Posted On 22/02/2018 By In eclesiología, Pastoral, portada With 3791 Views

Las “ovejas perdidas” ¿multitud? | Ignacio Simal

Hoy me salía al encuentro un texto que escribí hace ¡ocho años! Creo que sigue siendo vigente. Lo publico con algunas revisiones menores. En los inicios del año 2010 escribía:

Hoy el protestantismo global tiene un número no contabilizado, pero considerable, de “ovejas perdidas”. Esas “ovejas” son personas de carne y hueso (¿cuánto más vale la vida de un ser humano que la de una oveja?) que una vez compartieron nuestros espacios comunitarios, pero que hoy ya no los frecuentan. No quiero entrar en las razones, o sinrazones, que causaron su abandono de la comunión física con el pueblo de Dios, pero debo dejar claro que –en la mayoría de los casos- en ningún momento dejaron a un lado sus convicciones y la comunión con el Señor que un día les salió al encuentro. Conozco a un buen número de hermanos y hermanas en esa situación.

Siempre me ha gustado la parábola que narró Jesús de Nazaret en cierto momento de su ministerio itinerante. Me refiero a la parábola de “la oveja perdida”. Aquella oveja por la que el pastor, el buen pastor, dejó a las 99, fue en su busca y cuando la encontró experimentó una explosión de alegría. Es una narración plenamente vigente, aunque tal vez no sea una “oveja” sino multitud. Espero que no lo duden mis lectoras y lectores.

En una época donde se habla de la necesidad de comunicar la buena noticia a nuestros contemporáneos, donde algunos escriben sobre la necesidad de contender por la ¿sana? doctrina… Cuando se comenta, no sin cierta alegría, acerca del decrecimiento de las llamadas iglesias históricas y el ¿crecimiento? de las iglesias ancladas -en el mejor de los casos- en el siglo XVI , nadie cuestiona o se pregunta por aquellas -y aquellos- que abandonaron, por variadas razones, nuestras comunidades evangélicas. Tal vez son nuestro hijos e hijas, nuestros familiares o nuestros amigos… Pero qué mas da, cayeron en el olvido de los pastores y de todos nosotros… y acudimos -sin vergüenza- a la cruel justificación, pero muy conveniente para acallar nuestras conciencias, de que “salieron de nosotros porque no eran de nosotros”.

Por otro lado, también se da la paradójica situación de personas que, aun estando entre nosotros, son auténticas “ovejas perdidas” en medio de la algarabía de nuestras celebraciones comunitarias. Qué cosas tan extrañas ocurren entre aquellos que les ha sido encargado el Evangelio, la “palabra de reconciliación” entre los seres humanos, y de estos con el Dios de la Gracia.

El corazón se embute en el vestido de la tristeza y las cenizas al recordar a innumerables personas (si acaso no recordamos sus nombres, no olvidamos sus rostros) que ya no están entre nosotros, y ello nos debe hacer entonar un “mea culpa”, ya que todos , y todas, somos responsables, en una medida u otra, de su éxodo de entre nosotros.

Dios, nuestro Señor, nos convoca a mover cielos y tierra a fin de encontrar a las personas que otrora caminaban a nuestro lado. Él, en Cristo, así lo hizo, para escándalo de aquellos que se consideraban “justos” y fieles a la voluntad divina ( si lo dudáis, ahí tenéis la parábola del “Hijo Pródigo”, o del “Padre bueno”).

Quiero pedir disculpas ya que, en honor a la verdad, cayeron en el olvido hasta cierto punto, pues sucede -en más ocasiones de las que imaginamos- que la comunidad de “los justos” se acuerda, en el mejor de los casos, de “sus ovejas perdidas” cuando otra comunidad u otro pastor las encuentra. ¡Qué cosas!

Mientras tanto, mientras alguien no las encuentre, sigamos reflexionando de cómo hacer crecer el “rebaño” a fin de que supere la cifra de 99… siguiendo condenando al ostracismo del olvido más miserable a las “ovejas perdidas” que no dudo que a estas alturas sean multitud.

¡Cuántas cuentas pendientes..! Que Dios nos perdone.

Ignacio Simal Camps
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