Los límites de la amistad (Job 2:4-8, 11-13)
“O mis amigos, no hay amigos”[i]
La vida es cambio. Nuestro aspecto físico cambia constantemente, y nuestras ideas también. A veces estos cambios son pequeños: vamos creciendo (o menguando) poco a poco con la edad, tanto en lo físico como en lo mental. Pero en ocasiones los cambios son más drásticos. A veces en la vida atravesamos situaciones o vivimos experiencias que nos cambian casi por completo. A veces una mañana nos levantamos de la cama y al mirarnos al espejo casi ni nos reconocemos. Quien fuimos ya no está; ahora hay alguien nuevo. Cuando esto ocurre, ¿qué hay de nuestras relaciones con los demás?, ¿cuál es la reacción de nuestros amigos y conocidos?, ¿puede continuar la amistad a través del cambio radical?
Cambio corporal
En el libro de Job nuestro protagonista está pasando por un proceso de cambio que parece tener dos vertientes igualmente importantes. Por un lado, tenemos la transformación mental de Job que hemos visto ya y que podemos percibir, de forma explícita, con su respuesta a las palabras de su esposa[ii]. Esta vertiente se caracteriza por el cambio en la forma de pensar, pasando de un entorno de seguridad y certeza a uno de incertidumbre y contradicciones. Pero el texto apunta también a otra vertiente que concierne al proceso de descomposición que tiene lugar, de forma paralela, en el cuerpo de Job, y que comenzó con aquellas palabras del agente de Dios:
“¡Piel por piel! Todo lo que el hombre tiene lo dará por su vida” (Job 2:4 RVA2015)
Aunque no es fácil interpretar las primeras palabras de esta frase[iii], afortunadamente el versículo continúa con una corta explicación que nos ayuda a entender su probable sentido. El agente de Dios parece indicar que lo que uno sufre en sus propias carnes, lo sufre de forma distinta, y por tanto tiene una mayor capacidad para zarandear la vida del afectado. Y los efectos en el caso de Job son devastadores:
“Y Job, sentado en medio de las cenizas, tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente” (Job 2:8 NVI)
Esta es la imagen tradicional, pero el texto hebreo dibuja esta escena de forma ambigua. La mayoría de las versiones españolas hablan de un ‘pedazo de teja’ o un ‘pedazo de tiesto’. Sin embargo, la palabra hebrea que aparece aquí, חרש, se suele usar en la Biblia para designar algún tipo de contenedor, algo así como una ‘vasija’ o un ‘tiesto’[iv]. Así, algunas traducciones dicen:
“Y Job tomó un tiesto para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas” (Job 2:8 LBLA)
Pero ¿quién se rasca con un tiesto? Nadie. Es por esto quizá que muchas traducciones eligen aquí un objeto más apropiado para rascarse. Pero no es necesario este cambio, ya que el texto tampoco habla necesariamente de ‘rascarse’[v]. La versión griega antigua dice que lo que Job hace realmente es ‘raer el pus’[vi], lo que explicaría la necesidad de un contenedor. ¿Y cómo consigue Job este contenedor? El texto hebreo tampoco dice de forma explícita que Job lo cogiera. Lo que el texto dice, tal y como lo tenemos, puede ser interpretado de forma distinta, indicando que, después de salir de la presencia de Dios, es el acusador el que le lleva un contenedor a Job para que meta el pus[vii]. La abundancia de ambigüedades y la economía del texto bíblico en este caso nos obligan a hacer uso de nuestra imaginación para construir esta escena en nuestra mente.
Sea cual sea la imagen con la que acabemos, no cabe duda de que ha de ser una imagen aterradora. Job mismo se refiere capítulos más tarde a los efectos de esta enfermedad:
“Mi carne se ha vestido de gusanos y de costras de tierra; mi piel resquebrajada se deshace” (Job 7:5 RVA2015)
La piel de Job ha cambiado. Piel por piel.
Cambio social
Esta referencia a la piel es interesante también en otro sentido. Nuestra piel es la frontera entre nosotros y los demás, entre nuestro mundo interior y el exterior. La piel es lo primero que otros perciben al vernos, y lo que moldea en silencio las primeras impresiones que otros se hacen de nosotros. Pero no solo nos separa nuestra piel del mundo exterior; también nos une a él, es el nexo entre nosotros y lo de fuera. En el contexto de Job, la piel, como representante más inmediata del cuerpo, es parte fundamental de su identidad[viii]. En ese contexto, un cuerpo sano y completo es símbolo de paz y bendición, y aporta cohesión a la estructura social en la que habita. Por el contrario, un cuerpo enfermo, incompleto o roto, pone en peligro dicha cohesión. Esto convierte a Job en alguien peligroso por su potencial para desestabilizar su entorno social.
El autor acentúa esta sensación de peligro al describir su enfermedad utilizando términos[ix] que recuerdan a aquellos otros textos bíblicos que hablan, tanto de las plagas de Egipto[x], como de las maldiciones que traerá Dios sobre los que rompan su pacto[xi]. No sabemos a ciencia cierta la enfermedad con la que el agente de Dios azota a Job para llevar a cabo esta transformación[xii], pero el uso de estos términos quizá nos prepara para la posibilidad de que aquellos que observen la enfermedad de Job desde fuera puedan percibirla como otro caso de plaga y maldición. Es decir, como una amenaza.
Llegan los amigos
Es en este punto que llegan los amigos:
“Entonces tres amigos de Job —Elifaz el temanita, Bildad el sujita y Zofar el namatita— se enteraron de todo el mal que le había sobrevenido y vinieron, cada uno de su lugar” (Job 2:11 RVA2015)
No sabemos cuánto tiempo pasó entre los versículos 10 y 11 de este capítulo, pero algunos comentaristas sugieren que entre estos dos versículos podría haber varias semanas o incluso meses[xiii]. En cualquier caso, sea que hablemos de muchos o pocos meses, creo que podemos suponer que entre estos dos versículos ha pasado tiempo suficiente como para que haya avanzado bastante el proceso de descomposición que está sufriendo Job. Esto explica quizá lo que ocurre cuando los amigos se encuentran con él. Dice el texto:
“Y cuando alzaron los ojos desde lejos y no le pudieron reconocer, lloraron alzando la voz” (Job 2:12 RVA2015).
Hay un problema con este texto. Como vemos, para la RVA2015, muy cercana al texto hebreo en este caso, los amigos no reconocen a Job. Pero si no le reconocen, ¿por qué lloran? Otras versiones, al notar este problema, intentan solucionarlo. Así, la NVI dice que “casi no lo pudieron reconocer”. Vamos que sí le reconocieron y por eso lloraron, un cambio completo del texto. Para la TLA, los amigos primero no reconocen a Job desde lejos, pero cuando ya están delante de él, sí le reconocen y entonces lloran. La explicación tiene sentido, pero no es lo que dice el texto[xiv].
Hay otra solución que no involucra cambiar el texto. El verbo hebreo que se traduce aquí como ‘reconocer’ puede ser entendido, no tanto en el sentido literal de ‘reconocer a Job’, sino más bien en el sentido de ‘reconocer a Job como el Job al que conocíamos antes’[xv]. Los amigos saben que es Job al verle desde lejos, pero no aceptan que ese hombre sea realmente Job. Para ellos, el Job que conocían ha perdido su identidad y ha muerto. Y dado que ha muerto, lo que hacen es en cierto modo apropiado:
“Cada uno rasgó su manto y esparció polvo hacia el cielo sobre su cabeza” (Job 2:12 RVA2015)
Rasgar las vestiduras es un acto que pertenece a los rituales que realizan aquellas personas que lloran y lamentan la muerte de familiares y conocidos[xvi]. Para estos amigos, Job ha muerto, y lo mejor que pueden hacer es lamentar su muerte. Pero no sólo eso. El Job que conocían ha muerto, sí, pero hay otro hombre aquí en su lugar. ¿Cómo reaccionar ante él?, ¿son los amigos del antiguo Job, amigos también de este otro? Varios comentaristas apuntan que echar polvo hacia el cielo debe ser entendido como un acto supersticioso realizado para intentar ahuyentar la maldición que parece estar azotando a Job[xvii]. Por un lado, el antiguo Job ha muerto y es necesario lamentarlo. Pero por otro, el nuevo Job está aún ahí y supone una amenaza para la narrativa que aún mantienen los amigos. La caja de Job está en proceso de descomposición, pero las cajas de los amigos están aún ahí. Esto da doble sentido a los siete días y siete noches que los amigos pasan sin decirle “una sola palabra”[xviii]. Por un lado, este es un período típico del ritual de duelo por los muertos. Por otro, dado que Job aún no está muerto, cuesta pensar que haya podido percibir este acto como uno de consuelo[xix].
Y me pregunto, ¿qué haríamos nosotros?, ¿haríamos algo distinto de lo que han hecho ellos? Aunque distintos de los suyos, también nosotros tenemos rituales, y también en ocasiones nos encondemos detrás de ellos en momentos como estos. Y de igual manera estos rituales esconden nuestras intenciones, nuestros pensamientos, nuestros miedos. También el cambio radical de aquellos cercanos a nosotros puede suponer una amenaza. A menudo tendemos a percibir opiniones distintas a las nuestras como peligrosas, hasta tal punto que no nos importa poner en riesgo nuestra amistad, siempre y cuando podamos mantener intacta nuestra caja. Si encontramos que un amigo muestra un comportamiento que interpretamos como peligroso, por ejemplo, que actúa de una forma que entendemos como deslealtad a Dios, nos ponemos automáticamente del lado de Dios porque, al fin y al cabo, eso es lo que todo buen siervo de Dios ha de hacer. Nosotros hacemos eso, y eso también es lo que harán muy pronto los amigos de Job. ¿Hay acaso alguna otra opción?
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[i] Cita de J. Derrida, citando a Montaigne, quien a su vez cita a Aristóteles (J. Derrida, “Politics of Friendship” (American Imago, 50:3))
[ii] Ver el tercer estudio de esa serie
[iii] Para leer algunas de las interpretaciones más curiosas que se han dado a esta frase, ver S.J. Vicchio, The Book of Job
[iv] E. Van Wolde, “The Problem of the Potsherd: Job 2:8 in a New Perspective” (OTE 31/3, 2018)
[v] Realmente es el hitpael de este verbo, que muchos entienden de forma reflexiva, indicando que el sujeto realiza la acción y la recibe al mismo tiempo. Pero el verbo puede ser entendido de otra forma también, indicando simplemente que el sujeto está siendo afectado por la acción (E. Van Wolde, “The Problem of the Potsherd: Job 2:8 in a New Perspective” (OTE 31/3, 2018)). Desafortunadamente, no tenemos ninguna otra ocurrencia de este verbo en la Biblia, por lo que es difícil sacar una conclusión definitiva de lo que quiere decir
[vi] Así aparece en la versión de la Septuaginta (Job 2:8 LXX)
[vii] E. Van Wolde, “The Problem of the Potsherd: Job 2:8 in a New Perspective” (OTE 31/3, 2018)
[viii] A. Basson, “Just Skin and Bones: The Longing for Wholeness of the Body in the Book of Job” (Vetus Testamentum, 58:3, 2008)
[ix] El término usado en Job 2:7 para describir su enfermedad es שחין
[x] Ver Exodo 9:9-11
[xi] Ver Deuteronomio 28:27, 35
[xii] Los comentaristas no se ponen de acuerdo acerca de si esto se refiere a la lepra, la sífilis, a una infección renal grave, o alguna otra cosa. Cuantas más enfermedades conocemos más parecen encajar. Pero el texto no nos ofrece suficientes detalles como para determinar con certeza de qué enfermedad se trata (E.M. Good, In Turns of Tempest)
[xiii] D.J.A. Clines, Job 1-20. Además, hay algunos versículos, capítulos más tarde, que aluden a que Job estuvo sufriendo durante bastante tiempo antes de este encuentro. Por ejemplo, en Job 7:3, Job habla de ‘meses de calamidad’, y si leemos el capítulo 30 del libro, da la sensación de que este proceso no ocurrió de la noche a la mañana
[xiv] D.J.A. Clines apunta que ninguna de las versiones bíblicas de habla inglesa que tenemos ofrece una traducción adecuada del texto hebreo (D.J.A. Clines, Job 1-20). Ocurre lo mismo con las traducciones en español
[xv] Así lo explica D.J.A. Clines en su comentario, Job 1-20
[xvi] Job mismo lleva a cabo este acto en el primer capítulo ante la muerte de sus hijos (D.J.A. Clines, Job 1-20)
[xvii] La NVI, entre otras, curiosamente elimina ‘hacia el cielo’ de su traducción y convierte un acto de superstición en uno de duelo (así también ocurre con la antigua traducción griega). La DHH habla de que los amigos lanzaron polvo ‘al aire y sobre sus cabezas’, cambiando igualmente el texto. Esto no hace otra cosa que demostrar los problemas que existen con esta acción. Es interesante que la otra ocasión en la que esta acción de lanzar polvo al aire aparece en el texto hebreo es en Éxodo 9:8-10, en el texto de las plagas. Varios intérpretes ven en esta acción un acto supersticioso y mágico de autodefensa (M. Buttenwieser, The Book of Job; D.J.A. Clines, Job 1-20)
[xviii] Job 2:13 RVA2015
[xix] D.J.A. Clines, Job 1-20