Cuando la comunidad cristiana ora, realiza un acto de resistencia creativa frente a la deshumanización del mundo. Esta es una verdad inapelable cuando uno lee, aunque sea en diagonal, las Escrituras.
Los poderes de este mundo establecen sus cuotas de libertad a los ciudadanos cuando éstos protestan contra un modelo social que no les convence. Ir más allá de las cuotas establecidas significa un desafío a la “autoridad”, es un acto de desobediencia civil que no gusta a los “príncipes” que rigen el destino de nuestras sociedades y reaccionan penalizándolo.
Ellos prohíben, nosotros desobedecemos reclamando, a pecho descubierto, libertad y justicia. Y es ahí donde entra en juego la práctica de la oración resistente. Una oración que surge de la unanimidad de las comunidades cristianas en torno al modelo de convivencia social que ellas mismas experimentan, y que desean poner a disposición de sus conciudadanos. A eso, los cristianos, lo llamamos “Evangelio”, la buena noticia del “Reino” de Dios encarnada en estructuras sociocomunitarias fundamentadas en la solidaridad y el apoyo mutuo a través de la fuerza del Espíritu de Jesús de Nazaret.
Narra el texto bíblico que en una ocasión los seguidores de Jesús se enfrentaron a la disyuntiva de obedecer al Dios de Jesús, o a las autoridades de turno (Hch. 5:19). Fueron amenazados, pero no por ello cejaron en el anuncio de un mundo nuevo que ya se estaba iniciando en la forma de entender el ser sociedad alternativa en el seno de sus comunidades (Hch. 4:32ss.). El texto bíblico nos describe la reacción de la comunidad cristiana ante las amenazas recibidas por los poderes de este mundo: la reacción fue unánime (Hch. 4:24), sin fisuras que pudieran mostrar algún signo de debilidad o cobardía ante la misión a la que habían sido convocados por el Profeta galileo.
Entonces oraron a Dios. Oraron, no para escapar de la realidad sino para afrontarla en dirección a su transformación. Lo que solicitaron a Dios es la experiencia de plena libertad para anunciar el mensaje de que otro mundo posible era realizable aquí y ahora. En una frase, pidieron a Dios fuerza (poder) para tomarse la libertad –sin pedir permiso a nadie- de anunciar y vivir contracorriente en medio de su sociedad. La experiencia de una comunidad alternativa en medio del mundo se convierte necesariamente en un acto de protesta y anuncio de que lo imposible, según los poderes de este mundo, es posible en medio de una humanidad maltratada por las manos invisibles que rigen la “aldea global”.
Y el Dios de Jesús les respondió. ¡Y de qué manera! Les respondió poniendo patas arriba el espacio en el que oraban, y la fuerza del Espíritu inició su actuación. Pudieron, por la fuerza del Espíritu que les inundó, seguir proclamando su mensaje y experimentar el milagro de una nueva sociedad en medio de la caduca. Experimentaron el milagro de la unanimidad, el milagro de la igualdad –todos disfrutaban en común lo que poseían-, la ausencia de personas con estatus de “necesitado” y sus conciudadanos miraban todo lo que sucedía con admiración y simpatía, de tal manera que muchos se adherían al proyecto social (salvación) de Jesús de Nazaret (Hch. 2: 47; 4:32-35).
La oración comunitaria, sin duda, es fuente de resistencia creativa frente al mundo y origen de un nuevo modelo de sociedad. Por ello, la comunidad cristiana debe tomarse muy en serio el ejercicio de la oración, no para mirarse el ombligo eclesial o individual sino para construir un mundo nuevo aquí y ahora.
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