Posted On 27/10/2023 By In Cultura, Libros, portada With 1257 Views

Leer a Dios o el lugar donde se encuentra la lectura con la escritura | Félix Córdova Iturregui

Leer a Dios o el lugar donde se encuentra la lectura con la escritura

Presentación del texto: “Leer a Dios” de Ángel L. Rosa Vélez

 

 

Este libro de Ángel Rosa Vélez, con un título provocador, Leer a Dios, es un texto escrito con una conciencia aguda de que estamos viviendo en el interior de una crisis muy compleja y de enorme amplitud. La crisis camina por sus páginas y tiene, es cierto, formas particulares y concretas de expresión. La nuestra, la inédita crisis que vive Puerto Rico, por ejemplo, responde a una quiebra histórica de la relación colonial con Estados Unidos. Sin embargo, además de su particular manifestación, nuestra crisis también responde a aspectos mucho más amplios que, podríamos decir, recorren el camino de toda la humanidad. Un ejemplo, para entendernos, tiene que ver con el cambio climático y las crujientes contradicciones que caminan por la globalización del mercado y la febril acumulación del capital bajo el impulso de la ganancia privada.

Leer a Dios es un texto que aborda esa crisis. Destaco este aspecto del libro de Rosa Vélez porque ante la realidad vivida, lo que el texto llama lo real, se levanta una escritura que parece establecer una lejanía con respecto a la crisis mencionada. Se trata de una lejanía imprescindible para provocar una nueva cercanía entre la crisis y la experiencia del creyente. El libro postula una lectura de Dios como una forma de articular una crítica que incluye a instituciones religiosas por su manera de colocarse ante la necesidad del cambio social y pretender congelar la historia o hacerla retroceder. Tales instituciones tienen como objetivo administrar la fe y conducir el rumbo de las creencias de sus feligreses sin cuestionar la inequidad que caracteriza nuestro sistema social. Podemos decir que Rosa Vélez, entre otras cosas, cuestiona en este libro la inmovilidad social de instituciones religiosas, que ante la dinámica de la crisis, detienen y congelan la urgencia del cambio social mientras la vida de la mayoría de la población se deteriora. Ante la inmovilidad institucional, Rosa Vélez elabora un enunciado clave del libro: creer es crecer.

Es decir, la creencia cuando es auténtica obliga al crecimiento, exige el cambio, la transformación, con el acento puesto en la fuerza mayor que la impulsa: la libertad. Ahora bien, en ese contexto del enunciado que motiva el libro, creer es crecer, hay que observar cómo se mueve un tipo de escritura que postula una lectura atrevida. ¿Cómo leer a Dios? ¿Dónde se puede leer a Dios? Las preguntas son complejas y podemos abordarlas con una analogía. Sabemos que la fuente de luz de nuestro universo es el sol. Sin embargo, si lo miramos de frente sostenidamente, el resultado será la ceguera. El sol, como fuente de luz, imprescindible para el ver de la mirada, no se puede mirar de forma directa, sino indirecta, por vía de los efectos de la luz que emite. La luz que alimenta la mirada nos llega, pues, de forma indirecta, por vía de su iluminación sobre el mundo, combinada con mayor o menor intensidad con la sombra. Esa mediación de la mirada tiene un parentesco profundo con lo que se ha considerado la principal figura retórica de la expresión humana: la metáfora. Rosa Vélez utiliza en su exposición un concepto sobre la metáfora elaborado por un pensador francés, Paul Ricoeur: la metáfora viva. Hay un aspecto fundamental en este concepto que debemos destacar. Conocer a Dios es posible solamente de forma indirecta, por medio de los textos sacros que pueden relacionarse con Él, o en un sentido todavía más amplio, por medio de su capacidad creativa manifestada en nuestro universo. En ambos casos, el conocimiento está cruzado por la analogía, por una construcción inevitablemente metafórica. La metáfora viva, capaz de dar forma a un Dios que viaja en su creación, como manifestación divina en este mundo real nuestro, no puede y no debe provocar lecturas directas, ni lecturas candorosas regocijadas en su movimiento por la literalidad de las manifestaciones sacras, sino exigir lecturas guiadas por un trabajo inevitable y necesario de interpretación.

Dicho esto, podemos entender una expresión del comienzo del libro que asalta y despoja el sentido de una enseñanza repetida hasta la saciedad en la educación religiosa institucional. “Gracias a Dios, no somos Dios ni sus hijos forjados a su ‘imagen’ y semejanza, pues ¿cuál es la imagen de Dios, una flama, un viento o un susurro?, pero sí podemos continuar esa creación en el proceso de la imitatio; lo sabemos porque no podemos ver con claridad lo que ocurrirá el día después de hoy y tampoco guardar la elocuencia de sus silencios.” (16-17) Debido a este imperativo de abordar la metáfora viva que emana de Dios, la voz del texto de Rosa Vélez nos narra un viaje que debe ser enfrentado por los creyentes. Recurrir al viaje del creyente, a su vez es estar ya instalado en el interior del decir metafórico, en la experiencia del desplazamiento inconforme.

En lugar de un sitio, el creyente parte de un estado, ser simples fieles, para moverse a estados superiores de carácter más crítico, donde la instrucción inicial de la simpleza o sencillez se quiebra para no permitir que el creyente se instale en el conformismo. Rosa Vélez aborda de esta forma el curso del cambio. La vida del creyente se encuentra con dos caminos. Uno lo conduce por la experiencia directa de la vida y los conflictos sociales; el otro por la educación, que debe ser una reflexión más amplia sobre el carácter social de la vida. En estos dos caminos se unen dos niveles entrelazados: el individual y el colectivo. La verdadera reflexión tiene una dimensión colectiva, como también la tenía la inocencia del punto de partida. Por consiguiente, la criticidad, la elaboración del juicio crítico, aunque tenga una manifestación individual, es resultado de un viaje social, caracterizado por la ruptura y la discontinuidad. Sin la ruptura y la discontinuidad el creyente se desliza hacia la conformidad y el estancamiento. Y la quietud del conformismo pudre la fe.

Puede captarse, entonces, el vínculo entre creer y crecer. Si no hay crecimiento, la creencia se debilita, se congela y muere en las formas de la repetición, en la vaciedad del rito. El libro de Rosa Vélez entra por aquí en el recurso de mayor exigencia. Para crecer es urgente estudiar, entrar en un estado de reflexión. Y la reflexión, el movimiento del reflejo, el ámbito de la vida de la imagen es el espacio inevitable donde se activa la metáfora, el vehículo que lleva al creyente en su viaje de cambio y lo desplaza de su lugar de comodidad. Creer adquiere así la experiencia de un sentir filtrado, trabajado por el pensamiento, alterado por el movimiento del pensar que posibilita el espacio móvil de la metáfora. Ahora bien, el movimiento de la metáfora viva no respeta deslindes y atraviesa espacios prohibidos. Esa dinámica expansiva lleva a Rosa Vélez a la siguiente afirmación: “La historia profana y la historia sagrada no están separadas y debemos leerlas y atenderlas como un todo.” (22) Niega la separación entre lo sacro y lo profano, la severa valla establecida y mantenida por la institucionalidad religiosa.

La afirmación anterior tiene consecuencias de enorme alcance. Al no estar separada la historia sacra de la historia profana surge una nueva manera de ver y estudiar el vínculo entre los textos propios del creer y la historia real. Los viejos textos sacros del creer tuvieron raíces históricas. Esas raíces históricas se manifestaron en el decir de estos textos y enfrentaron la opresión y la injusticia. Fueron escrituras nacidas de la lucha por la liberación vinculadas al cuerpo social necesitado. Este concepto es clave en los textos sagrados: el cuerpo necesitado como cuerpo lacerado por la pobreza y la opresión social y nacional. De ahí que la teología y la política no puedan ponerse aparte, como si no hubiera vínculo entre ambas. Querer poner aparte lo que discurre junto no extrae la teología de la política. Por el contrario, lo que hace es ocultar la política escondida que subyace a esta aparente separación, el conformismo que propone dejar el mundo como está. La posición crítica de Rosa Vélez, nacida de su experiencia religiosa institucional, tiene implicaciones profundas para la institucionalidad religiosa. ¿Cómo justificar el inmovilismo social, o para ser más preciso, el movimiento constreñido de la institucionalidad religiosa en el espacio interior de la dominación colonial sin cuestionarla continuamente, aceptando los límites impuestos por el imperio en el caso de Puerto Rico e incluso a nivel global? ¿Acaso Jesús vino al mundo para dejarlo tal como estaba o vino a revelar otra realidad posible que no podía ser absorbida por la aceptación imperial de la Roma de su época? Rosa Vélez postula que toda revelación “supone trastocar el orden de lo ‘normal’ vigente”. Y añade lo siguiente: “Significa que para hacer teología tiene que haber interrupción de las formaciones que el sistema ofrece y practicamos”. (27)

La teología que libera al creyente le abre el paso al creer creciendo, a la fe viva, frente a la fe bloqueada por una teología de la conformidad. La teología que libera requiere un fondo político íntimo. Y la intimidad de lo político no es otra cosa que un alejamiento de la política de la conformidad social, de la comodidad, que evita soltar al sujeto creyente de aquello que lo sujeta y lo detiene en su proceso de crecer. Creer como crecimiento exige una actividad crítica capaz de leer la metáfora viva, capaz de leer a Dios a través de la historia y sus retos de cambio y transformación. No es creer en fábulas o cuentos de camino. Creer es colocarse en un camino, crecer con la experiencia de la vida y entender el sentido del movimiento. Apoyado en la experiencia de la vida de Jesús, Rosa Vélez postula una ruptura con un sistema que vive “del negocio del castigo o premio en acuerdo al comportamiento sin relación al sistema que nos rige”. (28) Creer como experiencia del crecimiento, instalado en el viaje del pensar no puede estar bajo la sombra de estructuras piramidales y autoritarias. “Por ello ninguna espiritualidad o religión debe pertenecer a la oficialidad del Estado”. (35)  Pero tampoco una iglesia con el espacio abierto del creer-crecer puede tener la apariencia de un Estado porque adopta inevitablemente la figura de la opresión.

No es una casualidad que los textos bíblicos hayan sido considerados como literatura, como experiencias de ficción. Esa apreciación, lejos de debilitarlos, los fortalece precisamente porque en ellos se manifiesta Dios como metáfora viva. El lenguaje literario es la mejor opción para la experiencia del creer-crecer, para leer a Dios en su pluralidad y riqueza como fuerza de creación que no cesa. El orden único, impuesto por una institucionalidad autoritaria y piramidal, no es coherente con la experiencia amplia del vivir humano. Esa experiencia es múltiple porque responde a una exigencia de la divinidad que nos impele a la movilidad de la metáfora, el poderoso vehículo de la analogía. Dios, leído como metáfora viva se manifiesta de forma plural en la expresión literaria de la vida. Ahora bien, el flujo de la creatividad humana no tiene la vía libre. Rosa Vélez establece una relación compleja entre experiencia religiosa e imperio (38). Hoy, en la vida presente, el imperio dominante a nivel global es Estados Unidos, la misma fuerza sistemática que sojuzga a la sociedad puertorriqueña. Y la crisis actual nos ha enfrentado a un mundo en el que se han resquebrajado los sueños religiosos burgueses de “progreso y libertad”.

Las implicaciones del proceso de resquebrajamiento de viejos sueños coloniales nos obligan a expandir la metáfora divina. Si el vivir no puede estarse quieto, ni la verdad como experiencia múltiple, puede tampoco estarse quieta, nuestra humanidad enfrenta experiencias muy complejas. Nos dice Rosa Vélez: “La verdad que proponemos en el texto a continuación no es única ni estable ni está fuera de nuestro alcance.” (42) De esta propuesta, apoyada en la metáfora, cuyo significado griego es transporte, vehículo, se levanta una urgencia: la necesidad de abrir el canon bíblico. La verdad no puede estar separada del vivir. Rosa Vélez expresa esta afirmación de forma bella y contundente: “El vivir no puede detenerse en el mundo del texto porque el vivir es el texto caminando”. (48) ¿Quién, entonces, ha pretendido paralizar la verdad, congelarla en un canon cerrado, y evitar su movimiento? Rosa Vélez no titubea al señalar las fuerzas del inmovilismo: la acción coercitiva y combinada del patriarcado y los imperios. Y estas fuerzas coercitivas nunca dejan ver sus caras descubiertas. “Serán siempre fuerzas coercitivas disfrazadas de normalidad.” (40)

Ahora bien, descongelar el canon, abrirlo a la historia, requiere descubrir, investigar. ¿Dónde surgen y actúan los nuevos textos proféticos? ¿Dónde se revela la verdad encarnada en la humanidad de Jesús? La propuesta de Rosa Vélez de abrir el canon tiene múltiples direcciones históricas, Incluye también recuperar viejos textos excluidos del canon bíblico, como, por ejemplo, el evangelio de María Magdalena. Pero también indagar en importantes textos proféticos de la viva tradición literaria, poética y artística de Nuestra América. El camino provocador que va a recorrer Rosa Vélez, después de su atrevida propuesta de abrir el canon religioso, tomará el rumbo de la densa exégesis de múltiples textos artísticos, apoyado en la idea central de su libro, creer es crecer, que le confiere a la fe una dimensión más de búsqueda que de encuentro. La consecuencia de abrir el canon inexorablemente focaliza en el movimiento del creer siempre en ruta hacia su crecimiento. El detenimiento en cada texto es parte del viaje, es un remanso que acentúa la certeza del encuentro como momento necesario de la búsqueda.

Un importante epígrafe de un fragmento de una entrevista hecha a Jorge Luis Borges le aclara al lector que el crecimiento no es una característica solamente del creyente, sino que consiste en el estado vivo del contacto con la creación divina que no cesa. La cita de Borges rechaza la idea de un Dios omnipotente y acabado, estático y perfecto, que en un momento dado de su perfección eterna crea el universo temporal. Borges se siente inclinado a creer en “un Dios que está creándose a través del proceso cósmico o de nuestros destinos personales” y añade, “en esa única forma podemos creer en Él, es decir, como canalización evolutiva hacia la perfectibilidad”. (60) La creación es, entonces, un proceso que siempre continúa y el ser humano participa en ella como el Dios dinámico que se manifiesta en la metáfora viva. Un Dios que nunca ha dejado de manifestarse. Creer en él conlleva, entonces, un movimiento de búsqueda hacia él. Desde la perspectiva borgiana, adoptada por Rosa Vélez, no tiene ningún sentido cerrar el canon. Al hacerlo, desde fuerzas institucionalizadas, se pretende congelar la historia inherente del creer-crecer, con el resultado de dejar la fe vacía, sin conexión con la creación, con una intención de inmovilismo donde muere el contacto con la divinidad.

Abrir el canon es, por consiguiente, una propuesta epistemológica de Rosa Vélez que postula un compromiso creativo, consciente, de la experiencia religiosa vinculada con el cambio social, afirmando la relación de la existencia de Dios con la justicia del cuerpo necesitado y sufriente de la sociedad. Si la creatividad de Dios no se interrumpe, la creatividad humana es una metáfora de la inclinación divina. Entre ambas existe una inevitable analogía. De forma que, mediante el estudio y la indagación, Rosa Vélez busca en la poesía y el arte la pisada divina en su camino hacia la perfectibilidad. Por esa ruta se abisma en el análisis textual múltiple, que puede transitar por el relato de Gabriel García Márquez, “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, por Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, por Pedro Páramo, de Juan Rulfo, por Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, o por poemas de César Vallejo, José Martí, Octavio Paz o Julia de Burgos, por mencionar algunos ejemplos. La ruta de búsqueda, sin embargo, no es lineal en el tiempo. Cada uno de los textos que abren el canon, tiene resonancias sobre el recuerdo y la memoria del viaje de la fe. Con estas resonancias se abren los antiguos textos bíblicos con nuevas miradas. Rosa Vélez, por ejemplo, incursiona en el Libro de Job, en el Libro de Judit, enlazando los viejos textos bíblicos con los que considera los nuevos textos proféticos. El resultado de sus lecturas, pensadas y repensadas durante muchos años, se transforma en escritura y desemboca en una conmovedora revitalización de los viejos y nuevos textos proféticos, eslabonados con una imaginativa intertextualidad que le ofrece al creyente la profundidad temporal de su larga ruta por la tierra. Su escritura conmovedoramente abre los textos y su voz se amplía en una en la resonancia del re-cocimiento.

Hay un capítulo de este libro, el quinto, “La metáfora de la mujer”, que nos permite entender que la acción de abrir el canon no solamente camina por delante de la historia recogida en los textos de la Biblia. Si bien abrir el canon tiene una dimensión volcada hacia la historia contemporánea, también conlleva un movimiento de apertura hacia los viejos textos excluidos del canon, como sucedió con “El evangelio (apócrifo) de María Magdalena”. Nos dice Rosa Vélez: “En adelante sorprende el descubrir a María Magdalena como la más cercana a Jesús, la más amada y capaz de organizar el proyecto evangelizador. Por supuesto que estas son escrituras no reconocidas por la jerarquía del imperio, el patriarcado y canon religioso, por ello se les llamó escrituras apócrifas (que originariamente significa ‘ocultar lejos’), y no fueron aceptadas por las autoridades eclesiásticas ni del poder político del imperio romano. Las dos instituciones adolecían del mismo mal: la jerarquía del patriarcalismo”. (133-134) La exclusión fue muy bien pensada con el objetivo de “negar la influencia femenina en la historia del Cristianismo”. (134) La exclusión del evangelio de María Magdalena, como obra de Pedro y Pablo, no pudo cambiar el relato de los evangelistas incluidos en el canon. Rosa Vélez destaca la palabra de los cuatro evangelistas, al reconocer que el anuncio de la resurrección de Jesús fue dado por las mujeres, con particular mención de María Magdalena. Abrir el canon significa, con un énfasis particular, transformar la condición de vida de las mujeres. “La Biblia como obra textual escrita hace miles de años por manos humanas se escribió (y hoy, siglo XXI, se continúa escribiendo) dentro de contextos sociales, culturales y políticos desfavorables para la mujer”. (145)

Concluyo mi presentación con unas reflexiones finales sobre el significado de este libro que no nos invita a la complacencia ni a la conformidad. En un momento de crisis social como el que vivimos, en el que se acentúa la desigualdad entre una minoría que se enriquece mientras la mayoría vive en condiciones de progresivo deterioro, los creyentes, las mujeres y hombres de fe, no pueden fortalecer sus creencias oponiéndose a los cambios sociales con una política religiosa conservadora. El libro postula que creer es crecer, lo que conlleva participar en los cambios históricos hacia la igualdad y la equidad. La fe no puede crear abismos entre los humanos. El movimiento de la creencia en su crecimiento es un movimiento solidario hacia el prójimo, hacia el cuerpo necesitado, el cuerpo lastimado por la opresión y la miseria. Rosa Vélez en este inquietante libro nos propone una nueva lectura de la resurrección de Jesús. La resurrección, como acontecimiento de la divinidad, así como la creación entendida como proceso continuo, no es algo externa a la vida social nuestra. Nos convoca y nos compele a resucitar en esta vida que llevamos, a salir de una experiencia vacía de la fe y de la esperanza, a crecer mediante una permanente resurrección del amor al prójimo en esta vida, luchando por el cambio y la salvación en la vida diaria de todos los seres humanos que caminan sobre esta tierra. Creer y crecer se combinan como una fuerza de liberación y de cambio social para eliminar o amortiguar el sufrimiento como una experiencia de la soledad. En el mundo actual no se puede vivir de otra forma que no sea adoptando el riesgo de pensar por cuenta propia. La belleza de este libro, a mi juicio, consiste en ser una invitación a la inconformidad pensada y reflexionada. Leer este libro es una aventura novedosa. Exige una mente abierta para poder experimentar una de las dimensiones principales de la buena lectura: vivir el temblor de un sacudimiento.

 

Félix Córdova Iturregui
27 de septiembre de 2023
Presentación del texto: “Leer a Dios”de Ángel L. Rosa Vélez
Anfiteatro #3 Universidad de Puerto Rico
Recinto de Río Piedras

 

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