Esta fe nos puede dar valor para enfrentar las incertidumbres del futuro. (Martin Luther King Jr. Discurso, Premio Nobel de la Paz, 1964)
Esta mañana abordo la palabra escrita con una profunda sensación de amargura (que no puedo transformar en odio). Conozco la Iglesia Africana Metodista Episcopal de Estados Unidos. Su historia se remonta a las luchas de Richard Allen y Absalón Jones y otros, contra la esclavitud en el siglo XVIII y nos ubica hoy en esta encrucijada de atropello, odio racial y violencia brutal, contra el corazón de la espiritualidad afroamericana en Estados Unidos y todos y todas las creyentes que intentamos vivir una fe iluminada.
Esta congregación de Charleston tiene tras sí una larga historia de lucha y resistencia contra el racismo y a favor de la reconciliación. Por algo le llaman, “Mother Emanuel” (Iglesia Emanuel), emblema de una presencia edificante en el sur de Estados Unidos, más que centenaria. Por eso, me gustaría destacar las dimensiones testimoniales de este suceso y las implicaciones que tiene. Subrayaré el martirio de estos hermanos y hermanas como un referente primordial de lo que pasa y ha pasado en Estados Unidos con los que profesamos ser creyentes y somos personas de diversas razas y culturas; y lo hago con indignación, destacando las manifestaciones de racismo en la sociedad norteamericana; la responsabilidad moral y espiritual que tenemos para superar las fuerzas del mal que nos asedian y la necesidad urgente de una llamada a la reconciliación.
El martirio es la expresión más auténtica del testimonio cristiano. Es una expresión pública de la fe y su eficacia. Evidentemente los y las mártires de Charleston son una prueba clara de ello. A un grupo de creyentes (de diversas edades) a la búsqueda de la Palabra de Dios para la vivencia cotidiana de esa fe, les sorprende la muerte, fruto de una violencia implacable y una mente desquiciada. ¡Y nos dejan un legado valiosísimo para profundizar en nuestros propios compromisos y desafíos! Asumo que esta congregación, ya enmarcada como faro luminoso del Evangelio, ahora amplía su visión y su misión en medio de la crisis que vivimos. Esa es otra dimensión de lo que significa seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias. El martirio se asume, nos llega. Muchas veces nos sorprende, y nos duele. Pero ahí está la profundidad del Evangelio que, desde la cruz de Jesucristo y por su resurrección, nos coloca en la dinámica del reinado de Dios y sus valores. Destacamos a los mártires no a sus victimarios.
La indignación profética está fundamentada en la llamada ineludible de Dios a una misión compleja y conflictiva. Tenemos una larga tradición judeocristiana que nos interpela y nos reclama. Y en esa tradición profética, afortunadamente, podemos nombrar a Jeremías, Isaías, Amós, Oseas, Jesús, Martin Luther King, Jr., Dorothy Day, Reies López Tijerina, César Chávez, Dolores Huerta, Antulio Parrilla, Oscar Romero, Julia Esquivel, y muchos y muchas más que forman parte de una gran “nube de testigos”.
Un elemento esencial de la indignación profética es el juicio de Dios ante los acontecimientos injustos, los pecados personales y colectivos, entre los que se incluye la apatía, la indiferencia y el cinismo. Aunque nos sintamos tentados y tentadas a claudicar, debemos asumir esa vocación profética al servicio del pueblo y bajo la dirección de Dios. En la hora decisiva, Dios sigue hablando, nos continúa cuestionando y nos ofrece el antídoto contra toda desesperanza: el amor esperanzado hacia un futuro distinto y mejor en sociedades más justas.
El racismo tiene una larga historia en Estados Unidos. Nunca ha sido algo accidental o pasajero. Tiene un profundo calado en la psique y el comportamiento de la sociedad; se expresa en ideologías que intentan justificar lo injustificable; busca perpetuarse en estructuras culturales, educativas, sociales, religiosas y políticas, en un sistema que reproduce leyes injustas (como nos enseñara elocuentemente Martin Luther King, Jr.) con antivalores que solo promueven el odio.
Y es así como se va creando el ambiente de división, con la consabida marginación y desprecio a lo diferente y distinto. A ello se une el miedo colectivo, también propiciado por actitudes de intolerancia e incomprensión, con la consecuente proliferación de grupos radicales violentos y racistas, desafortunadamente reclamando “principios cristianos”.
Por tanto, hay que resaltar la fuerza moral y espiritual en el compromiso por la paz con justicia para toda la creación. De la indignación profética pasamos a la ética activa en el amor, en la construcción de nuevos espacios para la convivencia humana. Las iglesias, particularmente las norteamericanas en esta hora crucial, deben levantar un mensaje de esperanza y asumir los retos de ser agentes morales, espirituales y éticos en una sociedad tan conflictiva.
El camino de la reconciliación es la respuesta. En contextos de profunda división, la búsqueda de unidad es clave. Dios en su gran misericordia vuelve a insistir en la fuerza de su amor. Nos pide que trabajemos para derrumbar las barreras del mal, la violencia, la segregación y los atropellos que nos rodean. Construir jardines de confraternidad y círculos de amistad son proyectos deseables. En el cristianismo la verdadera comunión propicia la solidaridad, el afecto, la aceptación de los otros y las otras.
La palabra del profeta Martin Luther King Jr. nos vuelve a iluminar:
Cuando dejemos que la libertad nos llame, cuando dejemos que nos llame desde todos los pueblos y aldeas, desde todos los estados y todas la ciudades, entonces podremos impulsar y hacer emerger el día en que los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y gentiles, católicos y protestantes, podrán unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: ¡Por fin libres! ¡Por fin libres! ¡Gracias al Dios Todopoderoso por fin somos libres! (Juan María Alponte, Los liberadores de la conciencia. Lincoln, Gandhi, Luther King, Mandela (México: Aguilar, 396).
En medio de nuestra consternación, asombro y congoja hemos de resaltar el gesto martirial de las hermanas y los hermanos de Charleston. Con nuestra indignación profética y una ética radical de compromiso por la paz, la cordura y la sensatez, debemos marcar el mapa hacia una ruta que nos permita soñar, para construir una sociedad de plena humanidad en los Estados Unidos y todo el mundo. La llamada de la libertad nos obliga. Seremos agentes de transformación con fuerza, imaginación y certeza. ¡Yo me comprometo y lo busco!