Posted On 30/12/2013 By In Biblia, Opinión, Teología With 3457 Views

La Navidad como Contextualización: Reflexiones sobre el Prólogo del Cuarto Evangelio (Juan 1:1-18)

Ningún texto del Nuevo Testamento capta la maravilla de la Navidad mejor que el prólogo del cuarto evangelio: «El Logos (la Palabra) era Dios… y aquel Logos fue hecho carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1:1,14). ¿Puede haber una expresión más hermosa, y a la vez más profunda, del significado del nacimiento del Hijo de Dios como hijo de María e «hijo de hombre»?

Extraña mucho la identificación de Cristo como «el Logos» en el prólogo de un libro en cuyas páginas nunca se vuelve a llamar por ese título, y más porque Jesús mismo, según los evangelios, nunca se llamaba así. Nos sorprende también que este evangelio mismo no elabora la verdad tan importante del «hacerse carne» del Hijo eterno. El cuarto evangelio se conoce como el evangelio que más afirma la deidad de Cristo, pero no tanto su humanidad física (su «carnalidad» material).

Muchos estudiosos han sugerido que Juan (suponiendo que así se llamaba el autor) escribió este prólogo después de haber redactado el mismo libro, cuando se dio cuenta de cosas importantes en el contexto cultural de su pueblo, Éfeso, que debía relacionar con el mensaje evangélico. En ese caso, la mención del Logos puede verse como una contextualización misionera, lo que da mucho más significado al pasaje.

Ha habido diversas interpretaciones de este Prólogo de San Juan, pero quiero sugerir que puede verse como una refutación contundente del gnosticismo incipiente que a fines del primer siglo tuvo su sede en Siria y Asia Menor (Anchor Bible Dictionary, Tomo 2, p.1037), donde probablemente fue escrito este evangelio. El Prólogo emplea, con énfasis, dos términos importantes del gnosticismo: el Logos (1:1,14) y «la plenitud» (Gr. Plêrôma 1:16; cf. Col 1:19; 2:9; Ef 3:19). Otras posibles referencias al gnosticismo en el N.T. son «la profundidad» (bathos, Ap 2:24) y «los rudimentos de este mundo» (Gr. stoijeia, Col 2:8,20). Es muy posible que la frase «las contradicciones de la falsamente llamada Gnosis» (1Tm 6:20, antitheseis tês pseudônumou gnôseôs; cf. 1Tm 1:6; Ef 5:5; 2P 2:18) se refiera también a tendencias gnósticas de la época.

A unas décadas de los escritos juaninos, aparecen los escritos gnósticos de Basílides y Valentino que revelan una característica fundamental de su sistema: el gnosticismo está concebido para separar a Dios de todo lo que es materia. Entre Dios (theós) y el mundo interviene toda una serie de emanaciones, llamada «la plenitud», que son divinos pero derivados de Dios mismo y por ende, al descender de una emanación a otra, son cada vez más inferiores. Al lado de Dios mismo suele estar el Logos y la Sofía (sabiduría), la siguiente pareja sería la verdad y la belleza, etc, descendiendo siempre a niveles de una deidad más diluida y menos digna. Al fin, muy abajo, llega a una última emanación llamada el Demiurgo, que por necedad e imprudencia, y sin el permiso del Dios supremo, crea el mundo material. En ese esquema, ni Dios ni el Verbo es culpable de haber creado la maligna materia. Era un radical idealismo anti-materialista. [Idealismo: la verdad consiste en ideas, alcanzadas por el raciocinio].

La estrategia de Juan ante este esquema es genial. Comienza con algo que podían aceptar ellos, y en el lenguaje de ellos: «El Logos era con Dios, y el Logos era Dios». ¡Claro que sí! Pero enseguida invierte el sentido del esquema: «Todas las cosas por él fueron hechas (Gr. egeneto), y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho». Desaparece el Demiurgo y desaparece la cadena descendiente de emanaciones; es el mismo Verbo el que ha creado el mundo entero. «El mundo por él fue hecho (egeneto) » y no por el disparatado Demiurgo.

Y si eso no bastara, Juan mete una segunda puñalada a esa filosofía idealista al decir, «Aquel Logos fue hecho carne» (egeneto igual que en 1:3,6,10). ¡El verbo no sólo hizo la materia, pero se hizo materia! No sólo se hizo persona, o se hizo cuerpo, sino que se hizo carne con toda la corporeidad física que eso implicaba. Carne (sarx) implica también lo vulnerable y precario, y lo perecedero y corruptible, de la existencia física. Bíblicamente, sarx puede significar también debilidad e inclinación hacia el pecado. Todo eso asumió el Logos en su encarnación en esa primera Navidad.

En esa encarnación física y material, el Logos fue hecho un ser humano con todas las características particulares de su propia individualidad (el escándalo de la particularidad: identidad étnica, sexual, social etc). Diferenciado radicalmente del theós y del Logos del gnosticismo, que se quedan infinitamente alejados del mundo, éste Logos se hizo vecino nuestro y «habitó entre nosotros». Como Verbo encarnado, adquirió una auténtica «residencia en la tierra», igual que cualquier otro ser humano.

Las palabras (logoi) se oyen pero no se ven. En Jesús, el eterno Logos se «visibilizó» de modo que «vimos su gloria, como unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad». Por eso, aunque nadie ha visto a Dios nunca, Jesús como «el unigénito de Dios» (1:18, mejor texto griego) «lo ha dado a conocer» — ¡por medio de carne humana! Dios, después de haber hablado de muchas maneras, en la encarnación nos ha hablado «en el hijo» (Heb 1:1). La vida humana de Jesús de Nazaret es el lenguaje definitivo de la revelación de Dios.

Qué irónico, que el idealismo que Juan rechaza tan vehementemente, después invadiera en gran medida el cristianismo, especialmente la teología cristiana. A menudo creemos que la última realidad de la fe es un sistema de doctrinas (ideas abstractas), que con sólo creerlas estamos bien con Dios. Esto incluye a menudo un rechazo de los aspectos físico-materiales de la historia y de la vida. No encuentro nada en las escrituras que pueda fundamentar el idealismo racionalista como compatible con la fe, y mucho que apoya un realismo histórico que asume con absoluta seriedad la dimensión material (carne, tierra, comida, resurrección).

Una teología racionalista vuelve a convertir la carne en verbo abstracto. Jesús tradujo el verbo en carne y vida (materializó la Verdad), habitó entre nosotros (contextualizó la Verdad) y vimos su gloria (Jesús «visibilizó» la Verdad ante la gente).

El mensaje de la navidad es un desafío para nosotros que nos invita a encarnar el evangelio y «visibilizar» la presencia de Dios en toda nuestra existencia, para que el mundo vea su gloria, su gracia y su verdad. Viviendo plenamente inmersos en nuestro mundo, debemos ser discípulos «encarnacionales» del Logos que se hizo carne para contextualizar el mensaje en el poder del Espíritu.

Juan Stam

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