La mesa o cena del Señor, es considerada dentro de la cristiandad como uno de sus grandes símbolos. Dentro de las razones que se pueden esbozar para tal afirmación, puede mencionarse la dimensión kerigmática de la misma por las imágenes que utiliza (el pan y la copa). Este espacio kerigmático anuncia el mayor acto de solidaridad: Dios, en la figura de Jesús, se ofrenda en una cruz para inaugurar nuevas realidades al género humano.
Ahora bien, esa nueva realidad que posibilita la cruz y que se afirma en la cena, está lejos de promover visiones de una espiritualidad que alienten el individualismo y procuren descontextualizar al ser humano. Entendemos que la mesa o “mesas” de Jesús mantienen una coherencia con el proyecto de Dios; proyecto que no solo provee un camino hacia la trascendencia, sino que propone una metodología que nos lleva a asumir nuestra realidad colectiva y a desarrollar modelos de convivencia digna.
Por lo tanto, las mesas de Jesús renunciarán a entrar en conflicto o contradecir toda la propuesta integradora del reino. Estos espacios solo confirmarán la dinámica horizontal y vertical de una espiritualidad que ha sido previamente presentada y desarrollada por Jesús. Entendiendo esto, proponemos, para fines de este artículo, una lectura de las mesas que incluya una proyección socio-económica inclusiva y, por qué no, política. Consideramos que las mesas de Jesús se constituyen en “mesas proféticas” porque se establecieron (y se supone que se establezcan) como plataformas donde se realizaron pronunciamientos que perseguían validar los principios de amor, dignidad, paz, igualdad y justicia, establecidos como estrellas polares en el planteamiento de Dios.
Creemos que en estas mesas donde Jesús se involucró, se construye un paradigma que sirve para iluminar nuestra reflexión social y para discernir y optar por proyectos que adelanten la agenda de su reino aquí y ahora. También creemos que en cada espacio “gastronómico” Jesús se pronunció sobre asuntos álgidos, difíciles y así, acompañó y pastoreó a su pueblo. Al parecer, estas mesas de Jesús tendrán la capacidad de realizar una mirada crítica del entorno y traerá a colación asuntos como la estratificación, la violencia de género, la diversidad y la justa distribución de riquezas. Siempre acontece algo cuando Jesús se sienta a comer.
Un primer ejemplo sobre lo anterior podemos verlo en la escena del Evangelio de Marcos capítulo catorce, versos del 3-9. En esta mesa, irrumpe una mujer que ha derramado un frasco de perfume muy costoso sobre Jesús. Tal acción ha provocado la reacción de los discípulos. Esa reacción está determinada por una visión de mercado (“podía haberse vendido”, v.5). Jesús, por su parte, decide validar la acción de esta mujer por que ha encarnado el reino al dar y repartir. Esta mesa ha servido para contrastar perspectivas (visión de mercado vs. visión del reino), entendimientos e ideologías y para presentar de forma clara en qué consiste la esencia del proyecto cristológico.
En la misma escena, pero en la versión de Lucas (7:36), es el fariseo el que reacciona. Su acto amoroso y solidario es amenazado con la acusación de que es pecadora. Nunca se menciona el pecado de la mujer. Sin embargo, detrás del estatus y el rol fariseo, se puede discernir un acto de violencia en la articulación de una visión clasista y alienante con lenguajes piadosos. Aún así, la respuesta de Jesús provoca una revisión de “espiritualidades” excluyentes a la luz de su propuesta. Ante el lenguaje estigmatizante, Jesús propone la libertad y la inclusión. El lenguaje del perdón, es un lenguaje de oportunidad.
En el mismo evangelio, pero en el capítulo seis, se nos invita a otro banquete, a otra mesa. Su base y su fundamento son la compasión. Una vez más, sus discípulos utilizan la lógica del mercado. Primero proponen la cesantía: “Despídelos”, y luego alegan un déficit ¿Qué vayamos y compremos pan por doscientos denarios y les demos de comer? Con todo, retumban las palabras de Jesús: “Denles ustedes de comer”. Ante la propuesta de sus discípulos, Jesús propone la hospitalidad, compartir y no ponerle precio al hambre del pueblo[1].
Jesús, antes de repartir los recursos, manda sentarse a la multitud hambrienta. El dato es revelador y revolucionario. En la construcción social de la época, sólo los ricos podían sentarse y recrearse en la comida. El pobre en cambio, por la urgencia que se le impone para sobrevivir, no puede hacerlo y come de pie[2]. Jesús, al sentar a la multitud y establecer este banquete, se pronuncia. Todos aquellos que disponen de capital y recursos tienen el deber de procurar que todos/as disfruten de ellos, aunque los que controlen la riqueza insistan en déficits y cesantías. Las palabras de Jesús aún permanecen: “Denles ustedes de comer”.
Por último, nos topamos con el gran banquete. La última cena de Jesús y sus discípulos (Mc:14:12-31). En esta mesa todos participan incluso aquellos que tienen ideas distintas con relación a la mayordomía del reino (Judas). Todos, publicanos, zelotes y pescadores hallan espacio en ella. En esta mesa no se persigue al que no piensa igual. Es el gran símbolo de la inclusividad. Es en esta mesa donde, ante las amenazas constantes de traicionar y distorsionar la causa del reino, se proponen cambios de rumbo; agendas que garanticen la vida.
De la misma manera y como en las mesas anteriores, se procura la igualdad, la afirmación de los grupos marginados y una justa distribución de las riquezas. El texto nos dice que Jesús partió y repartió. Según el Dr. Eliseo Pérez, estas acciones eran propias de las mujeres y los esclavos. Jesús, además de hacerse uno con estos grupos y hacer de su dignidad algo sagrado, también “sacramenta” el acceso a una economía justa por parte de todos los que habitan esta tierra.“Tomad”, del griego “Lábete”, dándonos a entender que todos los que se encontraban en esta mesa degustaron los bienes ofrecidos.
A todos se les repartió y todos comieron.
En conclusión, las mesas de Jesús nos desafían a repensar las dimensiones de la “comunión”. En nuestros contextos eclesiales también se le llama al momento de la cena como “El acto de comunión”. En él se aspira, no solo a conmemorar el efecto salvífico de la cruz, sino a renovar el pacto con nuestro Señor. Se percibe el evento eucarístico como un portal que nos ayude a “ascender” y trascender.
Sin embargo, a la luz de los asuntos socio-económicos que levantan las mesas de Jesús, una comunión plena solo puede gestarse y lograrse cuando incluimos, en el cultivo de nuestra espiritualidad, elementos que nos afectan en lo colectivo. Sentarnos a “la mesa” sin ponderar las dimensiones sociales, económicas, políticas y colectivas e integradoras del reino, es solo procurar ascender sin descender. No olvidemos que la grandeza del plan de Dios en Cristo consistió precisamente en su capacidad de descender (Fil:2:5-11). De acuerdo a la ecuación divina, se “sube” “bajando”.
Entendemos que “la mesa” y “las mesas” de Jesús son herramientas útiles en el momento de querer problematizar nuestra realidad, pero sobre todo, se constituyen en brújulas que proveen dirección, si es que realmente nos atrevemos a transformar, en el nombre de Jesús, nuestro contexto desde la raíz.
Al sentarnos nuevamente en la mesa, es medular reflexionar seriamente sobre su pronunciamiento. Una meditación seria sobre los “mensajes de las mesas” debe llevarnos a incluir en nuestra reflexión a nuestros hermanos y hermanas boricuas que actualmente sufren la marginación, alienación, violencia, el rechazo por su orientación sexual, el desempleo, la escasez y la injusticia. Con la reflexión seria, también se hace necesario que nos permitamos inspirarnos en su modelo, para que, como planteara el teólogo de la esperanza, las promesas del futuro iluminen nuestro presente.
Al sentarnos a la mesa sin ponderar todo lo anterior corremos el riesgo de celebrar mesas “corintias”. Las “mesas corintias” eran mesas indignas quebrantaban un principio de comunidad, de inclusividad. Ante tal pecado, se hacía necesaria la reflexión y el arrepentimiento. Las mesas de Jesús también mantienen una dimensión educativa. Ellas nos brindan la oportunidad diaria de enseñar acerca de la vida y del derecho sagrado a comer[3]. Alrededor de esa mesa se aprende a ser justos o injustos[4].
Participemos de la mesa y de “las mesas”. Aceptemos su invitación, no para afirmar una fe insípida y que sobreviva, sino para asumir compromisos que transformen.
[1] Eliseo Pérez Alvarez. Serie: Conozca su Biblia: Marcos. 1era Ed. (Minneapolis, U.S.A. Augsburg Fortress, 2007). 127.
[2] Conferencia dictada por el Profesor Eliseo Pérez Álvarez como parte del curso: Introducción a la Ultima Cena: Una degustación geopolítica y económica. 22 de octubre de 2009, Seminario Evangélico de Puerto Rico.
[3] Eliseo Perez Alvarez. The Gospel to the Calypsonians: The Caribbean, Bible and Libaration Theology. 1era Ed. (Coyocán, Mexico, D.F. Publicaciones el faro,2004) 134.
[4] Ibid.