Posted On 30/09/2013 By In Biblia, Opinión, Teología With 6581 Views

La mujer más allá de su autoridad en la iglesia

Una de las preguntas que se hace una mujer cristiana nacida en el siglo XX, es por qué se cuestiona tanto su autoridad en la iglesia, si en el mundo secular las mujeres han ido ganando tantos espacios, incluso hay presidentas; en las fuerzas militares y de policía ostentan altos grados de jerarquía; es común encontrarlas como jueces, fiscales; además están en las grandes empresas ocupando posiciones de dirección, han recibido el premio Nobel en las ciencias, el de la paz… Son aproximadamente el cincuenta por ciento de la población mundial, pero su evolución no es igual en todo el mundo, por eso puede decirse que el grado de civilidad de una nación puede medirse a través del grado de desarrollo de sus mujeres, ya que en la medida en que se educa una mujer, se educa una familia, y así se llega a toda una sociedad.

Algunos creyentes podrán pensar que una cosa es el mundo secular y otra muy distinto la iglesia, pero resulta que las personas son las mismas. La iglesia cristiana está conformada por seres humanos que viven en este mundo, y sus vidas deben ser el reflejo de sus creencias.

Para conocer algo sobre la autoridad de la mujer se debe escudriñar la Biblia que, a pesar de haber sido escrita en una cultura y situación específicas, tiene una validez absoluta para los cristianos de esta época y en todo lugar (Salmo 119:89). Ella se contesta a sí misma, y a través de ella Dios se revela a la humanidad.

El hombre y la mujer, según la Escritura, fueron creados a imagen y semejanza de Dios, y estaban destinados a dominar el mundo (Génesis 1:26-28); sufrieron una alteración en su relación cuando pecaron (Génesis 3:16), pero gracias al sacrificio de Jesucristo, retornan al principio de la creación (Mateo 19:4-6) y por ende están llamados a dominar juntos el mundo en igualdad de condiciones.

Cuando el ser humano nace su primera figura de autoridad es la madre, porque generalmente es quien permanece más con él, le da las primeras indicaciones sobre lo que se debe o no se debe hacer; luego sale de su casa a estudiar e ingresa en los preescolares, donde son mujeres las que enseñan y representan la figura de autoridad; al pasar a la educación primaria se encuentra con mujeres y hombres ejerciendo la docencia y son su figura de autoridad, pues independientemente de su género se les debe respetar y obedecer. En esas primeras etapas de la vida los niños y los jóvenes no presentan tantos inconvenientes con el tema de dicha autoridad, y debería poder seguir siendo así en todos los ámbitos de la humanidad, ya que al final el hombre y la mujer tienen la misma imagen de Dios (Génesis 1:27).

En la Biblia hay un caso muy claro de autoridad femenina, como es el caso de Débora, quien llegó a ser juez y profeta de Israel (Jueces 4-5), obviamente por expresa voluntad de Dios, ya que toda autoridad es puesta por Él (Romanos 13:1-2). En ella se ve tanto autoridad secular como autoridad espiritual.

Para que se cumpliera la promesa de Dios de que todas las familias de la tierra serian benditas en Abrahán y él pudiera ser padre de las naciones, fue necesaria la participación de las mujeres, en este caso de Sara madre de Isaac, que es llamada madre de naciones (Génesis 17:15), y también está Agar, madre de Ismael, la sierva de su esposa con quien se inició otra gran nación (Génesis 21:13).

Revisando la historia de Agar nos encontramos con que fue expulsada junto con su hijo Ismael por Abrahán, y vagó por el desierto de Berseba. Cuando estaba esperando su muerte y la de su hijo, el ángel de Dios le declaró que Dios tenía el propósito de hacer del niño una gran nación, y lo dejó bajo su cuidado (Génesis 21:8-19). Por lo tanto, la única autoridad visible con la que creció Ismael fue la de su madre. Dios en ningún momento la considero incapaz de llevar a cabo lo que Él le había encomendado.

En el Nuevo Testamento nos encontramos con mujeres aprendiendo de Jesús, como es el caso de María (Lucas 10:38-42); otras acompañándole en su ministerio (Lucas 8:1-3); algunas siguiéndole hasta su muerte (Lucas 23:49). Según el relato de Mateo 28: 6-7, son las primeras enviadas a transmitir la buena nueva de la resurrección, y es a María Magdalena a quien primero se le aparece resucitado (Marcos 16:9-11). La actitud de Jesús hacia las mujeres era de inclusión en su ministerio, las aceptaba y no las rechazaba.

Las mujeres, igual que los hombres, fueron perseguidas a causa de su fe por Saulo de Tarso (Hechos 9:1-2), quien después se hizo creyente y fue enviado a llevar el evangelio (Hechos 9:3-19). Ellas son mencionadas abiertamente por él sirviendo en la obra del Señor, como en el caso de Febe (Romanos 16:1), Priscila (Romanos16:3) y Junias (Romanos 16:7), entre otras.

Con menciones como estas, muchos se animan a impulsar la participación de la mujer en posiciones de autoridad en la iglesia, pero se encuentran también con versículos al parecer contradictorios, como es el caso de 1 Timoteo: 2.12 “… pues no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio.” Pero es posible que aquí lo que pablo esté haciendo sea exponer su propia posición, debido al énfasis que hace en que es él, quien «no permite». Ahora bien, en otros versículos Pablo dice que en Jesús no hay distinción: “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios.”(1 Corintios 11:11-12). Esto, definitivamente, no deja de causar cierta confusión.

La obra de Pablo fue maravillosa, pero sus distintas posturas generan esas dudas razonables en cuanto a la autoridad de la mujer en la iglesia. En lo que respecta a Dios no hay lugar a dudas, ya que fue Él quien otorgó a Débora la autoridad que ostentó. Si se mira a Jesús, debe decirse que tampoco, ya que permitió a las mujeres acompañarle en su ministerio. Si tenemos esto claro y reconocemos que al final es Dios quien llama para servirle (Marcos 3:13) y da los dones como quiere y a quien quiere (I Corintios 12), ¿Por qué negarle la oportunidad a una mujer de servir en posición de autoridad en la iglesia, si Dios la ha llamado a hacerlo así?

Del mismo modo que no todos los hombres son llamados a servir en el ministerio eclesiástico, no todas las mujeres lo son. Pero si una mujer es llamada, debe recordar que su ministerio está por encima de las instituciones. La iglesia no es los templos hechos por manos humanas; la iglesia cristiana está conformada por las personas y no deben callarse, sino obedecer el llamado que Dios les hizo, tal como enseña la Palabra en Hechos 4:19: “Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios” .

En realidad la historia de la iglesia cristiana está llena de hombres y mujeres que han entregado su vida y la siguen entregando por amor a Cristo, que no se han preocupado tanto en pensar si tienen autoridad o no; simplemente han cumplido su llamado obedeciendo la gran comisión (Mateo 28:19-20). ¿Será posible, por tanto, pensar que es la institucionalidad de la iglesia la que impide a las mujeres verse ejerciendo un papel de autoridad por las ansias de poder de unos sobre otros, y dejar de lado eso que enseño Jesús en Mateo 20:26 “Pero entre ustedes no debe ser así. Más bien, aquel de ustedes que quiera hacerse grande será su servidor.”?

La autoridad la tienen las personas por derecho y de hecho. Hay mujeres con tal grandeza espiritual que no necesitan decir que la tienen porque su vida es una muestra de ella. Basta recordar a la madre Teresa de Calcuta, entre otras, para saber que es así; ella no tenía que decir “tengo autoridad”, porque estaba más allá de la autoridad que le pudiera otorgar su iglesia. Su autoridad tuvo su origen en su forma de vivir el cristianismo; se convirtió en un ejemplo a seguir; habló a través de sus obras y tuvo poder, pero no para engrandecerse sino para servir, siguiendo el modelo de Cristo, quien vino a servir y no a ser servido (Mateo 20:28).

Naydú Villamarín Rentería

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