7 de febrero, 2021
“¿Quién te preocupaba? ¿A quién temías para traicionarme? No te acordabas de mí ni me tenías presente. ¿Quizás porque siempre me callaba acabaste perdiéndome el respeto?” (Isa. 57:11 BTI)
Tememos las circunstancias, nos preocupa el mañana… tememos tantas cosas, que acaban ocupando todo nuestro pensar y discurrir, controlando así nuestras existencias. De tal manera, que para resolver nuestros temores y preocupaciones echamos mano de cualquier cosa-solución, a pesar de que en nuestro fuero interno sepamos que no estamos haciendo lo correcto, pues en la solución que elegimos no entra en consideración el Dios que nos ama, y se manifestó en Jesús.
Es lógico y sabio ocuparse tanto de la vida, como de lo que nos va aconteciendo en ella, pero sin olvidar que Dios es nuestro Señor, y que él sabe lo que nos acontece y lo que necesitamos. A cada paso, ante cada situación, debemos tener presente al Señor, no expulsarlo a la tierra de la desmemoria. Si tomamos el tiempo para hacer un recorrido por nuestra biografía, caeremos en la cuenta de cómo de una forma inexplicable, lo que pensábamos imposible en el pasado se resolvió, y en ese momento vimos la bondadosa mano de Dios. Y así me pregunto, si Dios actuó en el pasado, ¿por qué lo olvidamos, y cuestionamos que pueda actuar, de la misma manera inexplicable, en el presente…?
Cuando nos vienen mal dadas, nos envuelve el temor, y Dios guarda silencio, corremos el peligro, como el pueblo de Dios de antaño, de perder el respeto que su infinita gracia merece. La vida no está en manos de la vida, sino en las manos de Dios. De ahí que solo la fe en el Señor, y la confianza que le acompaña, venza al mundo y las circunstancias que lo pueblan. La fe respeta sus silencios, y al respetarlos nos preguntamos, no por qué Dios permite lo que nos sucede, sino qué quiere enseñarnos a través de las circunstancias que padecemos.
Ruego que el afán y la preocupación no se conviertan en dioses de nuestra existencia. Como escribiera el apóstol Pablo, nada debe angustiarnos, “al contrario, en cualquier situación, presentad a Dios vuestros deseos, acompañando vuestras oraciones y súplicas con un corazón agradecido. Y la paz de Dios, que desborda toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús” (Fil. 4:6-7 BTI). ¡Conversemos con Dios! ¡Tomemos tiempo de calidad para hacerlo! Y la paz acudirá a nuestro espíritu. Lo sé, lo sabemos.
No me enfada la vida, sino nuestra ineptitud para afrontarla a través de la fe en Jesús. Ahí está el meollo de la cuestión, mantener nuestra fidelidad a Dios a pesar de las circunstancias y, por qué no decirlo, sus silencios. Soli Deo Gloria
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