Francis Bacon decía de los filósofos que «sus discursos son como las estrellas: dan poca luz porque están demasiado altas».
Lo mismo se puede decir de los teólogos. Paul Tournier se quejaba de que son los menos preparados para entender el duro mundo del trabajo y las relaciones sociales.
Es preciso cambiar de mentalidad y bajar de las nubes especulativas de las doctrinas y creencias, entendidas intelectualmente, y pisar el barro y el asfalto de nuestra tierra y de nuestras ciudades. Hay que entrar a conciencia y con rigor en las cuestiones económicas de nuestras gente no sólo para exigir contribuciones y diezmos para empresas misioneras o eclesiales, sino para entender ese mundo que tiene en vilo a cada persona desde que tiene edad de responsabilidad. Y, si es posible, ofrecer soluciones o modos de tratar el enredado mundo de la economía casera y bursátil, privada y pública.
En la predicación de Jesús abundan los ejemplos tomados de la economía doméstica y comercial de su época. Mediante ellos penetra en la psicología profunda de la economía. La mujer que angustiada barre la casa hasta encontrar la moneda perdida, pues en ella estaba el pan de sus hijos; el mercader que compra un campo porque sabe que hay un tesoro en ella y pondrá fin a los riesgos de sus operaciones; el amo de un campo que contrata jornaleros a distintas horas del día y sorpresivamente a todos paga por igual, porque igual es la necesidad de cada uno. El hombrecillo rico que se cree grande porque tiene los graneros llenos y esa noche un infarto le devuelve al mundo de la nada de la que procede. El especulador que cobrando impuestos se hace rico y al final una chispa de luz en su conciencia le hace ver la necesidad de enmendar sus males. Se podrían sacar muchas lecciones de economía de la vida y enseñanza de Jesús. Y de sus apóstoles, como cuando san Pablo dice que hay que trabajar, no para hacernos ricos, sino para tener qué compartir con el que tenga necesidad (Ef. 4:28; cf. 1 Tim. 6:18; Heb. 13:16). O aquel texto que dice: “Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno” (1 Cor. 10:24). San Agustín aprovecha la ocasión para comentar que la avaricia es como una máquina de fraudes para embaucar a alguien y conseguir, no lo propio, sino lo ajeno a modo de negocio” (Sermón 78,3-6), lo que viene muy a propósito de la presente crisis económica.
1. La información que nada aclara
Los medios de comunicación social, radio, prensa, televisión, no dicen toda la verdad y se ha creado la opinión generalizada de que el pueblo, el que más la sufre, es casi el culpable de ella, porque ha vivido por encima de sus posibilidades, ha gastado más dinero que disponía, se ha entregado al consumo desmedido. Siempre es bueno tener una víctima a mano a quien echarle la culpa. Pero aquí alguien miente descaradamente. Y mucho. Empezando por los intelectuales que se creen por encima de la vulgaridad del pueblo. Si el pueblo consume, acude a las tiendas y centros comerciales y compra aquello que piensa que le es necesario, o se toma unas cortas vacaciones para huir de la rutina, es criticado por su comportamiento gregario, aborregado. Claro, es mejor asistir al teatro, a la ópera, adquirir un cuadro carísimo, comprar un libro de colección, viajar al museo de algún país de renombre. Eso no es consumo, es un toque de distinción, y que aprendan los corderos a dejarse trasquilar con arte.
2. Economía del consumo y la evasión
Pero hay un pequeño problema que parece ignorarse. Si el pueblo no consume se hunde la economía. Pues cuando consumimos menos, producimos menos, y aumenta el desempleo. “El parón brusco del consumo —dice el titular de portada de un diario nacional— lleva a España a la senda de la deflación” (ABC, Madrid 31 marzo de 2009). Cuando la gente no consume los grandes del automóvil van a la quiebra, igual que los de las telecomunicaciones, las compañías aéreas, la industria del ocio y el turismo, la textil, etc.,, por no hablar de la construcción, cuyo cese ejerce un efecto dominó en multitud de negocios relacionados. Si los pobres no consumen aquí no hay quien se mueva [1]. Precisamente por esto, cualquier medida política que no favorezca el poder adquisitivo de la población colapsa la economía del país. Hasta los empresarios que tengan algo de sentido común tienen admitir que el aumento del desempleo, que conlleva pérdidas de entradas dinerarias en la familia, es un grave peligro para las empresas. “Cuanto más crezca el paro —dice Simón Pero Barceló, Presidente del Instituto de la Empresa Familiar—, más cerá el consumo y más difícil será sobrevivir” (ABC, Madrid 12 de Abril de 2009). El recorte familiar del gasto en bienes de consumo conduce a la deflación, es decir, a la reducción de precios de los productos fabricados por las empresas, aunque aumenta el poder adquisitivo de los asalariados.
Los ricos son los que menos contribuyen en esta economía de consumo. Como alguien ha dicho, al tener tanto dinero, necesitan menos para consumir y ahorran, poniendo el ahorro en bancos. De ahí que el aumento del dinero a los ricos no estimula el consumo, sino el ahorro y la inversión. Y, ¿dónde invierten los ricos y los bancos? (España es uno de los países con mayor número de millonarios que existen, pero que no declaran su renta). Lo hacen donde pueden sacar más beneficios. Nos invierten en la economía productiva, sino en actividades especulativas como las inmobiliarias, donde los beneficios alcanzaron dimensiones exuberantes, hasta el punto escandaloso de favorecer la corrupción a todos los niveles.
Por si fuera poco, los ricos pagan menos impuestos que los pobres. Casi el 90% de las grandes fortunas de España —y del mundo— defraudan a Hacienda y evaden impuestos. Las mayores bolsas de evasión fiscal pertenecen a contribuyentes con más de diez millones de euros que no declaran Patrimonio. A mayor fortuna, mayor evasión fiscal; esa viene a ser la conclusión de un estudio presentado por el colectivo de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha 2008), que muestra que casi el 90% de los contribuyentes con más de diez millones de euros defraudan al fisco. Según los cálculos de Gestha, alrededor del 86% de las “fortunas españolas” con un patrimonio superior a esos diez millones elude sus obligaciones fiscales al no declarar el Impuesto sobre Patrimonio. El 18% de las personas con unos bienes de entre medio millón y un millón de euros defrauda actualmente a Hacienda, mientras que evasión fiscal sube hasta el 45% en aquellos patrimonios estimados entre uno y diez millones. Los datos recabados por Gestha indican que actualmente son muy pocos los contribuyentes que declaran un patrimonio superior a los 30 millones de euros, tan sólo 132 ciudadanos. El colectivo que más impuestos paga a través del IRPF es el de aquellos contribuyentes con unos ingresos medios por debajo de los 30.000 euros [2].
Al no consumir objetos, en su mayoría innecesarios, y producidos a gran escala y en número superior a la capacidad de absorción por parte del consumidor, el capitalismo industrial y financiero se hunde. General Growth Properties, el segundo grupo estadounidense propietario de los centros comerciales más grandes del país, va a la quiebra, simplemente porque la gente ya compra, no puede, su viviendas. Así que, la falta de consumo protagoniza la mayor quiebra inmobiliaria de la historia de Estados Unidos (ABC 17 de abril de 200)1. Lo mismo ocurre con la industria del automóvil, que recibe cientos de millones del Estado para salir a flote, con tal de mantener sus puestos de empleo. Pero, ¿por qué? ¿No es el momento de sacar lecciones de la presente crisis y avanzar hacia una economía menos contaminante y derrochadora, que pone en peligro el futuro del planeta, e invertir en ecología ambiental y humana, dedicarse a la mejora de barrios conflictivos, de atención a los mayores y a los inmigrantes? [3] En Alemania, el gobierno ha dado 5.000 millones de euros destinados a la planta de Ford en Colonia para impedir despidos y aumentar pedidos de automóviles. A corto plazo la operación le ha salido bien. En Alemania se han disparado la venta de coches, pero ¿a qué precio? Al de endeudar a generaciones futuras (Público 10 de abril de 2009).
¿Por qué no pensar en esos millones de no consumidores de productos básicos que mueren por no tener acceso al consumo de los medios de subsistencia? Desde 2007, a mayo de 2008, frente a los incrementos en los precios de la alimentación, se registraron protestas en más de 37 países (México, Indonesia, Filipinas, Haití, Pakistán, Senegal, Costa de Marfil, y otros). Aproximadamente en el mismo período, los víveres aumentaron su valor de mercado de manera significativa (lácteos, 80 %; soja, 85 %; trigo, 130 %). Se estima que cada vez que los alimentos de base suben el 1 % de su cotización, 16 millones de personas caen en la inseguridad alimentaria. Pero esto no preocupa a los depredadores de las finanzas. El modelo de derroche de materias primas, que resulta insostenible para el común de la humanidad, es la sangre de la que se alimenta su sistema. Se olvida que, como comprobó Harlem Bruntland, si toda la población mundial consumiera en los mismos niveles en que lo hacen los habitantes de los países “desarrollados” del norte, se necesitarían diez planetas tierra para satisfacer el total de las necesidades [4]. “Modificar el sistema de producción, torcer de manera copernicana la cultura del consumismo, aplacar los niveles suicidas de derroche, estos son los únicos sentidos que palabras como «progreso» o «crecimiento» debieran admitir a esta altura de la Historia”[5].
3. El tsunami del cemento
Durante los pasados quince años, la industria de la construcción, las inmobiliarias, han venido a ser del descubrimiento de un nuevo filón de riqueza, el “ladrillo de oro”, que, como tal, generó una fiebre a escala mundial. En estos tiempos ha sido el motor del desarrollo económico tanto en EE.UU. como en Gran Bretaña, Francia y Alemania. En todo el mundo desarrollado se estimuló la adquisición de vivienda propia, que, por otra parte, figura entre los derechos ciudadanos de nuestra Constitución. La gran demanda por parte de la ciudadanía, abandonada a las leyes del mercado, disparó los precios de la vivienda que subieron astronómicamente de un día para otro, y las clases populares tuvieron que endeudarse hasta las cejas, captados por los bancos y cajas de ahorro que facilitaban el dinero y lo ofrecían generosamente como si no hubiera que devolverlo. Ciegos de ambición, viviendo en mundo irreal, las empresas constructoras y la banca españolas creían que iban a comerse el mundo [6]. Comenzaron a cotizar en bolsa, figuraban en la lista de los nuevos ricos salidos de la nada. Pero se pasaron de rosca y el castillo de naipes que construyeron se vino abajo en cuestión de días. Hay nada menos que 1.6 millones viviendas que no se venden, porque la demanda real es sólo 220.000 unidades. Y los bancos se encuentran en posesión de viviendas cuyo precio es un 30% superior al que tal demanda determinaría. De manera, que la rapiña de unos y otros ha producido un agujero que se ha convertido en un volcán que está explotando no sólo como consecuencia del incremento de la morosidad sino también por el descenso del precio de sus activos.
Hubiera sido mejor que la banca y las cajas hubieran invertido más en áreas de clara necesidad social en lugar de construir siete veces más viviendas de las que el país necesita. Y que el Estado hubiera estado dirigido por mentalidades menos capitalistas y más sociales, estimulando otra política crediticia, menos favorable a la especulación y más favorable a la producción de bienes y consumos necesarios[7].
4. El fin del Estado de Bienestar
Pero aquí viene otra gran mentira que ha intentado colarse en la conciencia de las masas, debido a una bien orquestada propaganda de infiltración nociva respaldada por académicos del poder, economistas interesados convertidos en sacerdotes infalibles del miedo y del interés corporativo. Me refiero al fin del Estado de Bienestar.
“Todos aquellos que tienen menos de cincuenta años están destinados a vivir el fin del Estado del Bienestar de la mano de la crisis del sistema público de pensiones” [8].
¿Los culpables? En este caso, no los obreros, bueno sí, los obreros que llegan a viejos y no tienen la decencia de morirse a tiempo, sino que duran y duran. Con tanto envejecimiento, se dice, el gasto en pensiones, unido al gasto sanitario en millones de ancianos de vida larga, sube hasta el punto de agotar todos los recursos. Ya que la buena educación y la moral no ven con buenos ojos la práctica de la eutanasia por motivos de economía (aunque ya encontrarán su justificación), es mejor que cada cual se asegure en vida, vida laboral, el destino futuro de jubilado. Los gobiernos favorecieron la privatización de los seguros sociales y de las pensiones, desgravando en la declaración de renta y obligando indirectamente a cada vez más trabajadores y trabajadoras a capitalizar sus ahorros en fondos de pensiones que juegan a la bolsa quedando así encadenados a una rueda que no sabe bien en qué va a parar. Sus ahorros fueron captados por grandes inversionistas que prometían multiplicar su dinero sin tener que mover un dedo. ¿Y qué ha ocurrido? Que los planes privados de pensiones son los primeros que han acusado la crisis y han visto sus ganancias esfumarse como humo e incluso acarrear graves pérdidas[9].
5. Trabajar hasta morir
Las mentiras nunca son inocentes, y el pueblo, vilipendiado, abusado y engañado, obligado a contribuir religiosamente y sin protesta, y, por si fuera, poco, con la mala conciencia de prolongar su vida y chuparse mientras tanto el pan de sus hijos cada vez más escaso —aunque quien se chupa el pan son los estraperlistas de las finanzas—, y además, se habla de “retrasar la edad de jubilación en tres años para equilibrar las cuentas”; de otro modo, se pregunta un editorial de primera plana, “¿Cobrará jubilación la quinta del 60?” Los neoconservadores han hecho bien su trabajo en estos dos últimos decenios. Han logrado con eficacia sembrar la duda respecto a las condiciones que regirán cuando se llegue al momento de jubilarse, lo que apunta a la linea de flotación del Estado de Derecho y de Bienestar [10]. Y que no se diga que es una medida forzada por las circunstancias actuales de crisis mundial. Antes bien, es una política planificada y orquestada desde el principio por el neoconservadurismo, que se ha intentado implantar por decreto en diversas ocasiones, en espera del momento oportuno. El trabajo es regenerador, ¿qué tiene de malo, ahora que ha aumentado el nivel medio de vida, dedicar unos pocos años más a la empresa que garantizará el sustento de generaciones futuras? Al fin y al cabo los buenos soldados mueren con las botas puestas. Ya no basta con trabajar para nuestros hijos, también hay que trabajar para nuestros nietos.
Pero aquí hay un fallo, por no decir una mentira más. Si todo el mundo retrasa su jubilación, por otra parte imposible, ya que la mayor parte del trabajo requiere esfuerzos difíciles para muchas personas de cierta edad [11], los jóvenes tendrían muy difícil incorporarse al mundo del trabajo y de la dirección de empresas.
Hasta hace poco, todo este lenguaje catastrofista, diseñado para meter miedo en la gente y conducirla por caminos interesados, parecía una pesadilla, una broma, una broma pesada como muchas bromas, que se justificaba por sus “buenos” fines, a saber, dar trabajo a miles de aseguradoras y asegurar la jubilación de directivos entregados a su trabajo, con remuneraciones que bastan para alimentar un país. De paso, se metía un poco de miedo a los obreros para que no se durmieran en la seguridad del empleo, pues la experiencia demuestra que el miedo a perder el puesto de trabajo disminuye las bajas por enfermedad. Para que luego digamos que no son listos los gestores de la economía y los directores de empresa. Se las saben todas. Gente con humor y perspicacia.
Los pobres viejos que se empeñan obstinadamente en prolongar su vida no pueden ser los culpables de la crisis del sistema, porque, entre otras muchas cosas, según Robert Reich, un estudioso progresista del mercado del trabajo y las desigualdades, que fue Ministro de Trabajo con Clinton, en 1976, el 1% más rico de la población de Estados Unidos poseía el 9% de la riqueza. Ahora, después de estos años de políticas neoliberales, ya acumula el 20%, el cual es justamente el que ese 1% más rico de la población de entonces poseía en… 1928. En 1994 había en Estados Unidos 38 millones de personas sin seguro médico y ahora, después de la era Bush, 44 millones[12]. Con el neoliberalismo el sector productivo tendió a crecer cada vez menos; el sector financiero especulativo se volvió dominante y se convirtió en el centro de la actual crisis económica, financiera, política, social, militar y cultural, de modo que el actual sistema capitalista está dominado por un puñado de oligopolios que controlan la toma de decisiones fundamentales en la economía mundial. Unos oligopolios que no sólo son financieros, constituidos por bancos o compañías de seguros, sino que son grupos que actúan en la producción industrial, en los servicios, en los transportes, y, sobre todo, en el negocio de la muerte, la industria armamentística[13]. Su característica principal es su financiarización, es decir, estos oligopolios no producen beneficios, sencillamente se apoderan de una renta de monopolio bajo la apariencia de inversiones financieras. El sector financiero ha llegado a representar más de 250 billones de euros, es decir, seis veces el conjunto de la riqueza mundial.
Desde mediados de 2007 se han venido incrementando las masivas inyecciones de dinero, extraído mágicamente de los impuestos de los contribuyentes, en un intento por evitar el colapso de los más grandes bancos y empresas, principales responsables de la crisis. En un mundo en el que se aseguraba que no hay dinero para las pensiones, para el seguro de desempleo, para la educación, para la sanidad, ahora resulta que sí que hay dinero, que éste fluye por encanto. Hace unos meses, el anterior presidente de EEUU, Bush, se negó a firmar una ley que ofrecía cobertura médica a nueve millones de niños y niñas pobres por un coste de 4.000 millones de euros. Lo consideró un gasto inútil. Después, para salvar a los depredadores de Wall Street nada le parecía suficiente.
En unas semanas, los líderes de los Estados ricos han comprometido cantidades astronómicas de fondos públicos para rescatar instituciones financieras privadas. Se da la circunstancia de que salvar la crisis de los bancos está costando 20 veces más que lo necesario para cumplir los Objetivos del Milenio [14]. En EE.UU. el país más rico del mundo, uno de los grandes bancos rescatados, el Goldman Sachs, ha declarado en su informe que en este año fiscal pagó apenas el 1% de impuestos. Mientras tanto, se le ha respaldado con dinero de la ciudadanía que paga entre el 22% y el 40% de impuestos. En definitiva, la “crisis financiera” ahonda la brecha de separación entre el mundo de los ricos y el mundo de los pobres. Beneficencia real para los ricos, migajas para los pobres.
Quien se come, pues, los recursos, no son los viejos con sus dentaduras postizas, que ya no están para muchos trotes, sino los tiburores de las finanzas cuyas mandíbulas están sanas y fuertes y les sobran agallas para triturar los bienes ajenos. Son los mismos tiburones que consumen los recursos naturales y contaminar la atmosfera y que tienen la gracia de culpar a los pedos de las vacas de estropear la capa de ozono.
Sin embargo, los detentadores del poder económico con cejan en su empeño de agriar la fiesta a aquellos que se preparan a disfrutar reposadamente los últimos años de su vida antes de rendir al polvo el tributo de sus cuerpos. Miguel Ángel Fernández Ordoñez, gobernador del Banco de España, creó un intenso debate en el Estado español al advertir en el Congreso que la Seguridad Social dejará de tener superávit y que, por tanto, habrá que retrasar la edad de jubilación y ampliar el número de años cotizados [15]. Al menos, esta vez, hay voluntad política por parte del gobierno actual, con el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, respaldado por el presidente Zapatero y todo el ejecutivo, de no rendirse ni ceder al chantaje de alarmismos que ponen en peligro el mínimo bienestar social conseguido con tantos esfuerzos y años de lucha y martirio, ejemplos de una visión ejemplar de la solidaridad humana que, bajo ningún concepto, puede echarse por la borda. “No habrá despedido más barato ni recorte de protección social”, así de tajante se pronunció Rodríguez Zapareto (El País, 26-abril-2009).
El economista Vicenç Navarro (n. 1937), uno de los más decididos y capaces defensores del Estado de Bienestar ha demostrado sobradamente no sólo su viabilidad, sino su mejora. En la actualidad es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona; paralelamente, a su actividad académica, ha tenido una importante presencia política activa en el desarrollo de distintas políticas sociales, como asesor de Naciones Unidas, del gobierno de unidad de Salvador Allende, de Jessie Jackson y del ambicioso plan de reforma sanitaria de Hillary Clinton. Navarro es un incansable defensor del Estado del Bienestar por una cuestión de simple y digna humanidad, el sistema económico no puede estar al servicio de unos pocos que, insaciables, no advierten que el fin del mismo es paliar la incidencia de la pobreza de los menos afortunados mediante políticas sociales de redistribución de la renta. Sus estudios y análisis aparecen multiplicados en libros y revistas especializadas a lo largo de los años [16]. Sin bajar nunca la guardia. En su obra denuncia cómo los continuos recortes fiscales aplicados por los distintos gobiernos pasados han condenado a España a un subdesarrollo social permanente, impidiendo recortar la distancia con Europa y alcanzar el promedio de calidad de vida de la Unión Europea. La inversión en políticas sociales se ha situado por debajo de lo que el nivel de riqueza del país hubiese permitido, lo que ha provocado el aumento de las desigualdades sociales y consecuentemente de la inseguridad ciudadana. Los recortes fiscales, por ejemplo, realizados por Aznar, impidieron el incrementar el gasto social, beneficiando a las grandes fortunas del estado (las 125.000 personas con rentas más altas) y a las grandes empresas (como las eléctricas o Telefónica) que además recibieron subvenciones públicas para financiar recortes en sus plantillas a pesar de presentar beneficios multimillonarios. Unos recortes que, a su vez, han supuesto un debilitamiento del Estado del Bienestar de la nación y, por tanto, un incremento de la incidencia de la pobreza sobre la población. «España es uno de los países de la Unión Europea con mayor número de policías por cada 1.000 habitantes (con mayor porcentaje de su población reclusa) y menor número de trabajadores de atención socio-medico comunitaria por cada 1.000 ancianos [17].
Pero de esto se sabe poco, porque como Navarro denuncia en su libro Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país, la prensa española, en manos de la oligarquía heredera de la transición, no hay ningún diario español, entre los seis más importantes del país, ni tan siquiera los que se consideran periódicos de referencia de la izquierda (El País o El Periódico) que haya publicado editoriales a favor de un mayor gasto público y social, como lo han hecho, entre otros, Le Monde en Francia y The Guardian en Gran Bretaña [18].
6. Capitalismo financiero
En la nueva economía financiera de bienes inmateriales casi se penaliza la producción de bienes primarios mientras que se recompensa la producción homicida que destruye puestos de trabajo, zonas ecológicas y medio ambiente [19]. Juan Manuel de Prada se ve obligado a recordar que la economía, según la certera definición de Aristóteles, “es la administración razonable de los bienes que se necesitan para la propia vida”, que ha degenerado en el actual, egoísta e insolidario sistema financiero que habría que llamar crematístico, es decir, “la técnica de enriquecerse sin límites”, que es el altar moderno al que se sacrifican muchas víctimas. “La producción de bienes, que debe ser controlada en consideración del bien común, se descontrola en beneficio de la idolatría, a la vez que se satisfacen las ansias de consumo de la pobre gente engañada. Los banco empezaron a «fabricar» dinero que no existía, un dinero cuyo propósito ya no era subvenir las necesidades naturales, sino avivar la concupiscencia de la pobre gente engañada, exacerbando los vicios existentes y creando vicios nuevos” [20].
En el tiempo de las vacas gordas, cuando había ganancias multimillonarias para las empresas, los gerentes y los accionistas, se mantenían sueldos bajos para los trabajadores, contratos precarios, subcontratación de servicios para abaratar costes, eliminación de seguridades, con el consiguiente riesgo del trabajador y la multiplicación de accidentes laborales, y todavía, por si fuera poco, se seguía pidiendo movilidad y flexibilidad en el sistema laboral, contratos más baratos y despido libre, al tiempo que los señores de corbata, con la que estrangulaban los recursos ajenos, se blindaban con contratos millonarios. Los sueldos de directivos de agencias de crédito hipotecario estadounidenses como Fannie Mae y Freddie Mac han sido del orden de 70 millones de dólares al año para cada uno. Peter Erskine se embolsó más de 30 millones de Telefónica, incluyendo una paga por quedarse y otra por marcharse, en 2007. Se les paga por cerrar una compra o por hacer bien una venta, por los buenos resultados del año y por los del trienio, por trabajar y por no trabajar para la competencia. Simplemente, demencial.
El mencionado Robert Reich dice que a mediados de siglo, cuando los Estados Unidos era un mercado nacional controlado por las grandes compañías de estructuras piramidales, existían límites para los ingresos de las personas en los más altos niveles, pero hacia 1990, los ingresos de los analistas simbólicos ya no estaban limitados por las posibilidades del mercado nacional, ni por el volumen de producción. La empresas se vuelven mundiales y el poder adquisitivo de los trabajadores nacionales se vuelve irrelevante, ya que ahora venden sus bienes y servicios en todo el mundo. “Los salarios y beneficios de los profesionales ejecutivos y de muchos de sus asesores y consultores se han elevado hasta alturas que hace algunos años hubieran parecido inconcebibles” [21].
Un maestro de las finanzas como Frank Quattrone, que trabajó para el área de tecnología en la casa de inversiones Credit Suisse, y que en la cima de su carrera llegó a ganar un sueldo anual de 100 millones de dolares, lo consiguió a fuerza de embaucar a los inversores con recomendaciones engañosas. Nunca antes ningún analista, experto, guru, profeta o sanador alguno había caido tan bajo en el mundo de las inversiones y las finanzas como Frank Quattrone; o John Rigas, fundador del operador de cable Adelphia Communications, condenado a 15 años de prisión por un fraude multimillonario que provocó la quiebra de la empresa; o el sonado caso Madof[22].
Verdaderos amos del mundo, capitanes de un “imperio irresistible” [23], y con una capacidad casi ilimitada de maniobra para remodelar y someter la sociedad a sus intereses, los señores de gris propusieron elevar el número de horas trabajadas para aumentar la producción. La Unión Europea aprobó en junio de 2008 un Directiva para ampliar la jornada laboral máxima de 48 horas semanales a 65. Representó el mayor ataque al derecho laboral y al sindicalismo de la historia de la Unión Europea y de la Comunidad Europea, abriendo la posibilidad de establecer la ampliación de la jornada mediante la negociación individualizada empresario trabajador, por ejemplo entre la multinacional y el que necesita el trabajo para vivir, “de igual a igual”, ignorando lo regulado en los convenios colectivos y la intervención de los sindicatos. El PSOE consideró que esta Directiva es regresiva pero no votó en contra, se abstuvo. Al contrario, el Grupo de la Izquierda Europea se mostró frontalmente en contra de esta directiva, que pretendía dar marcha atras a los logros sociales y laborales conseguidos con tanto esfuerzo y sacrificio. Es realmente vergonzoso y cavernícola que se puedan plantear seriamente estas medidas con el propósito de hacerlas efectivas, en un claro atentado de humanidad contra la dignidad personal y familiar, al ver reducido así el tiempo que les corresponde para su cultivo personal y social.
La salida a la crisis pasa por todo lo contrario a la ampliación de horas de trabajo, a saber, tiene que enfrentar una reforma del mercado laboral que establezca por ley una jornada laboral de menos horas semanales, sin reducción de salario y la jubilación a los 60 años (negociable en determinadas profesiones no fabriles: educación, sanidad, jurisprudencia, etc.), para repartir el trabajo entre todos y todas y hacer posible la conciliación laboral y familiar, y no sacrificarlas en aras de un mayor enriquecimiento de los mismos. Incluso en épocas de crecimiento económico, como el experimentado en la pasada década, los incrementos incesantes de productividad y de beneficios empresariales no se tradujeron en crecimiento proporcional de empleo. “Sabemos que desde 1975 a 1996 el PIB se ha multiplicado por 2’3, mientras que el empleo se ha reducido en 268.000 personas. Lo que significa que en 1996 sólo eran necesarios 61 trabajadores para producir el equivalente a lo que producían 100 en 1975. O lo que es lo mismo: la jornada laboral necesaria para producir el mismo volumen de producto con el mismo empleo debería haberse reducido de 40 horas semanales en 1975 a 24 horas y 24 minutos en 1996. Y sin embargo, lo cierto es que la jornada en vez de reducirse mediante la negociación colectiva, ha aumentado en los últimos años, fruto de la indefensión en que la desregulación del mercado de trabajo ha situado a los trabajadores” [24].
Pero, de esto no se habla, ni se quiere hablar, porque cuando se hace tiemblan momentáneamente los cimientos del actual sistema económico egoísta, perverso y homicida.
7. Trabajo, técnica y ocio
Hace poco más de una década, Viviane Forrester (n. 1927), una escritora y ensayista francesa de setenta años de edad, publicó un libro, gráficamente poco atractivo, con un título que no decía demasiado, El horror económico . Sin embargo, en poco menese vendió 300.000 ejemplares, hoy, traducido a muchos idiomas, lleva vendidos un millón de ejemplares. Con agudeza y claridad, Forrester pone el dedo en la llaga: “En la actualidad —escribe—, un desempleado no es objeto de una marginación transitoria, ocasional, que sólo afecta a determinados sectores; está atrapado por una implosión general, un fenómeno comparable con esos maremotos, huracanes o tornados que no respetan a nadie y a quien nadie puede resistir. Es víctima de una lógica planetaria que supone la supresión de lo que se llama trabajo, es decir, de los puestos de trabajo” [25].
“Considerar privilegiados, incluso vividores, a los que aún tienen trabajo, aunque sea mal pagado; por consiguiente, la norma es no tenerlo. Indignarse ante el «egoísmo» de los trabajadores, esos sátrapas que se resisten a compartir su trabajo, aunque mal pagado, con los que no lo tienen, pero no extender esa exigencia de solidaridad a quienes detentan las fortunas y las ganancias: ¡en nuestra época eso sería una muestra de debilidad, atraso y para colmo muy mala educación!” [26]
A los trabajadores se les puede acorralar y marginar, porque se han vuelto superfluos [27]. Es un hecho incontestable que hemos llegado al “fin del trabajo”, como ya analizó el economista Jeremy Rifkin, en una obra que proponía el reparto del empleo, el diseño de una nueva semana laboral y un nuevo contrato social que potencie una economía humanista [28].
Ortega y Gasset, que fue un filósofo genial y comprometido con la sociedad que le tocó vivir, apuntó ya hace muchos años, justamente al final de la guerra civil española, que “dentro de poco —si no hay retroceso, se entiende— la técnica permitirá que el hombre no tenga que trabajar más que una o dos horas al día [29]. La razón es bien simple y fácil de comprender. La mejora de la tecnología y la robótica automatiza la industria, ahorra esfuerzos humanos y reduce el número de trabajadores. Tal es así que, como escribía Luis Racionero, el éxito del sistema provoca la crisis, la crisis del desempleo [30].
Y muchos años antes que ellos, un médico, periodista y teórico político revolucionario, Paul Lafargue (1842-1911), francés, aunque nacido en Santiago de Cuba, predijo hace más de un siglo —en 1880— la crisis actual cuyo cumplimiento se ha realizado al destalle. Decía Lafargue que el sistema económico nacido del capitalismo desemboca invariablemente en una crisis de superproducción, que causa el paro y la miseria entre la clase trabajadora. Para evitar esta situación, el uso de las máquinas tiene que ir acompañado de la reducción de la jornada laboral, lo cual conduce al estado de bienestar con el que se culmina la revolución social y humana, pues el hombre, liberado del trabajo mecánico, puede consagrar su tiempo libre a las ciencias, el arte y la satisfacción de sus necesidades. La obra se titulaba El derecho a la pereza, y alcanzó una gran popularidad a finales del siglo XIX entre los partidarios y críticos con el movimiento obrero europeo, compitiendo con el Manifiesto comunista de Karl Marx.
Para Lafargue, la introducción de las máquinas en un sistema de producción debería contribuir a liberar al hombre para disfrutar intelectual y físicamente lo más posible.
“Las crisis industriales siguen a períodos de sobretrabajo tan fatalmente como la noche al día, arrastrando tras ellas el descanso forzado y la miseria sin salida, ellas traen también la bancarrota inexorable. Mientras el fabricante tiene crédito, da rienda suelta al delirio del trabajo, pidiendo más y más dinero para proporcionar la materia prima a los obreros. Hay que producir, sin reflexionar que el mercado se abarrota y que, si sus mercancías no se venden, sus pagarés se vencerán” [31].
“Nuestras máquinas con aliento de fuego, con miembros de acero, infatigables, con fecundidad maravillosa e inagotable, desempeñan dócilmente ellas mismas su trabajo sagrado; y sin embargo el genio de los grandes filósofos del capitalismo permanece dominado por el prejuicio del trabajo asalariado, la peor de las esclavitudes. Todavía no comprenden que la máquina es la redentora de la humanidad, el dios que liberará al hombre de las sordidas artes y del trabajo asalariado, el dios que le dará el ocio y la libertad” [32].
Para que no parezca que estamos dando pábulo a sueños utópicos o delirios de comunistas frustrados, concedamos la voz a una de las personas más autorizadas de nuestros días, el Dr. René Passet, profesor emérito de Ciencias Económicas en la Sorbona y presidente del Consejo Científico de ATTAC, una sociedad dedicada a defender una economía y una globalización humana, demuestra que la única manera de asegurar el pleno empleo es la reducción del tiempo de trabajo. Y lo demuestra con datos. De 1973 a 1994 el número global de asalariados en Francia y Alemania pasó respectivamente de 21 a 22 millones y de 26,65 a 28 millones a pesar de la crisis de la época, y esto se debe a que durante ese período el tiempo de trabajo anual aportado por cada individuó descendió respectivamente de 1900 a 1600 y de 1870 a 1580 horas anuales. De haber mantenido los horarios de 1973 Francia hubiera tenido tres millones de parados más en 1994 y Alemania cuatro millones. Por lo tanto, la reducción del tiempo de trabajo es lo que permitió crear empleo y es necesario continuar en ese camino en pro de una reforma laboral responsable y adecuada a las necesidades de la gente y las facilidades provistas por la técnica [33].
8. Crisis de civilización
Previa a la crisis económica y financiera, teníamos la crisis ecológica y humana de un mundo donde se explota el trabajo infantil y florece la esclavitud. Crisis que no se querían ver sino como residuos del tercermundismo o efectos colaterales del progreso del depredador capitalismo gerencial[34]. Se da la sangrante incongruencia que batallas que se lucharon en el siglo XIX (con una participación muy activa de los evangélicos británicos) y siguen presentes y activas en el siglo XXI. Actualmente el 20% de la población mundial, concentrada en el Norte, consume el 80% de los recursos naturales. El flujo permanente y la transferencia de los recursos del Sur al Norte ha supuesto, en definitiva, que el Sur ha venido financiado el desarrollo y el progreso del Norte. El saqueo ecológico y el calentamiento global, consecuencias de la sobreexplotación de los recursos naturales, que son el bien común de la humanidad, afecta a todas las regiones del mundo y se siente más intensamente en las zonas más deprimidas y, dentro de ellas, en los sectores más empobrecidos. En tan solo trescientos años de revolución industrial hemos destruido lo que la naturaleza tardó millones de años en construir. Las mayores reservas de recursos naturales se encuentran en el Sur y son ferozmente disputadas por los países dominantes, lo que ha venido generando guerras que tienden a ampliarse a otras regiones del planeta.
¿Enseñará esta crisis a corregir esos males? Está claro que vivimos en medio de una crisis estructural y no solamente coyuntural, de una crisis de la civilización que exige un replanteamiento de sus modelos de vida y crecimiento.
9. Los ídolos de nuestra tribu mercantil
Y hay que empezar por derribar el ídolo del dinero, la idolatría de la riqueza, que es una plaga para el ser humano. Toda idolatría es un atentado contra el hombre. Y es bueno saber que hay economistas prestigiosos, como el mencionado René Passet que se esfuerzan en “devolver lo humano al corazón de lo económico” . en asentar la economía no en criterios de rentabilidad del capital financiero, sino de una economía basada en el desarrollo humano” [35]. El sistema capitalista, reconoce Passet, da pruebas de una notable eficacia, seamos justos con él, cuando se trata de producir. Lo que sabe es repartir. Y “ha llegado el tiempo de la distribución. Nuestro mundo se muere por no saber distribuir las riquezas que tan hábil se muestra en producir” [36].
Un sociólogo, en este caso español, Joaquim Sempere (n. 1941), acaba de publicar un libro donde nos recuerda que se puede vivir mejor con menos [37]. Una verdad indudable, pero que una sociedad que ha dejado el Dios del cielo por el becerro de oro había olvidado completamente, en un loco proceso de ¡Siempre más! que ha acabo por devorarnos, como bien anunciaba el profesor François de Closets a principios de los ochenta [38]. Lo pequeño es hermoso, decía el economista alemán E.F. Schumacher [39], pero lo depredadores financieros sólo tienen ojos para sus terribles ídolos, cuanto más grandes más voraces e insaciables.
10. El silencio de los cristianos
La crisis actual tiene su origen, según analistas tan poco sospechosos de izquierdistas como George Soros, en la política de Robert Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en el Reino Unido a principios de la década de 1980, según un proyecto de fundamentalismo mercantil [40].
Ahora nos toca a nosotros. ¿Cuál es y cuál ha sido el papel de los cristianos en esta crisis? La verdad es que han faltado los profetas, las voces críticas que, en nombre del Evangelio y de los valores del Espíritu, hayan levantado su voz contra la creciente materialización de la vida. La carrera por la riqueza no sólo no ha sido denunciada, sino bautizada con una abundante fuente de textos bíblicos.
El gobierno de Reagan, primero, y de Bush, después, coincide con la presencia masiva de evangélicos en los medios políticos, aspirando incluso a la presidencia del país. Kevin Phillips, considerado uno de los mejores expertos en sociología electoral de Estados Unidos, asegura que la administración Bush se basa en el apoyo de tres grupos sociales: la burguesía petrolera, los fieles evangélicos y los retirados que viven de los créditos [41].
No hubo ni una sola palabra acerca de la economía cristiana basada en el trato justo, el rechazo de las riquezas como fin del ser humano, la solidaridad con los desfavorecidos. En lugar de enseñar que “no sólo de pan vive el hombre” se alentó una mal llamada teología de la prosperidad, que hacía de Dios el mayor banquero del Universo, generoso en devolver con creces e intereses crecidos a los que invirtieran en él. Se manipuló toda la enseñanza concerniente al llamamiento a la pobreza hecho por Cristo y el consiguiente aviso sobre los peligros de la riqueza (quizá nunca hubo tal enseñanza, pues desde hace mucho tiempo se da un desplazamiento del cristianismo hacia el judaísmo que considera la riqueza y la abundancia como muestras de la bendición divina). Así las cosas, ¿cómo iban los cristianos evangélicos a alzar su voz contra la carrera por la riqueza y la expoliación de los recursos naturales y el consumo del planeta?
11. Hacia una economía humanitaria
Es triste y lamentable constatar que han sido precisamente personas ajenas al cristianismo quienes más han contribuido en recordar al mundo depredador de la economía financiera que la economía tiene que estar al servicio del hombre y no al revés, tal como Jesús enseñó respecto al sábado, asentado el principio que rige la cosmovisión cristiana: El hombre es la medida de todas las cosas, pues desde el momento que Dios se hace hombre el hombre es la medida de todas las cosas. “El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc. 2:27).
Frente a la búsqueda de la productividad y la reducción del hombre a pieza de esa cadena, Jesús desafía a sus seguidores con esta consideración: “¿Por qué os afanáis por el vestido? Mirad los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada en el horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?” (Mt. 6:28-30).
A espíritu demoníaco que le tienta con promesas de abundancia y grandeza le contesta con un texto bíblico: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4), que es precisamente los que nos rucuerdan Malcom Slesser y Jane King, No sólo de dinero. La economía que precisa la naturaleza [42].
12. La mesa compartida
Pero no sólo las enseñanzas de Jesús tienen mucho que decirnos, y reprocharnos, respecto a este tema tan importante. Todo su vida es una lección ejemplificada en actos, gestos, actitudes. Me parece que tenemos que volver a sentarnos a sus pies para aprender de él. La verdad es que todos, los cristianos incluidos, necesitamos una verdadera reforma educativa, que respecto a las generaciones venideras adquiere el carácter de “revolución pedagógica”, que enseñe que el fin de la vida no es hacerse rico, sino realizarse como persona. Los jóvenes tienen que aprender que el progreso humano no es solamente económico, sino espiritual, religioso, cultural [43].
El rasgo del comportamiento de Jesús que ahora nos interesa son sus comidas [44]. Durante ellas expresó gran parte de su enseñanza. Las comidas compartidas, abiertas a todos, son para Jesús un medio gráfico y práctico hacer presente su doctrina sobre Dios, la naturaleza y realidad del reino de Dios. Su vida no se entiende sin estas comidas. Comer con otras personas fue para Jesús una forma privilegiada de dar a conocer el mensaje de Dios. Huésped o anfitrión, Jesús no se exlcuye a nadie. Este comportamiento escandaliza a sus contemporáneos en cuanto violan las normas sociales que sirven para restringir el colectivo de personas con quienes se considera adecuado comer. Los fariseos se quejaron a sus discípulos: “Vuestro maestro come con publicanos y pecadores” (Mc. 2:16); y el mismo Jesús se hizo eco de estas acusaciones cuando dijo: “Viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: Ahí tenéis a un comilón y a un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Lc. 7:34). Esta acusación revela que tanto para Jesús como para sus adversarios, las comidas con los pecadores eran un asunto capital.
La intención de Jesús en estas comidas abiertas es clara: para él no existe marginación alguna ni tolera en modo alguno la marginación por cuestiones de impureza legal, moral o social. Lo que cuenta es la fe y al arrepentimiento, la conversión. Mediante las comidas Jesús se hace solidario con todos, especialmente los pecadores, y estos con él mediante la aceptación de su persona y recepción de su mensaje. Las comidas fueron tan importantes en su vida, que después de su resurrección sus discípulos le reconocieron con al compartir la mesa con Él.
Jesús no dudaba en sentarse a la mesa de quienes le invitaban, y los mismo recomendó a sus discípulos cuando los envió a anunciar la buena noticia del Reino de Dios: «Quedaos en la casa que os reciba, comed y bebed de lo que os den” (Lc. 10:7).
El judaísmo había conferido a las comidas un significado político-religioso y asignándoles la función de delimitar las fronteras entre los que pertenecían al pueblo de Israel y los que no. Había personas con las que no se podía compartir la mesa, porque su forma de actuar (publicanos y pecadores) o su condición social (ciegos, cojos, etc) los excluía de la comunión con los miembros del pueblo elegido. También eran muy rígidas las normas acerca de los alimentos puros e impuros, y sobre los días en que se debía ayunar.
Las comidas son un microcosmos del sistema social, una forma de comer distinta de la habitual puede ser una forma de poner en crisis dicho sistema social. La sociedad en que Jesús nació estaba determinada por un rígido sistema de pureza, que dividía a los seres humanos según su sexo, su condición social y su pertenencia étnica. Al romper estos esquemas, Jesús intentaba romper estas fronteras que separaban a los puros de los impuros. El sistema social que aparece en sus comidas es el de una familia en la que todos son iguales.
Ls comidas de Jesús tienen mucho que ver con la llegada del reino de Dios. Esta relación aparece en sus parábolas y en su predicación. Con sus comidas Jesús se distancia del concepto de santidad e impureza propio de los esenios y fariseos. El reino es un gran banquete en el que los puestos de honor se organizan de otra manera; un banquete al que hay que invitar sobre todo a los ciegos, cojos, lisiados, indigentes, etc., a los que pueden devolver con sus bienes por nuestros bienes (Lc. 14). Sus comidas expresan y hacen presente el reino de gracia que anuncia en su predicación.
De todas la comidas de Jesús, la más importante fue la última Cena (Lc. 22:14-20), que, tras la Pascua, se convertiría en el centro de la vida comunitaria. Todas las comidas previas apuntan a la comida por excelencia. La alimentación de los cinco mil mediante la multiplicación de los panes y los peces (Mc. 6:30-44; Lc. 9:10-17; Jn. 6) describen a Jesús realizando gestos que luego serán característicos de dicha celebración: bendecir y dar gracias y partir el pan. Esta escena, donde Jesús aparece como anfitrión que acoge a una gran multitud en un banquete, parece reflejar una situación típica en la vida pública de Jesús, a saber, la concentración de muchas personas en torno a él y la organización más o menos improvisada de comidas compartidas. Los evangelistas centran la atención en la comida y su exigua cantidad extraordinariamente grande cuando se comparte generosamente.
En el Antiguo Testamento Dios es presentado como el que da de comer a su pueblo, el que «adereza mesa delante de nosotros» (Sal. 23:5), pero Jesús ahonda en esta metáfora y dice que él no sólo prepara mesa delante de nosotros, sino que él mismo se nos da como alimento: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre» (Jn. 6:51).
13. Hacia una teología de la celebración
Tenemos aquí todos los elementos necesarios para desarrollar una teología, no de la prosperidad, ni siquiera de la liberación, que se queda corta, sino de la celebración [45]. Dios no sólo ha venido al hombre para compartir su destino, sino para convertirse en su alimento y enseñar que nadie está excluido de él. Él es nuestra riqueza y nuestra vida. Por él vale la pena vivir y trabajar. “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna” (Jn. 6:27). Y compartir con lo demás.
La salvación que trae el Evangelio es vivida como perdón de los pecados, pero también celebración de un tiempo nuevo donde Dios y su voluntad se convierten en principios de un reino que se presenta bajo la imagen de un banquete, de una fiesta de bodas.
Se funda así una nueva manera de ser, algo tan tremendo como “una nueva creación” en el lenguaje de Pablo, caracterizada por la alegría de compartir mesa con Dios, que nos llama a invitar a todo el mundo a participar de esa mesa. A desarrollar un espíritu festivo que se transmite compartiendo, celebrando la venida del reino de Dios como una semilla que puede trastornar al mundo. Por eso, la santa cena, antes de ser un sacramento serio y reflexivo, fue una fiesta de banquete, un ágape que todos compartían, hombres, mujeres, niños y esclavos. Todo un desafío a una sociedad caracterizada por la división de clases, y por ello fue objeto de las acusaciones más inimaginables de inmoralidad y de subvertir el orden social.
Desde sus orígenes el cristianismo pretendió ser la revolución del “hombre nuevo” nacido por la palabra y el Espíritu de Jesús, que después adopta un matiz político en la ideología secularizada del marxismo y de los movimientos progresistas. El reto sigue pendiente. Un hombre nuevo para una sociedad nueva; una sociedad renovada por hombres y mujeres renovados. Todo el mundo lo puede entender perfectamente y aceptar sin problemas. Dice Carlos Ballesteros, profesor de la Universidad de Comillas, el desafío que enfrenta a los movimientos sociales, ONG y demás entidades del llamado tercer sector es cómo transformar donantes en militantes. “Cambia la vida para cambiar el mundo es quizás uno de los eslóganes mejor conseguidos y que mejor comunica la filosofía que hay detrás de una verdadera educación para el desarrollo” [46].
Los cristianos a veces olvidan su capacidad transformadora de la sociedad y caen en la tentación de entrar en el juego político del mundo y de los intereses comerciales, del poder y del prestigio, en lugar de ahondar en sus raíces y buscar por todos los medios que ese hombre nuevo del que habla el Evangelio se haga realidad en todas las dimensiones del ser y estar de la Iglesia en medio del mundo.
Alfonso Ropero Berzosa
NOTAS
[1] “La fuerza de los nuevos «amos del mundo» es el capital, la nuestra es la conciencia de los pueblos. Creen controlar los mercados, cuando sólo dominan el aparato productivo, mientras que nosotros podemos cerrar sus salidas, destruir su imagen” (R. Passet, Elogio de la globalización, p. 141. Salvat, Barcelona 2002).
[2] Cf. Juan Torres López, “Los paraísos fiscales en la economía global”, Temas para el debate, 158, Madrid, 21-24. Ha sido precisamente la crisis actual lo que ha llevado a los países más poderosos del mundo, los famosos G-20, a aceptar la propuesta del presidente del Gobierno español de poner fin a los paraísos fiscales (Público, 3 de abril de 2009).
[3] Japón, precisamente, ha diseñado un plan de estímulo de 115.000 millones de euros en esta dirección (Público, 10 de abril de 2009).
[4] Citado por Eduardo Galeano, Úselo y tírelo. El mundo del fin del milenio visto desde una ecología Latinoamericana. Planeta. Buenos Aires 1994.
[5] Emiliano Bertoglio, ¡Consuma! www.rebelion.org/noticia.php?id=82025
[6] El dinero genera más dinero, ya se sabía, pero se hizo el maravilloso “descubrimiento” de la velocidad: se podían ganar fabulosas ganancias en cuestión de días, o semanas a lo máximo. Los mercados financieros desregulados a escala planetaria incentivaron la adicción del capital a dejar de lado cualquier cualquier escrúpulo o cualquier cálculo. Tal como lo recordara Michel Collon (“10 preguntas sobre la crisis”, 6 de Octubre de 2008) recientemente tenía razón Karl Marx cuando escribió que «Al capital le horroriza la ausencia de beneficio. Cuando siente un beneficio razonable, se enorgullece. Al 20%, se entusiasma. Al 50% es temerario. Al 100% arrasa todas las leyes humanas y al 300%, no se detiene ante ningún crimen»(Atilio Borón, De la guerra infinita a la crisis infinita. www.atilioboron.com/2009/03/normal-0-21-microsoftinternetexplorer4.html).
[7] V. Navarro, “La ignorada causa de la crisis”, www.vnavarro.org/wp/?p=658
[8] Josep Miró, El fin del bienestar (Ciudadela, Madrid 2008) Mauricio Rojas, Reinventar el Estado del bienestar. La experiencia de Suecia (Gota a Gota Ediciones, Madrid 2008); Santiago Muñoz Machado, José Luís García Delgado, Luís González Seara (drs), Las estructuras del bienestar en Europa (Escuela Libre Editorial/Cívitas, Madrid 2000); cf. M. Moix Martínez, “¿Hacia el postwelfarismo?”, Revista de Estudios Políticos, 1977 (213-214), pp. 121-133. www.cepc.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_213-214_123.pdf.
[9] “El contraste entre los billones que Obama regalará a los timadores financieros (y cualquier otra empresa privada capitalista ‘demasiado grande para fallar’) y su compensación cero para los 100 millones de cabezas de familia estafados por valor de 5 billones de dólares en concepto de ahorros y pensiones por parte de sus nombrados cohortes y los que se han beneficiado de los rescates. Ni un solo centavo será destinado a los parados de larga duración. Ni un solo hogar será rescatado de la amenaza de desahucio” (James Patras, La elección del mayor estafador de la historia reciente. www.voltairenet.org).
[10] Tarso Genro, Crisis de la democracia, p. 8. Ed. del Serbal, Barcelona 2008. Cf. “El futuro de las pensiones” (Temas para el Debate, 139, Madrid, junio-2006); Óscar Peláez Herreos, “El gasto en pensiones contributivas en España 1007-2050” ( Principios. Estudios de Economía Política, 12, sepbre. 2008); Juan Torres López (coord.), Pensiones públicas ¿y mañana qué? (Ariel, Barcelona 1996); Vicenç Navarro,“El falso problema de las pensiones” (PÚBLICO, 7 de Mayo de 2009).
[11] «Mientras el trabajo se considera esencial en el caso de los pobres, el que los ricos se liberen de él es visto como algo encomiable» (J. K. Galbraith, La economía del fraude inocente, p. 39. Crítica, Madrid 2004).
[12] Juan Torres López, “Desigualdad y crisis financiera. Algo más que simples coincidencias”, www.juantorreslopez.com. Cf. J. Torres López y Alberto Garzón Espinosa, La crisis financiera. Guía para entenderla y explicarla (ATTAC, Madrid 2009).
[13] En el período anterior a 1970, David Bell señala que alrededor del 70% del gasto estadounidense en «Investigación y Desarrollo» se destinaba a las industrias bélica y aeroespacial, y a las ciencias naturales (especialmente física y matemáticas) que las sustentan, y alertaba sobre el escaso apoyo que en EE.UU. reciben los estudios y aplicaciones relativas a la salud, la vivienda, la educación, etc., en una sociedad cruzada por importantes desigualdades y tensiones sociales (The Coming of the Postindustrial Society. A Venture in Social Forecasting, pp. 260-2. Penguin, Harmondsworth 1976).
[14] El año 2000, 189 miembros de las Naciones Unidas (ONU) aprobaron la Declaración del Milenio, que regiría ciertos compromisos genéricos en torno al desarrollo y reducción de la pobreza, concetrada en torno a ocho objetivos, el último relacionado con un mejor desarrollo del sistema comercial y financiero, precisamente el más impreciso. Esto dio origen al plan llamado Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), que deben ser alcanzados el año 2015, y que no ha progresado desde entonces lo más mínimo. “Peor aún: al ritmo actual, de aquí al año 2015 morirán 45 millons de niños, habrá 247 millones más de personas viviendo con menos de un dólar al día en África subsahariana, habrá 97 millones más de niños sin escolarizar y 53 millones de personas en todo el mundo carecerán de instalaciones de saneamiento” (“Deudas insostenibles”, en Razón y fe, Madrid, 1.278 – abil 2005). Cf. “Objetivos del Milenio”, Temas para el Debate, 157, Madrid, dicbre. 2007.
[15] Cf. “¿Cobrará jubilación la quinta del 60?”, Mercados de El Mundo 19 de abril de 2009.
[16] Véase — Neoliberalismo y Estado del Bienestar, Ariel, Barcelona, 1998; — Bienestar insuficiente, democracia incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país. Anagrama, Madrid 2002; — El subdesarrollo social de España. Anagrama, Madrid 2006. Cf. también Manuel Moix Martínez, El bienestar social. ¿Mito o realidad? Ed. Almena, Madrid 1980; — De la política social al bienestar social. Madrid 1976; Fabián Estapé, Introducción al pensamiento económico. Una perspectiva española. Espasa Calpe, Madrid 1990.
[17] V. Navarro, Bienestar insuficiente, democracia incompleta, p. 107. Madrid, 2002.
[18] Op.cit. p. 138.
[19] “¿Pero alguien tiene voluntad de crear puestos de trabajo? Los empresarios no, precisamente, cuya obsesión es hy destruirlos” (Lidia Falcón, Trabajadores del mundo, ¡rendíos!, p. 216. Akal, Madrid 1996). Cf. “La degradación del trabajo”, Sistema 168-169, julio 2002.
[20] Juan Manuel de Prada, “Hacia el altar del sacrificio”, ABC 28 de marzo de 2009.
[21] Robert Reich, El trabajo de las naciones. Hacia el capitalismo del siglo XXI, pp. 222-224. Vergara, Madrid 1993.
[22] “La mayoría del dinero robado por Madoff proviene de las clases altas de todo el mundo, su comportamiento ha reducido las desigualdades: se trata del “mayor nivelador” que ha existido jamás desde que se introdujo la imposición progresiva. Al arruinar a multimillonarios y llevarlos a la bancarrota, Madoff ha disminuido su capacidad de utilizar su fortuna para influenciar a los políticos en su favor, lo cual aumenta las posibilidades de influencia política de los sectores económicos menos agraciados de la sociedad de clases… e involuntariamente refuerza la democracia frente a los oligarcas financieros […] Al estafar a amigos de toda la vida, a inversionistas del mismo grupo étnico y religioso, a miembros de country club estrechamente seleccionados por su origen étnico e incluso a miembros de su familia, Madoff ha demostrado que el capital financiero no respeta ninguna de las devociones de la vida diaria: grandes y pequeños, sagrados y profanos, todos están subordinados a las reglas del capital” (James Patras, Bernard Madoff, el estafador de Wall Street, da un poderoso golpe de mano a favor de la justicia social. www.voltairenet.org).
[23] Cf. Victoria de Grazia, El Imperio irresistible. Belacqua, Barcelona 2006.
[24] Pedro Vaquero del Pozo, www.eurosur.org/mo.old/1297/35horas.htm
[25] V. Forrester, El horror económico, p. 13. FCE, México 1997.
[26] Ibid., p. 57.
[27] Cf. Lidia Falcón, Trabajadores del mundo, ¡rendíos!. Akal, Madrid 1996. J. Arriola y L. Vasapollo, Flexibles y precarios. La opresión del trabajo en el nuevo capitalismo. Viejo Topo, Barcelona 2005.
[28] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo. Paidós Ibérica, Barcelona 1994. Cf. “Bienvenido, Mr. Rifkin”. Entrevista de Salvador Valdés, en Temas para el Debate, 141-142, Madrid, agosto-sepbre. 2006.
[29] J. Ortega y Gasset, Meditación de la técnica, p. 50. Revista de Occidente, Madrid 1977, 7ª ed.
[30] L. Racionero, Del paro al ocio. Anagrama, Madrid 1984. Cf. Victor Alba, ¿Ocio o placer? Suicidio de la burguesía y agonía del proletariado. Planeta, Barcelona 1991; Alfred Sauvy, La máquina y el paro. Empleo y progreso técnico. Espasa-Calpe, Madrid 1986.
[31] P. Lafargue, El derecho a la pereza. Fundamentos, Madrid 1977.
[32] R. Passet, Elogio de la globalización, p. 131. Salvat, Barcelona 2002.
[33] Ibid. p. 77. El juicio descarnado de Eduaro Haro Tecglen nos resulta hoy tremendamente clarividente y aleccionador: “La feliz izquierda creyó que iba a ser [la tencología aplicada a la producción] la liberación del castigo del trabajo; no podía imaginar que iba a ser tambén la pérdida de sueldo. Adiós, edad de oro. El ocio se ha echado encima no como un descanso, sino como una maldición: nadie paga por el ocio de los otros. Una de las máximas del capitalismo desbocado es que si a quien está en paro forzoso se la da una ayuda, perderá el estímulo para trabajar. Como si el sistema constituyera un estímulo para el trabajador” (Ser de izquierdas, p. 28. Temas de Hoy, Madrid 2001, 2ª ed.).
[34] Estadio de desarrollo capitalista caracterizado por el predominio en el mercado de grandes empresas dirigidas por gerentes profesionales. James Burnham (La revolución de los directores, 1941) fue el primero en llamar la atención sobre la emergencia de una nueva clase social, la de los directivos profesionales asalariados, que iba a regir el mundo económico de un modo muy parecido a como Thorstein Veblen esperaba que lo hicieran sus ingenieros. Cf. A. A. Berle y G. C. Means, La empresa moderna y propiedad privada (1932); John Kenneth Galbraith, El Nuevo Estado Industrial (1967); Alfred D. Chandler, Estrategia y estructura (1962); Id. La mano visible. La revolución en la dirección de la empresa norteamericana (1977).
[35] R. Passet, op. cit., p. 119.
[36] Ibid. pp. 36, 127. Cf. Paul Krugman, El internacionalismo «moderno». La economía internacional y las mentiras de la competitividad (Crítica, Barcelona 1997); y J.E. Stiglitz, El malestar en la globalización (Taurus, Madrid 2002).
[37] Joaquim Sempere, Mejor con menos: necesidades, explosión consumista y crisis ecológica. Grijalbo, Barcelona 2008.
[38] François de Closets, ¡Siempre más! Folio, Barcelona 1984.
[39] E.F. Schumacher, Lo pequeño es hermoso. H. Blume, Madrid 1982, 5ª ed.
[40]. G. Soros, Tiempos inciertos, p. 148. Debate, Barcelona 2006; — Para entender la crisis actual. Alfaguara, Barcelona 2009.
[41] K. Phillips, American Theocracy: The Peril and Politics of Radical Religion, Oil, and Borrowed Money in the 21st Century, por Kevin Phililips, Viking, 2006).
[42] M. Slesser y J. King, No sólo de dinero. La economía que precisa la naturaleza. Icaria, Barcelona 2008.
[43] Cf. Gerad Mendel, La descolonización del niño. Guadarrama, Madrid 1977, 2ª ed.
[44] Rafael Aguirre, La mesa compartida (Sal Terrae, Santander 1994); Donald Altman, Del cielo a la mesa. El significado espiritual de la alimentación (RBA, Barcelona 2000); J.M. Bernal Llorente, Cristianos en fiesta y en lucha por la justicia (Ed. San Esteban, Salamanca 2004); A. Dumas Beoît, Cinco panes y dos peces. Jesús, sus comidas y las nuestras (DDB, Bilbao 2003); E. LaVerdiere, Comer en el Reino de Dios (Sal Terrae, Santander 2002).
[45] Cf. Howard A. Snyder, La Comunidad del Rey (Caribe, Miami 1983); Tony Campolo. El Reino de Dios es una fiesta (Nelson, 1999).
[46] C. Ballesteros, “Apadrinamientos, S.A.”, en Público, Madrid 15 de marzo de 2009.
1 Al caer esta inmobiliaria crea una onda expansiva que afecta a varios bancos y fondos internacionales, que se cuentan entre sus acreedores, también afecta a sus accionistas a quienes debe unos 3.030 millones de euros (Público 17 de abril de 2009).