«El problema del infierno es una forma específica del problema del mal. La posibilidad de que tal vez un gran número de personas acaben en un infierno eterno es un problema para el cristiano que también confiesa la fe en un Dios omnipotente, omnisciente y omnibenevolente».
Ramon Baker[1]
En un escrito anterior dije que el universalismo, la salvación final de todos, es un camino intransitable para el evangelicalismo, una línea roja que no se puede cruzar so pena de ser electrocutado doctrinal y moralmente[2]. Es lo que pasó al popular pastor Rob Bell cuando dejándose llevar por la entusiasta recepción de su ministerio y la buena fe de dar respuesta a una cuestión humanísima expresó en público y por escrito el amor de Dios tiene que tener la manera de vencer la incredulidad de muchos que en la vida presente rechazan o ignoran el mensaje cristiano[3]. Él estaba pensando en espíritus tan grandes y humanitarios como Mahatma Gandhi, ¿irán al infierno por el hecho de no haber sido cristianos? Rob Bell pensaba que no, que el amor de Dios finalmente ganaría la partida sobre las circunstancias históricas que llevan a muchos a ignorarle o darle la espalda. Bell no lo afirmaba como un hecho seguro, sino como un tanteo, como una cierta esperanza de salvación universal que se escapa a nuestra imaginación[4], aunque como cristianos podemos fiarnos de ciertas pistas en esa dirección. No importa, la sola mención de una hipótesis tan contraria al sentir común evangélico es digna de toda condenación. La polémica fue tal que en pocos meses acabó su carrera pastoral, y cualquier resto de buena impresión que hubiera causado en sus seguidores[5].
«Siempre están aquellos cuya creencia en el infierno parece tener una especie de satisfacción vengativa, un deleite moralista ante la idea de que aquellos que no estaban de acuerdo con ellos o no pertenecían a su grupo terminarían recibiendo las consecuencias más desagradables, por los siglos de los siglos. Para estos creyentes, el infierno no es una doctrina problemática, lamentable o secundaria; es esencial para que crean que ellos son los correctos, los buenos, los elegidos, los salvados, y que los demás no lo son. El infierno es una fuente de consuelo porque saben con certeza que no irán allí, pero todas esas personas malas que no son como ellos sí lo serán»[6].
Características del ser evangélico
Podemos decir que Rob Bell no conocía el terreno que pisaba, y al hacerlo sin precaución pisó la línea roja que le hizo saltar por los aires. Primero, tendría que haber tenido en cuenta el origen del protestantismo en general, el cual se funda en una experiencia de salvación, salvación de una condenación horrible y espantosa en el infierno por toda la eternidad. Lutero no se convirtió en protestante por criticar la venta de indulgencias, o al mismo papa, antes que él muchos se habían referido al Papa como el Anticristo. La nota determinante de su futuro como reformador está en su experiencia de conversión. Angustiado ante la perspectiva de la condenación eterna pese a todas sus buenas obras y penitencias monacales, insuficientes a todas luces, Lutero llegó hasta a odiar a Dios, que aparecía a sus ojos como un justiciero exigente, tiránico:
«Yo no amaba, al contrario, odiaba al Dios justo que castiga a pecadores, y en secreto, de forma blasfema, murmuraba continuamente contra él. Estaba enojado con Dios, y dije: “¿No es bastante que los míseros pecadores, condenados eternamente por el pecado original, sean oprimidos con toda suerte de males por la ley de los diez mandamientos? ¿Dios debe añadir con el Evangelio dolor a dolor y amenazar en él con su justicia y su ira” Tal era mi furia y violencia por mi conciencia atribulada»[7].
Después de una lucha desaforada con Dios y su justicia, que lo condenaba por toda la eternidad, Lutero comprendió y experimentó la salvación con un momento sublime de gracia y liberación. Por fin, después de tantas lecturas y angustias, comprendió que la salvación es por fe, no por obras, que la victoria sobre la condenación está al alcance del que cree; a partir de ese punto la vida deja de ser un infierno para convertirse en un paraíso: «Entonces sentí que había nacido de nuevo por completo y que había entrado al paraíso a través de puertas que estaban abiertas»[8].
Esta es la partida de nacimiento del protestantismo, aquello que lo define por encima de cualquier otro elemento. Después vendrá la crítica de la venta de indulgencia; la ruptura con el papa; las polémicas internas sobre el alcance de la reforma frente a los «entusiastas»; las controversias sobre la naturaleza de la presencia de Cristo en la Eucaristía con Zuinglio y Calvino; el debate sobre el libre albedrío con Erasmo; la defensa del bautismo de infantes frente a los anabautistas; el gobierno de la Iglesia, etc. Lo que define al protestantismo, por encima de todas sus divisiones eclesiales y diferencias doctrinales, es el concepto de la justificación por la fe sola, la salvación por la sola gracia, la experiencia del nuevo nacimiento. Todo movimiento de reforma posterior de la Reforma, todo despertar religioso o avivamiento dentro de las iglesias protestantes, tendrá que ver con estos puntos centrales: salvación por gracia, justificación por fe, «nacer de nuevo».
El movimiento evangélico actual, que no es hijo directo de la Reforma, surge de la reacción pietista y, sobre todo, del avivamiento protagonizado por George Whitefield y John Wesley, tanto en Inglaterra como en las colonias americanas. Ellos imprimirán al mundo evangélico sus principales características que lo distinguen: énfasis en la experiencia de la conversión por encima de la formación teológica —no hay mayor maldición para la iglesia, decían, que un ministro o pastor no regenerado, inconverso—; de ahí el testimonio personal, individual, de cada creyente, la urgencia de compartir el evangelio por parte de los laicos. Se da por supuesto, que todo esto está fundamentado en la Biblia. La Biblia en sí misma nunca fue cuestionada, su autoridad no se discutía; en todas las Confesiones de Fe de las iglesias luteranas y reformadas estaba recogida la primacía y absoluta autoridad de la sola Escritura. Lo que el nuevo ser evangélico cuestionaba de sus correligionarios era la «fría ortodoxia», la falta de experiencia de la salvación que la Biblia proclama, de ahí el énfasis constante en la necesidad de nacer de nuevo.
El infierno es mucho peor de lo que nadie es capaz de decir, describir o imaginar, decía Lutero, de ahí la urgencia de evangelizar sin descanso para prevenir la condenación las almas inconversas. Por esta razón, en el mundo evangélico el evangelista, el salvador de almas, está más valorado que cualquier otro ministerio, unido a cierta desconfianza e infravaloración de la teología. Las grandes figuras del evangelismo son, han sido siempre, evangelistas: Whitefield, Daniel Rowlands, John Bunyan, Charles Spurgeon, F.B. Meyer, D.L. Moody, Martyn Lloyd-Jones, Billy Graham, Luis Palau, Alberto Mottesi…
Según el popular evangelista John R. Rice (1895-1980), la educación, la cultura, las artes, y las ciencias; toda organización y labor administrativa del pastor; todos los obreros de la Escuela Dominical y las secretarías, no tienen valor a menos que ganen almas perdidas. De no ser así son madera, heno, y hojarasca. ¡Quémalas! ¡Quémalas! ¡Quémalas! (cf. 1 Co 3:12-15).
«Si dejas a tus seres amados ir al infierno sin urgirlos a venir al Salvador, estarán todavía en el infierno. Todo tu llanto no cambiará eso. Jesús quizá te perdonó, pero eso no cambia el hecho de que los amados están en el infierno y no en el cielo. Así que la felicidad de la recompensa del cristiano durante el tribunal de Jesús dependerá principalmente del ganar almas. La única y sola razón porque Jesús murió en la Cruz fue para salvar almas. Aquellos cristianos que ayudan a Jesús a hacer esa cosa principal serán recompensados más que aquellos que no ganan almas»[9].
Luego, si pastores como Rob Bell u otros, infravaloran o siembran dudas sobre la realidad del infierno como un lugar de castigo para el pecador, están cometiendo una falta muy grave que pone en cuestión el carácter y misión del ser evangélico. Ha traspasado la línea roja de lo prohibido. Si no hay infierno, o todos salvan finalmente, entonces el mensaje de que de Cristo murió por los perdidos con el fin de salvar sus almas no tiene sentido. El predicador bautista J. L. Dagg decía: «Para apreciar con justa y plenamente el evangelio de la salvación eterna debemos creer la doctrina de la condenación eterna». La negación de la condenación eterna viene a ser una relectura del evangelio, peor todavía, una desaparición del mismo, ya no hay lugar para la justa ira de Dios contra los pecadores. El evangelio de salvación deja de ser evangelio para convertirse en algo distinto. Desde esta perspectiva, «el evangelio se levanta o cae sobre la existencia tanto del cielo como del infierno. Quita cualquiera y destruirás el evangelio; se vuelve sin sentido y sin importancia»[10].
Es decir, en la percepción evangélica del cristianismo, el infierno es la doctrina sobre la que la Iglesia cae o se mantiene, este es el centro de gravedad que Lutero colocaba sobre la justificación por fe sola. Por eso es tan grave para el mundo evangélico no ya solo negar, sino cuestionar la visión tradicional del infierno. En resumen, no se puede ser universalista y evangélico.
¿Y si el universalismo fuera cierto?
Roger E. Olson, profesor de teología en el Seminario Teológico George W. Truett de Baylor University en Waco (Texas) es uno de esos pocos teólogos vivos siempre dispuesto al diálogo y a saltar barreras, muros y barreras generalmente levantados por tradiciones que con el paso del tiempo han adquirido carácter sacro. A veces el cristiano olvida que el cristianismo nació como un demoledor de barreras, comenzando por Jesucristo, respecto a las tradiciones de los ancianos, la doctrina de los escribas y la afianzada división social y ceremonial entre lo puro e impuro. Se puede decir que Jesús se saltó muchas líneas rojas.
Olson se define a sí mismo como «evangélico», en lo que tiene de más puro e histórico, lo que le lleva a ser crítico con el evangelicalismo, que es algo bien diferente.
«Mi propio juicio como historiador teológico es que el movimiento evangélico estadounidense está muerto o irremediablemente dividido, pero el espíritu teológico espiritual que llamo evangélico todavía está vivo y coleando»[11].
En el tema del infierno, Olson no se considera ni aniquilacionista ni universalista, él cree en el infierno a la manera de C. S. Lewis en El gran divorcio y otros escritos[12], según la cual el infierno no se entiende tanto como castigo dictaminado por Dios, sino como rechazo del cielo por parte del afectado, como una obstinada preferencia por el infierno. No sé cómo esto se puede justificar teológica o filosóficamente, pero ahí lo dejamos de momento. Valga por ahora tener en mente ese dato de Olson como no universalista para entender sin prejuicios lo que diremos a continuación. En una sus clases, el profesor Olson, preguntó a sus alumnos de teología ¿qué pasaría si te fuera revelado de una manera que no pudieras dudar o negar que el universalismo (de cualquier tipo) es verdadero? ¿Cuál sería tu respuesta? Las respuestas se pueden clasificar en tres categorías:
Una, los que se sentirían decepcionados, ya que algunas personas merecen el tormento eterno en el infierno y no creen que sea justo que se libren infierno e ir al cielo.
Dos, los que se sentirían molestos de haber renunciado a muchos placeres terrenales para evitar del infierno, cuando otros irán al cielo después de haber llevado una vida pecaminosa.
Tres, los que dejarían de compartir el evangelio con otros, ¿para qué molestarse si todos se van a salvar igualmente?
A los primeros Olson les hace recordar que, según la Biblia y el cristianismo tradicional, nadie merece el cielo y todos merecen el infierno y es sólo por la asombrosa gracia de Dios que alguien va al cielo. Luego, pensar que alguien merece el infierno más que otro es un malentendido implícito de la depravación de la humanidad y de la naturaleza de la gracia. Eso respecto a los primeros.A los segundos responde que su mentalidad equivale a una reducción del cristianismo de corte moralista solo para evitar el castigo, ignorando por completo la promesa bíblica de gozo y paz que vienen de la fe y la comunión con Jesucristo ya y ahora, en esta vida. «Es evidente, para mí, de que la persona que dice realmente eso no ha experimentado la comunión con Dios a través de Jesucristo y el Espíritu Santo. Esta persona necesita venir a Jesús; tal vez él o ella nunca haya nacido de nuevo»[13]. A los terceros responde que, una vez más, esto revela una mala comprensión de lo que realmente es el cristianismo. Se olvida o se ignora que, entre otras cosas, el mensaje cristiano tiene que ver con «vida abundante» aquí y ahora, no sólo después de la muerte. Incluso si todos fueran salvos «al final», algo que dejamos en manos de Dios, descubrir en Cristo el sentido de la vida y el potencial de vivirla en sentido pleno; experimentar el amor de Dios, y el amor al prójimo como criterio de actuación; ser conscientes de valor que cada vida, la nuestra en primer lugar, tiene una valor singular e infinito para Dios, pese a nuestras debilidades y maldades, es el mejor camino de transitar por este mundo. Llegados a este punto, sería bueno recordar aquel soneto que dice:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
El universalismo, como bien dice Olson, incluso si fuera cierto, no debería perturbar realmente al verdadero cristiano, antes al contrario, debería darle consuelo y ayudarle a confiar en el supremo amor de Dios por toda la humanidad, a la que estamos llamados a dar testimonio.
Luego, ¿es incompatible ser evangélico y universalista? Históricamente, la inmensa mayoría evangélica ha negado activamente que el universalismo sea compatible con su fe. Piense en cualquier predicador, evangelista, teólogo, compositor o líder evangélico conocido de cualquier época desde el siglo XVIII en adelante y es casi una conclusión inevitable que negará que Dios salvará a los pecadores no arrepentidos. Este consenso ha sido tan unánime que incluso un libro tan notable por su mentalidad abierta y generosidad hacia puntos de vista evangélicos divergentes sobre el infierno como La naturaleza del infierno, publicado por la Alliance Commission on Unity and Truth Among Evangelicals de la Alianza Evangélica de Reino Unido, declara:
«Si bien la visión universalista puede adaptarse al espíritu de nuestra época, confirmaremos que es incompatible con la fe evangélica. En particular, mostraremos que difiere seriamente de las bases doctrinales de aquellos cuerpos evangélicos clave que constituyen ACUTE (Alliance Commission on Unity and Truth Among Evangelicals)»[14].
El motivo principal para negar la hipótesis de la salvación universal es que no se encuentra en la Biblia, según la interpretación tradicional (no al menos directamente, literalmente), de modo que el universalismo evangélico es obviamente un oxímoron. En respuesta a este prejuicio hay que decir los teólogos cristianos que defienden la redención universal, sean evangélicos o no, no niegan el infierno en absoluto, al contrario, lo afirman como una cuestión de justicia universal. Lo que niegan es la naturaleza del mismo y, sobre todo su duración. El pecador que tenga que pasar por él lo sentirá psicológicamente como una horrorosa eternidad, pero en realidad puede ser cuestión de poco tiempo. No vamos a entrar especulaciones sobre esto, pues hablar de la eternidad como se da en Dios supera nuestra capacidad de comprensión, así que es mejor callar de lo que se puede hablar.
Pero una cosa es bien cierta, los universalistas no minusvaloran la gravedad del pecado y el rigor de la justicia divina, que no puede dar por inocente al culpable (Nm 14:18), ni olvidar el clamor de los oprimidos de la tierra (Sal 9:9-12). El universalista no niega la «ira» de Dios «contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (Ro 10:18), al contrario, se la toma muy en serio. Como dice Robin Parry, sugerir que alguien en este debate está olvidando que Dios es santo y justo es demasiado simplista.
«Creo que en las Escrituras el castigo de Dios es tanto retributivo como correctivo/restaurador. Ahora bien, tradicionalmente los evangélicos han visto el castigo divino de “los perdidos” (a diferencia del castigo de “los santos”) como puramente retributivo y algunos universalistas lo han visto como puramente correctivo/restaurador. Me parece que la Biblia nos llamaría a mantener juntas ambas motivaciones para castigar a los pecadores. En mi opinión, cualquier visión del infierno como puramente correctivo/restaurador se esfuerza en dar sentido a algunas descripciones bíblicas del castigo. Sin embargo, cualquier visión del infierno como un castigo puramente retributivo pone la justicia y la ira de Dios en serio conflicto con el amor de Dios y corre el peligro de dividir la naturaleza divina»[15].
Algunos evangélicos defensores del castigo eterno consciente estarían dispuestos a considerar el aniquilacionismo como una versión deficiente pero legítima del mensaje evangélico, sin embargo, la línea rojo se mantiene frente a los universalistas. Los tales no deben ser tolerados, sino denunciados por todos los medios. No obstante, como hacen notar los estudiosos modernos del tema, auténticos eruditos evangélicos han publicado y están publicando versiones tanto esperanzadas como confiadas del universalismo[16]. Para el teólogo bautista británico, Nigel G. Wright, presidente que fue de la Unión Bautista Británica, y director del Spurgeon’s College de Londres, la versión universalista de la gracia es una opción tan legítima para los evangélicos como cualquier otra, y esto por una razón sencillamente cristiana: «El universalismo pone su confianza y énfasis en la soberanía de Dios y su deseo de salvar»[17].
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[1] R. Baker, “Issuant Views of Hell in Contemporary Anglo-American Theology”, Religious Inquiries 4/8 (2015), 5-16.
[2] A. Ropero, El infierno en la Iglesia primitiva, https://www.lupaprotestante.com/el-infierno-en-la-iglesia-primitiva-alfonso-ropero/
[3] R. Bell, Love Wins. A Book About Heaven, Hell, and the Fate of Every Person Who Ever Lived. Harper One, New York 2011.
[4] «Estas son preguntas, o más exactamente, son tensiones que somos libres de dejar completamente intactas. No necesitamos responderlas porque no podemos, así que simplemente las respetamos, creando espacio para la libertad que requiere el amor» (R. Bell, Love Wins).
[5] Véase A. Ropero, El Amor Gana. Una sonada controversia sobre el infierno, https://www.lupaprotestante.com/el-amor-gana-una-sonada-controversia-sobre-el-infierno-alfonso-ropero/
[6] Rob Bell, Love Wins, https://evangelicaliberal.wordpress.com/2011/04/14/rob-bell-love-wins/
[7] WA 54, 185ss. Citado por Erwin Iserloh, “Martín Lutero y el comienzo de la Reforma”, en Aubert Jedin, Manual de Historia de la Iglesia, vol. V. Herder, Barcelona 1972.
[8] Id.
[9] John R. Rice, The Golden Path to Successful Personal Soul Winning, pp. 297-307. Sword of the Lord Publishers, Murfreesboro 1961.
[10] Tim Challies, Que tendría que negar para negar el infierno, https://evangelio.blog/2015/02/11/que-tendra-que-negar-para-negar-el-infierno/
[11] Mary L. Wimberley, Theologian Olson Explains His Evangelicalism at Samford, https://www.samford.edu/news/2015/10/Theologian-Olson-Explains-His-Evangelicalism
[12] C.S. Lewis, El gran divorcio. Rialp, Madrid 2017.
[13] Olson, What If Universalism Were True? A Question For Evangelical Christians Especially
What If Universalism Were True? A Question for Evangelical Christians Especially
[14] ACUTE, The Nature of Hell, p. 4. Paternoster, Carlisle 2000.
[15] Robin Parry, “Evangelical universalism: oxymoron?”, The Evangelical Quarterly, 84/1 (2012), 3-18.
[16] John E. Sanders, “Raising Hell about Razing Hell. Evangelical Debates on Universal Salvation”, Perspectives in Religious Studies, 40/3 (2013), 267-281; Gregory MacDonald, The evangelical universalist (Cascade Books, Eugene, 2012); Gregory MacDonald, Can an Evangelical be a Universalist? https://campuspress.yale.edu/keithderose/gott-november-21-2006/
[17] Nigel Wright, Jürgen Moltmann and Universalism, https://evangelicaliberal.wordpress.com/2011/03/09/jurgen-moltmann-and-universalism/