20 de enero, 2021
“[La buena noticia de Jesús] es perfecta, reconforta al ser humano; [el Evangelio que proclamó el Profeta de Nazaret] es firme, al sencillo lo hace sabio […] más cautivador que el oro […] más dulce que la miel.” (Sal. 19:8, 11)
No siempre, pero ocurrir ocurre. Hay estaciones en la vida que nos parece tener tan a mano a Jesús, -hemos leído tantas veces las narraciones evangélicas-, que ya no provoca en nosotros ese tipo de asombro, como antaño, que fascina tan radicalmente nuestra interioridad que nos impele a hacer de la voluntad de vida que se expresa en sus palabras y acciones, el principal -si no el único- alimento de nuestras existencias. Y así buscamos otros alimentos, otros tipos de “pan” que sacien nuestra falta de asombro por Jesús de Nazaret, y así nos descentramos. Y en ese descentramiento nuestra identidad cristiana se transforma en hastío.
Por ello, ruego al Señor que su Espíritu, que nos anhela siempre, nos conceda constantemente la renovación de nuestra experiencia de seguimiento, de tal manera que podamos proclamar a los cuatro vientos que el Evangelio y el Dios que en él se manifiesta son más deseables que cualquier otra cosa del mundo. Solo en él hallamos el significado de la existencia y la Palabra que nos hace partícipes de la vida que traspasa las fronteras de la muerte.
Sola Gracia.
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