A diferencias de otras culturas (como la alemana por ejemplo) en Cuba no se vive mucho la tradición escrita, aunque podamos reconocer que con fuerza sí la tradición oral. Sin embargo, sería de gran importancia reconocer que la tradición escrita es de gran valor en todos los pueblos una vez llegada a la civilización la realidad de la escritura. Por esta misma razón, urge en nuestras iglesias, y demás comunidades de fe en nuestra nación, que teólogas y teólogos ejerzan el bien de compartir esa experiencia teológica comunitaria y personal (¿por qué no?) también en la literatura.
Nuestro compromiso con la comisión que se nos ha dado como pueblo de Dios de predicar el evangelio, vivir la esperanza en el Reino de los Cielos que Jesús predicó, y llegó a dar su vida por tal convicción, no debe limitarse a las predicaciones de los domingos detrás de los pulpitos, y de los encuentros de las congregaciones en los distintos espacios eclesiales o consagrados a tal encuentro con la fe cristiana. Debe ser transmitida también atreves de todos los medios posibles entre ellos el audiovisual, y las publicaciones escrita.
Independientemente de la característica ya comentada del pueblo cubano, las circunstancias históricas que le han limitado en su desarrollo, y los condicionamientos espirituales, culturales y psicológicos, entre otros, que han sido generados por estas mismas circunstancias concretas, es un deber incentivar en las mismas comunidades, y seminarios cristianos, el ministerio de transmitir por escrito las experiencias vividas, y que no han detenido su testimonio de fe en ningún momento de nuestra historia como país. Tal esfuerzo nutrirá de manera innegable a futuras comunidades cristianas, así como nosotras y nosotros hemos necesitado del testimonio de fe de las comunidades e iglesias que nos precedieron.
Recordemos que ese el papel fundamental de la historia, que sepamos de nuestras raíces, de construir desde estos saberes nuestros valores transmitidos para afrontar los desafíos presentes como cristianas y cristianos; y por supuesto, no olvidarnos de nuestra responsabilidad con aquellas y aquellos que han de llegar, para continuar proclamando la salvación de nuestro Dios hasta “el final de los tiempos”.
Porque el saber, y la responsabilidad intelectual con todo lo que esto implica, puede quedarse como el quehacer de una elite con cierta y determinada facilidades con el poder. O este quehacer sea perteneciente solamente a un grupo con ideas determinadas que legitimen al status quo, y generen así la llamada “Teología de la Corte”, por contar con todas las autorizaciones para ser producidas y distribuidas.
Cada congregación cristiana, hermanas y hermanos, deberían dejar constancia de su praxis en la sociedad que la misericordia de Dios le permitió vivir. A través de revistas, boletines, libros, trabajos investigativos, y porque no: una teología sistemática, donde refleje cómo se enfrentaron desde el don de la fe con los desafíos históricos concretos que tuvieron que afrontar.
Las limitaciones para las formaciones de pastores o líderes comunitarios son conocidas, como las económicas, a veces excesivas con las que se tienen que lidiar las comunidades de fe. Las prioridades de estas para su desarrollo como iglesias, son el trabajo de evangelismo o el cuidado pastoral de los más desvalidos de la iglesia. No obstante, sostenemos la importancia de este ejercicio intelectual, y de fe que es tan necesario, y que por lo general se le subvalora. Teniendo en cuenta que este ministerio: como es el saber narrarse para sí mismos, y para las hermanas, y los hermanos que han de añadirse al pueblo de Cristo, de cómo es que se recibió, predicó y vivió la fe en el Salvador y la esperanza en la vida eterna en un momento dado; nos resulta fundamental. Conscientes de loa momentos tan críticos que ha tenido que transitar esta pequeña nación, como por ejemplo: triunfo de la revolución donde se empieza a tener un pensamiento marxista-leninista-materialista de la historia (año 1962), o en medio de un período especial (1989-1994), y sus siempre complejas particularidades políticas, económicas, sociales, culturales y demás.
Que el amor de Dios siempre nos pueda iluminar en cada uno de nuestros deberes comunitarios. También permita que hermanas y hermanos se levanten con el talento de llevar el testimonio de vida de sus propias comunidades de fe a la tradición escrita. Y que esas valiosas experiencias puedan ser de bendición, así como lo fueron aquellas experiencias de fe de las comunidades que nos precedieron como fue comentado anteriormente. Dios nos bendiga.