Posted On 04/11/2015 By In Opinión, Política With 2057 Views

La Reforma independentista en Catalunya

Europa, 1517. Durante siglos, muchos cristianos han luchado por la reforma de una Iglesia que no responde a las necesidades espirituales de los fieles, ni a la verdad de su doctrina. Durante siglos, estos cristianos han sido ninguneados, excluidos, marginados, cuando no torturados y asesinados. Aún así, a cada generación han aparecido nuevos “reformadores”, convencidos de la necesidad de la reforma de la iglesia. Pero llega un momento que los “reformadores” pierden la esperanza. Si la iglesia no se puede reformar, es el momento de bajarse del tren. Es el momento de crear una nueva iglesia.

En Catalunya llevamos ya cuatro años de proceso independentista (cinco, si contamos desde la sentencia del Tribunal Constitucional contra el estatuto de autonomía) y, aunque hemos agotado todos los paralelismos posibles (la lucha por los derechos civiles norteamericanos, la defensa del derecho a voto femenino, etc.), me sorprende que todavía no hayamos relacionado la independencia catalana con la Reforma protestante. Y, a mi juicio, las similitudes son muchas.

Si un territorio ha destacado especialmente en su empeño de reformar España, éste ha sido, sin ninguna duda, Catalunya. No por más guapos, ni por más inteligentes, sino porque la realidad social y cultural de Catalunya lo ha favorecido así: un país abierto al Mediterráneo, en la frontera con Francia, con un notable dinamismo económico y comercial, y con unos rasgos culturales, políticos y sociales que no encajan con el proyecto de estado del nacionalismo español.

Desde que pierde sus históricas instituciones de autogobierno y se integra de pleno en la estructura española (primero la monarquía absoluta, y luego los sucesivos modelos de estado), Catalunya ha trabajado por la reforma de España en términos de plurinacionalidad, de descentralización, de europeismo, de derechos sociales y civiles, de tantas y tantas cosas. Bien cierto es que Catalunya no ha estado sola en este empeño. Pero también es importante subrayar que lo que en Catalunya es mayoría, en el resto de territorios del estado es minoría. Minoría absoluta, si se me permite.

El último esfuerzo de reforma de España desde Catalunya fue la propuesta de estatuto de autonomía de 2006. El zarpazo del Tribunal Constitucional trazó la línea roja de España: España ya no se puede reformar más. Pues bien: llegó el momento de redactar las noventa y cinco tesis de la declaración de independencia. La ciudadela de Barcelona no es el castillo de Wittenberg, pero es que nos cae más cerca.

Catalunya no se plantea ni por asomo ser una monarquía. Catalunya no se plantea ni por asomo unos acuerdos con la iglesia católica como los que tiene España. No se plantea ni por asomo un gasto en fuerzas armadas como el español. Tampoco la pésima división de poderes española. Ni los CIE. Ni las opacas diputaciones provinciales. Ni el rígido modelo educativo. Ni el modelo agrario de terratenientes y latifundios. Ni la existencia de lenguas de primera, de segunda y de tercera. Bien cierto es que también aquí tenemos nuestros corruptos, nuestros incompetentes y nuestros sectarios. Como cualquier país que se precie. Pero como mínimo tenemos ganas de cambiar cosas. Y prisa por hacerlo.

Si Catalunya es capaz de mantener la ilusión por construir un país nuevo, que responda de verdad a lo que espera una ciudadanía europea del siglo XXI, quizá sea este el mejor regalo que pueda hacerle a España. Pasada la Contrarreforma, quizá los españoles se animen a impulsar un Concilio Vaticano II, y con él podamos empezar un esperanzado camino de ecumenismo ibérico.

Jordi Puig i Martín
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