Muchas personas pueden ser lectoras asiduas, verdaderas devoradoras de libros, pero a falta de una mayor inserción en la vida académica real, o mentores que les confieran los recursos o instrumentos necesarios para poder dirimir entre una lectura prioritaria de otra secundaria, e incluso de una de calidad sospechosa cuando no ruinosa, terminar creyendo y proclamando aquello que consumen en términos de lectura como la palabra definitiva sobre alguna materia en particular. En tal sentido, hace muchos años atrás el recientemente fallecido René Padilla se refería al grueso de la literatura que circundaba en el mundo evangélico de América Latina como a «basura evangélica con lindas portadas», y al lector evangélico que la consumía, como «a un lector incapaz de discernir entre lo primario y lo intrascendente», en cuanto a literatura teológica se refiere.
Ahora bien, y ya transcurridos algunos años de la punzante pero no menos veraz declaración del escritor ecuatoriano, tenemos el deber de preguntarnos: ¿Ha sufrido alguna variación la producción bibliográfico-teológica producida o consumida por el mundo evangélico latinoamericano? Pregunta ciertamente compleja y difícil de responder, si es que uno, claro está, no quiere herir susceptibilidades y, finalmente, dispararse en los pies. Empero, lo que sí podríamos señalar, sin temor a deslizarnos en un hielo muy delgado, es que hoy en día, diríamos, para utilizar un término en boga, se ha «democratizado» enormemente el asunto en lo referente al mercado de las editoriales evangélicas, ¡enhorabuena!, y ya el material bibliográfico no se halla bajo el monopolio de una sola compañía o dos como otrora era la norma prácticamente oficial.
Sin embargo, y a despecho de estos significativos avances «democratizantes», en cuanto a las editoriales dice relación y, al punto, incluso, de que no es infrecuente encontrarse cada día con una nueva editorial evangélica independiente, me atrevo a decir que, en términos generales -y guardo aquí las debidas excepciones que siempre acompañan a cada caso-, el mundo evangélico latinoamericano sigue siendo prácticamente el mismo de aquellos días descrito por Padilla. Esto es, un mundo evangélico que pagando realmente muy caro su falta de inserción en la vida académica teológica real y concreta, que no reducida ni al solo autodidactismo ni al paso por la sola figura de institutos y seminarios y, por lo mismo, sin mayores recursos para poder dirimir y diferenciar lo veraz de lo divulgativo, lo prioritario de lo intrascendente y secundario, asume como palabra definitiva y contribuyente materiales y autores que por mucho no redundan mayor aporte al quehacer de la teología, que la mera reproducción de las consabidas y sempiternas categorías de pensamiento y temáticas de la «American Religion».
Aquí no faltará, por ejemplo, quien pretenda fungir en las redes sociales, como exegeta, no habiendo tenido jamás estudios formales en idiomas bíblicos, o aquel otro que quisiera abordar una temática teológica, pontificando su tratamiento con ribetes doctorales, cuando sus mismos insumos y conocimientos provienen únicamente o bien del autodidactismo, o bien de la típica figura del «instituto» o «seminario» evangélico, y en el marco de una tradición muy inferior y minúscula, como lo es, lo repetimos una vez más, el solo protestantismo de los Estados Unidos y su «Religión Americana».
Con arreglo, entonces, a todo lo anterior, se debe insistir urgentemente en que el lector evangélico necesita ir cuánto más allá de la mera publicidad dada por las redes sociales y las «lindas portadas», para así poder determinar en realidad el valor o des-valor de un material bibliográfico. Es menester conocer el grado académico del autor, el lugar en que lo obtuvo, y no denominar a éste o aquel «teólogo» o «exegeta», cuando en realidad no se trata más que de un amateur o un aficionado en la materia. Sé que es duro lo que digo, pero, alguien alguna vez debe decirlo, por pudor intelectual, por respeto a la profesión teologal, en última, instancia, para no seguir alimentando un patológico narcisismo y una modalidad de existencia propia de hallarse en un mundo paralelo.
Aquel gran conocedor del genio cultural y religioso usamericano que fue Richard Hofstadter decía, y con enorme veracidad, que el hombre más peligroso no era aquel sin ninguna educación, sino aquel que tenía una, ¡pero a medias e incompleta!, porque a aquello a medias e incompleto lo proclamaba luego como lo definitivo en la materia. Súmesele a lo dicho por Hofstadter, el verdadero narcisismo y autopromoción que experimenta la generación actual, y todo aquello, sobre todo puesto de manifiesto por las redes sociales, para entender que lo que acabo de expresar aquí, no peca de paranoico. Por supuesto, me he referido sólo al asunto relativo a las ciencias bíblicas y teológicas, pero el asunto, desde luego, abarca toda la temática del pensamiento humano y sus producciones literarias.
Finalmente, mi encarecido consejo, y sé que es algo que le ha de costar muchísimo seguir al lector evangélico latinoamericano, cuánto más a aquel interesado en profundizar en las materias teológicas, y quizás, si esto fuera posible, desarrollar una carrera en esta actividad tan fascinante y bella como lo es la teología, es que haga todos los esfuerzos posibles por abrirse a una tradición teológica y eclesiástica mayor que la minúscula tradición que le confiere el protestantismo de los Estados Unidos y la «American Religion», que descubra aquel sentido más profundo de la «catolicidad teologal», misma que no encontrará en la «Religión Americana» y en sus temáticas e intereses. Pues es posible, la gracia de Dios es sorprendente, que si este lector evangélico algún día finalmente logre insertarse en el mundo teológico académico real, que no paralelo, descubra precisamente allí y sólo allí, cuando los años ya han pasado y ésta vez sí que en vano, que gastó y tal vez desperdició décadas de lectura en autores y temáticas de carácter absolutamente secundario y portadores de una tradición absolutamente minúscula y fragmentaria, como lo es, repito, la «Religión Americana».
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