Posted On 27/01/2023 By In Biblia, portada With 993 Views

Lázaro: agua subterránea | Adelina Fernández

UNA INTRODUCCIÓN MUY LARGA

Son las seis y cuarto y ya estoy en la estación, a mi tren le quedan 45 minutos para salir. Volver a Madrid después de las dos semanas de vacaciones por navidad siempre, siempre me cuesta. Así que mi ritual de llegar sin prisas a la estación y con tiempo suficiente para sentarme en una cafetería, la misma aunque las ciudades sean distintas -ventajas de la globalización- me ayuda a prepararme para el regreso al lugar que se ha convertido en mi segunda casa, por el que me encanta pasear, callejear y descubrir cosas nuevas. Cosas que pareciera que estuvieran ahí, esperándome, solo para que yo las encuentre a modo de perlas.

Mi ritual consiste en sacar el libro que en ese momento esté leyendo, silenciar el teléfono y disfrutar de mi café con leche, en taza y sin azúcar. Mientras recorro las palabras, cual sendero, me suelo detener en la que ha evocado alguno de los recuerdos que me he metido en la maleta para los momentos en los que la añoranza aprieta y una tiene que seguir resistiendo. Cuando eso pasa, cierro los ojos y en actitud orante doy gracias Dios por cada mueca en la piel, por cada pellizco que me ha dado la  vida para recordarme que sigo despierta y que tanto amor, tanta belleza, tan fraternidad y camaradería, tanta bondad inmerecida es real.

En esta ocasión mi lectura ha sido una colección de artículos sobre los signos en el Evangelio de Juan. Hace casi una semana que intento ponerme a escribir el trabajo que ha pedido el profesor de espiritualidad joánica, pero he sido incapaz. Mi buena amiga me ha dicho, para consolarme, que eso –la incapacidad– es señal inequívoca de que he desconectado del todo. Sin embargo, no estoy tan segura de eso. En esta semana he alternado comentarios bíblicos con poemas inspirados en la Biblia y sus historias. La poesía me ha rescatado en varias ocasiones y me ha ayudado a interpretar este hermoso galimatías que puede llegar a ser el mundo.

Por pura misericordia ha caído en mis manos unos poemas que tienen como foco común la señal de Lázaro. Confieso que al principio me resistí a dejarme seducir por ellos. Tenía una idea clarísima sobre el trabajo que quería hacer: el signo del agua como paradigma de seguimiento en Juan. Una no tiene que ser muy instruida para darse cuenta de que el agua constituye un elemento estructurante en el cuarto evangelio. En mis lecturas de los textos, he intuido que en los distintos encuentros con Jesús, y los que acaban siguiéndole, el agua siempre está presente de una forma u otra. Observé distintas facetas de un disculpado que surge de la alegría mesiánica en las bodas de Caná y como un nuevo yo  a la luz del espíritu que nos exige nacer otra vez como a Nicodemo. Un discipulado como llamado universal junto al pozo de la samaritana, que solo podremos ver si nuestros ojos son abiertos como lo fueron los del ciego en Siloé.  Y sin duda, un seguimiento como siervas que se ciñen la toalla y lavan pies sucios, mientras observan el costado que será abierto y del que brotará sangre y agua. Vi incluso un patrón narrativo: hay un encuentro con Jesús, se asombran de Jesús, hay una revelación de su persona y finalmente una confesión. El discípulo según este esquema sería alguien que se encuentra con la persona de Jesús, se asombra y recibe una revelación que le arranca una confesión en movimiento hasta la otra orilla: la invitación de seguirle hasta el ágape.

Pero la belleza de los poemas vence el orgullo y se abre camino en medio de mis pensamientos ocupándolo todo. Así que paseo por los versos una y otra vez y dejo que me rediman de nuevo.

El primero de ellos fue de Luis Cernuda. Un poema que lleva como título el nombre de su protagonista y que podemos encontrar en la obra Las nubes.  Estamos ante un soliloquio dramatizado con una belleza homérica, donde el poeta da voz, y conciencia, al que ha sido devuelto a la vida. A continuación, unos versos en los que se recoge el momento en el que milagro tiene comienzo, allí en el interior de una cueva oscura:

Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,

El borde de una túnica incolora

Plegada, resbalando

Hasta rozar la fosa, como un ala

Cuando a subir tras la luz incita.

Sentí de nuevo el sueño, la locura

Y el error de estar vivo

Siendo carne doliente día a día.

Pero él me había llamado

Y en mí no estaba ya sino seguirle.

Magníficos los dos últimos versos: “Pero él me había llamado/ Y en mí no estaba ya sino seguirle”… ¿No es acaso esto la definición de una discípula? ¿No es la vocación apostólica?  Cierto es que Cernuda escribe este poema teniendo en la mente, y en el corazón, el exilio español. Su Lázaro es un expatriado, como el de Maragall, que vuelve al “error de estar vivo” en una tierra que ha visto el asesinato de Lorca, y que fue escenario de una batalla campal entre hermanos. Me pregunto, si no nos pasa esto a nosotras también. Expatriadas del paraíso al que ya no es posible volver, porque todos los caminos están contaminados por la violencia y el vacío.  ¿Nos experimentamos como mujeres nuevas que tienen algo de muerta en vida? ¿”La carne doliente de cada día” nos recuerda “que todo tiene su precio. Yo he pagado / El mío por aquella antigua gracia» y nos obliga a ver como quien ve «con la misma fatiga/ del muerto que volviera / Desde la tumba a una fiesta lejana”?

El siguiente poema fue el  descubrimiento de la poetisa británica Elizabeth Jennings en su libro Song for a Birth or a Death. Si el Lázaro de Cernuda nos contaba la experiencia en primera persona, en el de Jennigs el milagro es narrado por un testigo presencial.

 It was the amazing white, it was the way he simply

Refused to answer our questions, it was the cold pale glance

Of death upon him, the smell of death that truly

Declared his rising to us. It was no chance

Happening, as a man may fill a silence

Between two heart-beats, seem to be dead and then

Astonish us with the closeness of his presence;

This man was dead, I say it again and again.

All of our sweating bodies moved towards him

And our minds moved too, hungry for finished faith.

He would not enter our world at once with words

That we might be tempted to twist or argue with:

Cold like a white root pressed in the bowels of earth

He looked, but also vulnerable –like birth.

La voz poética enumera las evidencias de la resurrección de Lázaro: “Fue la increíble blancura, fue la forma en que simplemente/ Se negaba a contestar nuestras preguntas, fue el aspecto pálido y frío / De la muerte sobre él, el olor a muerte que realmente / Declaró su vuelta hacia nosotros”.  Entre los elementos que confirman el regreso del protagonista está el olor a muerte… Estas palabras me hicieron dejar de leer para olerme. Olfateé la bufanda roja que llevaba puesta. Queriendo ir más allá de la superficialidad de la fragancia de peonias blancas y jazmín, inclino mi cabeza buscando el interior de mi cuello, y apretando los puños y en voz baja hago la plegaria: “por favor, que no huela a muerta”. Me aterrorizó la idea de que después de nacer de nuevo, en mi vulnerabilidad, las evidencias no fueran distintas a las del Lázaro de este poema. ¿Es mi perfume, un perfume agradable a Dios, a las mujeres y a los hombres? ¿Qué rastro dejo tras de mí? Mi deseo es que alguien pueda exclamar: “Este hombre estaba muerto, lo digo y lo repito”.

Tomé el último sorbo de café y me dirigí a la zona de control. Sentada ya en el tren, saqué mi Biblia y busqué el capítulo 11 del evangelio de Juan y lo que hallé en sus primeros 45 versos hicieron estallar mi corazón y mirando por la ventana susurré: “En Lázaro el agua es subterránea”.

 

UN BREVE COMENTARIO

Había un enfermo llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y su hermana Marta. María era la que había ungido al Señor con perfumes y le había enjugado los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro estaba enfermo. Las hermanas le enviaron este recado:
—Señor, tu amigo está enfermo.

               Los primeros versos del cap. 11  nos introducen en la historia. Juan empieza su relato casi como un cuento había un enfermo… así que predispone al lector a instalarse en unos parámetros en los que lo extraordinario puede aparecer y sorprendernos, además de enseñarnos algo trascendente. Como escribiera Marzal, guardando las distancias:

De entre todos los mitos que ha forjado

el invencible espíritu del hombre,

para sentir orgullo contra el frío

y tolerar su noche en esperanza,

el relato sin duda más sublime,

la fábula mejor jamás urdida,

es el anhelo mágico de la resurrección.

                El enfermo es Lázaro de Betania y se presenta en función al parentesco que tiene con Marta y María. Pereciera que Lázaro será el protagonista, pero descubriremos que hay más de uno. Ya en el primer versículo el narrador cambia el foco de Lázaro a María añadiendo a su descripción de ella la anticipación de un hecho, la unción de Jesús con el frasco de alabastro, en el siguiente capítulo. Esta prolepsis evidencia el intencional añadido de un redactor posterior que quiere ponderar a María.

                La acción se inicia con una petición en forma de recado que las hermanas del enfermo hacen llegar a Jesús, que se encuentra “al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan” (10:40b).   Marta y María son escuetas: Señor, tu amigo está enfermo. Esta vez Lázaro se presenta en relación a Cristo, es su amigo, al que ama (aquí el verbo es φιλεῖς frente al ἠγάπα que aparece en el v. 5) De forma circular la escena introductoria es cerrada como empezó con la mención de la enfermedad. La expectación está servida porque los lectores quieren saber cómo va a actuar Jesús ahora, qué va a hacer, cómo se desarrollarán los acontecimientos. Los versos (4-6) que siguen a continuación muestra la contestación de Jesús:

Al oírlo, Jesús comentó:

—Esta enfermedad no ha de acabar en la muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

Jesús era amigo de Marta, de su hermana y de Lázaro. Sin embargo cuando oyó que estaba enfermo, prolongó su estancia dos días en el lugar.

Jesús anuncia la finalidad doble que tendrá la enfermedad, una enfermedad que no va a acabar en muerte, sino que es para (1) gloria de Dios y para (2) que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Un lector atento recordará que la última vez que los discípulos vieron la gloria de Dios fue en las bodas de Caná, así que se esperará un milagro.

Nos llama poderosamente la atención que el conocido libro de los signos acabe y empiece igual. Nos explicaremos. La primera señal que hizo Jesús y la última que encontramos en esta sección, que abarca los capítulos (1) 2-11, tiene como objetivo, por medio de la manifestación de la gloria de Dios, que  los discípulos crean.  En las bodas es la madre de Jesús quien describiendo la situación brevemente: “No tienen vino” (2:3) impulsa, precipita la acción milagrosa de su Hijo, cuya hora aún no había llegado. Esta descripción del problema que  hace María, se nos antoja parecida al recado de nuestras hermanas. Y en las dos señales, Jesús tiene su tiempo de respuesta. La hora llega, cuando él dice que ha llegado. La actuación del Hijo no llega hasta que no se alinea con el Padre. Solo así, bajo su voluntad, su gloria es revelada y su Unigénito es glorificado para que todos los discípulos crean, para que todos los lázaros sean devueltos a la vida.

El autor de Juan hace un excelente ejercicio de composición, de estructuración del evangelio: el libro de los signos, abre camino con la resurrección de Lázaro y la unción para sepultura del cp. 12 el libro de la gloria. Y esta gloria se verá en su máxima expresión en el momento más humillante: el levantamiento del Hijo del hombre en la cruz del Calvario.

Si se nos permite un paréntesis, la chica que lee en el tren, camino a Madrid, nos hace unas preguntas: “Si en aquella primera señal el agua estaba en las tinajas, ¿habrá agua en esta última también? Si es así, ¿dónde está? ¿En el interior de la cueva? ¿Bajo tierra? Si en Caná intuíamos un discipulado que nacía de alegría mesiánica simbolizada en el buen vino,  ¿en Betania se puede intuir un discipulado que se ha de mantener en la dureza, la tristeza y la angustia que provoca una enfermedad, que a ojos humanos ha acabado en muerte, hasta que el agua brote de la tumba?”

Dos días decide permanecer Jesús al otro lado del Jordán. Todos los lectores pueden vaticinar que Lázaro habrá muerto, antes de que el Señor, su amigo, lo vea. No podemos evitar conectar esto con la pasión de Jesús. Lázaro es prototipo de Cristo, al que le era necesario morir para que la gloria de Dios se manifestara en su vida. Lázaro también tenía su propia copa y Jesús no la apartó de él. Como sucedió aquella noche en el Getsemaní.  En la angustia de ser  prendido, Jesús pide que se pase la copa, pero el cáliz tuvo que beberse.

Pasados esos dos días, se toman decisiones.

Después dice a los discípulos:
—Vamos a volver a Judea.
Le dicen los discípulos:
—Rabí, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y quieres volver allá?
Jesús les contestó:
—¿No tiene el día doce horas? Quien camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; quien camina de noche tropieza, porque no tiene luz.
Dicho esto, añadió:
—Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo.
Contestaron los discípulos:
—Señor, si está dormido, sanará.
Pero Jesús se refería a su muerte, mientras que ellos creyeron que se refería al sueño.
Entonces Jesús les dijo abiertamente:
—Lázaro ha muerto. Y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Vayamos a verlo.
Tomás, que significa mellizo, dijo a los demás discípulos:
—Vamos también nosotros a morir con él.

                Jesús decide que hay que volver a Judea, donde los judíos lo buscaban para matarle. Esto mismo le dicen sus discípulos y reciben una contestación algo confusa (vv. 9-10), aunque muy joánica, en nuestra opinión. Se recoge aquí los elementos de noche y día, tinieblas y luz. El autor conexiona de esta forma lo que ocurre en esta historia, con los relatos anteriores: la intención de matar a Jesús por lo que tiene que ocultarse del cp. 10; el tema de la luz y la oscuridad que se observó en el cp. 9 con el ciego (de nuevo el agua) y con la necesidad de caminar en el día mientras se pueda (aquí Brown apunta a Jr. 13:16 donde se exhorta al pueblo a dar gloria a Dios antes de que oscurezca y tropiecen) y una última conexión con el cp. 8 con la desaprobación de caminar de noche.

                Jesús añade algo que sus discípulos malinterpretan:

Dicho esto, añadió:
—Nuestro amigo Lázaro está dormido; voy a despertarlo.
Contestaron los discípulos:
—Señor, si está dormido, sanará.

                El lector puede imaginar que los discípulos encuentran la excusa perfecta para no volver a Judea a jugarse la piel. Si Lázaro duerme, sanará. “Problema resuelto Rabí, nos quedamos aquí tranquilitos”. Con que ojos de misericordia debió de mirarles el Maestro, mientras les aclaraba la confusión: Lázaro está muerto. Esto es un motivo de alegría para Jesús, que ve en la muerte de Lázaro, aquello que ya anticipó: verán y creerán. El narrador pone en boca de Tomás la decisión que toman los discípulos. Lo siguen hasta Judea. Sin embargo, intuimos que no lo siguen con la motivación adecuada, no será hasta después de la Pascua que entenderán realmente lo que implica ir a morir con él.

                Un inciso pequeño desde el vagón. Una característica de las discípulas y discípulos de Jesús joánicos, es que una vez abiertos los ojos, como el ciego en Siloé, pueden caminar a la luz del día, porque siguen a la luz del mundo. El agua subterránea de Lázaro ha hecho un largo recorrido para llegar hasta Betania y esperar a ser descubierta.

 Cuando Jesús llegó, encontró que llevaba cuatro días en el sepulcro.
Betania queda cerca de Jerusalén, a unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para darles el pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta oyó que Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Marta dijo a Jesús:
—Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que lo que pidas, Dios te lo concederá.
Le dice Jesús:
—Tu hermano resucitará.
Le dice Marta:
—Sé que resucitará en la resurrección del último día.
Jesús le contestó:
—Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees?
Le contestó:
—Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo.

Cuatro días lleva muerto nuestro amigo Lázaro, cuando Jesús aparece. El narrador nos dice que las hermanas no están solas, sino que como Betania está cerca de Jerusalén muchos habían ido a consolarlas. En medio del duelo Marta escucha que el Señor ha llegado y sale a su encuentro, mientras María se queda sentada. Las hermanas actúan acorde a sus caracteres descritos en los sinópticos. Marta corre y se afana, María se queda sentada en casa.

Es tentador pensar que lo que Marta le dice a Jesús al verlo, lo hace en tono de reproche: Si hubieras estado aquí [Señor] mi hermano no habría muerto. Estaba en su derecho, ¿no? Le había avisado de la enfermedad de Lázaro, su amigo, al que amaba, y llegó tarde. Desconocemos si habrían ido con el “cuento” a Marta de que Jesús decidió quedarse unos días más. Humanamente hablando, como si pudiéramos hablar de otra manera, Marta tenía motivos y dolor suficientes para recriminarle a Jesús su ausencia y su tardanza. Sin embargo, la siguiente frase nos indica que posiblemente no fuera así. Marta sabe, verbo joánico para describir a sus seguidores. Los discípulos son aquellos que conocen, saben quién es Jesús porque se han encontrado con él y ese encuentro le has transformado la vida. Insistimos, la hermana de Lázaro sabe que Jesús tiene una relación especial con Dios: yo sé que lo que pidas, Dios te lo concederá. Podemos decir que quizás el saber de Marta en estos momentos es una sombra del conocer de Dios que tendrá después de la resurrección, la de su hermano y la de su Señor.

Jesús le contesta que su hermano resucitará, y Marta le dice que eso también lo sabe. Un conocimiento teórico, sabe acerca de la creencia y posiciones ante  la resurrección de los muertos en el día final.  La respuesta de Cristo anuncia una escatología inaugurada. La resurrección se puede vivir aquí y ahora, porque el Reino de los cielos se ha acercado, porque el Hijo se encarnó y acampó en medio de nosotros. “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel vive y cree en mí, no morirá eternamente” es un estandarte del nuevo reinado, de los nuevos valores, de la nueva y abundante vida, que encontramos en el más hermoso de los hijos de los hombres.

Al leer este versículo la chica de la bufanda roja ha detenido su lectura. Apoyada la cabeza sobre el respaldo de su asiento, cierra los ojos y deja que sus recuerdos la transporten a la tarde del 31 de octubre de 1994. Ve a una adolescente a punto de cumplir 14, vestida con una especie de túnica blanca hasta los tobillos. Está sentada en un banco, al lado tiene dos amigas. El pastor dice su nombre y sube unas pequeñas escaleras para bajar los dos escalones que la conducen a una piscina, un bautisterio, con agua caliente.  Allí cogida fuerte de las manos de aquel hombre, al que ahora llama amigo, escucha estos versos, las mismas palabras que Jesús dijo a Marta y una pregunta: ¿Crees esto? Y con voz temblorosa exclama: ¡Sí, lo creo! Echa hacia atrás su cuerpo y lo sumerge bajo el agua. Al salir recuerda que acaba de morir y resucitar, de forma simbólica, con Cristo. Su discipulado la llevó a Betania, a decidir ir con su Maestro hasta Judea.

Marta deja a Jesús y va a llamar a su hermana, le dice que Jesús ha venido y que la llama, así que María va el encuentro de su amigo.

 Cuando María llegó a donde estaba Jesús, al verlo, cayó a sus pies y le dijo:
—Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto.
Jesús al ver llorar a María y también a los judíos que la acompañaban, se estremeció por dentro y dijo muy conmovido:
— ¿Dónde lo habéis puesto?
Le dicen:
—Ven, Señor, y lo verás.
Jesús se echó a llorar.

                Tenemos un calco del diálogo de Marta. La variante es la posición de las mujeres. Marta está de pie y María está a los pies de Jesús. Renunciamos a creer que la postura señala una fe mayor de la una sobre la otra. Creemos que como hemos dicho antes, las hermanas actúan de acuerdo a la descripción de los sinópticos.

                Señalamos como importante la reacción de Jesús ante el dolor de su amiga. Se estremeció por dentro. Gimió en el espíritu  y se agitó dentro de sí (ενεβριμησατο τω πνευματι και εταραξεν εαυτον). Algunos autores ven en estos verbos una expresión de indignación, de angustia extrema y argumentan diciendo que Jesús estaba harto de la falta de entendimiento y de fe de sus discípulos, de los judíos, de Marta y de María… Pero nosotros nos quedamos con la belleza que se destila de estos verbos: Jesús ante nuestro sufrimiento se conmueve profundamente. Si se indigna, es contra el mal y sus poderes que nos zarandean. La respuesta  es inmediata, el ritmo del relato se ha acelerado. Jesús quiere ir a deshacer las obras del maligno y pregunta dónde está Lázaro, al que ama. Después lloró.

Jesús se echó a llorar.
Los judíos comentaban:
—¡Cómo lo quería!
Pero algunos decían:
—El que abrió los ojos al ciego, ¿no pudo impedir que éste muriera?

¿Puede haber mayor muestra de amor? Eso mismo decían los que allí estaban. Otros, en cambio, cuestionaron a Jesús. Podemos oír la voz del Acusador a los pies de la cruz: “a otros salvó ¿y así mismo no puede?”. Pero Cristo sigue firme y prosigue hacia su meta: despertar a Lázaro.

Jesús, estremeciéndose de nuevo, se dirigió al sepulcro. Era una caverna con una piedra delante.
Jesús dice:
—Retirad la piedra.
Le dice Marta, la hermana del difunto:
—Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días muerto.
Le contesta Jesús:
—¿No te dije que si crees, verás la gloria de Dios?

Nos estamos acercando al clímax final de la historia. El milagro va a suceder, la gloria de Dios va a ser manifestada y para esto pide la participación de los que allí están.

La chica del tren sonríe y escucha a su melliza decirle: “Dios no va a hacer lo que tú puedes hacer”. Dios nos brinda ser partícipes del milagro, de su acción transformadora en el mundo, en nuestras vidas y la de los demás. Esto es fácil y extraordinario, cuando no estamos delante de la tumba de un ser querido. En muchas ocasiones espetamos como Marta: “¡Déjalo estar Jesús, si lleva ya cuatro días muerto, ¿no ves cómo huele?!”  El dolor nos hace ciegos y nos impide ver más allá de nuestras heridas. Y es entonces cuando el Buen Pastor, nos mira con ojos de misericordia y con un extravagante amor y compasión por nosotras y nos pregunta a modo de recuerdo: ¿No te dije que si creías verías la gloria de Dios?

Llegados a este punto, el lector  ya sabe que la promesa de Cristo se va a cumplir. Vamos a ser testigos de la revelación del poder Dios actuando a favor de la manada pequeña.

  Retiraron la piedra.
Jesús alzó la vista al cielo y dijo:
—Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la gente que me rodea, para que crean que tú me enviaste.
Dicho esto, gritó con fuerte voz:
—Lázaro, sal afuera.
Salió el muerto con los pies y las manos sujetos con vendas y el rostro envuelto en un sudario.
Jesús les dijo:
—Desatadlo y dejadlo ir.
Muchos judíos que habían ido a visitar a María y vieron lo que hizo creyeron en él.

La piedra ha sido retirada. Cristo adopta una posición orante visible para todos. El contenido de la oración muestra la confianza de Jesús en el Abba que siempre lo escucha. La fe del Señor revela el secreto para nuestra acción de gracias. Dios se ocupa de nosotros.  Además en la oración que aquí encontramos  hay propósito: revelar que es el Enviado de Dios Padre.

A voz en grito Lázaro es llamado por su nombre y se le manda salir fuera. Las ovejas conocen la voz del pastor que las llama por su nombre. ¡¡El muerto salió!! ¡El milagro fue hecho! ¡La promesa es cumplida, la obra del Enemigo está deshecha!  Esta señal que cierra de forma magistral el libro de los signos del Ev. de Juan, apunta a la gran victoria de Cristo en la Cruz, matando a la muerte desde la muerte misma, venciendo al hombre fuerte, devolviéndonos la certeza de una vida nueva, abundante, eterna.

En nuestro pasaje, Lázaro sale con las vendas y el sudario que le sujetaban las manos y los pies. Es desatado e invitado a seguir su camino: dejad que se vaya.  Lázaro ha nacido de nuevo, esa cueva oscura ha sido su vientre y como una parturienta ha roto aguas y la vida se ha abierto paso desde la oscuridad hasta la luz.

La gloria de Dios ha sido manifestada en este suceso. Esto provoca un concilio del sanedrín que concluirá juzgando a Jesús como un taumaturgo que cautiva al pueblo. La resurrección de Lázaro pone en movimiento la glorificación del Hijo de Dios. Comienza así, después del cp. 12, el libro de la gloria del cuarto evangelio.

 

ALGUNAS CONCLUSIONES

El hermosísimo signo de la resurrección de Lázaro no has brindado un recorrido, para mi sorpresa, a través del agua, por la primera parte del Evangelio de Juan. Asombroso ha sido descubrir como el agua ha ido yendo y viniendo a lo largo de los 12 primeros capítulos. Muchas han sido las formas en las que se nos ha presentado, dejando un itinerario que seguir, hasta el aposento alto, pasando por el costado de Jesús, invitándonos a pasar a la otra orilla para seguir a Jesús hasta el ágape.

No pensé encontrar agua en una cueva, eso se lo dejo a los espeleólogos. Sin embargo, he podido comprobar de nuevo la maravillosa riqueza de la Palabra de Dios.

Lázaro es la teatralización, la encarnación si se prefiere, del paradigma discipular que nos habíamos propuesto. Nuestro resucitado de Betania…

-Se encontró con la alegría mesiánica que transformó su lamento en baile.

-Nació de nuevo terrenal y espiritualmente.

-Por su cuerpo corrieron ríos de agua viva, que le quitaron la sed para siempre.

-Sus ojos fueron abiertos y pudo caminar en medio de la luz y sin tropiezo.

-Fue desatado de los elementos de la muerte para disfrutar de una escatología inaugurada que se vive en comunidad, desde dentro y desde abajo, ciñéndose la tolla y lavando pies.

-Fue un discípulo que decidió ir con Jesús para morir con él.

-Procuró seguirle hasta el ágape, recordando su costado abierto.

                El texto pasará por nuestra piel y nuestro corazón en la medida en la que nos reconozcamos en Lázaro, o en cualquiera de los personajes que aparecen en esta historia. Marta, María, los judíos y los discípulos fueron testigos de la manifestación de la gloria de Dios. Este era el propósito del milagro. El foco no  era el hecho portentoso. Jesús de Nazaret sabía que una fe basada en “pan y circo” no es una fe que permanece fiel incluso cuando la gloria de Dios parece que no se muestra, cuando las piedras no son quitadas y aún nos quedan restos de vendas en las manos o en los pies que dificultan andar el camino. Nuestra fe debe ser la del Hijo del Hombre ante la cueva- la de Lázaro y la suya- que con actitud orante agradece y es capaz de alegrarse en medio de cualquier situación porque se sabe escuchado por el Abba, el bondadoso, amoroso y poderoso Abba que nos llama por nuestro nombre y nos invita a salir fuera y a disfrutar de la vida que nos tiene preparada.

Soli Deo Gloria.

 

 

Adelina Fernández

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