“Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido tu fortaleza, por causa de tus adversarios, para hacer cesar al enemigo y al vengativo” (Sal. 8:2)
“En aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25)
“Cuando vieron la seguridad con que se expresaban Pedro y Juan, que eran hombres sin cultura y sin instrucción, no salían de su asombro” (Hch. 4:13ª)
Esta madrugada, como en tantas ocasiones, mis pensamientos danzaban en torno a los tres textos bíblicos que abren la meditación de hoy. Y digo bien si escribo que mis pensamientos “danzaban”, pues trato de expresar el calor y la suave alegría que surgían en mi interior al leer esos textos vez tras vez.
Y como tantas otras veces, Christoph Blumhardt* iluminó mis pensamientos cuando escribió muchísimas decenas de años atrás:
“Si el Evangelio dependiera exclusivamente de nosotros los pastores, si tuviera que ser sostenido solo por la sabiduría humana desde los púlpitos de los eruditos, entonces habría muerto hace mucho tiempo. En verdad les digo, nunca se llega al punto en que las cosas dependen de que sepamos algo científico sobre el cristianismo o de que recordemos principios particulares de fe y moral … No, no es eso. La esencia del cristianismo no se encuentra en nuestro entendimiento. Más bien, está allí donde los corazones simples se despiertan una y otra vez, allí donde están presentes las personas resucitadas, en aquellas cosas inexplicables para las que la ciencia ni siquiera tiene palabras. Si no fuera por estas personas felices y fieles, que a menudo provienen de los estratos más bajos de la sociedad, entonces el evangelio moriría”.
Y es que siempre será verdad que “los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios”, y es así para que no perdamos de vista el nervio y el genio del Evangelio de nuestro Señor (1 Cor. 12:22). Ellas, las personas consideradas “niñas” son sujetos de revelación del Espíritu, y ello para recordarnos constantemente que “Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte” (1 Cor 1:27). Solo si nos hacemos niños, si nos hacemos niñas, entenderemos y veremos, aquí y ahora, el reinado de Dios en acción. ¡Aleluya!
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*Vernard Eller. Thy Kingdom Come: A Blumhardt Reader”. Plough Publishing House
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