Posted On 28/12/2010 By In Opinión With 1874 Views

La seducción de los sueños

«Los sueños, sueños son». Esta es la categoría donde debemos ubicar los sueños. Sin embargo, a los seres humanos nos resulta harto difícil tener que recorrer el camino de nuestra existencia si ésta no se encuentra ligada a los sueños. Vivir, sí, pero soñando. Soñar con una vida mejor, con un trabajo mejor, con un piso mejor, con un mundo mejor. Los sueños forman parte tan estrecha de nuestra vida, que no podemos concebirla sin ellos. Con los sueños nos aventuramos a vivir, con ellos nos atrevemos a ganar las grandes batallas con las que nos enfrentamos en la vida, ellos son los que nos dan fuerzas cuando nos sentimos desvalidos. Soñar es el gran legítimo derecho del ser humano.

Pero tenemos que aprender que soñar conlleva el peligro de no saber despertar, despertar a la realidad, porque en ocasiones es muy fina la línea que separa lo que es de lo que nos gustaría que fuese. Y es que cuando la fascinación del sueño deseado es grande, nos podemos dejar seducir por él.

Cuando Jeremías le dice a Jehová «Me sedujiste, oh Jehová, y fuí seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día»(Jer. 20:7-8), pienso que Jeremías por quien se ha dejado seducir es por la gran fascinación que tenía porque su sueño se cumpliese: que Israel se arrepintiera de sus pecados y volviera a Jehová. Más la realidad con la que se enfrenta el profeta es bien distinta a la del sueño deseado: Israel va a ser reducido a cenizas y su gente será deportada por no hacer caso a la palabra de Jehóvá. Para Jeremías la carga de la culpa recae sobre Jehová, pero su seducción proviene de su sueño, de su fascinación porque su palabra fuera escuchada y la nación fuera sensible al arrepentimiento. Nada más lejos de la realidad.

Han pasado muchos siglos y han cambiado mucho las cosas, pero la fascinación porque nuestros sueños se hagan realidad dentro del pueblo de Dios, sigue seduciéndonos. Y cuando echo una mirada al retrovisor de la vida, me doy cuenta de cuántas personas he conocido que por dejarse seducir por el sueño que tenían de la iglesia, han dejado de congregarse porque la realidad los ha devorado. No han entendido que la iglesia no se alimenta de sueños, sino de realidades; y que éstas están conformadas por hombres y mujeres de carne y hueso, cada uno con su idiosincracia, sus caracteres, sus miedos, sus traumas, sus buenas y malas intenciones, pero que luchan cada día por engrandecer la nueva humanidad que han recibido en Cristo. Y es que cuando somos seducidos por nuestros sueños, dejamos de percibir la realidad eclesial y comenzamos a entender la comunidad en base a nuestro ideal humano, sin darnos cuenta de que la comunidad es una realidad dada por Dios y que, como tal, su verdadero valor se encuentra en la esencia de lo que es: Cuerpo de Cristo.

A todos los que soñais, soñad, teniendo en cuenta que «debemos persuadirnos de que nuestros sueños de comunión humana, introducidos en la comunidad, son un auténtico peligro y deben ser destruidos so pena de muerte para la comunidad. Quien prefiere el propio sueño a la realidad se convierte en un destructor de la comunidad, por más honestas, serias y sinceras que sean sus intenciones personales» (Dietrich Bonhoeffer).


Gabriel Moyano
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