El tesorero corrupto, pero astuto y sagaz: la luz que vence a la corrupción (Lucas 16:1-15)
Cuando leemos esta historia, nos parece casi imposible que Jesús pueda haberla contado. Sobre todo, porque rompe moldes y casi escandaliza utilizando sin ningún tipo de protección aclaratoria un lenguaje provocador y sin anestesia. Sin embargo, nos encontramos ante una de las parábolas más contundentes sobre el reino de Dios y la manera en la que hemos de implicarnos en él. Para comprender la intención de Jesús y el sentido último de esta parábola es preciso que empecemos por el final. Ahí se encuentrala clave que ilumina el significado de este texto:
16:13–15 – “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.
La interpretación que demos a esta parábola ha de estar en armonía con estas contundentes palabras de Jesús que, además, van dirigidas a un auditorio concreto que se encuentra ante él: Fariseos avaros (avariciosos, rapaces y mezquinos).
El trasfondo que describe esta historia dibuja la situación social del Imperio Romano en el que los latifundistas ricos encomendaban la gestión de sus bienes a administradores expertos que actuaban como ecónomos de las propiedades del amo. A diferencia de otras parábolas más “amables”, esta no es una historia piadosa. Es la historia de un delincuente al que se le ha descubierto su delito. Sabe que no puede encubrir sus desfalcos, sabe también que perderá su puesto de trabajo y que, por tanto, no tendrá muchas opciones de conseguir otro empleo. (vs. 3) “Cavar y mendigar” no entran en sus planes porque son profesiones de perfil bajo, sin status y él es un corrupto de prestigio que se cree en posesión de toda la dignidad del mundo. Lo tiene todo en contra, pero es capaz de trazar planes arriesgados y calculados para salvar su propio pellejo. Planes, por cierto, cargados de mayor desvergüenza que antes. ¿Por qué? Veamos su proyecto corrupto plasmado en hechos concretos perfectamente planificados.
vv. 4-7 – Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas.
5 Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo?
6 Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta.
7 Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta.
Curiosamente, esta parábola se repite una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad. Se parece a la biografía de muchos sinvergüenzas que, habiendo trabajado en el mundo de la política, de la empresa pública, privada o de la banca y habiendo disfrutado de cargos importantes e influyentes, un buen día son cazados por la ley defraudando, practicando cohecho o prevaricación y son detenidos por estas cosas. El problema es que, luego, una vez que han sido descubiertos e imputados, aprovechan sus contactos cómplices para salir libres e impunes de sus crímenes. ¿Cuántos políticos corruptos de primera fila están hoy en la cárcel? ¡Muy pocos! ¿Cuántos grandes empresarios y banqueros juzgados por impresionantes desfalcos duermen en prisión hoy? ¡Muy pocos!¿Cuántos han devuelto lo robado? ¿Cuántos “roba gallinas” están cumpliendo condena? Todos. Esto, que tantas veces hemos visto y seguimos contemplando hoy en nuestras sociedades avanzadas es tan viejo como la historia del hombre. No hay nada nuevo debajo el sol. No debe extrañarnos, por tanto, que Jesús nos hable con realismo, así de claro y así de duro. En un mundo injusto la impunidad funciona en manos del poder y del dinero. La capacidad para salir indemne de delitos es directamente proporcional a la cantidad de dinero, poder e influencia que se posean.
Volvamos al centro medular de nuestra historia: ¿Cómo actúa el tesorero corrupto cuyo delito de estafa y malversación ha sido descubierto?
Reúne a su alrededor a todos los deudores de su señor y les hace reescribir la deuda, perdonándoles una parte importante por cuenta propia, perjudicando así a su propio amo. De este modo comienza a tejer una protectora “red clientelar” con sus contactos, es decir, se asegura que cuando sea despedido encontrará unos cuantos “estómagos agradecidos” con los que “negociar” favores pendientes cuando los necesite. Es un maestro en la “compra de voluntades”. No le cuesta mucho trabajo actuar así porque, en el fondo, estamos ante un narcisista perverso cuya sobrevivencia siempre ha dependido del poder manipulador ejercido sobre los que le rodean. Los demás sólo existen para satisfacer sus propios intereses y todos ellos acaban siendo tan delincuentes como él, puesto que aceptan la estafa y el desfalco que se les propone. Por lo tanto, este personaje siniestro prepara su “tabla de salvación” para cuando llegue el momento de responder por sus crímenes, de la mano y con la complicidad de otros muchos que son como él es. De una tacada este criminal resulta culpable de: falsedad documental, fraude, malversación y soborno.
El problema último del ser humano no es sólo que practique la injusticia. El problema fundamental es de carácter antropológico: Su corazón es injusto, tiende al mal, es perverso.
Jer. 17:9 – “Engañoso es el corazón, más que todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?
El ser humano no sólo hace el mal, sino que además está herido en su centro más personal, es un ser deficitario de justicia propia y abriga un potencial de maldad absolutamente incalculable. Y la práctica impune del crimen y la corrupción en relación con el “dios/ídolo” riquezas son evidencias incontestables de esa condición. El problema es que el pecado del hombre se socializa, se encarna en el mundo y genera sistemas blindados de injusticia social que legitiman de manera perversa el pecado estructural.
Los pecados estructurales son aquellos que se encuentran tan enraizados en la sociedad durante tanto tiempo que nadie respondepor ellos porque todos los culpables son cómplices de la injusticia y la corrupción social. El pecado es privado, personal e intransferible, claro está, pero también existe un pecado social de consecuencias imprevisibles a partir del cual se crea un modelo de relación interhumana sustentado en anti-valores como la mentira, la codicia, la ambición, la envidia, el amor al dinero, el prestigio y el poder, que reinan en el corazón con absoluta impunidad. Y este pecado estructural fabrica tanta desigualdad y tanto sufrimiento durante tanto tiempo que, al final acaba dándose por bueno lo que ocurre de manera fatalista porque no existe poder humano capaz de transformar la realidad. No es ésta una descripción del mundo en el que vivimos? ¿No es éste el mundo de todas las épocas?
Lo más llamativo de todo esto es que el señor a quien sirve el mayordomo acaba alabando y destacando sus malas artes por una razón: “Por haber hecho sagazmente” (vs. 8a). ¡Es un planificador de primera! ¡Lo ha calculado todo hasta el último detalle! ¡Es un golfo corrupto al que hay que “felicitar” por sus fechorías, porque es capaz de esquivar sus consecuencias saliendo “de rositas” de todas ellas! Con una astucia canalla, es verdad, pero logra la impunidad de todos sus crímenes.
¿Nos suenan de algo estas operaciones fraudulentas planeadas al detalle por delincuentes astutos y sagaces que pretenden salvarse a si mismos? Quizás, si podemos pensar en nuestros contemporáneos nos resulte más fácil comprender el mensaje de Jesús en esta parábola. ¿Recordamos a tesoreros de partidos políticos imputados por corrupción; a miembros de familias realesencausados por delitos de malversación y estafa; a responsables de gobiernos autonómicos que desvían cientos millones de euros destinados a los parados; a la tramas políticas que han defraudado y robado lo inimaginable; a las “tarjetas black” y los defraudadores impresentables que las han utilizado sin escrúpulos; “Pelotazos urbanísticos” que provienen del cobro de comisiones bajo mano?
La mentira y la corrupción se instalan con una fuerza brutal entre nosotros porque son actos cooperativos que implican a la comunidad. En realidad, todo esto que nos parece tan escandaloso y deleznable lo estamos viendo todos los días en los medios de comunicación sin que nos afecte lo más mínimo, ni movilice un milímetro nuestro domesticado espíritu de rebeldía. Pero lo contemplamos también en gente corriente que vive a nuestro lado yque practica la injusticia y el fraude sin pestañear. Por tanto, es posible que lo que tanto criticamos en los demás porque nos escandaliza y nos horroriza no se encuentre tan lejos de nuestra experiencia. ¿Será por eso que tantas veces guardamos silencio frente a la injusticia social y la corrupción cuando tendríamos que haber gritado?
Hace algún tiempo, hablando sobre la corrupción, un célebre escritor español decía en una entrevista lo siguiente: “Los que nos gobiernan y ocupan lugares de privilegio en la sociedad (políticos, grandes empresarios, banqueros, etc.) reflejan nuestras vilezas… Los que están arriba no son marcianos, los generamos nosotros y encarnan nuestras ambiciones e infamias”.
Volviendo a nuestra parábola, lo que realmente llama la atención, sorprende y rompe nuestros esquemas en este episodio es que Jesús sitúe como maestro de la astucia, de la sagacidad y de la previsión a un auténtico delincuente, corrupto, sinvergüenza y sin escrúpulos. Cuando pensamos en estas cosas, conviene leer lo que dice el Señor exactamente como conclusión para evitar equívocos:
“Porque los hijos de este siglo (mundo) son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (vs. 8b).
El administrador ladrón y sinvergüenza es elogiado por su astucia ¿Puede un criminal ser astuto? Desde luego. Ante una situación en la que el agua le llega al cuello, este corrupto hace todo lo posible por asegurarse una salida futura. Actúa con “sangre fría”, sin dejar cabos sueltos, nada lo abandona a la improvisación. Jesús no alaba al infractor justificando su crimen. Lo que destaca es la determinación con la que pone a salvo su subsistencia. Porque ha actuado de manera consecuente analizando sus posibilidades. Jesús no quiere hacer de nosotros criminales de cuello blanco, ni arribistas, ni trepas, ni ejecutivos sin escrúpulos. Pero si quiere que la energía, el vigor y la pasión que se necesitan para todo eso losempleemos allí donde está en juego lo decisivo, que no es otra cosa que el reino de Dios.
Una palabra de conclusión.
Las preguntas que se desprenden de esta parábola de Jesús son muy serias: ¿Por qué demostramos menos ingenio, menos inteligencia, menos iniciativa, menos previsión a favor del reino de Dios, que aquellos que se dedican al “crimen organizado? ¿Por qué tantas veces consideramos la inteligencia, la astucia y la planificación como algo sucio o irrelevante, y no como capacidades que provienen de Dios? ¿Por qué no poner todas estas cosas al servicio del Dios del reino?
¿No dijo el mismo Señor que, habiéndonos enviado como ovejas en medio de lobos, debíamos ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas? (Mt. 10:16)
La palabra “prudente” que se usa en este texto, es la misma en el original griego que se utiliza para describir al mayordomo infiel de laparábola cuando se le describe como “sagaz” (Lc. 16:8).
Jesús no explica en sus parábolas únicamente el mundo de los piadosos y los honrados, sino también el de los especuladores hipócritas, impostores y estafadores. No describe un mundo santo, justo y bueno, sino una realidad saturada de maldad, de injusticia y de pecado. Por eso, con la misma intensidad que este delincuente fue injusto, corrupto y mentiroso, hemos de ser nosotros justos, íntegros y santos, pero no tontos ni ingenuos. El bien hay que hacerlo “bien”, con inteligencia, con realismo, con lucidez, con discernimiento.
De la misma manera que este personaje no ha hecho nada a medias, ni se ha dejado en el tintero ningún detalle para lograr sus objetivos últimos relacionados con el “dios mamón” (Riquezas), así nosotros como hijos del reino y luz del mundo hemos de ser discípulos comprometidos, implicados, perseverantes en el proyecto de Dios para hacer por él todo lo que esté en nuestra mano del modo más comprometido posible.
Lc. 16:13 – “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro; No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
El cristianismo no está hecho para necios, ni para ignorantes, ni para ingenuos y simples, sino para personas serias que saben y quieren orientar sus vidas con inteligencia, astucia, sensatez, claridad y consistencia. Porque el Dios verdadero reclama entrega/fidelidad/lealtad absolutas y con los cinco sentidos.
Mt. 5:14-16 – “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15 Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.
16 Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
En la alternativa cristiana, formada por hombres y mujeres que encarnan los valores del reino y los visibilizan siguiendo y proclamando a Jesús, se encuentra la esperanza para este mundo desigual, roto e injusto.
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