Este texto es una relatoría de una lectura sobre uno de los diálogos de Platón llamado Critón, en el que se desenvuelve una amena e interesante discusión entre Sócrates y su amigo fiel, que da nombre al diálogo.
En primer lugar, quiero destacar que la lectura fue muy interesante y que, al sumergirme en ella, no tuve más remedio que actualizarla en la vida cotidiana. El diálogo presenta una pequeña discusión filosófica entre dos amigos en la que uno de ellos (Critón) pretende sacar de la cárcel al otro (Sócrates), con la pretensión de procurarle un bien a su compañero y a los que necesitaban de su filosofía. Critón buscaba realmente el bien de su amigo, lo cual es muy loable, ya que Sócrates había sido injustamente apresado, pero cuya reflexión le lleva a caer en la cuenta de que en la búsqueda del bien individual a veces no se encuentra el bien colectivo. Ante la dura racionalización ética de Sócrates, Critón tiene que admitir que su amigo lleva razón, y que en su intento de liberar a su compañero, maestro y amigo de la cárcel a través del soborno, se pagaba mal por mal a las mismas leyes que habían proporcionado bienes y seguridad a Sócrates –esas son sus palabras. De este modo, Critón se convence de que las acciones deberían pensarse y racionalizarse para permitir actos justos (hacer bien), incluso para los que son injustos (obran mal).
En cuanto al texto, se utilizan los géneros narrativo y de diálogo a la vez. Los argumentos de Sócrates se basan en un sueño no interrumpido por Critón. El filósofo adopta su sueño como base epistemológica para entender -quizás como revelación divina- que no morirá sino al tercer día y que, por ello, debe esperar justamente su muerte, pues así había sido determinado.
La idea de Platón era, de alguna manera, hacer una crítica a la política y a las leyes de la polis a través de este dialogo. Por fin, Critón entiende que la virtud no se gana a través de la injusticia, y que no se puede ser justo en unas cosas y en otras no, ya que eso significaría una grave contradicción.
En mi opinión, los contenidos de este diálogo son sumamente políticos, éticos, filosóficos, y puede que hasta religiosos y místicos, ya que al final acaba con estas palabras: “Bien, Critón, obraremos así, puesto que así lo aconseja la divinidad” (Platón. 396 A.c).
En realidad, no me llama tanto la atención el sueño y los aspectos que lo envuelven y forman parte de él, sino el resumen que se hace acerca de la voluntad de la divinidad: hacer el bien. En este caso, e interpretando el texto, sería muy fácil decir que Sócrates estaba tratando de enseñarnos que no hay cosa más grande que hacer el bien, o asegurar que una acción contrahegemónica más contundente sería utilizar las buenas acciones o el mismo bien como tal para poder ser congruentes, es decir que, ante un imperio o gobierno injusto deberían emprenderse acciones verdaderamente justas y buenas a pesar de que las leyes y la polis no sean tan justas o tan buenas ya que, y a pesar de todo, ellas han hecho posible que seamos lo que somos, lo que quiere decir que debemos actuar conforme a nuestra conciencia sin dudar en hacer el bien, para que nadie tenga nada malo que decir de nosotros, ni siquiera las leyes que criticamos.
En el diálogo, Sócrates pone a Critón entre la espada y la pared, y le hace callar ya que éste entiende que su amigo y maestro tiene razón. Por tanto, mi pregunta es: ¿Es posible que todas las veces que hemos buscado nuestro bien individual haya sido, al mismo tiempo, para conseguir el bien colectivo? ¿En nuestra crítica sobre la justicia (bien de los demás) tenemos en cuenta si nuestras buenas acciones favorecen a todos/as? ¿De qué forma la voluntad de Dios puede hacerse efectiva en nuestros buenos actos colectivos?
En cuanto a la virtud, Critón se dio cuenta de que lo que proponía no era correcto, ya que pretendía engañar y pagar con un mal a los que, de una a otra forma, habían hecho bien como ciudadanos, con lo cual quedarían expuestos a represalias por sus propias palabras, además de avergonzados, porque en la búsqueda de su propio bien o felicidad arriesgaron la felicidad de muchos, manifestando así un fin egoísta.
Por poner un ejemplo, y en un intento de actualizar el diálogo platónico: en algunas ocasiones, en la búsqueda de argumentos contra los que piensan de forma hermética, o contra los que su forma de vivir y pensar su religiosidad no se conforma con nuestro punto de vista –quizá más progresista-, o en el caso de algunos conservadores que evitan o catalogan de poco espirituales a los que no practican sus ritos, pudiera suceder que los intelectuales o académicos se enfrenten con los que no han tenido la misma oportunidad de estudiar con palabras que pueden parecer supraterrenas, ignorando que éstos han fallado inconscientemente y que, por lo tanto, no les es contado como pecado. Pero, como pretendemos tener la razón o la verdad, les hacemos más mal que bien, ya que sólo buscamos un bien personal. Se podría decir que ésta es una situación bastante próxima al abuso, ya que lo que se pretende es imponer nuestras verdades y nuestros puntos de vistas, lo cual nos lleva a tratar a los otros de “ignorantes”, “retrógrados”, “necios”, etc…, dejando así las leyes de nuestra consciencia en el olvido y en el repudio.
Desde aquellos que intentamos hacer del mundo un lugar de paz, dialogo y armonía, me gustaría decir a los que se sienten bien buscando sólo hacerse un beneficio a sí mismos, que sitúan nuestro argumento contraimperialista en una posición dudosa, éticamente hablando, que, en mi opinión, se trata de una práctica egoísta en la que, intentando buscar el bien o la satisfacción personales, se olvidan del bien colectivo.
Posiblemente, pecar sea ir en contra de las leyes que favorecen al prójimo, pero nunca nos preguntamos si estamos violando esas leyes que garantizan la libertad del otro cuando le acusamos y violentamos su inocencia argumentativa. Tildamos de forma discriminada a quienes piensan diferente cuando les tratamos con palabras soeces. Y es entonces cuando, en mi opinión, se peca y se falla al blanco, ya que se busca contraatacar o señalar al que creemos injusto o malhechor; al que, según nosotros, está equivocado o ha errado en sus acciones y lo hacemos con igual, peor o mayor violencia y discriminación de la que aplican aquellos a los que estamos denunciando. Y es que algunas veces el bien individual es mucho peor que el mismo mal.
En realidad, lo que más me atrae de este diálogo de Platón es la similitud que tiene con algunos textos bíblicos relacionados con Jesús, Pablo o el autor de Proverbios (Proverbios 17:13; Romanos 12:17; 20-21; Mateo 5:38-48). Textos en los que se nos interpela a no devolver mal por mal a los que actúan de forma injusta. Se trata, más bien, de: “Pagar bien por mal”, “Amar a nuestros enemigos” y “Ayudar a aquellos con los que no nos llevamos bien”.
Desde mi apreciación cristiana, creo que se puede decir que Jesús, en el mismo nivel de Sócrates u otros grandes pensadores, descubrieron que el ser humano puede llegar a entender y realizar la voluntad de Dios en un acto de bondad hacia los que suponemos malhechores. Se trata de hacer el bien sin necesidad de buscar el beneficio propio y sin exclusiones. No parece posible encontrar otros significados para la voluntad de Dios, aunque intentemos buscarlos en las palabras de grandes oradores, en las profecías de ciertos médiums, en las cartas de astrología o en las palabras futuristas de elocuentes predicadores que se autodenominan “profetas”.
No hay que darle más vueltas, la voluntad divina tiene que ver, sobre todo, con el bien colectivo y con la acción que lo favorece. En la carta de Santiago se nos dice que “El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es contado como pecado” (Santiago 4:17), es decir que aquél que sabe, conoce y entiende el bien que debe hacer y no lo practica, hace el mal. Y esa es la contradicción que nos persigue y que define nuestras acciones, sobre todo cuando sólo procuramos hacer el bien que nos conviene. Por esto, lo contrario a pecar, fallar o actuar mal consiste en la posibilidad de elegir libre y conscientemente hacer el mal o el bien individual, o procurar el bien colectivo; ese bien que beneficia a todos/as sin exclusión, incluso a uno mismo.
Tal vez deberíamos estar dispuestos a sacrificar el bien propio, -como es el caso de Sócrates o del mismo Jesús- para conseguir el bien colectivo y cumplir así la voluntad de Dios.
Bibliografía
- Calonge, J.; Lledó, E.; García Gual, C. Platón. Diálogos I, Gredos, Madrid 1981. Toma el texto de Platon escrito en el año 396 A.C.
- Si es así, entonces que los templos sigan cerrados | Adolfo Céspedes - 22/04/2020
- Bienaventurada: la dicha de ser mujer - 19/06/2015
- Trabajo y crisis cotidiana del pobre en Latinoamérica - 05/05/2015