FRENTE A LA MAGIA
La magia es una técnica ritual a través de la cual el individuo intenta imponer su propio deseo a la realidad mediante la utilización de poderes ocultos o trascendentes. La actitud mágica remite a tendencias conscientes o inconscientes de la persona. En el fondo se halla el impulso narcisista que le conduce a una pretensión de omnipotencia. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, definía el narcisismo como la omnipotencia del deseo.
Parecería que tras las etapas de la evolución humana descritas por el antropólogo escocés Jamen Frazer y por el padre de la sociología Auguste Compte, magia, religión y ciencia se irían sucediendo cronológicamente. Pero los estudios antropológicos, sociológicos… han puesto de manifiesto la simultaneidad de las tres modalidades de pensamiento; por cuanto vienen a satisfacer necesidades individuales diferentes.
Si bien nos hallamos en un predominio del pensamiento científico, las personas acuden a la religiosidad o a diferentes formas de espiritualidad para dar sentido a la vida y a la muerte y, en casos de desesperación, se continúa buscando en la magia resultados contrarios a las leyes naturales a través de la intervención de seres imaginados por la invocación del “chamán” de turno.
Parece difícil sustraerse completamente del ritual mágico. También entre quienes se confiesan creyentes. Exorcismos, sanidades, promesas de prosperidad económica, felicidad en medio de las circunstancias adversas…, son el márquetin habitual en determinados círculos.
La reflexión teológica, en cuanto acción pedagógica, viene a recordarnos que Dios no es causa de los efectos mundanos, que la creación es autónoma y que el mundo se rige por sus propias leyes, que el ámbito de Dios no es el espacio-tiempo sino la eternidad.
El teólogo, pastor y mártir Dietrich Bonhoeffer escribió: cuán desafortunado es utilizar a Dios como un tapa-agujeros. Dios ha de ser reconocido en medio de nuestra vida, y no sólo en los límites de nuestras posibilidades. Dios quiere ser reconocido en la vida y no sólo en la muerte; en la salud y en la fuerza y no sólo en el sufrimiento; en la acción y no sólo en el pecado. La razón de ello se halla en la revelación de Dios en Jesucristo. Él es el centro de nuestra vida, y no ha venido en modo alguno para resolvernos cuestiones sin solución.
FRENTE AL DOGMATISMO
También las posturas dogmáticas y fundamentalistas se propagan como un incendio descontrolado en el ámbito científico, postulándose como el único acceso válido al conocimiento; en la política, con el importante crecimiento de los partidos radicales y ultraderechistas y en la esfera religiosa, a través de posturas de marchamo conservador frente a cuestiones bioéticas, feminismo, multiculturalidad, inmigración…
La persona dogmática considera sus aseveraciones como verdades que no admiten discusión por lo que pretende imponer sus ideas, opiniones…, no de manera dialéctica o razonada, sino a través de la fuerza y de la manipulación del lenguaje. Juzga y condena la diferencia, niega las evidencias objetivas, los intentos de razonar con ella son estériles.
En estos últimos decenios se ha multiplicado un acercamiento literal a las páginas de la Biblia, negando toda hermenéutica, en especial el método histórico-crítico. Toda explicación de la realidad, incluyendo el acercamiento textual a la Palabra de Dios, es interpretación. Por ello, el fundamentalismo no puede pretender elevar una apreciación personal y, por lo tanto, subjetiva, propia de un tiempo histórico, condicionada por la propia biografía de la persona y por el contexto cultural e ideológico a términos absolutos, contradiciendo, además, la estructura de la realidad como en el caso del creacionismo a la hora de explicar los orígenes cosmológicos y antropológicos.
No debe simplificarse la complejidad. ¿Acaso, puede Dios ser alcanzado y plenamente comprendido des de una sola óptica? ¿No será más congruente considerar los diferentes accesos hermenéuticos al Misterio como aproximaciones parciales y, por lo tanto, incompletas?
FRENTE A LA SUPERFICIALIDAD
Son tiempos, además, de mucha superficialidad en variados terrenos. Como describe el teólogo Pedro Castelao, sobrevivimos en una sociedad en la que impera una especie de banalidad intrascendente. Saturación, resultado de la gran cantidad de información que no podemos asimilar. Proliferación de las fake news que aumentan el escepticismo y la duda. El márquetin comercial y también el político bombardeando nuestras neuronas con el eslogan breve, machacón y, por ende, demagógico. Conversaciones triviales.
Lo preocupante de todo ello es el proceso de adaptación a esta realidad. No es fácil nadar a contracorriente. El espectáculo en el que se ha convertido una buena parte de cuanto acontece y nos envuelve hipnóticamente elimina el pensamiento crítico. Nos movemos en la periferia de las cosas sin profundizar en ellas.
En el campo religioso, si añadimos a todo ello, el concepto de sacralización de los relatos bíblicos, sin distinguir en ellos los registros del lenguaje, sin diferenciar el mito de la historia objetiva, sin considerar el contexto sociológico y cultural, la simbología…; el pensamiento crítico, entendido como proceso de análisis y profundización del texto, termina por desvanecerse. El conocimiento bíblico, en muchos casos, se agota en los textos descontextualizados que hoy se cruzan en las redes sociales a través de Twitter.
Desde la reflexión teológica cabe preguntarse si es posible el razonamiento y el análisis de las cosas desde la rápida gestualidad con la que se teclea el texto o se lee su contenido. Aleksander Kwasniewski, expresidente de Polonia y miembro del Club de Roma, señalaba el hecho que los gestos sustituyen a las reflexiones y los mensajes de cuatro líneas al razonamiento. Efectuaba estas declaraciones no tanto para cuestionar las nuevas tecnologías digitales, sino para provocar la reflexión sobre la aceleración de la sociedad de la información y el peligro de la ausencia de reflexiones profundas y colectivas.
A MODO DE CONCLUSIÓN
La reflexión teológica seria, actualizada… desenmascara el ritual mágico, confronta el dogmatismo intransigente y evita la estrechez mental que supone una visión simplista del mundo. Adquiere ya tintes de urgencia erradicar las imágenes distorsionadas de Dios, descubrir las posturas fundamentalistas agazapadas tras las pretensiones de ortodoxia excluyente y hacer frente a la superficialidad si pretendemos frenar la involución que nos envuelve y recuperar la sensatez.