A cien años de que Inglaterra decidiera entrar en la Gran Guerra cuando el ejército alemán invadió Bélgica, el lunes 4 de agosto en Londres, capital delReino Unido, a las 22:00 hrs., políticos, artistas, veteranos de guerra y ciudadanos se unieron en un acto conmemorativo. Éste consistió en apagar las luces de algunos de los grandes íconos londineses: la Abadía de Westminster, la Catedral del San Paul y el Parlamento, e invitar a los británicos a hacer lo mismo en sus hogares. Inspirado en el profético comentario del entonces ministro británico de Asuntos Exteriores, Edward Grey, quien hace 100 años expresó: «Las luces se apagarán en toda Europa, no volveremos a verlas encendidas en nuestras vidas», Londres hubiera permanecido en tinieblas esa noche de no ser por el rayo de luz que arrojó la instalación de luces Spectra desde el Jardín de la Torre Victoria, como parte de las actividades oficiales de conmemoración.
Fue interesante que el alcalde de Londres Boris Johnson, expresara: «La luz que ‘spectra’ arroja en el cielo nocturno es un punto de unión; recuerda cómo la Primera Guerra Mundial afectó a todos los londinenses, pero también como ellos y el resto del país se unieron, y permanecieron juntos durante esos días oscuros.»[1] No fue casualidad que en este centenario Spectra apuntará hacía el cielo; eso le dio un halo divino de sacralizar el patriotismo de una generación que perdió la vida.
Con más de doce millones de civiles muertos en territorio inglés y más de ocho millones de soldados movilizados muertos, heridos y otros desaparecidos, Inglaterra hoy día tiene más de 100.000 monumentos de guerra.[2] Se encuentran desde memoriales oficiales, que las dinastías en el poder levantaron a los miles de caídos, hasta pequeños santuarios colectivos. Londres es una ciudad llena de monumentos, memoriales y marcas territoriales que no dejan de interpelar a propios y extraños. Por ejemplo, en la Abadía de Westminster hay una tumba al soldado desconocido que siempre tiene una lámpara de aceite encendida y coronas de amapolas que la inundan; a las afueras de la estación de tren Waterloo Station hay placas con miles de nombres de trabajadores titulado Roll of Honour (Pase de lista de honor); o bien, en el Museo Británico el Monumento de Guerra que se inauguró en 1921 y recién ha sido restaurado, o The Tower Hill Memorial que es un santuario impresionante similar al dedicado a los soldados americanos que perdieron la vida en la Guerra de Vietnam frente a la tumba de Lincoln en Washington DC. Todos esos monumentos, placas, obeliscos, estatuas o insignias recuerdan a los caídos de la Primera y Segunda Guerras Mundiales intentando neutralizar posibles reclamos. Quizá el espacio más emblemático es el Museo Imperial de Guerra (Imperial War Museums). Si quisiéramos tener una visión oficial del papel que a lo largo de su historia jugó el Imperio Británico en las guerras pasadas y en el presente como monarquía constitucional con un gobierno parlamentario, el Museo Imperial es el lugar idóneo.
Pero no todo deseo de recordar y homenajear a las víctimas tiene un sentido oficial. Pasadas las guerras, al saber que vecinos habían perdido la vida en combate o regresaban amputados, comunidades y pueblos comenzaron a organizarse para erguir sus propios memoriales. El carácter popular y el deseo espontáneo de recordar el patriotismo del minero, agricultor, zapatero, orfebre, carnicero, capellán o cuidador de ganado llevaron a la organización de pueblos enteros para cooperar con dinero o talentos en la erección de cruces, placas, obeliscos o pequeños santuarios. Hoy día al caminar más allá de London Bridge, Charing Cross, Trafalgar Square, Victoria o Picadilly, no pasan desapercibidos a las afueras de los pubs (bares), iglesias, bibliotecas o escuelas los sencillos pero imponentes memoriales y estatuas que tienen la leyenda: “En memoria a los hombres que por Dios y el Rey murieron en batalla”.
Clive Aslet en su libro War Memorial. The story of one village´s sacrifice from 1914 to 2003, centra su atención en una cruz que el pueblo de Lydford en Davon, Darmoor en el sur de Inglaterra levantó en honor a los pobladores de ese lugar que perdieron la vida desde la Gran Guerra hasta la Guerra en Irak. Y es interesante cómo rescata el sentir de ese pueblo y de los que se fueron a la guerra:
“Monumentos de guerra como el de Lydford, fueron levantados como resultado de un deseo espontáneo de recordar el sacrificio de una generación. No hay una política gubernamental para alentarlos. En cambio, es una expresión de arte popular: cada memorial es diferente, pero todos expresan un dolor similar. Todo el mundo quería recordar la pérdida que habían sufrido, de modo que el sufrimiento que habían soportado no se revivió. Por desgracia, la Gran Guerra no era la guerra para acabar con las guerras: han habido muchas guerras desde entonces. Pero es justo que recordemos y reflexionemos.”[3]
Sin duda los centenarios nos ayudan a reflexionar sobre el devenir histórico de los pueblos y naciones; las marcas territoriales, los espacios físicos consagrados al recuerdo y los lugares públicos son puntos de referencia para analizar las luchas por las memorias y los sentidos del pasado reciente. Hay que recordar que Inglaterra entró en la Gran Guerra no sólo desde frentes con soldados; era uno de los grandes imperios europeos que durante siglos dominó el mar, y la ciencia y el desarrollo estuvieron al servicio de sus anhelos expansionistas. Los combates por tierra fueron acompañados por innovaciones en el uso del estaño, metal y aluminio en las armas, los gases, los tanques, y la extensión de vías férreas para transportar a humanos y objetos; la guerra también fue naval con plataformas y submarinos que ponían a prueba todos los conocimientos transatlánticos.
Desde inicios de este año, y hasta el 2018, muchas exposiciones conmemorativas se han montado en algunos de los principales museos londinenses. Por ejemplo, en el Museo Marítimo Nacional ubicado en el municipio de Greenwinch además de contar con un espacio dentro de las exposiciones permanentes dedicado a la Gran Guerra (The War Years), se montó la muestra War Artists at Sea (Artistas en el mar de guerra). Compuesto por un poco más de cincuenta lienzos, acuarelas, retratos y episodios de la vida cotidiana de ingleses durante las dos Guerras Mundiales. El gran protagonista es el mar invadido por la tecnología: submarinos y grandes plataformas marítimas permitieron despegar aviones para lanzar bombas y cohetes mientras poblaciones enteras dormían. Muchos son los cuadros que retratan la barbarie y la urgencia de cumplir con el cometido patriótico. Aquellos que describen escenas de la vida cotidiana, vemos a hombres fuertes trabajando metales junto a calderas tan inmensas como el mismo infierno; tormentas y grandes olas que desean tragarse los barcos de guerra; bombas caer en medio de la oscuridad como si fueran luces de navidad… Los retratos son rostros desde mariscales a soldados rasos llenos de espanto; algunos llorando, otros forzando una sonrisa y otros con la mirada extraviada mientras sus cuerpos ya están mutilados.
Pero el arte conmemoracionalista y los monumentos no sólo llevan a pensar en esos escenarios donde se despliegan las más diversas demandas y conflictos, luchas de memorias locales, imperiales y nacionales del papel de Inglaterra en la Gran Guerra y sus efectos en la política económica mundial. También lleva a pensar en las deudas históricas que tiene con aquellas naciones de la Commonwealth (Asociación de países que en el pasado fueron colonias británicas) por haber alimentado sus ejércitos con jóvenes de Asia y África.
La propaganda británica fue tan fuerte que hoy en día se ha recuperado para atraer a las nuevas generaciones refiriendo un pasado colectivo histórico y mítico. Hace cien años, los diarios británicos ponían en primera plana mensajes sensacionalistas para reclutar voluntarios:
«El Imperio está a las puertas de la mayor guerra en la historia mundial. Si eres un joven patriota responde al llamado. Inglaterra y su imperio resurgirán más fuertes y unidos que nunca.»[4]
Miles de británicos y soldados de las Indias Occidentales, África, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, entonces colonias inglesas, fueron a la Guerra. Imaginar a jóvenes que oían sobre las expediciones colonialistas de militares como Lord Kitchener, quien fue una pieza clave para el Imperio Británico en sus campañas en Medio Oriente y en África, muchos hombres de aquella época vieron en él un icono glorioso. ¿Cómo no sentirse seducido al ver en posters y en primera plana de periódicos a Lord. Kitchener, apuntando con el dedo diciendo: “Britons wants you. Join your Country´s army! God save the King” (Te buscamos a ti. ¡Alístate en el ejército de tu país! Dios salve al Rey), o más directamente: “You are the Man I want” (Tú eres el hombre que necesito).
Lord Kitchener ha vuelto a revivir la propaganda bélica en la Inglaterra del siglo XX. Miles de souvenirs replican su rostro y las consignas que llevaron a miles a participar en la Gran Guerra. Al visitar varios museos en Londres, sin excepción alguna, encontré en sus tiendas varios artículos vintage que refieren lo sucedido hace cien años: tazas, posters, postales, recuerdos (medallas, pins), plumas, lápices, libretas, imanes; paquetes de réplicas de periódicos del momento con las noticias más destacadas, objetos de estaño, peltre y metal (teteras, tazas, cubiertos, platos); flores de amapolas en joyería, cojines, lienzos; juguetes a escala de barcos y aviones al servicio bélico; cascos de plástico, rompevientos, botas de hule y capas para la lluvia; mapas, silbatos, juegos de cartas y ajedrez. Una curiosidad me invadió cuando en el Museo Imperial de Guerra vi fetiches y amuletos (patas de conejos o de gallina). Al ver a una chica que trabajaba pregunté qué significaba eso, y ella me contó que para los hombres más jóvenes que subían a los aviones era importante mear en la hélice del avión y pedir a Dios que los protegiera a través de los amuletos que llevaban, pues para muchos esa sería su primera y última vez. Justo mi visita a ese museo coincidió con una clase de niños de primaria que se paseaban por los escaparates viendo maravillados todos los objetos no dudando en comprar algunos para llevar a sus casas.
¡Y qué decir de las librerías! Foyles, la cadena de librerías más grande del Reino Unidos montó escaparates con cientos de libros que tocan el tema de la Gran Guerra. Hay poemarios, biografías, diarios de soldados, historias revisionistas; algunos tratan sólo de los frentes, otros de la guerra terrestre, otros de la guerra naval y así sucesivamente. Con lindos forros y breves comentarios en la primera o cuarta de forros de editores de The Thelegrap, The Times, The Guardian, The Independent, la crítica recomienda los que ya son best sellers.
Más allá del consumismo cultural, la gente común tiene sus formas de recordar, honrar u odiar lo que hizo de la Gran Guerra un hito en la historia mundial. Campesinos y sectores de las clases trabajadoras muestran discretamente con pins en formas de amapolas o en los espejos retrovisores de sus autos breves insignias que les unen al pasado cuando se saben descendientes de personas que murieron en combate o como “daños colaterales”, y recuerdan que sí bien la Guerra permitió a Inglaterra demostrar su poderío ante los otros imperios, muchos civiles y soldados no soñaron encontrarse con la muerte.
[1] “Apagan las luces en Londres a 100 años de la Gran Guerra” en, La Crónica, 6 de agosto de 2014. Consultado en: http://www.milenio.com/internacional/Primera_Guerra_Mundial-aniversario_Gran_Guerra-apagan_luces_Reino_Unido-caidos_Guerra_0_347965501.html
[2] Clive Aslet, War Memorial. The story of one village´s sacrifice from 1914 to 2003, Reino Unido, Penguin, 2013.
[3]Aslet, Op. Cit. Véase el comentario de su obra en: http://penguinblogposts.wordpress.com/2014/08/04/clive-aslets-war-memorial/
[4] “Día a día: Alemania invade Bélgica, la guerra mundial ya no tiene punto de retorno” en, BBC Mundo, 4 de agosto de 2014”. Consultado en: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/08/140730_primera_guerra_mundial_4_agosto_mz.shtml?ocid=socialflow_facebook
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