Sallie McFague fue una teóloga feminista que nació en 1933 en la ciudad costera de Quincy (Massachusetts). McFague realizó sus estudios de teología en la Universidad de Yale, donde llegó a influenciarse de la teología dialéctica de Karl Barth. Por otro lado, las enseñanzas de H. Richard Niebuhr[1] y la influencia de Gordon Kaufman serían los pensamientos que verdaderamente desarrollaría posteriormente y que le acompañarían durante toda su brillante carrera[2]. Sallie McFague fue profesora de teología y decana de la Vanderbilt Divinity School en la ciudad de Nashville (Tenesse). Entre sus trabajos destacan los siguientes: Speaking in Parables: A Study in Metaphor and Theology, Metaphorical Theology: Models of God in Reoligious Language y Models of God, que es el que utilizaremos para este trabajo.
1. Necesidad de nuevos modelos de Dios
La teóloga Sallie McFague, en el momento en que escribió esta obra[3] en el año 1987, consideraba que hasta ese momento había predominado un modelo teológico patriarcal. Un modelo el cual había impedido el crecimiento y desarrollo de otros modelos teológicos. Se podría haber perdido así la oportunidad de expresar la relación entre Dios y el mundo, desde otros puntos de vista. Esto es posible que haya cambiado en estos últimos años, donde parece que han ido desarrollándose nuevas teologías, aunque siempre con una fuerte resistencia de las ya más establecidas.
Para McFague el modelo patriarcal es considerado pues como un modelo opresivo e incluso malicioso para la continuidad de la vida en nuestro planeta. Nos podemos preguntar el porqué de esta afirmación. Sallie cree que, mediante este modelo machista, se presenta una relación entre Dios y el mundo que resulta perjudicial. Esta forma relacional es perjudicial por el hecho de que obvia la gran responsabilidad humana en cuanto al destino de la tierra. Es por ello que es necesario y a la vez constructivo, el prestar atención a otras formas o alternativas. Nuevas formas que permitan la reformulación o “remitologización” de esa relación entre Dios y el mundo, la cual entendemos que tiene la necesidad de ir avanzando de una manera paralela junto con nuestra sociedad y contexto.
Para este ejercicio McFague propone una teología metafórico-heurística, una teología que esté abierta al descubrimiento y a la experimentación. Eso sí, la autora advierte que es necesario prestar un minucioso cuidado y no caer en el error de considerar nuestro modelo resultante, en algo absoluto. Cayendo en ese error nos volveríamos a encontrar en el punto inicial desde donde Sallie advierte la necesidad de realizar esta investigación. McFague buscará así, de una manera modesta, un modelo que exprese la relación entre Dios y el mundo desde una perspectiva cristiana, valedera para su tiempo. Ante este planteamiento nos preguntamos si el modelo que propone la teóloga estadounidense, es válido también para el nuestro.
Tal como afirmaba Leonardo Boff[4] la tierra parece estar enferma. Entre 1850 y 1950 se eliminó una especie por año, en 1990 desaparecía una especie cada día. Hoy son 150 desapariciones de especies distintas todos los días[5]. Analizando estos datos nos preguntamos si es la Tierra la que realmente está enferma o si, por otro lado, es nuestra relación con esta lo que realmente se encuentra en peligro.
Sallie McFague nos habla de la necesidad de un nuevo paradigma holístico en el que la relación y la interdependencia sea vital, valga la redundancia, para la vida. El hombre ha tomado una posición donde su capacidad para autoextinguirse y extinguir a otras especies, resalta sobre otras cualidades. El humano se ha convertido en un “no creador” de vida. Es por esto que no podemos quedarnos en la idea o esperanza de que nuestra humanidad será salvada, en última instancia, por Dios. Nosotros tenemos una responsabilidad en todo este proceso, una responsabilidad que no podemos eludir.
Sería conveniente entonces que comenzásemos a construir nuevas metáforas que se ajustasen a los tiempos que vivimos y que, a partir de ahí, pudieran estas edificar caminos para un futuro esperanzador. Pero esta vez extendiendo la necesidad de integridad de lo no humano[6], ya que es a partir de ahí (en la aceptación de la necesidad de nuestro entorno) donde realmente podremos comenzar a elaborar este nuevo paradigma.
McFague pone su énfasis en la obligación de una perspectiva más ecológica. Esto para nosotros es de vital importancia en este período en el que nos encontramos. Ahora bien, en cuanto al trabajo que nos ocupa, tenemos que subrayar que esta perspectiva se basa en la necesidad que tiene todo ente de relación. Como personas es necesario pues que desarrollemos (que demos un sentido) a nuestras relaciones con la naturaleza, aunque también es necesario que estas relaciones se desarrollen entre nosotros mismos[7]. Esto significa dar un giro hacia el todo, hacia el otro y apartar el antropocentrismo y el individualismo característico de nuestro tiempo.
Otro pilar, además del ecológico, al que hace mención Sallie McFague es la “pesadilla nuclear”. Hasta hace no menos de un año, nuestro entorno parecía realmente seguro y pacífico. Los conflictos armados europeos habían quedado relegados a su mención en los libros de historia, a épocas pasadas, lejanos y desconocidos de nuestras generaciones más jóvenes. Habíamos dejado en el olvido, ya hacía tiempo, la “amenaza nuclear” que Sallie menciona en su obra[8].
Esto ya no es así. Los conflictos vuelven a llamar a las puertas de Europa. Al margen de los acontecimientos o movimientos geopolíticos que hayan podido causar esta situación, volvemos a tener la sensación de que nosotros (como seres humanos) seguimos teniendo ese “brillante” poder e infinito afán, de autodestruirnos. La dominación del otro vuelve a asentarse como fundamento de políticas cercanas. Una necesidad de dominación que termina por trasladarse a nosotros mismos, a nuestras relaciones. Y aún más peligroso: termina por dibujar un Dios todopoderoso el cual “lucha al lado de los elegidos para derrotar a sus enemigos”[9]. ¿Es esta la única forma de relación entre los seres humanos? ¿Qué ocurre con el poder del amor? De nuevo, mediante el uso de esta monárquica metáfora de la Divinidad, nuestra responsabilidad queda guardada en lo más profundo del armario; termina dibujándose un Dios lejano, distanciado del mundo.
2. La propuesta de McFague: La Teología Metafórica
La intención de esta autora es crear, tal como ya hemos intuido, una nueva sensibilidad que sea capaz de fomentar un cambio. Un cambio enraizado en la promoción de una “ética de justicia”[10] y que atienda a nuestra responsabilidad, en cuanto al destino de la tierra y de nuestras relaciones se refiere. Para llevar a cabo esta tarea los cristianos tenemos un referente rico en metáforas. Un referente el cual nos podría servir de gran ayuda en esta empresa. Nos referimos a la Biblia, Texto que se encuentra colmado de auténticos modelos y ejemplos teológicos[11].
Desarrollando esta idea, Sallie menciona las cartas de Pablo o el Evangelio de Juan como trabajos que muestran una gran imaginación en su confección y que expresan, desde su propio tiempo y contexto, el inmenso amor salvífico del Dios al que los cristianos buscamos. Con todo esto, la teóloga también se pregunta si estos textos podrían llegar a ser igual de transformadores para nuestra época. Parece evidente que hoy en día los ejercicios que buscan una nueva metáfora a partir del Texto Sagrado, son escasos. Por lo que la necesidad de nuevos planteamientos es un hecho patente. Sin lugar a dudas y tal como la historia nos ha mostrado, es evidente que estos intentos parten de una admirable valentía. Pero desafortunadamente, en muchos casos, este esfuerzo hermenéutico intentará ser sofocado con la mayor inmediatez y/o contundencia por las corrientes más conservadoras. Es por ello que este intrépido trabajo posee un mérito extra.
Desde el punto de vista de la teóloga de Quincy, las creencias serán directamente proporcionales a la capacidad que tenga el hombre (de cada tiempo) a hacer suya la “representación imaginativa y verosímil de la relación entre Dios y el mundo”[12]. Y para el nuestro (para nuestro mundo actual) tenemos la sensación de que esta representación, debería de estar basada en una inclusividad real de todo ser humano. Una inclusividad que, mediante su libre uso, sea suficiente para derrumbar y hacer innecesaria cualquier jerarquía impositiva establecida.
La teología tendrá que ser entonces (primero) un ejercicio constructivo y metafórico, no enfocado a una “desmitologización” sino que procurará una “remitologización”, buscando las metáforas para nuestro contexto. (Segundo) En cuanto a la utilización de la metáfora, su uso se basará en el intento de describir lo que no conocemos a partir de lo que conocemos[13], ofreciendo así un nuevo marco o visión. Este trabajo heurístico puede llegar a ser algo desestabilizador, Sallie McFague escribe lo siguiente sobre ello:
“Una teología metafórica es, consiguientemente, desestabilizadora: puesto que ninguna forma de referirse a Dios es adecuada, y todas son impropias, las nuevas metáforas no son necesariamente menos inadecuadas o impropias que las antiguas. Todas están en la misma situación, y ninguna autoridad -ni el status bíblico, ni la longevidad litúrgica, ni el fiat eclesiástico- puede decretar que unas formas de lenguaje o unas imágenes se refieren literalmente a Dios, y otras no.” (McFague, 1994. p. 72)
Nos puede sorprender cuando McFague pone al mismo nivel estos tres conceptos: status bíblico, longevidad litúrgica y fiat eclesiástico. La Escritura es considerada por la autora como la “sedimentación de experiencias del poder salvífico de Dios traducidas a metáforas”[14], una descripción que puede entrar en conflicto con el concepto protestante de la Sola Scriptura. Pero ¿es el Texto o el poder transformador de Dios, reflejado en este, lo que fundamenta nuestra fe? La cuestión sería ahora saber trasladar o interpretar ese amor salvífico y transformador de Dios (que mana de las Escrituras) a nuestro tiempo, pero intentando a la vez que esa interpretación resultante sea capaz de hablarnos de una manera contextualizada.
En este nuevo ejercicio hermenéutico, no sería normal que el teólogo se olvidase de la historia de nuestro referente cristiano: Jesús. Ante este reto McFague considera que existen tres aspectos fundamentales que destacan en el ministerio de Jesús y que por lo tanto merecen nuestra atención, estos son: el uso de las parábolas, la mesa común y su muerte en la cruz[15]. Analicemos estos tres aspectos de forma separada.
Entendemos que las parábolas que se atribuyen a Jesús fueron exposiciones que, en cierta forma, trastocaban las normas y la vida que se consideraba “normal” en la época. En definitiva, eran pequeñas historias (o incluso las podríamos llamar “imágenes”) que el oyente las dibujaría de una forma muy personal mediante su imaginación. Eran historias que intentaban transmitir algo desconocido: el Reino de Dios.
Estas parábolas suelen comenzar con la sencillez de lo convencional, algunas con un hecho que nos puede resultar familiar, para después añadir una perspectiva radicalmente distinta a lo que normalmente se está acostumbrado. Esto no queda aquí, porque esa nueva perspectiva puede llegar a resultar (de primeras) desagradable o molesta para aquel que se enfrenta a ella. Y es que la parábola, tal como ya sabemos, intenta desmarcarse de los dualismos estrictos. Es por ello que rechaza de igual forma toda categorización que se le quiera atribuir, más bien, se acerca a una sensibilidad holística.
El carácter de la mesa común no es más que el dato, del ministerio de Jesús, que afirma el aspecto inclusivo. Este dato creo que es determinante para nuestro tiempo. No podemos hablar de una inclusividad global cuando aún tenemos cerradas muchas fronteras, muchas iglesias o muchas mesas. Sallie entiende que para que este dato pueda llegar algún día a la universalidad, resulta necesario que contemos con la sensibilidad ecológica. En estos tiempos en los que vivimos, “la salvación debe extenderse a todo, o no servirá para nada”[16]. Es posible que la ampliación a ese todo algún día, sin darnos cuenta, nos haga sentirnos de una vez hermanos de verdad.
Llegamos a la tercera característica que Sallie McFaque define como fundamental en la vida de Jesús: la cruz. Este acontecimiento se ha interpretado dentro del cristianismo de distintas maneras. Unas veces como crítica del triunfalismo (el rey se convierte en siervo) y otras como acontecimiento que precede a la resurrección. McFague se separa de estas dos interpretaciones llegándolas a considerar perjudiciales para nuestro cristianismo[17] y se centra más en un Dios que habla en clave de servidumbre para con el mundo (algo poco habitual, pero tan necesario, en nuestro tiempo actual).
A partir de este punto, el de la servidumbre incondicional, ponemos delante nuestro la necesidad del autosacrificio y de la entrega por los demás. Borramos de un plumazo el sentido jerárquico que puede tener esta imagen (la del Rey crucificado), ofreciendo un carácter más inclusivo.
Todo parece tener sentido, pero McFague aún no está convencida de ello. La teóloga considera que el lenguaje de servidumbre ya no es habitual en nuestro tiempo, ya no es significativo (a la hora de manifestar la singularidad del amor expresado en la cruz) para la vida de los cristianos tal como pudo ser en otras épocas.
Sallie McFague propone otras metáforas de amor alternativas al concepto convencional de servidumbre expresado en la cruz, tales como la de madre, la de amante y la de amigo/a. Estas nuevas metáforas no solamente señalarían el autosacrificio y la entrega a los demás, sino que se ajustarían a una propuesta de salvación más conveniente para este tiempo.
Cuando pensamos en las relaciones entre padres e hijos, entre amantes y entre amigos o amigas, damos por sentado que estas son las relaciones de amor desinteresado más personales e importantes que pueden llegar a existir. Estas mismas serán las figuras que propondrá Sallie McFague para que las valoremos como nuevas metáforas de Dios. A su vez, esta autora, relacionará las tres metáforas con otras tres formas de amor (además de con una ética particular), a saber: el amor creador (agape, con una ética de justicia), el amor salvífico (eros, con una ética de sanación) y el amor sustentador (filía, con una ética de compañerismo).
Es muy común el ver como a través de nuestra tradición, nos hemos acostumbrado a tener con nosotros el modelo de Dios padre. Nos hemos acostumbrado a que nuestra relación personal con Este, sea una relación de padre-hijo. En cambio, siendo hombres y mujeres creyentes, cuando pensamos en que fuimos creados a imagen de Él, el resultado tendría que ser distinto a la hora de imaginarnos a Dios. Unos imaginarían a un Dios masculino y otros a un Dios femenino.
Esto último rara vez sucede y hasta podríamos decir que en determinados contextos (o comunidades) es hasta mal visto o molesto. Pero aun así resulta igual de curioso cuando utilizando esta metáfora femenina, nuestra imaginación la vincula directamente con cualidades que nuestra sociedad ha encasillado a este género. Cualidades como la ternura, la protección o los aspectos sanadores las relacionamos directamente con esa magnitud femenina de nuestro Dios y por otro lado la justicia, la redención o la creación parecen magnitudes de un Dios masculino. Es como si hubiéramos estereotipado las funciones de la Divinidad. Después de analizar esto, Sallie ofrece la posibilidad de replantearnos estos modelos e intentar dirigirnos a Dios tanto en términos de Ella como de Él[18].
Por último, solo me queda decir que, el trabajo de McFague, así como el de las nuevas hermenéuticas o nuevas lecturas de la Biblia, son hoy en día altamente necesarias. Mediante estas nuevas interpretaciones podemos llegar a desarrollar aspectos que no nos plantearíamos en otros diálogos con el texto. La Teología metafórica, dada su base heurística, nos ofrece una libertad que va más allá de una teología basada únicamente en un constructo doctrinal. Sabemos que, en alguna ocasión, la teología ha intentando dar continuidad a este fundamento normativo. Hasta ha podido forzar su desarrollo, para así poder llegar a enlazar con dicha doctrina. A diferencia de esto, Sallie McFague nos ofrece una herramienta que va más allá de esta forma de hacer teología. Esta vez con un fundamento rebelde basado en la propia teología feminista, se nos invita a realizar un ejercicio intelectual donde encontrar nuevas perspectivas en el marco de los modelos de Dios.
José Viladecans.
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[1] Influencia en cuanto a la “preocupación del liberalismo por la experiencia, la relatividad o la imaginación simbólica y el papel que juegan los afectos”. Wildman, Wesley J. 1988. The Theology of Salli McFague. The Boston Collaborative Encyclopedia of Modern Western Theology. https://people.bu.edu/wwildman/bce/mwt_themes_909_mcfague.htm [Online] [18/08/2022]
[2] Sería interesante señalar también, en cuanto a su metodología, el constante diálogo entre lingüística y teología que profesa esta teóloga, derivado de sus estudios de Licenciatura en Literatura en Smith College.
[3] La obra original tiene como título Models of God. 1987. Theology for an Ecological, Nuclear Age. Fortress Press. Philadelphia. Nosotros utilizaremos para este trabajo la siguiente traducción, realizada por Agustín López y María Tabuyo: McFague, Sallie. 1994. Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Santander. Sal Terrae.
[4] Boff, Leonardo. 1996. Ecología: Grito de la tierra, grito de los pobres. p. 13. Madrid. Trotta. Madrid.
[5] UN. El País. 2007. La Onu alerta de que 150 especies se extinguen al día por culpa del hombre. Acceso el 18 de Agosto. https://elpais.com/sociedad/2007/05/22/actualidad/1179784806_850215.html
[6] Schüssler-Fiorenza, Elisabeth. 1989 . En memoria de ella. Una reconstrucción teológico-feminista de los orígenes del Cristianismo. p. 165. Desclée de Brouwer. Bilbao.
[7] Necesidad que hemos sentido, en mayor medida, durante este tiempo de confinamiento provocado por la pandemia de Covid-19.
[8] Amenaza nuclear provocada por los efectos de la “guerra fría” que enfrentaba al bloque occidental o capitalista con el bloque oriental o socialista.
[9] McFague, S. Op. Cit. p. 43
[10] Ibid., p. 60
[11] Ibid., p. 64
[12] Ibid., p. 67
[13] Seremos conscientes pues que estaremos describiendo algo (o a un Dios) que para el ser humano no es conocido, es por ello que hablamos en términos de plausibilidad. Pero, por el contrario, nos estaremos también acercando a una “teología libre”, pudiendo elegir entre los materiales que disponemos pero sin limitarnos a ellos. Scharlemann, Robert P. 1973. Theological Models and Their Construction. pp. 82-83. Journal of Religion 53.
[14] Ibid., p. 86
[15] Ibid., pp. 96-104
[16] Ibid., p. 102
[17] Sallie McFague da tres razones básicas de esto: por ser un hecho de marcado carácter individualista (lo que va en detrimento de la idea que la salvación es tarea de todos los seres humanos. “Lo fundamental no es lo que un individuo hizo, sino lo que nosotros, con Dios, hacemos ahora), por proporcionarnos “una seguridad cómoda y personal” (la cual termina por minar cualquier esfuerzo de superación del pecado) y, por último, al contemplar la cruz como sacrificio del Rey realizada por los pecados del mundo nos impide ver otras posibilidades (tales como que Jesús manifiesta en su vida y muerte una actuación en favor del necesitado, por lo que el corazón del universo es el amor sin límites; Jesús no es Rey, sino siervo. Es por ello que es necesario hablar de Dios desde esta “servidumbre” para con el mundo). cf. McFague, S., pp. 104-107.
[18] Ibid., p. 170