Vivimos en tiempos donde los antagonismos en el campo de la opinión pública y política son moneda corriente. Cada parte en la disputa cree encarnar la verdad absoluta, frente a un adversario que dista de legitimidad. Los argumentos que se despliegan suelen ir por una explicación similar: el lugar propio es el de la objetividad, mientras el del adversario se encuentra contaminado por la “subjetividad” o la “ideología”. Ya sabemos que dicha disquisición es una falacia: no existe objetividad absoluta, ya que todo lugar está siempre atravesado por lo particular, lo singular, lo subjetivo, las intenciones, los sesgos. En este sentido, el discurso anti-ideológico es de lo más ideológico que podemos encontrar.
Las iglesias cristianas no se quedan fuera de estas tensiones. Cuando surgen temas polémicos o se atraviesan procesos electorales, el mundo cristiano también se expide afirmando, defendiendo o negando posiciones. Desde los distintos lugares, nace el mismo interrogante: ¿cuál de las opciones en juego representa la “verdaderamente cristiana”? Entiendo que dicha pregunta, para quienes somos personas de fe, es algo natural, ya que todo lo evaluamos y leemos a la luz de nuestras creencias. Ahora me pregunto, ¿qué respuesta estamos buscando? ¿Podemos realmente identificar tal lugar? ¿Hay un modo absoluto, único y “neutral” de determinar cuán cristiana es una opción? Más aún (y es lo que más me interesa destacar), ¿podemos llegar a responderlo por fuera de nuestras particularidades, teologías, tradiciones, dogmas, denominaciones, ideologías?
Nuevamente, el problema no se encuentra en la búsqueda a partir de ese horizonte, sino en las pretensiones que tenemos sobre la respuesta a la que llegaremos o el espacio de debate que construiremos en torno a ella. Creo que el intento de buscar una respuesta única -venga del lado que fuese- puede llevar a algunas limitaciones y reduccionismos, no sólo con respecto a cómo entender lo propiamente cristiano y el modo en que se relaciona con nuestros avatares sociales, sino también en términos de cómo contribuir al debate público, especialmente desde una perspectiva creyente.
La fe cristiana, como toda expresión religiosa, es un marco que otorga sentidos particulares a nuestras prácticas individuales y sociales, y por ello nunca se encuentra exenta de los sucesos políticos e ideológicos de cada momento. El cristianismo no se presenta como una ideología más enfrentada a otras ideologías en el mismo estatus, sino que representa un marco de identificación que convoca y trae consigo un sinnúmero de posicionamientos, incluso completamente opuestos. No existe tal cosa como “ideología cristiana” sino una diversidad de ideologías que cohabitan dentro del gran paraguas de “lo cristiano”, a partir de prácticas dialogales y hasta completamente conflictivas por su antagonismo.
Como decía Juan Luis Segundo, la fe imprime una “búsqueda de sentido” que inevitablemente se “traduce” en ideologías concretas -en tanto modos de actuar en nuestras historias específicas-, pero nunca se acaba de ellas.[i] La fe es ese paradójico ejercicio que implica, por una parte, asumir la singularidad y pasaje de las formas concretas desde las cuales la aprehendemos, así como una instancia crítica frente a cualquier marco particular de interpretación que pretenda absolutizarse, incluyendo -sobre todo- el nuestro. Esto es importante advertir por varios aspectos: porque podemos presentar un posicionamiento ideológico particular como si fuera algo inherente a la fe, o porque podemos perder la capacidad crítica y auto-crítica frente a nuestros posicionamientos teológicos y políticos.
Por todo esto, creo que desarrollar una teología cristiana crítica no debe ir de la mano sólo con presentar “qué es cristiano” y qué no lo es, desde el intento de negar al otro, sino promover un espacio de intercambio, diálogo, debate, discusión e incluso de denuncia, a partir del reconocimiento de la pluralidad y diversidad que coexiste dentro del gran abanico de posiciones que toman del cristianismo como un espacio de interpretación. Necesitamos trabajar más en cómo abordar (críticamente) esta diversidad de posiciones, antes que intentar levantar la “verdadera” visión cristiana. Lo cristiano será un marco a partir del cual intentaremos defender y argumentar desde una posición particular, lo que no implica que el lugar al que lleguemos no sea dable también al cuestionamiento.
Ahora la advertencia que siempre viene de la mano con este tipo de argumentos: ¿“entonces todo vale”? No. El mismo reconocimiento de dicha pluralidad y diversidad, del pasaje y transitoriedad de nuestras posiciones, se transforma en una frontera ética crítica frente a aquellos posicionamientos que intenten negar la validez de la diferencia a partir de la absolutización de lo propio. Dentro del conglomerado de posiciones, no caben aquellas que niegan tal (posibilidad de) pluralidad.
[i] Ver “Fe e ideologías” http://teocotidiana.com/2020/06/02/fe-e-ideologias/