Posted On 11/03/2013 By In Biblia With 17692 Views

La pedagogía de Jesús resucitado en el encuentro de Emaús

Exégesis bíblico-pastoral sobre la Escritura, el pan partido y la hospitalidad 

1.0 INTRODUCCIÓN

Vamos a comprender cuál es la pedagogía que el Resucitado utiliza para que la comunidad entienda este Misterio. Lo interesante de esta pedagogía, es que Jesús se convierte en compañero de camino de los discípulos, y en ellos, de toda la Iglesia. Para realizar la hermenéutica de este texto, vamos a analizar en primer lugar las acciones de Jesús, para luego confrontarlas con las de los discípulos. Junto con esto, destacar los momentos del texto, centrándonos específicamente en la explicación de la Escritura y en la fracción del pan. Recordemos antes de adentrarnos en el texto que el tercer evangelio gusta de realizar el tema del imaginario del viaje, mostrando a un Jesús caminante, desde el itinerario que comienza en Galilea dirigiéndose a Jerusalén, y desde la cual envía a la comunidad hasta los confines de la tierra, que como hemos visto, representa a Roma.

2.0 EN EL CAMINO NOS ENCONTRAMOS

El texto comienza

“Aquél mismo día, dos de los discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, que dista de Jerusalén unos once kilómetros” (Lc 24,13)

Los discípulos van de camino El texto señala que iban de a dos (dos de los discípulos), lo cual nos recuerda el envío misionero de los setenta y dos: “después de esto, el Señor designó a otros setenta y do, y los envió por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde él pensaba ir” (Lc 10,1). El texto anterior muestra que Jesús es llamado Señor (Kyrios), el cual era el título que la comunidad le aplicó luego de la Resurrección. Con esto, pareciera ser que el texto de los setenta y dos y Emaús tendría alguna relación con la misión.

Sigamos revisando el texto de Emaús.

“Iban hablando de todos estos sucesos. Mientras hablaban y se hacían preguntas, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos estaban tan cegados, que no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo ¿qué es lo que vienen conversando por el camino? Ellos se detuvieron entristecidos, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: ¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días? Él les preguntó: ¿Qué ha pasado?” (Lc 24, 14-19)

Lo interesante de la pedagogía de Jesús está fundamentado en dos aspectos esenciales, a saber, el caminar con los peregrinos y el hacer preguntas. Vemos en primera instancia que los discípulos van haciéndose preguntas, con lo que queda demostrado que la vida es un constante cuestionarse, buscar respuestas. Hay en la vida espacios de vacíos de sentido o de conceptos, una falta de hermenéutica por la totalidad de la existencia, lo que queda demostrado en este hacerse preguntas desde la tristeza. Pero es en este escenario de desolación aparente en el cual Dios se hace presente y se pone a caminar con los hombres. Hay un pasar de Dios que es el Otro absoluto pero que se hace inmanente en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con lo cual este se transforma en un compañero de camino.

Lo que viene a continuación es la actitud de los discípulos, y el evangelista señala que sus ojos estaban cegados y no son capaces de reconocer a Jesús resucitado. Lo que aquí se quiere señalar es que “Dios mismo es el extraño por excelencia, el siempre mayor, y quien, como tal envía algo nuevo al camino y deja irrumpir lo desconocido” (Eckholt, 2004, en línea). Este encuentro está significado en la ceguera y en el no reconocer, con lo que se pareciera ser que es un texto que habla de una crisis que da lugar a una revelación lumínica. Esta misma ceguera es la que padece San Pablo antes de la conversión, o la oscuridad que cubre toda la tierra en la crucifixión que da paso a la resurrección. Este estar ciegos, o tener una falta de conceptos que doten de sentido a la existencia, se puede comprender también a partir de la salida de los discípulos de la ciudad de Jerusalén, la cual representó la crisis en la muerte de Jesús.

Pero a pesar de este no reconocer, Jesús sigue caminando a nuestro lado y sigue interpelándonos desde las preguntas ¿qué ha sucedido?, ¿qué conversan por el camino? Estas mismas preguntas se siguen formulando a las comunidades eclesiales, que experimentan de igual manera la ceguera o las crisis por falta de sentido o por acontecimientos que cometen tanto sacerdotes como laicos. Las crisis, el no reconocer la presencia de Dios en medio de las angustias o de las dificultades, siguen apareciendo en los caminos de la existencia, pero también en ese mismo recorrido aparece el Cristo resucitado que espera de nosotros la respuesta a sus preguntas.

3.0 NUESTRO TESTIMONIO DA PIE AL DIÁLOGO

Continúa el texto

“Ellos contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta todopoderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron? Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto. Es cierto que algún de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron” (Lc 24, 19b-24)

Lo que evidenciamos en estos versículos son las primeras informaciones que la comunidad recibió sobre la Resurrección de Jesús. Encontramos que las mujeres son las primeras informantes de este acontecimiento y también el testimonio de algunos miembros del grupo. A Jesús no se le ve en el sepulcro y tampoco se le reconoce en el camino, hay una ceguera espiritual (ojos cerrados, tristeza, no ver). Este “extranjero”, este “otro”, está siendo interiorizado acerca de los acontecimientos ocurridos en la capital religiosa del país, muestra curiosidad (¿qué conversan, ¿qué cosa?). Jesús se hace uno con nosotros, se interesa de nuestra suerte, de nuestra historia y la salva.

3.1 La necesidad de una nueva hermenéutica

Sigue el texto:

“Entonces Jesús les dijo: ¡Que torpes son para comprender y qué duros son para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria? Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras” (Lc 24,25-27)

Los discípulos que caminan en la existencia, representada por los kilómetros que separan a Jerusalén de Emaús, no realizan una interpretación de profecías. Cleofás y el otro discípulo no tienen la capacidad de comprender las palabras hechas en el tiempo de las promesas y que fueron formuladas desde Abraham, pasando por Moisés y los profetas, y que por lo cual son reprendidos y calificados como torpes y duros de entendimiento.

Lo que el extraño realiza es una hermenéutica desde los textos veterotestamentarios. Quizás lo que nos dice el Evangelio de Juan nos puede ayudar a comprender la función interpretativa o hermenéutica que Jesús realiza. Dice el Evangelio de Juan: “Al principio existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. En efecto, de su plenitud (de la plenitud de la Palabra) todos nosotros hemos recibido gracia en abundancia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos llegaron por medio de Cristo Jesús. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1,1.16-18). Es interesante el que Juan también relacione el ocultamiento de la persona de Dios, pero también el reconocer que esta realidad puede ser desvelada por mediación de la hermenéutica del Hijo encarnado en la historia.

El mismo extraño se convierte así en un lugar teológico, es decir, la mediación desde la cual podemos comprender quién es Dios y cuál es el sentido salvador y liberador de la muerte del Cristo. En esto, es interesante lo que sostiene Paul Ricoeur citado en Eckholt (2004) en relación a la presencia de este extraño que camina con los discípulos: “(el extraño) logra los trabajos de traducción (…) (el extraño hace) recordar las historias tanto propias como ajenas, y sobre todo disponerse al servicio de reconciliación. Los extranjeros nos exigen salir de nuestra cotidianeidad y nos recuerdan lo inesperado del futuro” (pp. 19-20).

 

4.0 LA SACRAMENTALIDAD DE LA MESA Y DEL PAN

El texto continúa:

“Al llegar al pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron diciendo: Quédate con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a ellos. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron pero Jesús desapareció de su lado. Y se dijeron uno a otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás que decían: Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Ellos, por su parte, lo que les había ocurrido cuando iban de camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 28-35)

En estos versículos, la mayor característica es la hospitalidad (quédate con nosotros, se sentó a la mesa, les dio el pan). Lo que aquí se produce es un entrar de Dios a la casa, a la meta que representaba Emaús para los dos discípulos. Dios se sienta a la mesa, toma el pan, lo parte y lo da. Y junto con ello se dispone la vida para hacer oración. En esto Eckholt (2004) nos dice: “La vivencia de la hospitalidad abre el espacio del estar unos con otros hacia la experiencia del don: unos de otros recibimos lo nuevo, y cuando entra el extraño, Dios es admitido. Con el extranjero, la comunidad de los discípulos ha alabado a Dios en Emaús” (p. 20), y el extraño pasa a ser sacerdote en la comunidad.

Este relato de Emaús siempre ha sido relacionado con la Eucaristía. En esto, es imposible no recordar lo que nos dicen los Obispos en la V Conferencia General del CELAM en Aparecida, Brasil el año 2007: “La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento, Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo. En cada Eucaristía, los cristianos celebran y asumen el misterio pascual, participando en él” (Aparecida, 251). Nuevamente vemos la noción del lugar teológico que anteriormente fue aplicada al extraño que camina con los discípulos y que ahora Aparecida se lo adjudica a la celebración Eucarística. Con esto, ambos momentos nos comunican la presencia de Dios en nuestro caminar.

Luego del reconocimiento, los discípulos experimentan la conversión, con el paso de una situación de ceguera, amargura y tristeza, a una situación existencial marcada por la apertura de los ojos y por la comprensión del corazón. Estas situaciones, son acontecimientos escatológicos, es decir, en los últimos tiempos la comunidad experimenta el reconocimiento del Hijo de Dios que camina en la historia personal y social. Junto a ello, el reconocimiento hace que los caminantes retornen a Jerusalén y en esto Aparecida nos vuelve a hablar: “Allí (en la Eucaristía), el Espíritu Santo fortalece la identidad del discípulo y despierta en él la decidida voluntad de anunciar con audacia a los demás lo que ha escuchado y vivido” (Aparecida, 251) y es por ello que los caminantes llegan a Jerusalén con la noticia ¡es verdad, ha Resucitado!.

 

5.0 LA MISIÓN QUE NACE DE LA PALABRA Y DEL PAN PARTIDO

Hemos visto en este texto cuál es la pedagogía de Jesús, que comienza con las preguntas, las cuales van siendo resueltas desde el caminar, el interpretar las Escrituras, y pasar por la hospitalidad de la casa en donde se ora y se comparte el pan. La pedagogía jesuánica es una netamente liberadora, esto porque se provoca la conversión, el paso de una situación marcada por la ceguera y la incomprensión, a una vida misionera fundamentada en la Escritura, el pan y el anuncio kerigmático de la Resurrección. Hemos dicho al comienzo de este apartado que el texto de Emaús parecía que era un relato misionero, esto por el que eran dos discípulos que caminaban y que eran instruidos y finalmente enviados por Jesús, relato que se asimilaba al de los setenta y dos que fueron enviados de dos en dos.

Volvamos a ver este texto de envío, y comprendamos como la actitud final de Cleofás y del otro discípulo está en directa consonancia con el anuncio y la misión.

“Los setenta y dos regresaron llenos de alegría. Jesús les dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Si, Padre, así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, y quién es el Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quera revelar. Dirigiéndose después a los discípulos, les dijo en privado: Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron” (Lc 10, 21-24).

Esto aparece como un resumen de toda la misión postpascual de los discípulos. Jesús da a conocer a la comunidad quién es Dios, cuál es su misterio que se hace palpable en el camino (regresaron). Se ha ocultado estas revelaciones a los sabios, representados por los fariseos y principales de Jerusalén, quienes rechazaron a la persona del Hijo de Dios. Por el contrario, ha sido revelado todo a los sencillos, representados en Cleofás y el otro discípulo, quienes encarnan a toda la comunidad. Junto con ello, vemos el acontecimiento escatológico de la comprensión (los ojos que ven, lo que escuchan ustedes). Los profetas y reyes representan a los personajes de la primera alianza y del tiempo de las promesas, quienes no vieron el acontecimiento de Jesús y del Reino. Será la comunidad de los sencillos y de los humildes, tiempo de Jesús como centro de la historia y la Iglesia, como continuadora de la misión hasta la Parusía.

Juan Pablo Espinosa Arce

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