La “policía” fundamentalista, vestida de paisano, siempre está presente, vigilante noche y día, a través de la redes, en una inocente conversación, en una conferencia, para buscar una frase, una palabra, un escrito, un signo que indique la disidencia de su sistema arácnido. Una vez logrado su objetivo, el “sumo sacerdote” del fundamentalismo, rasga sus vestiduras, y sentencia: «¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia” (Mt. 26:65)
El “fundamentalismo” nos introduce en el ámbito del miedo, crea una atmósfera de temor, de tal manera que, que en el “mejor” de los casos sucede lo que el poeta describió:
“…conversaban de modo vacilante,
con insinuaciones, con palabras ambiguas,
con frases repletas de cautela,
pues no estaban seguros el uno del otro
y, en consecuencia, temían delatarse...”
(Kavafis, Konstantinos. Fragmento de «El Obispo Pigasio”)
En el peor de los casos, nos imponemos el silencio y/o, cuál Pedro, la negación de la verdad. En ambos casos, el sistema fundamentalista ha vencido.
En tiempos peligrosos, como los que vivimos, se nos exige el compromiso valiente con la disidencia explícita, a la manera de Jesús de Nazaret, del pensamiento religioso único que desea regir la totalidad de la vida.
Necesitamos fuerza, la fuerza del Espíritu, para perseverar en la libertad del Cristo a pesar de la vigilancia invisible a la que se nos somete a fin de someternos a esclavitud (Gál. 2:4).
¡Seguimos adelante!
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