Dicen que en el Congreso de los Diputados de España, sito en Madrid, como sabemos, existe el «Salón de los pasos perdidos». Me gustaría conocer ese lugar.
En la brillante balada del grupo de Hard-Rock, Rainbown (el que formó el potente guitarrista ex-Deep Purple, Ritchie Blackmore) «Rainbown eyes» la letra en un momento dado dice: «I lost my way» = «He perdido mi camino». Por su parte, muchos años más atrás, The Beatles cerraban su trayectoria con los álbumes póstumos: Let it be y Abbey Road. En el primero, y con otra balada, «Two of us» cantaban a duo la dupla Lennon&McCartney que estaban cogiendo el camino de regreso a casa; y en el segundo con «Golden Slumbers» decían que «hubo un tiempo en el cual existió un camino para volver a casa». A estas dos debemos añadir la espectacular y glamurosa «The long and winding road», una de las mejores composiciones de Maca. Esta canción le gusta mucho a una amiga mía. En una ocasión me dijo que éramos como «dos ríos que siempre alimentábamos los campos equivocados…» ¡Y es que es fácil perderse en los caminos! No sé si es sumamente fácil o no, pero si es frecuentemente recurrente. ¿A cuántas personas has conocido a lo largo de tu vida que se han perdido? ¿Cuántas personas no hemos conocido que se han perdido existencialmente? Yo creo que eso, en el fondo, en el fondo de nuestro ser interior, nos duele.
Si pudiéramos ser como aquel criajo, listo, inteligente, que fue echando migas de pan por el camino para saber cómo regresar… ¡Pero eso tampoco nos sirve, porque como a aquel zagal nos pasa que vienen los bichos de este mundo y se nos comen las migas y perdemos el rastro que marcamos! Además que aquello era un cuento muy bonito con su moraleja incluida, pero la vida ¡amigos! es algo más que un cuento, aunque también es un viaje.
Preguntarle a Jesús en pleno siglo I y en la Palestina aquella: «Señor, ¿son pocos que salvan?» equivale a preguntarle: «Señor, ¿son muchos los que pierden su camino, los que se pierden en sus caminos?» (Lucas 13.22-23). Conocemos a grandes trazos la respuesta del Maestro y Profeta galileo: Él les habló de otros caminos: el ancho y el estrecho. Tiempo después, en su última noche pascual, se autodeclaró no sólo «el camino», sino también «la vida» y «la verdad».
Se ha dicho que la oración a Dios por muy sencilla, pequeña, errática o deshilvanada que sea, siempre es «una carta que aunque el destinatario esté mal escrito siempre llega a su destino correcto: Dios».
La vida, todo y ser una maravillosa aventura -y como tal está al acecho de riesgos- es dura y real. Para millones de personas, los pobres, los migrantes, los refugiados, los deshauciados, los parados, las madres y los padres solteras/os, los explotados laborales, es más dura que para otros, pero aún incluso las estrellas de este mundo, los rutilantes, los millonarios, también pueden experimentar la pérdida de sus caminos, con otra palabras: la pérdida del sentido de su vida, de su existencia.
Jesús de Nazaret no solo es un camino sino que nos invita a adentrarnos con él en uno muy concreto al cual él llamó «reino de Dios». Es concreto y misterioso al unísono. Poco sabemos de él y cada generación que pasa va descubriéndolo un poquito más. Tiene aquello de Oscar Cullman: «el ya, pero todavía no». Tiene la trascendencia y la inmanencia. Tiene el cielo y la tierra, la eternidad y la temporalidad o provisionalidad. En él se mezclan la política y la espiritualidad: «Dad al César lo que es suyo, y a Dios lo que le pertenece». Jesús, en sus días, quiso que viniera el reino de Dios a la tierra: «Venga a nosotros tu reino». Luchó por él, se desgañitó y desvivió por él. Con su muerte en cuz y su resurrección algo más lo posibilitó. ¡Bastante más! Pero dos milenios después de todo aquello, parece como si escuchásemos sin parar su voz al decirnos: «No os toca a vosotros saber los tiempos de Dios. Vuestra misión es ser mis testigos hasta el fin de la tierra» (Hechos 1.6-8).
En tanto y en cuanto nos dedicamos a esa noble y ardua misión estamos más seguros -hasta donde sea razonable- de no perder nuestro camino aún sabiendo que entre él y los de Dios dista un enorme abismo. Y a su vez rendimos un buen servicio al mundo, a las personas, de Dios que tantas veces van perdidas por los tránsitos de la vida.
Aunque suena a osadía, y para muchas y muchos a herejía, creo que asumir el coraje y la propuesta de la martir Esther (Etty) Hillesum puede ser bueno para nosotros. En Auschwitz ella escribió en sus diarios: «Señor, sólo una cosa importa en estos tiempos: conservar un pedacito de ti en nosotros. Te prometo que hasta donde yo pueda voy a ayudarte para que eso ocurra, porque me he dado cuenta que lo que pasa aquí no es un asunto causado por ti, sino por nosotros, y que poco puedes hacer para ayudarnos, pero yo creo firmemente que si te ayudamos a ti nos estaremos ayudando los unos a los otros. No puedo, por ahora, prometerte una fidelidad a prueba de bombas, pero si por los menos mi más firme intención en ello.» (Parafraseado de «Los diarios de Etty Hillesum». Libro más que recomendado).
¿No es eso lo mismo que San Pablo dijo con otras palabras?
- «Considerando a los demás como superiores a nosotros mismos, no mire cada uno por lo suyo exclusivamente, sino también por lo de los otros» (Filipenses 2.3-4).
- «Yo mismo me desgastaré por vosotros, aunque amándoos más yo sea amado menos» (2 Corintios 12.15).
- «Nosotros somos colaboradores de Dios» (1 Corintios 3.9).
«Señor, ayúdanos a no perdernos en nuestros caminos, y si eso pasase, por lo menos que nos perdamos en los nuestros para encontrarnos contigo y con nuestros hermanos y hermanas (todos y todas) en el tuyo, en tu reino. Amén».
(Epm)
- Los caminos perdidos | Enric Planas Meoro - 15/06/2021