ternura entre dos personas. Cuando fueron escritos esos textos, ni siquiera podían imaginar sus autores que los actos homosexuales fueran, al igual que los heterosexuales, manifestación del amor y del compromiso entre dos personas.

Esto se ve claramente cuando los leemos en su contexto histórico; podemos comprobar entonces que en ellos se habla de los actos homosexuales, o bien como actos que transgreden las leyes de pureza del pueblo (cf. Lv. 15,16-20 y Lv. 20,18 antes de leer Lv. 20,13, en donde se dicta pena de muerte, tanto al que tiene relaciones sexuales con mujer que tenga el periodo, como al que lo hace con otro hombre; la razón en el primer texto que cito, en el que se nos habla de la impureza del semen y de la sangre); o bien como actos realizados en un contexto de egoísmo y autosuficiencia humana, de búsqueda de placeres extremos y de experiencias orgiásticas, de situaciones en las que los seres humanos desean transgredir todos los límites e ir más allá de lo conocido en una carrera desenfrenada tras el placer y la autosatisfacción.

Y este contexto bíblico hay que tenerlo muy presente a la hora de leer esos textos, pues resulta una gran injusticia utilizarlos para condenar los actos homosexuales de una pareja homosexual que se ama y se respeta; esa utilización sería equivalente a la de aquel que utilizara la condena bíblica de la promiscuidad y la prostitución para condenar los actos sexuales de una pareja heterosexual. Y no debe ser así, la Biblia tiene en gran estima los actos sexuales de aquellos que se aman y se respetan.

Me gustaría exponer brevemente lo que he dicho anteriormente, analizando el que considero más conocido, y el que de manera más amplia nos habla de los actos homosexuales en la sociedad greco-romana del siglo I, el texto de la carta de Pablo a los Romanos, en su capítulo 1.

Es claro el contexto en el que Pablo habla de estos actos: son manifestación de la arrogancia de los seres humanos, que en su rechazo del Creador han caído en la idolatría de sí mismos y en la adoración de sus propias obras, de sus cuerpos…, y “Dios los ha dejado a merced de sus bajos instintos, de modo que ellos se degradan a sí mismos. Este es el fruto de haber preferido la mentira a la verdad de Dios, de haber adorado a la criatura en vez de al Creador” (vs.24-25).

Los destinatarios de la carta sabían muy bien de qué hablaba Pablo. Tanto en Corinto, desde donde escribe Pablo, como en Roma, habían adquirido mucha fama los cultos de Mitra, Afrodita, Cibeles, etc. Contaban con muchos santuarios y un gran número de fieles que participaban en ritos orgiásticos con los sacerdotes y sacerdotisas de los mismos. En los actos de culto de estos santuarios era habitual mantener relaciones sexuales con los prostitutos sagrados y participar en actos tanto heterosexuales como homosexuales; es más, incluso era habitual que las sacerdotisas utilizaran elementos “fálicos” para penetrar a otras mujeres. Es este contexto el que tiene en mente Pablo cuando describe los actos homosexuales de sus contemporáneos.

Son manifestación de la idolatría, de un corazón entenebrecido que no ha reconocido a su Creador y “profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”(vs.22-23). Sí, los templos de estas divinidades estaban llenos de imágenes de dioses, diosas, gatos, chacales, cocodrilos, serpientes, Isis, Osiris, Anubis, etc.

Pablo está haciendo referencia a algo muy conocido en su medio ambiente, la polémica judía contra la idolatría y sus consecuencias. Algo que describe de manera muy similar el libro de Sabiduría en sus capítulos 13 y 14, libro que no está en las biblias protestantes pero si en las católicas, escrito unos siglos antes que la carta de Palo y cuyo uso era habitual en aquella época.

Pues bien, es la idolatría la que genera todo tipo de perversiones humanas, dirá Pablo:

“Por esta razón Dios los entregó a pasiones degradantes; porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío”(vs.26-27).

Y no puedo dejar de mencionar algo que pone claramente de manifiesto las ideas preconcebidas con las que leemos los textos bíblicos. Estoy convencido que muchos de nosotros, cuando leemos la primera parte del texto que he citado anteriormente, pensamos que Pablo se está refiriendo al lesbianismo. Si leemos que “sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza”, inmediatamente pensamos que está condenando actos homosexuales entre mujeres. Pues bien, parece que no es así. Al menos durante los primeros cuatro siglos del cristianismo, los que comentan este pasaje no lo interpretan así. Todos los comentarios que tenemos de este texto, de Clemente, de Orígenes, de Agustín, etc, dicen que Pablo no está hablando de lesbianismo, sino de mujeres que tienen relaciones anales con personas del sexo opuesto.

Es imprescindible para interpretar los textos bíblicos tener en cuenta la sociedad en la que están escritos, sus costumbres sexuales, sus ritos sagrados. Era habitual en la sociedad greco-romana que muchos hombres tuvieran relaciones sexuales con varones jóvenes y esbeltos que estaban al servicio de la casa, y descuidaran a sus esposas; algo tan incomprensible para nuestra sociedad como esos actos de prostitución sagrada de los que hemos hablado. Es imprescindible tener en cuenta todo esto para no hacer un uso injusto de los mismos y condenar a inocentes.

Hermanos, la Biblia no dice nada de la condición homosexual, pero sí tiene mucho que decir a las personas homosexuales, lo mismo que a las heterosexuales: que vivan plenamente su sexualidad, pues es un don divino al servicio de la comunicación humana en el amor, el compromiso y el cuidado mutuo.

Cuando en nuestra sociedad los homosexuales ocupan puestos de responsabilidad en la Administración de Justicia, en el Gobierno, en los ayuntamientos, etc. Cuando destacados artistas, actores, cantantes, etc. viven su condición homosexual con toda naturalidad y sin ninguna discriminación. Cuando nuestros gobiernos aprueban leyes para que incluso en el ejército sea reconocida la condición homosexual… Cuando todo esto sucede en nuestra sociedad, no podemos nosotros en las iglesias seguir hablando de opción homosexual y de perversión homosexual, en contra de lo que afirma la ciencia, y reconoce la mayoría de nuestra sociedad.

Y es que si nuestra sociedad actúa así, si nuestros políticos aprueban estas leyes, no es porque sean unos inmorales que no tienen en cuenta lo que es bueno y justo; sino porque han aceptado lo que la ciencia dice acerca de la homosexualidad y buscan superar la discriminación y la marginación que han sufrido durante siglos nuestros hermanos homosexuales.

Creo que también nosotros en las iglesias debemos aceptar lo que dice la ciencia sobre la homosexualidad; y más cuando, como hemos visto, la Biblia no dice absolutamente nada de ello. Bueno sí, nos anima a respetar y amar a todo aquel que es despreciado y marginado. Pero, por favor hermanos, no incluyamos a los homosexuales en el conjunto de los “pecadores” que debemos amar, NO; tal y como creo haber expuesto en este artículo, el homosexual es un ser humano que ha recibido de Dios su condición sexual y está llamado a aceptarla y vivirla en el amor, con sus riesgos y sus grandezas, exactamente igual que el heterosexual.

¿Cuánto tiempo le llevará a la iglesia reconocer lo que la ciencia nos dice acerca de la homosexualidad? ¿Cuántos “Galileos” tendrán que arder en las hogueras de nuestras inquisiciones? ¿Cuánto dolor nos llevará aceptar que la Biblia no puede ser utilizada como un arma arrojadiza, como un Código Penal? Espero que no sea tanto como para que nuestra sociedad termine por considerarnos una secta, y no sea capaz de escuchar de nosotros el mensaje de vida plena que sólo la fe de Jesucristo hace posible.



[1] Pág. 8 de “Cristianismo Protestante” Nº 55, Enero-Marzo 2010

[2] Josué 10,13

 

Juan Sánchez

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