Posted On 26/10/2015 By In Historia, Opinión, Teología With 19568 Views

La Reforma y la iglesia protestante de hoy

Una visión más amplia y una contextualización nos indican que hoy, más que nunca, la iglesia tiene que redescubrir su historia. [1]  Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y se cae fácilmente en el caos. Esa es la condición de gran parte del protestantismo latinoamericano hoy. Por eso felicito a la iglesia metodista El Redentor por su costumbre anual de recordar, con gratitud a Dios, a nuestros abuelos espirituales, los Reformadores.

Es importante recordar que la Reforma del siglo XVI fue multifacética. Además de la Reforma luterana y la Reforma calvinista, fue muy importante la Reforma Radical anabautista, y hubo hasta una reforma católica, representada especialmente por el Concilio de Trento y la orden jesuita. La ubicación social de cada uno de estos movimientos fue distinta: Lutero se identificó con los príncipes alemanes y el incipiente nacionalismo; Calvino estaba más cerca de las ciudades suizas y una proto-burguesía, mientras los anabautistas se identificaban más con las clases pobres y el naciente proletariado. Pero todos miraban hacia el futuro, que vendría a llamarse «modernidad», mientras que el Vaticano miraba más al pasado y se aliaba con el Sacro Imperio Romano y muchos aspectos del mundo medieval. Es significativa la repetición de la palabra «naciente». Los Reformdores eran los parteros del mundo moderno que nacía. Dos siglos después el movimiento wesleyano aportó nuevas dimensiones muy importantes al protestantismo.

Vamos a conversar esta noche en torno a las consignas con que se suele resumir la teología de los Reformadores, pero es importante recordar que su pensamiento era mucho más amplio y profundo que ellas. En Lutero, por ejemplo, encontramos un cierto anticipo del existencialismo, en el papel de la experiencia personal en su teología y en su rechazo de toda sistematización; él era «un teólogo irregular». En Calvino es profunda la admiración por la gloria y santidad de Dios, tanto que se le ha llamado «un hombre ebrio de Dios». En los anabautistas se juntaban (y se juntan) la pasión por la justicia con el pacifismo. Pero en esta charla, nos vamos a concentrar en las consignas que mejor resumen los denominadores comunes de la Reforma.

Sola scriptura

Son famosas las palabras de Lutero en Worms (1521): «Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. Si no se me demuestra por las escrituras y por razones claras (no acepto la autoridad de papas y concilios, pues se contradicen), no puedo ni quiero retractar nada, porque ir contra la conciencia es tan peligroso como errado.  Que Dios me ayude, Amén».

En esta histórica declaración de Lutero, queda claro que la «sola scriptura» no significa que conocemos la verdad sólo por la Biblia o que todo lo demás no importa. ¿Quién podría entender el éxodo sin saber algo de Egipto, o el exilio de los judíos sin saber algo de Asiria y Babilonia? Un famoso fundamentalista, R.A. Torrey, dijo sabiamente, «Quien conoce sólo la Biblia, no conoce la Biblia». Por eso, Lutero apela a las escrituras, pero también a «razones claras» y a la conciencia. Después una correlación similar iba a ampliarse en «el cuadrilátero wesleyano» (escritura, tradición, razón, experiencia).

La Reforma puso la Palabra de Dios, en sus varias modalidades, como la máxima autoridad normativa, por encima de papas y concilios. Eso implicó a su vez la interpretación seria y crítica de las escrituras, desde los textos originales, transformando conceptos como jaris (gracia), pistis (fe) y metanoia (arrepentimiento). Impulsó también la predicación expositiva, aclarando y aplicando los textos sagrados, acompañada por la predicación del año lectivo, firmemente anclada en la historia de la salvación.

Actualmente amplios sectores de las iglesias evangélicas latinoamericanas han perdido el sentido histórico y predican un mensaje divorciado del pasado, incluso del mismo contexto bíblico. ¡Qué increíble que ni las iglesias pentecostales celebran el día de Pentecostés![2] Son escasas tanto la predicación expositiva como la del ciclo litúrgico. Muchos sermones no son más que opinionismo, especulación, «performance» y puro «show», manipulación del texto y del público.[3] Hay también predicadores fieles, a Dios gracias, pero pareciera que son la excepción.

Sola gratia

Karl Barth ha repetido muchas veces que las dos palabras más importantes para la teología son «gracia» (jaris) y «gratitud (eujaristia). El Catecismo de Heidelberg comienza formulando las tres cosas más importantes que el niño debe saber: «Cuán grande es mi pecado, cuán grande es la gracia de Dios, y cuán grande debe ser mi gratitud a Dios». La Reforma transformó la idea tradicional de la gracia de Dios como una fuerza moral impartida en el bautismo (gratia infusa), en un concepto personal, del amor con que Dios nos acepta sin ningún mérito de parte nuestra, y le dieron un lugar central en su teología de la gracia y la fe personal. Pero esa misma gracia exigía frutos de justicia (Efes 2:8-10). No era la gracia barata del «evangelio de ofertas» que se predica hoy.[4]

En muchos círculos evangélicos hoy existe de facto una doctrina de salvación por las obras. Entre los viejos fundamentalistas uno era «salvo» cuando dejaba de fumar, tomar cerveza e ir al cine. En la actualidad, algunas iglesias se especializan en maldiciones y anuncian que, si uno no diezma, sus finanzas, y hasta su vida, serán malditas, pero si ofrendan bien todo será bendición. Bien se ha observado que los diezmos y los «pactos» son las indulgencias del siglo XXI.

Sola fide

Casi todos saben que los Reformadores enseñaron la justificación por la gracia mediante la fe, pero pocos se dan cuenta de que transformaron el concepto de fe, devolviéndole su sentido bíblico. Recuerdo que cuando estuve aprendiendo español compré el «Manual de Religión» que los colegios costarricenses empleaban como texto. Ese Manual definía la fe como «tener por cierto lo que dice la santa madre iglesia». Para los Reformadores, la fe es entrega a Cristo y confianza en él (fides est fiducia, otra consigna histórica). Para ellos, la fe sin obras es muerta. Según Calvino, «todo conocimiento verdadero de Dios nace de obediencia». Ahí está la diferencia importante entre la fe y el fideísmo.

Hoy en día muchas iglesias «evangélicas» confunden la fe con la ortodoxia y predican de hecho una salvación por ortodoxia. Para ellas, la fe consiste en decir Amén a lo que dice el pastor, en vez de ser discípulas radicales de Jesucristo en todas las esferas de la vida (eclesial, social, económica, política etc). Por eso, en esas congregaciones discrepar de la opinión del pastor es el pecado de murmuración, que trae maldición.

La iglesia actual debe preguntarse si está formando verdaderos discípulos o si está llenando los templos de gente que dice «Señor, señor» pero que no hace la voluntad del Padre (Mat. 7:21-23).

La libertad cristiana

Son muy conocidas las tres consignas que ya hemos analizado, pero las cuatro que quedan son olvidadas a menudo. Para comenzar, se olvida que, frente a mucha de la tradición medieval, los Reformadores fueron pioneros de una nueva libertad.[5] Hace unos años el recordado filósofo costarricense, Roberto Murillo, publicó un artículo muy interesante sobre la aportación de Lutero a las libertades modernas. Para José Martí, héroe cubano, «todo amante de la libertad debe colgar un retrato de Martín Lutero en la pared de su cuarto».[6]

En el siglo XVI Europa vivía una crisis de autoridad después del fin de la Edad Media, cuando mandaban a fin de cuentas el Papa y el Sacro emperador romano. En esa coyuntura el programa teológico de la Reforma era una agenda profundamente liberadora.[7] La justificación por la gracia mediante la fe significaba una liberación del legalismo. La sola scriptura liberó a la iglesia del autoritarismo dogmático, el sacerdocio universal del clericalismo,  el semper reformanda del tradicionalismo estático y el soli deo gloria del culto a la personalidad.

Actualmente, algunas iglesias se están convirtiendo en más autoritarias que nunca. Aunque el viejo legalismo ha perdido fuerza, ahora el principal legalismo es el diezmo. He sabido de iglesias que amenazan con maldición a los que no diezman. En esa salvación por obras, la salvación se gana o se pierde en la hora de la ofrenda. He sabido de otras en las que el pastor quiere controlar toda la vida de los fieles; ¡no se permite ni enamorarse sin su visto bueno!

Con el movimiento de «apóstoles» y «profetas» el autoritarismo llega a unos niveles sin precedentes. Aunque San Pablo nos manda examinar y juzgar las profecías (1 Tes 5:19-21; 1 Cor 14:29-32), estos profetas pontifican con una cara seria que dice, «que nadie se atreva a cuestionar mi palabra profética». Por su parte, más de un «apóstol» se permite emitir alguna «declaración apostólica» con la falsa autoridad que presumen tener.

Aquí va también un problema de sola scriptura, de fidelidad bíblica. A menudo han dicho que una «palabra profética» tiene más autoridad que una enseñanza bíblica. Apelan también a la falsa distinción entre logos (palabra bíblica, general) y rhema (palabra profética específica, según ellos), con desprecio de la palabra inspirada como mero logos. De esta manera establecen autoridades paralelas a las Escrituras, de forma parecida a los mormones. los Testigos de Jehová y otras sectas.

Sacerdocio universal de las y los creyentes (1 P 2:9; Ap 1:6; 5:10)

Frente al rígido clericalismo de la iglesia católica de la época, la Reforma impulsó un proceso de democratización tanto en la iglesia como en la sociedad. Para Lutero, toda la vida es ministerio y todos los creyentes son sacerdotes de Dios. «Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios… Todos los cristianos son sacerdotes, y todas las mujeres sacerdotisas, jóvenes o viejos, señores o siervos, mujeres o doncellas, letrados o laicos, sin diferencia alguna» (W.A. 6,370; R. García-Villoslada, Martín Lutero, Tomo. I, p.467).

En su época, tanto la Reforma luterana como la Reforma calvinista se quedaron cortas en superar el clericalismo; los anabautistas avanzaron más, así como también lo hizo el movimiento wesleyano después. En el siglo pasado, hubo un fuerte movimiento de teología del laicado que podría entenderse como la maduración de estos avances de la Reforma.

Sin embargo, hoy parece crecer un nuevo clericalismo, el de los «super-clérigos», especialmente los «apóstoles». En una mesa redonda sobre los «apóstoles» en Quito, Ecuador, un participante declaró, «Antes era suficiente el título de pastor, pero ahora que existen las mega-iglesias, ese título no basta para sus fundadores y deben llamarse con un título mayor». La verdad es que ha surgido una nueva jerarquía eclesiástica, con los «apóstoles» y los «profetas» en la cumbre de poder y autoridad. En algunas iglesias el pastor es de hecho el C.E.O (ejecutivo mayor de una corporación), inaccesible a los feligreses con necesidades pastorales. Esas iglesias están organizadas según el modelo ejecutivo de las grandes empresas.

Ecclesia reformata semper reformanda secundum Verbum Dei

Esta consigna expresa una realidad: los Reformadores no pretendían tener toda la verdad ni ser dueños de un sistema final de conceptos absolutos. Lutero era un «teólogo irregular», que nunca intentó formular un sistema. Calvino, por supuesto, articuló un sistema doctrinal, pero vivía revisándolo, llegando hasta las nueve ediciones, alternando entre el latín y el francés. Algunas de las aportaciones más valiosas aparecen sólo en la novena edición. Si Calvino no hubiera muerto, sin duda hubiera producido una décima edición. Tillich define «el principio protestante», de forma muy acertada, con la frase, «sólo Dios es absoluto». Karl Barth advierte contra la tentación de considerar el «sistema» como la verdad absoluta, lo cual identifica como idolatría.

Lamentablemente, en el siglo XVII, amenazados por el racionalismo escéptico de la época, la teología luterana y la calvinista cayeron en una rígida ortodoxia escolástica. Aunque hicieron algunas aportaciones, no lograron «defender» su fe, sino que la redujo a un dogmatismo estéril. Curiosamente, luteranos y calvinistas se acusaban mutuamente de ser herejes, cripto-católicos, y otros insultos.

El movimiento wesleyano puede verse en parte como una reacción contra esa «ortodoxia muerta» e hizo mucho para rescatar la salud del protestantismo. Pero, a inicios del siglo XX la ortodoxia dogmática resucitó en los Estados Unidos en la forma del fundamentalismo norteamericano.

Hoy día, cuando la tolerancia se ve como el sumo bien, son menos los reductos de ortodoxia cerrada, aunque los hay. Al contrario, en nuestro tiempo casi nada es seguro y todo es posible.  La nueva consigna parece ser, «ecclesia reformata semper deformanda». La intención de la «semper reformanda» era la de corregir errores y ser cada vez más fiel al Señor y su Palabra. Desde el siglo pasado la iglesia vive de fiebre en fiebre, cambiando de modas como si de zapatos se tratara («health and wealth», «name it, claim it», evangelio de prosperidad, tumbadera de gente, «apóstoles» y profetas, maldiciones generacionales etc. Etc., ad infinitum). Muchas veces, hoy la innovación no es para corregir errores, sino para introducir nuevos errores. Muchas veces, la finalidad no es mayor fidelidad sino mayor éxito, mayor fama o más dinero.

Soli deo gloria

«A Dios, y sólo a Dios, sea toda la gloria» fue una consigna fundamental de la Reforma. La iglesia de la época daba mucha gloria a otros en lugar de sólo a Dios. La Reforma fue un redescubrimiento de Dios, en perspectivas antes desconocidas. Los Reformadores tomaban muy en serio a Dios como el centro de toda su vida. Antes de su gran descubrimiento de la gracia, Lutero temía a Dios con horror y pánico, pero después se deleitaba en el amor del Dios de la gracia. Calvino era un hombre sobrecogido por la maravilla de la gloria de su Señor. La Reforma fue un gran encuentro con Dios. Puso a Dios en el centro de su vida y de su pensamiento, y le daba toda la gloria a él. Johann Sebastián Bach escribía las siglas «S.D.G.» al inicio de todas sus partituras.

Hoy, nuestra iglesia también tiene que redescubrir esta consigna de la sola gloria de Dios.  Nuestra sociedad está permeada por el culto a la personalidad; hablamos de los «ídolos» de Hollywood y las «estrellas del deporte», etc.  Las iglesias tienen también sus «estrellas» y a veces «dioses» a quienes adoran: mega-pastores, profetas y sanadores, algunos evangelistas promovidos con publicidad al estilo de Hollywood. En la iglesia del Señor no caben el personalismo y el culto a la personalidad.

Cuando Dios curó al cojo por medio de Pedro y Juan, y la gente los quería reconocer como milagreros, Pedro les contestó, «¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros, por nuestro propio poder o virtud, hubiéramos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros antepasados, ha glorificado a su siervo Jesús» en sanar a aquel enfermo. Originalmente un «don de sanidad» no significaba algún poder que poseyera alguna persona, sino el acto de Dios de dar salud a un enfermo. A veces se habla de los «sanadores» como si fuesen dueños del poder milagroso; «en estas manos hay poder de sanar», dijo uno de ellos, mostrando sus manos ante las cámaras. Al contrario, «¿Por qué nos miran a nosotros, como si nosotros hubiéramos hecho algo?», dijeron Pedro y Juan, para dar la gloria al Señor.

Esta consigna significa también que podemos, y debemos, glorificar a Dios en todo lo que hagamos. «Una lechera puede ordeñar las vacas para la gloria de Dios», dijo Lutero. En todo, nos exhorta San Pablo, «ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor 10:31).

Conclusión: Nuestro momento histórico se parece dramáticamente al de los Reformadores en el siglo XVI: revolución en las comunicaciones (la imprenta de Gutenberg; hoy teléfono, radio, TV, computadora y hasta iPod); revolución del espacio vital de la humanidad (navegación mejorada; Cristobal Colón 1492; hoy autos, aviones, viajes al espacio); revolución armamentista (el fusil portátil, arcabs y mosqueta; hoy, armas nucleares) y, sobre todo, una crisis de autoridad que produce una gran confusión.

En esta coyuntura, ¿qué nos traerá el futuro? Tal y como van las cosas, podría salir un protestantismo cultural y poderoso, algo parecido a lo que ha sido el catolicismo en el pasado. Pero gracias a Dios, sigue existiendo un remanente fiel y grandes signos de esperanza. ¿Levantará Dios a otro Lutero? Quizá no, pero quiera el Señor concedernos un avivamiento de espiritualidad genuina y un movimiento de profunda renovación que sacudirá a la iglesia de pies a cabeza y la preparará para responder a los grandes desafíos del nuevo mundo que está naciendo.

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[1] Charla en la iglesia metodista el Redentor, San José, Costa Rica, 31 de octubre de 2011. El tema asignado fue «¿Qué necesita reformar la iglesia hoy?». En la presentación oral enfaticé también lo positivo de lo que Dios está haciendo en la iglesia hoy.

[2] Ver «El Pentecostés tiene fecha» en juanstam.com, 6 de mayo 2008.

[3] Ver «Mecanismos de manipulación en las iglesias». juanstam.com, `12 de agosto 2010

[4] Aquí conviene recordar ese gran poema atribuido a Santa Teresa: «No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido… No me tienes que dar porque te quiera…»

[5] En 1520 Lutero publicó un importante tratado «Sobre la libertad del cristiano».

[6] Hay que reconocer a la vez que hubo serias contradicciones en la conducta de Lutero, debido mayormente a su doctrina de los dos reinos y sus vínculos con los príncipes alemanes. Su trato a los campesinos y los judíos era reprochable.

[7] Ver » Sobre la teología de los reformadores: unas reflexiones» (31 de octubre de 2011).

Juan Stam

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