-I-
En el año 2008 en la Expo de Zaragoza, actué junto a la cantante Sylvia Santoro y el músico José Fermoselle, en el pabellón de El Faro. El tema que se trataba era “Agua y cuarto mundo”. En un escenario con cuadros, Sylvia cantaba una canción sobre un poema mío “Mar de miradas”, el poema está dedicado a las miles de personas que tratando de llegar a nuestras costas, naufragan. No hay un registro exacto del número, menos aún un registro de sus nombres. Son tan sólo un recuerdo en aquellos que los despidieron. Una imagen borrosa en los ojos de los que los vieron por última vez. Un mar de nadies.
Cuando escuché por primera vez el poema que Eduardo Galeano dedica a los Nadies, pensé que en algún momento se entrecruzaría ese poema con mi trabajo pictórico. El momento ha llegado. Las miradas de los Nadies han ido surgiendo poco a poco en los lienzos. Han ido viniendo a mí o yo me he ido acercando a ellos. No lo sé. Pero al final nos hemos encontrado. Y ese encuentro ha sido realmente sorprendente, porque allí donde, desde hace años, guardaba estadísticas y porcentajes, empezaron a surgir rostros, seres humanos con historia, con familia, con nombre.
Seres humanos humillados, despreciados, vapuleados y olvidados. Casi, en algunos irreconocible su condición humana. Seres humanos que miran de frente o tienen perdida la mirada. Que claman, que odian, que lloran o que ya no tienen fuerza ni para levantar sus ojos y menos para gritar, que no tienen casi voz, que son apenas una queja herida que se arrastra y que no nos atrevemos siquiera a escuchar.
“Donde no tiene voz un hombre, allí mi voz” decía Neruda. Sí, allí mi voz, mis manos y mi caricia. Mi voz no desde la distancia, sino como un susurro que se acerca a tu boca para escucharte y a tu oído para hablarte. Y a la vez, sí, mi voz como un grito. Que anuncie, que despierte, que estremezca. Voces pintadas en cada lienzo, miradas directas a la conciencia.
A medida que Sylvia cantaba en aquel escenario de la Expo, yo pintaba sobre el rostro de una mujer unas lágrimas negras, que goteaban. Lágrimas de luto, de separación, de desencuentro. Después, cuando acababa la actuación y preparábamos la siguiente yo iba borrando aquellas lágrimas del cuadro, aunque siempre quedaba un rastro oscuro sobre el rostro de aquella mujer.
Ese rastro oscuro que se iba acumulando tras cada actuación entristecía cada vez más su mirada. Cuando, por fin, llevé el cuadro al estudio y empecé a devolver el color original, parecía que aquella mujer me sonreía, volvía a aparecer su belleza, devolvía su dignidad. Aunque en el fondo de los entresijos de cada pincelada siguen descubriéndose, aún, las huellas de aquellas lágrimas negras, pero eso sólo lo descubrirás si te acercas.
-II-
Los Nadies, Eduardo Galeano
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan
los nadies con salir de pobres, que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros
la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni
hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo
la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y
aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el
pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la
crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los
mata.
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