La Resurrección de Cristo en la Teología de Karl Barth
«La resurrección de Jesucristo constituye un tema clave, quizá el tema clave de la fe cristiana. De ella depende la respuesta en casi todas las cuestiones de la fe y de la teología […] Ya en el plano histórico, la creencia en la resurrección de Jesús que germinó después del viernes santo fue el paso inicial para la génesis del cristianismo. Esta fe en la resurrección de Jesús ejerció una influencia difícil de precisar. Tuvo como efecto, después de la muerte en cruz de Jesús, la formación de la comunidad o iglesia primitiva, y dio un impulso decisivo al mensaje de Jesús y a su transmisión oral y escrita»[1].
La resurrección de Jesucristo es la piedra angular de la fe cristiana, si esta cae, cae todo el edificio eclesial y teológico montado sobre ella. «Si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe. Aún más, somos hallados testigos falsos de Dios» (1 Co 15:14-15). «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo», decía san Agustín. Excepto en el caso de una recaída en el humanismo cristiano liberal para el que la esencia de la fe es la proclamación de la hermandad de todos los hombres y mujeres del mundo, la fe no tiene sentido, ni fuerza, ni propósito sin la creencia en la resurrección de Cristo. «El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita el testimonio de los creyentes. Si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos»[2].
Con todo, no faltan los teólogos que, sin negar la experiencia creyente de la resurrección de Cristo, niegan la historicidad de la misma. En ningún momento de la historia cristiana desde los siglos II y III la resurrección de Jesucristo ha cobrado tanta atención por parte de teólogos y exégetas, Karl Barth entre ellos, a quien se atribuye una relación «relajada» de la misma. Es sabido que Barth era remiso a aceptar los milagros bíblicos como históricamente accesibles, incluyendo la resurrección de Jesús. Esto explica que en uno de sus viajes a Estados Unidos para pronunciar una conferencia en 1962 en la Universidad George Washington a la que se había invitado especialmente a 200 líderes religiosos para participar en la sesión de preguntas y respuestas que seguirían a la exposición de Barth, el notorio teólogo evangélico Carl F. Henry, por entonces editor de Christianity Today, aprovechó su turno para dirigirse a Barth con una pregunta muy concreta: la facticidad histórica de la resurrección de Jesús. ¿Es tal como el hombre corriente la entiende, o se trata de otra cosa?[3] Con ella pretendía que Barth pusiera sus cartas boca arriba.
Concepción barthina de la resurrección de Cristo
No hace falta ser un erudito bíblico para advertir que las narrativas de la Pasión que aparecen en los Evangelios son notoriamente difíciles de armonizar y, a pesar de soluciones ingeniosas, aún queda por descubrir una armonización satisfactoria de los acontecimientos. Una conclusión natural es que estas narrativas contradictorias no pretenden armonizarse; tampoco suavizarse como si no existieran. La Iglesia primitiva fue consciente desde el principio de las dificultades presentadas por los divergentes relatos de la resurrección, aunque venían a decir lo mismo, pero con detalles y añadidos contradictorios, sin embargo aquella generación que fue autora y testigo del canon neotestamentario, no permitió que la Diatessaron (concordancia o armonización) de Taciano suplantara a los cuatro evangelistas tal como fueron redactados originalmente. Muchos siglos después, también los biblistas evangélicos se emplearon a fondo para conseguir una armonización plausible de los datos contradictorios o parciales que nos ofrece el Nuevo Testamento; con ello pretendían demostrar que los relatos de la Pasión son reportajes objetivos de testigos oculares sin elementos contradictorios, en todo caso, perspectivas diferentes, que no deberían inquietar la fe el fenómeno histórico y real de la resurrección física de Jesús. Pero había preguntas imposibles de respondes: ¿cuándo ocurrió el momento exacto de la resurrección: antes del amanecer, al anochecer, después del amanecer? Imposible saberlo. Para los críticos esto demuestra que los relatos de la resurrección de Jesús obedecen a razones apologéticas, cuya discrepancia indica que fueron amañados a posteriori.
Karl Barth tomó nota de esta dificultad, que en ningún momento pretendió armonizar, ni se atrevió a sacar conclusiones precipitadas y escépticas respecto a la resurrección de Jesús, sino que dedujo algunos principios esclarecedores.
«Sin duda, los relatos de la resurrección son contradictorios —reconoció—. A partir de ellos no se puede desarrollar una historia coherente. Las apariciones a las mujeres y a los apóstoles, en Galilea y Jerusalén, que relatan los Evangelios y Pablo, no pueden armonizarse. Es un caos. Los teólogos evangélicos del siglo XIX (mi padre, por ejemplo) se equivocaron al tratar de ordenar las cosas para demostrar la historicidad de la resurrección. Su intención merecía elogios. Pero deberían haber recordado que ni siquiera la Iglesia primitiva había tratado de armonizar las historias de la resurrección. Ella realmente había sentido que en este evento único había algo así como un terremoto para todos los asistentes. Los testigos asistieron a un hecho que se les sobrepasó y cada uno contó un poco de ello. Pero estos fragmentos son suficientes para darnos testimonio de la magnitud del acontecimiento y de su historicidad. Cada uno de los testigos declara la gracia gratuita de Dios que sobrepasa todo entendimiento humano. Sólo Dios puede probar la verdad de esa historia, ya que él mismo es su sujeto. Afortunadamente, Dios nunca ha dejado de obrar en el corazón de los hombres y de enviar la fe necesaria para esas cosas»[4].
No se puede dudar que para Karl Barth la resurrección es determinante para toda su teología, como deja bien asentado en su teología eclesial:
«Si hay un axioma en la teología cristiana, ese axioma es: Jesucristo, resucitó, resucitó de verdad. Y nadie puede escamotear este axioma. Nosotros sólo podemos repetir lo que nos fue comunicado como afirmación central del testimonio bíblico en la fuerza iluminadora del Espíritu Santo»[5].
La resurrección de Cristo se relaciona con la nueva creación, donde el ser humano es liberado de la muerte y destinado para Dios. Es el triunfo del crucificado y la victoria sobre el pecado y la muerte. La Pascua es la gran prenda de nuestra esperanza y al mismo tiempo la entrada en el futuro ya presente en virtud del poder de la resurrección y de la iluminación del Espíritu. Lo viejo pasó, ahora todo es nuevo. «Con la resurrección de Jesucristo se proclama que la victoria de Dios a favor del hombre ya está ganada absolutamente en la persona de su Hijo»[6].
La resurrección de Jesucristo no se debe entender como un acontecimiento espiritual o subjetivo. Es un hecho que ha sucedido en el espacio y el tiempo. No se trata de un hecho interior, los testigos hablaron de lo que habían visto y oído y tocado con sus propias manos. «Debemos oír, y pedir que nos cuenten que hubo una tumba vacía, que más allá de la muerte se hizo visible una vida nueva vida»[7].
Sin embargo, Karl Barth no hace apología de la historicidad de la resurrección, y esto por una sencilla razón, temía de vaciarla su majestad teológica. Para él, la resurrección pretende ser el límite por el cual se procesa todo lo demás en la realidad. El hecho de que un mundo incrédulo la critique no significa que se deba permitir que esta incredulidad determine la forma en que los cristianos desarrollan una teología de la resurrección[8].
«La historia de Pascua no es en vano la historia cuyo momento más esclarecedor según el relato del Evangelio de Marcos consiste en el hecho inconcebible de un sepulcro vacío, hecho que (produciendo temblor y asombro) se apodera de las tres discípulas y las sobrecoge, guardaron completo silencio sin contárselo a nadie, porque tenían miedo (Mc 16,8). Todo lo demás que se cuenta en esta historia se puede oír y creer en la misma literalidad en que se encuentra, pero en realidad sólo se puede creer porque cae fuera de todas las categorías y, por tanto, de toda “concebibilidad”. No se puede observar suficientemente que, de la manera más sencilla posible, todos los relatos pascuales del Nuevo Testamento no logran proporcionar precisamente lo que más ansiosamente se espera en aras de la claridad, es decir, un relato de la resurrección misma»[9].
¡Χριστὸς ἀνέστη! ¡Cristo ha resucitado!
Para aquellos que todavía piensan que la teología Karl Barth es peligrosa por liberal, en el sentido de que no cree en la resurrección corporal de Cristo, es preciso hacerles saber que quienes se han dedicado con seriedad al estudio de Barth, sin prejuicios y con rigor, nos ofrecen una imagen bien distinta. Es una pena que se desfigure la importancia teológica de Barth, en su tiempo y en el nuestro, pues necesitamos desesperadamente pensadores y teólogos creativos y comprometidos, no con cualquier imagen de Dios, sino con aquella que solo podemos atisbar mediante un acercamiento reverente y responsable a la Escritura, tal y como hizo Karl Barth. Barth, como todo teólogo que se respete, escribió para su tiempo y en un determinado contexto socio-cultural. En sus primeros años, Barth tuvo como interlocutor a Kant y sus categorías epistemológicas e históricas[10]. Así se entiende que en la edición de Romanos, diga que la resurrección es un acontecimiento «antihistórico». Pero no hay que quedarse en la superficie literal de la palabra, sino tratar de entender qué quiso dar a entender Barth con ella. Siguiendo el análisis de Bruce McCormack podemos afirmar:
«Barth no quiso decir que la resurrección ocurrió en algún otro ámbito que no sea el del espacio y el tiempo en el que vivimos. La resurrección ya era entendida por él en ese momento como un acontecimiento “corporal, corpóreo, personal”. Lo que le sucede a un cuerpo (no importa si está vivo o muerto) sucede en el espacio y el tiempo. Entonces, al enfatizar el carácter “antihistórico” de la resurrección, lo que Barth quiso decir es que no fue un evento que deba colocarse junto a otros eventos. No fue un acontecimiento producido por fuerzas operativas en la historia. La historia no produce algo parecido a una resurrección corporal, al menos no en nuestra experiencia. Para eso se requiere un acto de Dios. Pero un acto de Dios es tan inintuitivo como el ser de Dios. Podemos ver sus efectos, pero no vemos la cosa en sí; de ahí la insistencia de Barth en que el acontecimiento de la resurrección no tiene extensión alguna en el plano histórico que conocemos; de ahí, también, su insistencia en que Jesús como el Cristo sólo puede entenderse como un problema, como un mito. Visto en términos materiales, la solución de Barth al problema creado por Kant fue sugerir que el inintuitivo poder divino que actuó al resucitar a Jesús de entre los muertos arroja una luz hacia atrás, por así decirlo, sobre un evento que es intuible, a saber, el acontecimiento de la cruz. Se arroja luz sobre este acontecimiento, se ejerce un poder, de modo que sin dejar de lado ni alterar el aparato cognitivo humano descrito por Kant, se trascienden las limitaciones inherentes a ese aparato. El Dios intuitivo se revela a la fe por medio de un acontecimiento intuitivo. La revelación alcanza su objetivo en el receptor humano y se realiza el conocimiento de Dios»[11].
Por su parte Robert Dale Dawson, especifica que en Barth no hay escepticismo histórico respecto a la resurrección de Jesús lo que ocurre es que esta no es un dato del tipo que pueda ser analizado y comprendido conforme a los principios de una concepción de la historia condicionada a su vez por la historia. «Si bien es un evento real dentro del nexo del espacio y el tiempo, la resurrección es también el evento de la creación de un nuevo tiempo y espacio. Un acontecimiento así sólo puede describirse como un acto de Dios; ese es un evento que de otro modo sería imposible. El acontecimiento de la resurrección de Jesús es el de la creación de las condiciones de posibilidad de todos los demás acontecimientos y, como tal, no puede explicarse en términos considerados apropiados para todos los demás acontecimientos. Esta no es la expresión de un escéptico histórico, sino de alguien que está convencido de la primordialidad de la resurrección como el singular acto de Dios que hace historia, pero que al mismo tiempo delimita la historia»[12].
La resurrección de Jesucristo para Barth tiene que ver con la transición, el paso o salto del abismo infinito, de la eternidad de Dios a la historia humana. Se trata de una transición que implica no sólo una entrada en la corriente de la historia (como se podría decir del nacimiento virginal), sino también una transformación decisiva de toda la realidad histórica. Mientras que la encarnación abarca la historia particular de Jesucristo desde Belén hasta el Gólgota, la resurrección es la realidad de Jesucristo que incluye y afecta toda la historia y cada momento histórico. La resurrección de Jesucristo es un acontecimiento de importancia existencial para cualquier otro ser humano. Aparte de esta transición, no hay revelación segura y confiable de Dios a la humanidad. La historia elegida de Dios en Cristo es historia. Esto reorienta las cosas alejándolas de las preocupaciones racionalistas y apologéticas (preocupaciones que preocupan a la mayor parte de la teología occidental, es decir, las pruebas de Dios, etc.), y coloca el pensamiento cristiano sobre un fundamento genuinamente cristiano, «en Cristo»[13].
Para Barth no existe una concepción abstracta de la historia que admita la que posibilidad de un «Jesús de la fe» contrapuesto a un «Jesús de la historia»; el Jesús de la fe es el Jesús de la historia, de hecho, Él es la historia. La resurrección cierra aquí cualquier círculo para Barth. ¿Cómo? La protología de la creación en Cristo, post-lapsum, queda subsumida y se le da su última palabra en la escatología de la vida de Dios mientras él recrea la creación en la semilla de la resurrección del Dios-hombre, Jesucristo. La imagen de Dios, Jesucristo, en su humanidad vicaria, se recrea en la resurrección, y a partir de él, en todos los creyentes que se abren el misterio de la fe tocados por el poder del Espíritu revelador, como imágenes regeneradas de la imagen original, de modo que él sea el Segundo Adán de esa nueva humanidad que viva por el poder de su resurrección como primicias de la nueva creación (cf. Flp 3:10; 1 Co 15:45-49; Ro 5:12-21).
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[1] Hans Kessler, La resurrección de Jesús, pp.11, 12. Sígueme, Salamanca 1989.
[2] Benedicto XVI, «La resurrección de Cristo, clave de bóveda del cristianismo», Audiencia general, 26 de marzo de 2008, https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2008/documents/hf_ben-xvi_aud_20080326.html
[3] Carl F. H. Henry, Confessions of a Theologian: An Autobiography, p. 211. Word, Waco 1986.
[4] Karl Barth, The Faith of the Church. A Commentary on the Apostle’s Creed According to Calvin’s Catechism, p. 108. Meridian, Nueva York 1963.
[5] Barth, Church Dogmatics, IV/3,1.
[6] Barth, Esbozo de dogmática, p. 143. Sal Terrae, Santander 2000, org. 1947.
[7] Barth, Esbozo de dogmática, p. 144.
[8] Bobby Grow, Did Karl Barth Believe in a Historical Bodily Resurrection of Jesus Christ; Yes or Nein?
[9] Barth, Church Dogmatics I/2 §14, p. 115.
[10] Véase el amplio trabajo de Jürgen Moltmann sobre el concepto y naturaleza de la historia en el pasado y su relación con el debate y sentido de resurrección de Cristo en la historia: El camino de Jesucristo. Sígueme, Salamanca 1987.
[11] Bruce L. McCormack, Orthodox and Modern: Studies in the Theology of Karl Barth, pp. 29-30. Baker Academic, Grand Rapids 2008.
[12] Robert D. Dawson, The Resurrection in Karl Barth, p. 13, Ashgate Publishing Company, 2007.
[13] Bobby Grow, Χριστὸς ἀνέστη! ‘Christ is Risen!’: An Easter Post About Barth’s Resurrection, https://growrag.wordpress.com/2017/04/15/χριστὸς-ἀνέστη-christ-is-risen-an-easter-post-about-barths-resurrection/