“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Marcos 1:14 – 15)
La observación es uno de los puntos principales para llegar a grandes cuestionamientos, y las dudas también, pues no llevan a respuestas objetivas y responsables en cuanto a lo que nos preguntamos. Al mirar nuestro contexto y observar nuestra sociedad nos preguntamos reiteradamente ¿Qué tipo de mensaje, como cristianos, inspiramos en la gente? Somos cristianos –no importa la denominación- pero, ¿Cuál es el propósito en el sentido social, político y hasta religioso del porqué pertenecemos al cristianismo? Y de tener un propósito, ¿lo hacemos veraz en nuestro contexto? Y al hacer eficaz ese mensaje, ¿tiene algún sentido para nosotros y para quiénes nos leen o escuchan?
Quizá algunas de estas preguntas ya se las hicieron aquellos que seguían a Jesús. Pensar que Jesús tenía algo de razón a la vez que su contexto era algo no favorecedor, parece contradictorio. Algunos le seguían realmente como una última esperanza una vez que todas las demás habían desaparecido en el transcurrir histórico. Jesús, para muchos representaba una utopía, tanto para quienes le seguían como para quienes le miraban de lejos pero no se atrevían a seguirle, ya que el momento exacto en el que se encontraban era totalmente decisivo. Vivían expectantes por la realización de la promesa de Dios sobre un reino: todos esperaban el reino de Dios, a su manera, pero le esperaban.
Los fariseos esperaban que sus problemas nacionales desaparecieran, pero pensaban que ellos tenían que hacerse merecedores de esa promesa mediante el cumplimiento estricto de la ley de Moisés y las obras religiosas que debían cumplir; también los celotes pretendían alcanzar el reino de Dios, pero a través de la violencia, la muerte y el duro trato hacia los enemigos; su radical posición de resistencia política los llevaba a la lucha extrema contra los romanos, lo que les impulsaba a conseguir el reino, pero a la fuerza. También los esenios esperaban, pero ellos pensaban que este reino de la luz solo vendría mediante un fuerte énfasis en la moral y la pureza cultica. Por otro lado, el pesimismo mesiánico se apoderaba de los saduceos, que no mantenían ninguna esperanza de que realmente viniera un salvador que les liberara de la crisis en la que se encontraban; quizás este pesimismo era un asunto de poder, o en realidad sólo se habían acostumbrado a la subordinación nacional a pueblos extranjeros.
Por consiguiente, se entiende que cada grupo político o religioso del aquel entonces estaba anhelando un cambio, porque el tiempo en el que estaban viviendo era un tiempo de crisis y todos pretendían tener un mensaje alentador para la difícil situación política que atravesaban, ya que el imperio romano los sometía con duros tributos. Esta crisis también era geográfica, porque su tierra estaba invadida de extranjeros opresores, la filosofía helénica penetraba su cultura y, por lo tanto, su identidad peligraba. Por ello, su economía (como ya se ha mencionado), su sociedad y su religión estaban siendo profundamente afectadas.
Por tanto, lo que necesitaban era un hombre, al que llamaban mesías, que acabara con el desorden actual y con la opresión de pueblos extranjeros. Y aunque, basándose en la promesa de Dios, todos tenían un mensaje sobre el reino de ese mesías que los salvaría y los sacaría de la opresión imperial, todo parecía estar fracasando. Sí, lo que estaban viviendo era su crisis más grande aunque, no obstante, todos los días en el templo y por las calles, escuchaban hablar de un reino, de un mesías, de la salvación, a pesar de que su realidad era muy diferente a la de ese supuesto reino y no tenía nada que ver con una situación de salvación para ellos.
Todos sabían realmente lo que era el reino de Dios, habían escuchado por boca de Isaías que los libraría de la injusticia opresora del emperador. Y es en ese momento cuando surge la figura de un judío artesano, dedicado a la carpintería, de clase baja. Se trata de un hombre trabajador, victima igual que ellos de los duros e injustos tratos de la política y de la relgión. Con un mensaje alentador, aunque inusual por su contenido, llamaba la atención el hecho de que ese carpintero hablara del reino de Dios no en un sentido futurista, sino como una realidad actual que debía seguir progresando hasta su máxima realización. Se trata del ya pero todavía no del reino presente en Jesús.
Pero lo más impactante y llamativo de lo que este hombre decía, y que se diferenciaba de todos los demás mensajes del reino de Dios del momento, era que, efectivamente, no se necesitaba ningún tipo de actuación humana, ya que ese reino contaba con dos características importantes: primera, era gratuito y no requería ninguna exigencia moral para recibirlo; y segunda, la gracia como estilo de vida gratuito y universal, sin exclusiones sociales, políticas, religiosas o económicas. No importa lo que se es, lo que se hace o las circunstancias personales, el reino es una realidad y cualquiera puede formar parte de él.
Sin embargo se debe prestar una especial atención a no caer en la idea, tan aceptada antes y ahora, de que ese reino es un reino ultramundano, ajeno a esta tierra que, finalmente, será destruida. Esa es una idea que Jesús nunca quiso expresar, por el contrario, su mensaje, que “no era de este mundo”, tiene más que ver con un cambio sustancial del sistema “mundano” imperante. Por eso, Jesús le pide al Padre que se muestre (revelación) y nos invita a llamarlo de ese modo, lo cual significa que Dios actua siendo soberano en el mundo sobre todos los que le aceptan de forma gratuita, y que Él nos acepta a nosotros como hijos e hijas en una estrecha relación filial que se singulariza por la paz y la amistad.
Jesús pone de manifiesto la cercanía de Dios, su idea sobre Él y las implicaciones religiosas, políticas, sociales y económicas que se derivan, a través de múltiples actuaciones: la multiplicación de los panes, la sanidad de los enfermos y el abrazo a los leprosos. Verdaderamente, se trataba de un mensaje para todos los que sufrían la dura exclusion propugnada por los fariseos; para los que pensaban que tal vez las armas o la fuerza no eran los instrumentos más adecuados para la liberación de los pobres o de los marginados y para los que sospechaban que el precio del reino exigido por estos grupos políticos o religiosos era demasiado costoso, por estar sumidos en su pobreza o en su pecado social.
Podemos afirmar que también hoy necesitamos el mismo mensaje que Jesús supo transmitir a aquellos que estaban experimentando el fracaso de sus ilusiones y sueños. Hoy, necesitamos levantarnos y decir a nuestra Latinoamérica que sufre que su momento (Kairós) se ha cumplido ya y que el reino esta entre ustedes y es para todos. Necesitamos devolver el mensaje, gratuito y extensible a todos, de que los pobres pueden acceder a pesar de que nadie, sin excepción, se lo merezca.
Volvemos a nuestra pregunta, ¿Qué tipo de mensaje estamos inspirando, el mensaje del imperio o el mensaje del reino? En mi opinión, seguimos propiciando un mensaje opresor de injusticia social, de desigualdad, de exclusión y de marginación económica porque sólo nos interesa nuestra institucionalidad, cómo estamos organizados y cuánto dinero recibimos. Pero el mensaje de Jesús subvierte todo esto, porque fundamentó y privilegió la justicia y la misericordia; valores olvidados, antes y ahora, cuando todo lo que se necesita o se exige es amar. El amor es la característica de aquellos que entienden que el mensaje se recibió por amor y se transmite por y para amar.
El mensaje de Jesús pudieron entenderlo incluso aquellos que frecuentaban el templo sólo por tradición; les habló de su cotidianidad a través de las parábolas como instrumento de una teología popular, la teología que se despliega desde la misma vida diaria.
Jesús no hizo todo esto por rebeldía, sino por revolución. Tocaba a los leprosos para que se sintieran parte del reino de Dios; a esos que vivían excluídos les devolvía la inclusión en el proyecto de la ciudad y la sensación de sentirse importantes. La cuestión vuelve a ser la misma, ¿cuál es nuestro mensaje, uno de igualdad, amor, justicia, perdón y misericordia, o uno de exclusión, extraterreno que sólo mantiene en su horizonte un mundo muy futuro?
Como personas que vivimos y experimentamos la crisis me invito y os invito a formar parte de la transformación y a que nunca olvidemos la esencia de nuestro mensaje, con el objetivo de no generar una distorsión entre lo que hacemos y lo que somos; entre lo que decimos y nuestras acciones en la profunda realidad que nos ha tocado vivir.
La necesidad es incuestionable y el mensaje correcto urgente.
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